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La gran huelga de agosto de 1917

Los preparativos de la gran huelga de agosto de 1917 anticipan los motivos de su derrota: los límites impuestos por su dirección. El PSOE y la UGT conformaron el mal llamado “comité revolucionario” en colaboración con partidos republicanos burgueses (el Partido Republicano Radical de Lerroux y el Partido Reformista de Melquíades Álvarez). La CNT colaboró extraoficialmente con el comité en Catalunya y mantuvo contactos con los republicanos burgueses catalanes. De sus objetivos (una nueva Constitución y más democracia) se desprendía una táctica de colaboración de clases, pretendiendo recabar el apoyo de las Juntas Militares* y de la Asamblea de Parlamentarios auspiciada por la burguesía catalana.
La burguesía catalana, con su Lliga Regionalista de Francesc Cambó, mantuvo una política ambivalente. Por un lado, sostener y mantener al gobierno central, ya que dependía de sus cañones y soldados para reprimir las huelgas obreras; y por el otro, tratar de encauzar el descontento social para diluirlo, creando ilusiones en una reforma constitucional por arriba para salvar el capitalismo español de una revolución por abajo.
Frente a la claudicación más clamorosa de los sectores “progresistas y liberales” de la burguesía (la burguesía catalana, los republicanos burgueses y la oficialidad del ejército), la clase obrera sí dio muestras de su disposición a la lucha revolucionaria. El 13 de agosto se inicia una huelga que se extiende durante una semana aproximadamente por todo el Estado, y pese a la combatividad de los trabajadores, que se enfrentaron a la represión de los militares en varias ciudades, finalmente fue derrotada. A pesar de lo cual el movimiento huelguístico se sigue extendiendo, el movimiento por la amnistía de los encarcelados toma relieve y el movimiento obrero aumenta en conciencia de clase y organización. Es el principio del fin del régimen de Restauración Borbónica, que durante décadas había manejado los negocios de los capitalistas con un sistema bipartidista de poder.

El trienio bolchevique

La revolución rusa de Octubre de 1917 supone un terremoto en todo el mundo, especialmente en Asia y Europa. Por primera vez en la historia, con la honrosa excepción de la Comuna de París casi cuarenta años atrás, los oprimidos toman el poder, expropian a los burgueses y terratenientes, e inician el camino de una sociedad sin opresión de clase. La palabra bolchevismo recorre la mente de millones de oprimidos.
El Estado español no es ajeno a este auge de la lucha de clases mundial. El campesinado toma el relevo del movimiento obrero y emprende una impresionante movilización de masas. Miles de campesinos pobres y jornaleros de las grandes fincas de los caciques andaluces se lanzan a la lucha con sucesivas huelgas generales, ocupaciones de fincas improductivas y la proliferación de sociedades y organizaciones obreras en los pueblos y aldeas. Se pasa de 1’8 millones de jornadas perdidas en huelgas en el campo en 1917, con 71.400 huelguistas, a 7,3 millones de jornadas y 244.700 huelguistas en 1920. Centenares de cortijos amanecen con pintadas de “¡Viva Rusia!”. Era posible el anhelado deseo de que la tierra fuera para quien la trabaja.
El movimiento campesino confluye con el movimiento obrero, que tras la derrota de agosto de 1917 se recompone con fuerza y celeridad. Ante la profundización de la política de pactos con los republicanos burgueses de los dirigentes del PSOE y los métodos rutinarios y burocráticos de la UGT, la CNT da cauce a las aspiraciones revolucionarias de las masas, y experimenta un poderoso impulso al convertirse en un verdadero sindicato de masas. Mientras la propaganda anarcosindicalista loaba los logros de la revolución rusa, los trabajadores acuden en masa a la central anarcosindicalista.

La huelga de La Canadiense

El movimiento obrero, alentado por las lecciones de la derrotada huelga de agosto, el impacto de la revolución rusa y la combatividad e incansable actividad sindical revolucionaria de los cenetistas, dispara su acción combativa durante el trienio bolchevique. En 1919 se perdieron sólo en Barcelona 3,25 millones de jornadas de trabajo en huelgas que implicaron a 156.000 obreros. La represión militar y la actitud insolente de la burguesía catalana (la Lliga Regionalista), lejos de amedrentar el movimiento, lo espolea.
El 5 de febrero de 1919 se inicia la huelga en la Compañía de Fuerza e Irrigación del Ebro, conocida como La Canadiense, contra el despido de ocho trabajadores. Cuando los trabajadores se ponen en huelga y rechazan la oferta de la empresa de readmitirlos pero con un menor salario, la empresa despide a otros 117. Los trabajadores de La Canadiense no tenían organización ni experiencia sindical, pero con el apoyo de la CNT consiguen extender el conflicto hasta paralizar el 70% de las fábricas de Barcelona.
La patronal intentó reventar la huelga, pero ni la militarización de los empleados del sector, ni los tres mil encarcelados en Montjuïc, ni el estado de guerra decretado en la provincia, fueron suficientes. Tras 44 días de conflicto, se alcanzó un acuerdo: readmisión de todos los despedidos, liberación de los encarcelados, el pago de los salarios por los días de huelga y el aumento de los jornales. En el mes de abril el gobierno firma el decreto de la jornada de ocho horas, consecuencia directa del conflicto en La Canadiense. Una gran victoria.

Reforma o revolución

En esta situación, afloran dos enfoques claramente diferenciados en la dirección de la CNT, que de forma distorsionada reflejan las tensiones entre las tendencias reformistas y revolucionarias en el movimiento. Durante el trienio bolchevique se dan las condiciones idóneas para construir una organización revolucionaria que se plantease ganar a las amplias masas para la estrategia de la toma del poder, mediante la formación de juntas revolucionarias a partir de los órganos de lucha surgidos de las huelgas y su coordinación a nivel local, regional y estatal. Sin embargo, ninguna de ambas tendencias adopta esta posición.
En un extremo, los llamados “puros” o “intransigentes” sentían que desarrollaban la táctica bolchevique, pero esto por sí solo no implicaba haber asimilado las lecciones esenciales de la historia del bolchevismo ni de la propia revolución rusa. Sustituían con sincero ardor revolucionario y empuje la incomprensión del programa, estrategia y tácticas que permitieron al partido bolchevique conquistar el apoyo consciente de las masas para tomar el poder. Tras la exitosa huelga de La Canadiense, se lanzaron a una ofensiva general de huelgas que buscaba desencadenar una insurrección armada, sin preparación previa ni plan alguno. Esta táctica, o más bien la ausencia de una táctica y estrategia para la toma del poder, ponía a los trabajadores a merced de las provocaciones de la burguesía.
En el otro extremo de la dirección anarcosindicalista, los dirigentes encabezados por Salvador Seguí veían con recelos dicha táctica, al poner en riesgo el que consideraban que era el objetivo principal: consolidar a la CNT como la principal organización de lucha económica de los trabajadores, apartando del orden del día la cuestión del poder y la revolución.
Ambas tendencias compartían los esquemas ideológicos “antipolíticos” del anarquismo, renunciando de antemano a la toma del poder por los trabajadores, a la par que idealizaban la huelga como el instrumento que, por sí mismo, conduciría al cambio de régimen. En lugar de ver las luchas económicas de los trabajadores como una vía para elevar el grado de organización y conciencia revolucionaria y engarzarlo con la lucha por el poder político y el establecimiento de una genuina democracia obrera, las concebían como un estorbo para la lucha general contra el sistema, o por el contrario, como el único objetivo del movimiento, limitando así su acción y perspectiva de lucha.

La represión contra el movimiento cenetista

Tras la victoria de la huelga de La Canadiense, la clase dominante pasó al contraataque. La burguesía organizó un paro patronal de noviembre de 1919 a enero de 1920, despidió a los líderes sindicales y con las listas negras les impidió volver a trabajar. La CNT respondió a estas provocaciones con nuevos llamamientos a la huelga, a lo que la burguesía respondía con más represión policial y militar, encarcelando a miles de obreros cenetistas (solo en 1921 se cuentan en tres mil los detenidos de la CNT) reduciendo así los efectivos de la vanguardia proletaria.
Los llamados Sindicatos Libres, formados de esquiroles y matones, y el Somatén, pistoleros armados y financiados por la burguesía y por el aparato del Estado, asesinaban impunemente a los dirigentes obreros. La burguesía catalana mostraba nuevamente donde se encuentran sus verdaderos intereses: en la defensa de la propiedad. Los mismos que poco tiempo atrás entonaban cantos de sirena sobre la Asamblea de Parlamentarios y lideraban el movimiento autonomista catalán, ahora organizaban el Somatén para asesinar a sindicalistas, entre los cuales se encontraría Salvador Seguí, asesinado en 1923.
La alianza de gobierno y patronal, policía, ejército y somatenes resultó una fuerza muy poderosa. Las huelgas seguían sucediéndose, pero la mayoría acababan en derrota y más represión. Esta dinámica se cierra en septiembre de 1923 con el golpe de Estado de Primo de Rivera, organizado con la complicidad del rey y de la burguesía. Se cierra así un capítulo de la lucha proletaria lleno de lecciones, que bien puede ser entendido como un ensayo general de la revolución y la contrarrevolución que tuvo lugar durante la II República.

* Las Juntas Militares eran agrupaciones de oficiales formadas en 1916 al calor del descontento con la política de ascensos dentro del Eejército, la supuesta falta de recursos para la guerra en Marruecos y, sobre todo, contra lo que la oficialidad consideraba como falta de mano dura contra los estallidos obreros. Este intento de los dirigentes reformistas de ganar a la oficialidad del ejército, en lugar de hacer propaganda revolucionaria entre los soldados rasos para recabar su apoyo o al menos su neutralidad con la lucha obrera, y así romper el ejército en líneas de clase, fracasó estrepitosamente debido a los profundos lazos del alto mando militar con el Rey y la oligarquía.

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