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El Mayo francés representó una demostración de la poderosa fuerza revolucionaria que tiene la clase obrera, que puesta en marcha es capaz de cuestionar el control de la burguesía en un país capitalista desarrollado. Esta idea fundamental quedó de manifiesto el 31 de diciembre de 1968 cuando el general De Gaulle concluía su mensaje de fin de año con un deseo: “Enterremos finalmente a los diablos que nos han atormentado durante el año que se acaba”.

Mayo de 1968 constituye una página amarga de la historia que la burguesía quiere borrar y no han faltado estómagos agradecidos dispuestos a hacer el trabajo sucio. Amando de Miguel, afamado sociólogo y muy querido en los medios de comunicación burgueses,  explicó en uno de sus análisis sociológicos: “Si esta fecha simbólica no hubiera sido más que la incruenta rebelión de los estudiantes parisinos de Mayo de 1968, no merecería demasiada atención en la rememoranza de la reciente historia de las ideas y de los movimientos sociales ... los sucesos todos de 1968 tienen mucho de espectáculo, de representación de teatro en la calle”.
No se trata solamente de un espíritu de revancha que dura ya 30 años, sino de la actitud consciente de evitar que hoy, ningún joven o trabajador se pueda inspirar en esta experiencia revolucionaria para sacar conclusiones para el futuro. Porque ahora, aún más que en 1968, el capitalismo demuestra su bancarrota, su incapacidad para ofrecer una vida digna a la mayoría de la humanidad. No pretendemos desde estas páginas limitarnos a un estudio académico o a una descripción cronológica de los acontecimientos. Queremos aprender de la historia, porque no nos conformamos con ser meros espectadores, aspiramos a ser parte activa en la lucha de clases.
El boom de la posguerra, fundamentalmente en los países capitalistas desarrollados, afectó profundamente el panorama político, sobre todo a las direcciones de las organizaciones obreras, que quedaron deslumbradas por los “logros” de la economía de mercado. Con una media de crecimiento entre el 5 y 6% desde 1948 hasta finales de los 60, el capitalismo parecía haber superado sus contradicciones. El poderoso SPD alemán, por ejemplo, eliminó de su programa el socialismo. Parecía que en los países capitalistas del llamado primer mundo la lucha de clases había sido superada y la estabilidad política garantizada. Pero no era así. La clase obrera francesa se encargará de demostrar a aquellos que renunciaban ya a su capacidad revolucionaria cuan equivocados estaban.  
Un elemento central que marcará esta época influyendo decisivamente en la clase obrera europea y norteamericana, será la lucha de las masas de los países ex-coloniales por liberarse de la opresión imperialista. Cada manifestación, cada levantamiento popular, cada revolución en África, Asia y Latinoamérica, era una denuncia de la sobreexplotación salvaje a la que el imperialismo tenía sometida a la gran mayoría de la población de estos países. El triunfo de la revolución cubana en 1959 y en 1962 en Argelia, la resistencia heroica del pueblo vietnamita, despertará una ola de simpatía entre millones de jóvenes y trabajadores a escala internacional.

 

La lucha contra la opresión imperialista

 

En México, a pesar de una media de crecimiento de un 7% desde 1962 a 1968, las desigualdades sociales se profundizaron: el 3% de la población controlaba el 83% de las riquezas, 10 millones de mexicanos pasaban hambre. El malestar social estalló expresándose en primer lugar a través de los estudiantes, que rápidamente ganarán la simpatía de los trabajadores. El 13 y el 27 de agosto hubo dos manifestaciones de 150.000 y 500.000 personas respectivamente. El movimiento alcanzó un alto grado de organización como demuestra la constitución del Consejo Nacional de Huelga que coordinó la lucha estudiantil en todo el país. La respuesta del Estado fue salvaje. La burguesía mexicana y el imperialismo temían que la situación se les escapara de control, que la lucha avanzara más y más. El 2 de octubre las fuerzas especiales, bajo las órdenes del presidente Gustavo Díaz Ordaz, intervienen en el mitin de la Plaza de las Tres Culturas, asesinando a cientos de personas. Nunca se ha podido confirmar la cifra de víctimas de la Masacre de Tlatelolco, pero sí se sabe que el gobierno enterró secretamente centenares de cuerpos e hizo desaparecer decenas de cadáveres. Estima-ciones independientes han llegado a hablar de hasta 2.000 víctimas.
La impunidad y la hipocresía de la burguesía mexicana no parecía conocer límites. Pocos días después de la masacre se inauguraron en México los Juegos Olímpicos bajo el lema ‘Todo es posible en la paz’. Efectivamente, el imperialismo sólo tiene una forma de mantener su control, imponer la paz de los cementerios.
Dos años antes, entre finales de 1965 y principios de 1966, un millón de personas son asesinadas en Indonesia, país en el que el 5 de octubre de 1965 fue proclamado en el poder un Consejo Revolucionario y donde existía un poderoso Partido Comunista con 3 millones de afiliados.
Cuando en 1962 el imperialismo francés se retiró de Argelia tras ocho años de guerra, dejará a sus espaldas un auténtico baño de sangre: 8.000 aldeas destruidas y un millón de muertos.

La resistencia del pueblo vietnamita: una inspiración para la juventud y la clase obrera en occidente

La juventud, en primer lugar, y la clase obrera de los países desarrollados no asistieron a esta situación como meros espectadores. La impresionante resistencia del pueblo vietnamita a la intervención militar del imperialismo estadounidense captó su atención en todo el mundo. No era para menos. Un ejército de campesinos desharrapados hizo frente y derrotó al ejercito más poderoso del mundo. R. Francis Kennedy, dirigente destacado del Partido Demócrata, reconocería que “medio millón de soldados norteamericanos y 700.000 aliados sudvietnamitas, con el dominio total del aire, respaldados por enormes cantidades de material y por los más modernos recursos, son incapaces  de afianzar la seguridad, de al menos, una ciudad ante los asaltos del enemigo, cuyo potencial total es aproximadamente de 250.000 hombres”.
La fuerza del Vietcong no residió en su potencial militar, ni en la formación de su ejército, sino en la decisión de lucha de los campesinos pobres a los que el capitalismo no tenía nada que ofrecer salvo miseria y humillación. Lo que iba a ser una desmostración de fuerza y dominio del mundo por parte del poderoso imperialismo estadounidense, se convirtió en uno de los ejemplos históricos más impresionantes de la capacidad de resistencia de un pueblo pobre y oprimido. Si bien en 1975 el imperialismo tuvo que reconocer su derrota y retirarse definitivamente, hizo pagar muy cara al pueblo vietnamita su “osadía”, dejando atrás más de dos millones de muertos, siete millones de mutilados, el 70% de las poblaciones destruidas e inutilizadas 10 millones de hectáreas de tierra. Aún hoy, como producto de la utilización de las armas químicas por parte del ejército USA, se producen todo tipo de malformaciones en recién nacidos y enormes áreas de tierra siguen siendo incultivables. Es verdaderamente repugnante e hipócrita, que hoy, en 1998, el imperialismo USA con el apoyo de varios gobiernos europeos, quiera utilizar el pretexto de la existencia de armas químicas en Irak para volver a masacrar al pueblo iraquí.
Estados Unidos, corazón y guardafronteras del capitalismo, se vio sacudido por un movimiento gigantesco de la juventud que rechazó la masacre de Vietnam. El movimiento iniciado en 1965 alcanzó una de sus mayores demostraciones de fuerza en 1968, año en el que los jóvenes reclutas se vieron arropados por el suficiente apoyo social como para desertar en masa. Ese año se contabilizaron 2.572 soldados  prófugos acusados, casi 5.000 en fase de instrucción de acusación y 200.000 ausentes sin permiso oficial. Aunque a muchos les pese, en los países capitalistas desarrollados, donde la clase obrera y la juventud fueron acusadas por sociólogos y analistas de todo tipo de ser tolerante con el sistema, de haber perdido sus señas de identidad como clase beligerante contra la burguesía debido a un supuesto aburguesamiento, la lucha de clases seguía existiendo.
En Italia se produjeron ocupaciones universitarias en 1968. Pero no fue sólo la juventud estudiantil la que se movilizó; el movimiento obrero protagonizó una extensa oleada de huelgas que se reflejó en las elecciones de mayo de 1968 cuando el Partido Comunista Italiano junto con el Partido Socialista de Unidad Proletaria, ambos con discursos muy radicalizados, experimentaron un enorme aumento en sus votos. En 1969, cuando las aspiraciones de cambio de millones de jóvenes y trabajadores se vieron frustradas por sus dirigentes, éstos protagonizaron el bautizado Otoño Caliente, debido a la intensidad de las huelgas obreras y las numerosas ocupaciones de fábrica.
La lucha obrera parecía no conocer fronteras. Los países del llamado ‘socialismo real’, en realidad Estados obreros burocratizados, también se vieron afectados. Una lucha impresionante fue la denominada Primavera de Praga, cuando la clase obrera checoslovaca intentando establecer un auténtico régimen de democracia obrera, demostrando que la alternativa al asfixiante régimen burocrático no tenía por qué ser el capitalismo, sino el socialismo basado en la participación activa de los trabajadores en la gestión de la sociedad. La revolución política de los obreros y la juventud checa fue aplastada por la intervención militar soviética. La burocracia de Moscú no sólo temía el triunfo de la revolución política en Checoslovaquia, sino los efectos que podía tener en el resto de los llamados países del Este.  
Hubo también movilizaciones estudiantiles masivas en Río de Janeiro, Buenos Aires, Montevideo, etc... En el Estado español, a pesar de la represión, el 1º de Mayo de 1968 también estuvo marcado por la movilización, con paros, huelgas, concentraciones y manifestaciones; en Madrid y otras ciudades las universidades fueron cerradas. Aún así, la dictadura franquista no pudo impedir que circularan de forma clandestina documentos, panfletos y carteles del Mayo del 68 francés.

 

Revolución en Francia

 

De alguna forma se ha devaluado la palabra revolución, bien por aquellos que ya la dan por imposible y se consideran realistas, bien por otros que ven auges revolucionarios allí donde miran. En Francia al iniciarse el año 1968 se cumplieron diez años de régimen gaullista y las organizaciones de la izquierda y los sindicatos no tenían entre sus perspectivas inmediatas movilizaciones generalizadas, ni mucho menos la posibilidad de una revolución. La burguesía, también deslumbrada por el auge económico de la postguerra, se hallaba enormemente confiada. Norman Macrae, el mismo mes de mayo de 1968, declaró lo siguiente en The Economist: “...la gran ventaja de Francia sobre su vecino al otro lado del Canal: sus sindicatos son patéticamente débiles”.
Los momentos revolucionarios son excepcionales. En la mayor parte de su existencia la clase, si bien lucha por mejorar sus condiciones de vida, no se cuestiona el sistema en su conjunto. Sin embargo a pesar de la apariencia de tranquilidad o conformismo con el orden de las cosas, los trabajadores y la juventud acumulan experiencia y elaboran sus propias conclusiones. Tanto entre los analistas de la burguesía, como entre sectores de activistas del movimiento obrero, hay cierta tendencia, aunque por razones diferentes, a identificar mecánicamente la actitud de los dirigentes obreros con el estado de ánimo y el ambiente entre la clase obrera. El que los trabajadores no respondan de inmediato a un ataque, o que permitan que sus representantes pacten con la burguesía acuerdos desfavorables a sus intereses sin una reacción inmediata, no significa satisfacción ni aprobación. El que no se afilien masivamente a sus organizaciones debido al desencanto que produce esta política por parte de sus dirigentes, tampoco significa que halla abandonado la idea de la lucha. Llegada la hora se pondrá en marcha, sin poder esperar a que sus organizaciones estén en condiciones de afrontar la toma del poder o pararse a considerar si sus dirigentes defienden el programa adecuado.

 

La  juventud es la primera en salir a la calle

 

Como en otras experiencias revolucionarias fue la juventud la que reflejó de forma más rápida las contradicciones  de la sociedad francesa. El 22 de marzo se inician en la universidad de Nanterre las primeras protestas a raíz de la detención de varios estudiantes miembros de un comité de solidaridad con Vietnam, acusados de atentados con explosivos. En respuesta, los estudiantes ocupan la universidad. Pero el gobierno francés respondió con más represión: el 2 de mayo la policía interviene para impedir una manifestación de apoyo al movimiento contra la intervención imperialista en Vietnam, el 3 de mayo la policía vuelve a intervenir, esta vez para impedir una asamblea de apoyo a Nanterre en La Sorbona y el 4 de mayo las universidades de Nanterre y La Sorbona son cerradas.
La represión despierta la solidaridad, el movimiento se extiende a toda velocidad, los estudiantes de bachillerato se suman a la movilización. El Barrio Latino se llena de barricadas, los enfrentamientos con la policía en la noche del 3 al 4 de mayo se saldan con un gran número de heridos y detenidos. La clase obrera ve con enorme simpatía el movimiento estudiantil, conectando con el sentimiento de  rebelión de la juventud y no permanece impasible ante la brutalidad policial. Esa misma noche los vecinos del Barrio Latino ofrecieron refugio en sus casas a los estudiantes y gritan indignados a la policía, arrojándoles toda clase de objetos por las ventanas. Todo el malestar acumulado bajo la superficie se empieza a expresar.
A la cabeza del movimiento no se encontraba la tradicional UNEF (Unión Nacional de Estudiantes de Francia), que desde hace ya tiempo mantiene una actitud conservadora y un funcionamiento burocrático. Con el desarrollo de la lucha surgen nuevas organizaciones como el Movimiento Veintidós de Marzo. Uno de sus máximos dirigentes fue Daniel Cohn-Bendit, estudiante de sociología, que se define “visceralmente anticapitalista, antiautoritario y anticomunista”, anarquista. Su discurso estaba cargado de una severa crítica a las organizaciones obreras, por su conformismo con el sistema. Cohn-Bendit como otros líderes del movimiento mantuvieron su rechazo a la política del PCF y a los sindicatos mayoritarios. Sin embargo se trataba de una crítica que olvidaba el papel decisivo de la clase obrera en la lucha por el derrocamiento del capitalismo y que no diferenciaba entre las aspiraciones revolucionarias de la base de las organizaciones de masas de la izquierda francesa y sus direcciones reformistas. La confusión ideológica de algunos dirigentes estudiantiles se puede resumir en las palabras pronunciadas por Daniel Cohn-Bendit: “no hay ninguna diferencia esencial entre el Este y el Oeste ... la revolución de octubre fue una revolución burguesa sin burguesía”. Lenin explicó hace mucho tiempo cómo el ultraizquierdismo, el sectarismo, es el precio que hay que pagar por las capitulaciones del reformismo.

 

El PCF se enfrenta al movimiento estudiantil

 

Aunque parezca sorprendente, la dirección del Partido Comunista Francés (PCF), denunció a los estudiantes. El día 3 de mayo el ejecutivo del PCF publicó una declaración de condena contra la actuación de izquierdistas que utilizaban como pretexto las carencias gubernamentales y especulando con el descontento de los estudiantes intentan bloquear el funcionamiento de las facultades e impedir a la mayoría de los alumnos trabajar y pasar sus exámenes. En L’Humanite, periódico diario del PCF, se podía leer que se trataba de “falsos revolucionarios que es necesario desenmascarar”.
Es cierto que la dirección del movimiento estudiantil reflejaba prejuicios pequeño burgueses, y que su máximo líder atacaba al PCF. Pero no era tan difícil ver  que detrás de las críticas de Daniel Cohn-Bendit y otros dirigentes estudiantiles, se estaba expresando el sentimiento de rechazo de un sector importante de la juventud a la política reformista y al carácter autoritario de los regímenes estalinistas y no desde un punto de vista procapitalista. Hablamos de jóvenes que participan en manifestaciones contra las agresiones imperialistas en Vietnam, en Argelia; que se identifican con el Che, a quién ven como un revolucionario íntegro y honesto, como un ejemplo a seguir. Rechazaban el capitalismo, pero la nueva sociedad a la que aspiraban no tenía nada que ver con los regímenes burocráticos del Este. ¿Cómo debía acercarse el partido a esta situación?
En primer lugar, frente a la represión del Estado burgués, el PCF debía colocarse junto a los estudiantes. En segundo lugar se trataba de comprender qué estaba poniendo de manifiesto un movimiento que puso en pie de guerra a la juventud. Esta forma de aproximarse era el único método para elaborar las consignas y el programa necesario para llevar la lucha hacia adelante, para elevar su nivel de conciencia y superar sus prejuicios ofreciendo una perspectiva socialista. Se trataba a fin de cuentas de ganar una autoridad ante el movimiento demostrando el carácter revolucionario del partido. Pero el PCF, como se demostró a lo largo de todo el proceso, no tenía ese carácter. Esto, sumado a la incapacidad de la dirección de dar una respuesta satisfactoria a quienes criticaban de una forma honrada el régimen burocrático de la URSS,  dió como resultado una actitud sectaria y de desprecio hacia el movimiento de la juventud.
No olvidemos que, paralelamente, de enero a agosto de ese mismo año se desarrolló la Primavera de Praga y Waldeck Rochet, secretario general del PCF, justificó la brutal intervención militar soviética para aplastar el movimiento de los trabajadores y jóvenes checoslovacos.

 

La movilización se extiende a toda la sociedad

 

El 4 de mayo el sindicato estudiantil UNEF se vió obligado a reaccionar, y junto con el sindicato de profesores SNEP-Sup convocan una huelga indefinida hasta la liberación de todos los detenidos. La represión fue en aumento: el 6 de mayo se cierran todas las facultades de París y, en las manifestaciones atacadas por los CRS (cuerpos especiales), 739 manifestantes son hospitalizados. El movimiento continuaba en alza, y la represión lejos de hacerlo retroceder provoca mayor indignación y decisión en la lucha. Continúan las manifestaciones y barricadas, cada vez más masivas.
El 11 de mayo el primer ministro, George Pompidou, de vuelta de su viaje por Asia, reabre la Sorbona intentando dar una imagen de diálogo y vuelta a la normalidad. Pero el movimiento, correctamente, interpreta esta concesión como un síntoma de debilidad por parte del gobierno y la lucha sigue en ascenso. A pesar de ello, ninguno de los grandes sindicatos, Force Ouvrière (fundada en 1947 como una escisión de la CGT para contrarrestar la influencia del PCF entre la clase obrera), CFDT (socialcristiano), CGT (vinculado al PCF) y el cristiano CFTC, están por la labor de vincular el movimiento estudiantil con la clase obrera. Nuevamente en las páginas de L’Humanité se insiste que la actuación de un sindicato es fundamentalmente reivindicativa, nunca aventurera. En sus memorias, Daniel Cohn-Bendit recuerda: “La CGT tenía miedo __había previsto una manifestación para el 14__ porque el 13 de mayo era el décimo aniversario de la subida al poder de De Gaulle: ¡era el desafío! No podías hacer una manifestación por la seguridad social, nadie se lo creería”.
Con todo, la presión del movimiento era demasiado fuerte y consiguió imponer una convocatoria conjunta para el 13 de mayo de la CGT, la CFDT y los estudiantes. Nuevamente el movimiento tiene razón, la convocatoria es un rotundo éxito con una asistencia de medio millón de personas. El gobierno vuelve a retroceder y libera a los detenidos. De Gaulle, intentando aparentar calma, mantiene su agenda y sale de viaje a Rumania. Pero los gestos ya no cuentan, el movimiento tiene su propia dinámica, y entra en una etapa de ascenso. En estos momentos, cuando la clase se siente fuerte, la capacidad de extraer conclusiones, de aprender, es enorme; los procesos se desarrollan mucho más rápido que en períodos de calma. Una de las lecciones más importantes de la experiencia del Mayo del 68 fue que la clase obrera supo hacer una revolución, a pesar de no ser convocada por sus organizaciones, a pesar de no encontrar una dirección firme y decidida. Su instinto de clase fue guía suficiente para poner en tela de juicio el control de la burguesía. La decisión que demostraron los estudiantes tampoco respondía a que tuvieran una situación mejor en sus direcciones. Daniel Cohn-Bendit comenta: “No teníamos un objetivo político inmediato ... no existía organización: ni siquiera el Veintidós de Marzo era capaz de asumir la situación como organización”.
La revuelta estudiantil era la antesala de la revolución

El movimiento de los estudiantes no tardó en contagiar a los trabajadores. En la huelga de la fábrica Sud-Aviation de Nantes, huelga que se inició con reivindicaciones que se pueden considerar meramente económicas, como el mantenimiento del salario, reducción de jornada;  los trabajadores, sin ninguna directriz de los partidos o los sindicatos, ocuparon la fábrica y retuvieron al director y sus colaboradores. En la fábrica Renault-Billancourt de París confluye una manifestación estudiantil con los obreros, que unidos y puño en alto cantan la Internacional. No se trata de ejemplos aislados; con el paso de los días, de las horas, las huelgas se extenderán a todo el país. El 19 de mayo se contabilizaban dos millones de huelguistas, el 20 de mayo cinco millones, el 21 de mayo ocho, y por fin el 28 de mayo son ya 10 millones de trabajadores en huelga. Las grandes empresas están a la cabeza, Renault, Michelín, Peugeot, Citroën, las minas, los puertos, el sector del automóvil, los astilleros, el metro, el gas, la electricidad, ningún sector de la producción se salva del avance de la lucha. Millones de trabajadores ocupan las fábricas, instintivamente, hacen temblar uno de los pilares básicos del sistema capitalista: la sacrosanta propiedad privada, o lo que es lo mismo, el control por parte de la burguesía de los medios de producción. Los trabajadores se sienten dueños de las fábricas.
En varias ciudades surgen comités de barrio para organizar la lucha. En Nantes la organización de los huelguistas llegó más lejos que en ninguna otra parte. Los comités de barrio se constituyen en Comité Central de Huelga de toda la ciudad apoyado por los sindicatos obreros, de campesinos y estudiantiles. Rápidamente este comité toma en sus manos la dirección de la ciudad. Consciente del papel que asume, se instala el 27 de mayo como nueva autoridad municipal en el Ayuntamiento. Sus tareas serán el control de la actividad económica, emitiendo bonos equivalentes a una cantidad de alimentos para utilizar en las tiendas, en las gasolineras sólo se distribuirá combustible a quienes presenten una autorización del Comité Central de Huelga, organiza el transporte y la actividad docente, creando guarderías donde los trabajadores en huelga pueden dejar a sus hijos mientras participan en la lucha. La experiencia de Nantes es especialmente importante, ya que demostró hasta donde podía llegar el movimiento, hasta donde podía llegar la clase obrera; capaz de asumir el control, poniendo al servicio de la mayoría el transporte, los alimentos, la enseñanza, etc.. Junto con la toma de fábricas, este es uno de los aspectos centrales del proceso revolucionario, cuando los trabajadores de-muestran que la burguesía, sus instituciones y su Estado ya no son necesarios para hacer funcionar la sociedad. Podemos ver en este Comité Central de Huelga un embrión de los soviets de la Rusia revolucionaria de 1917.
De su propia experiencia la clase obrera rusa sacó la conclusión de la necesidad de crear sus propios órganos de poder independientes. Cuando los bolcheviques pudieron llevar a la práctica en octubre del 1917, la consigna de todo el poder a los soviets, el derrocamiento del capitalismo en Rusia fue una realidad. A través de los soviets de obreros, soldados y campesinos existentes en toda Rusia, la clase obrera se organizó para asumir la tarea de dirigir la sociedad. Esta fue la base sobre la que los bolcheviques, con Lenin y Trotski a la cabeza, iniciaron por primera vez en la historia la construcción de una sociedad socialista. ¿Hasta dónde hubiera llegado el proceso de haber existido una dirección revolucionaria que hubiera propuesto extender la experiencia de Nantes a todo el país? Con un proletariado mucho más fuerte que el de Rusia de 1917, mucho más instruido, la derrota de la burguesía francesa hubiera sido una tarea más sencilla que entonces.

 

Las capas medias son atraídas a la lucha

 

La fortaleza y la decisión del movimiento irradia tal fuerza que otros sectores sociales como las capas medias y la pequeña burguesía, que en otras etapas han sido base de la reacción, se sienten atraídos y dispuestos a luchar junto con la clase obrera. Los campesinos organizan manifestaciones de protesta contra la política agrícola gubernamental. Los intelectuales y artistas participan activamente en el movimiento: a mediados de mayo los actores habían ocupado el teatro del Odeón, el festival de cine de Cannes se interrumpió y cinco premios Nobel franceses, expresaron su apoyo a los estudiantes.
Buena prueba del ambiente social explosivo que vive Francia será el fracaso estrepitoso del intento de reagrupamiento de fuerzas por parte de la reacción. Con la llegada de De Gualle  el 18 de mayo a Francia, los llamados comités por la defensa de la República convocan una manifestación. Sólo acudieron 2.000 personas. Es inútil, las capas medias, la pequeña burguesía,  participan en la movilización, pero al otro lado de las barricadas.
 Los medios de comunicación también fallan. Los trabajadores de artes gráficas, también en huelga, hacen una aportación enormemente valiosa: a través de sus comités censuran las mentiras de las editoriales de la prensa burguesa. Uno de los dirigentes estudiantiles recuerda su paso por un debate televisivo: “Llegamos a la televisión ... percibimos enseguida la simpatía de los técnicos, de todo el mundo”. En Mundo Obrero, órgano del PCE, se podía leer en junio de 1968: “Es significativa la novedad de la hermosa huelga que estos últimos sostienen, no sólo por mejoras económicas, sino, sobretodo, por un estatuto que permita lograr que esos medios masivos de información dejen de ser un omnímodo monopolio del Gobierno, una mayor independencia y objetividad de la información y también que, al menos una parte de las emisiones y espectáculos de Radio y Televisión, hoy concebidos para adormecer a las masas, reflejen problemas del pueblo y respondan a sus necesidades culturales”.
La policía tampoco vive en una burbuja al margen de la sociedad. Sectores importantes son permeables a la lucha; ellos también son asalariados y con las calles llenas de manifestantes empiezan a surgir las simpatías por el movimiento entre sus filas. The Times, en su editorial del 31 de mayo de ese año, advierte que la policía francesa está “hirviendo de descontento”. No era para menos, el sindicato de la policía advierte al Gobierno que “los oficiales de policía apreciamos las razones que inspiran a los huelguistas en demanda de aumentos salariales, y deploramos el hecho que nosotros no podamos participar, debido a la ley, de una manera similar en semejante movimiento obrero … Las autoridades públicas no deberían utilizar sistemáticamente a la policía contra las actuales luchas obreras”. Es una verdadera pesadilla para la burguesía, la clase obrera está por todas partes. Todos los instrumentos en los que se apoya la clase dominante, indispensables para su dominio  ideológico y físico, como las fuerzas represivas, se le escapan de las manos. La enorme maquinaria del Estado burgués, que en tiempos “normales” aparece como omnipotente e invulnerable, sufre grandes fisuras enfrentada al movimiento de los trabajadores.

Los dirigentes obreros renuncian a la toma del poder

En pocas semanas se produjo un cambio decisivo de la situación; no se trataba de una mera revuelta estudiantil, ni de jóvenes “buscando la playa bajo los adoquines”.  Es la clase obrera en pie de guerra, el sector productivo de la sociedad, sin cuyo consentimiento ni una fábrica funciona, ni los trenes, ni el metro, ni los autobuses, ni la gasolina se distribuye, ni hay pan, ni se publican periódicos; sin el consentimiento de la clase obrera el sistema no funciona, y ahora, la clase obrera francesa comprobaba su propia fuerza en la práctica.
La burguesía sentía que la situación se le había escapado de las manos. La represión no conseguía  atemorizar a los huelguistas y las concesiones los animaban aún más; las bases tradicionales de la reacción no respondían, los medios de comunicación, un arma tan útil en tiempos “normales”, estaban fuera de control. La clase dirigente se encontraba sumida en una profunda desmoralización. Años después el embajador estadounidense en París recordará cómo De Gaulle le confesó pocos días después de volver de Rumania: “Se acabó el juego. En pocos días, los comunistas estarán en el poder”. ¿En aquellas circunstancias, qué podía hacer la clase dominante? Sólo tenían una posibilidad: recurrir a los dirigentes reformistas y estalinistas, para intentar salvar al capitalismo.
El 25 de mayo se iniciaron las negociaciones entre gobierno, patronal y sindicatos; y el 27 se llegó a un pacto que recibirá el nombre de Acuerdos de Grenelle. ¿Cómo es posible que mientras la clase obrera hace la revolución, los dirigentes se reúnan con la burguesía para ver cómo pueden salvar el capitalismo? El propio PCF reconoció que “el movimiento se orientaba hacia transformaciones del mundo en que vivimos más profundas y más decisivas”. Pero como Lenin explica en su gran obra El Estado y la Revolución: “Quien reconoce solamente la lucha de clases no es aún marxista, puede mantenerse todavía dentro del marco del pensamiento burgués y la política burguesa ... marxista sólo es el que hace extensivo el reconocimiento de la lucha de clases al reconocimiento de la dictadura del proletariado”. La lucha de clases es una realidad que nadie podía negar en 1968 en Francia, pero reconocer la realidad no es suficiente, un auténtico partido revolucionario tiene que estar preparado para intervenir en la lucha y hacer posible la victoria de la clase obrera. Los dirigentes del PCF carecían de un programa revolucionario porque hacía tiempo que habían renunciado a basarse en la capacidad de la clase obrera para acabar con el capitalismo y construir una nueva sociedad. En medio de esta situación François Mitterrand, dirigente de la Federación de Izquierdas dentro de la que también participaba el PCF, reprochará al primer ministro Pompidou: “¿Qué ha hecho usted con el Estado?”. La sola idea de que se pusiera en tela de juicio el Estado burgués causa indignación a Miterrand, en cuya forma de entender el mundo, cuestionar el control de la burguesía es casi una blasfemia. Lo cierto es que si Pompidou le hubiera podido responder sinceramente seguramente le hubiera explicado que hacía todo lo que podía, pero la clase obrera no quería ser “razonable”.

 

¿Era posible la toma del poder?

 

Con respecto a la dirección del PCF, sus dirigentes declaran una y otra vez su voluntad de favorecer “...el desarrollo del movimiento de las masas, en la lucha por el advenimiento de un gobierno antimonopolista, susceptible de abrir la vía al socialismo”. Pero llegado el momento de la verdad, la hora de la toma del poder, donde la victoria o la derrota de la revolución depende enteramente de la política del partido, surgieron todo tipo de justificaciones para renunciar a una política revolucionaria. Finalmente la dirección del PCF volvió a hacer recaer la responsabilidad sobre los hombros del movimiento al que acusa de no estar lo suficientemente maduro para afrontar esta tarea. Waldeck Rochet, a quien más arriba hacíamos referencia declaró: “...la correlación de fuerzas no permitía a la clase obrera y a sus aliados tomar el poder político en mayo, como pretenden ciertos grupos izquierdistas irresponsables”. Y también: “Sin embargo, y esta es otra lección esencial, lo que ha faltado... la existencia  de una verdadera alianza entre la clase obrera, las capas sociales progresistas y antimonopolistas de las ciudades y las aldeas”. Todas las declaraciones de Rochet contradicen el curso auténtico de los acontecimientos. ¿Acaso la clase obrera francesa no tenía la suficiente fuerza para transformar la sociedad? Francamente, si Lenin, si el partido bolchevique, hubiera aplicado la misma política que la dirección del PCF, Octubre de 1917 nunca hubiera existido, se habría detenido en febrero de 1917.
En la Rusia zarista, escenario de la revolución soviética, la clase obrera era una pequeña minoría dentro de la sociedad, apenas diez millones de obreros en un país con 150 millones de habitantes. Una economía enormemente atrasada, con 80 millones de campesinos sin tierra, con elementos de feudalismo en el campo y un enorme atraso cultural. No hace falta mucho esfuerzo para ver las enormes diferencias entre las dos situaciones revolucionarias, en mayo del 68 la clase obrera era mil veces más fuerte que el joven proletariado ruso de 1917 y la economía estaba mucho más desarrollada. El único elemento comparativamente desfavorable para la clase obrera francesa era la falta de una dirección revolucionaria. De la valoración de W. Rochet se desprende que parte de la supuesta debilidad de la clase obrera venía determinada por no haber ganado el apoyo de otros sectores sociales como el campesinado, los pequeños propietarios o los trabajadores de “cuello blanco”. Pero los propios acontecimientos niegan este análisis. Los campesinos convocaron movilizaciones al calor de lucha obrera, incluso se dieron experiencias de confraternización donde los campesinos distribuían comida gratis entre los piquetes de huelguistas mientras cortaban las carreteras. Los trabajadores de la banca, de la administración, profesores, catedráticos, científicos, futbolistas y artistas se sumaron al movimiento. Estos sectores de la sociedad también sufrían las contradicciones del sistema, eran sensibles a sus injusticias; y en un momento de auge revolucionario la clase obrera podía ganar su apoyo. Anteriormente hacíamos referencia al fracaso de la manifestación reaccionaria de los ‘comités por la defensa de la república’ el 18 de mayo.  Ahora bien, este apoyo de las capas medias a la clase obrera, no es estable ni incondicional; si no ve una decisión clara de llegar hasta el final, la reacción puede volver a ganarlos.
También es posible que W. Rochet quisiera basarse en la actitud de otras fuerzas políticas de la izquierda, que no estaban dispuestas en absoluto a la transformación social. Nuevamente podemos recurrir a la experiencia de la Revolución Rusa, donde los bolcheviques no sólo no eran la única fuerza política, sino que en el inicio del proceso era la más débil númericamente. Los mencheviques y socialrevolucionarios eran mayoritarios en los soviets y tenían fuerza e influencia real entre la clase obrera y el campesinado pobre; participaban en el gobierno provisional con los representantes de la burguesía e intentaban apuntalar el orden burgués. Pero la firmeza en las ideas, en el programa, unida a la explicación paciente basada en la confianza de que la clase obrera a través de su experiencia comprobaría los límites de la política de colaboración de clases; permitió a los bolcheviques convertirse en el partido mayoritario.
Los bolcheviques comprendieron que la única forma de hacer realidad las aspiraciones de los trabajadores y los campesinos pobres era la toma del poder, asumir el control de la banca, la industria y la tierra. La burguesía nunca renunciaría voluntariamente a la fuente de sus beneficios para atender las demandas de la clase obrera. Sin embargo el PCF no tenía el lenguaje claro y decidido de los bolcheviques; por el contrario su discurso no cuestionaba la propiedad privada de los medios de producción ni la economía de mercado y el socialismo formaba parte de  un futuro indefinido en el tiempo.
La falta de una dirección revolucionaria permitió a la burguesía recuperar el control

Con los acuerdos de Grenelle la burguesía concedió reivindicaciones que habían sido rechazadas durante años, con la esperanza de enfriar los ánimos: subidas salariales (en el sector ferroviario del 13,5 al 16%  de aumento, transporte urbano 12%, gas y electricidad del 12 al 20%, mineros del 12,2 al 14,5%, metalurgia del 10 al 12%, funcionarios del 13 al 20%, etc..), rebaja de la jornada laboral semanal en una hora, aumento de los días de vacaciones pagadas de 25 a 26, etc..  A pesar de la aceptación de estas concesiones por parte de sus dirigentes, la clase obrera no abandonaría fácilmente las posiciones que había conquistado, porque el movimiento se sentía con fuerzas para conseguir algo mejor.
El acuerdo fue ampliamente rechazado por la base de los sindicatos. Las expresiones “poder obrero” y “gobierno popular”, empezaron a pronunciarse en las asambleas y las manifestaciones, la situación estaba madura para extender la experiencia de Nantes por todo el país. Un partido con un programa auténticamente revolucionario hubiera conectado con el sentimiento de transformación al que aspiraban las masas, proponiendo la creación y extensión de comités de huelga locales y regionales, centralizados en uno estatal e integrados por representantes democráticamente elegidos en cada centro de trabajo, en cada barrio, universidad, instituto y pueblo.  Estos comités se encargarían de orientar políticamente la lucha, de organizarla, de extenderla, de editar propaganda, de las reivindicaciones, de discutir cada uno de los pasos a dar en cada momento, y de definir una estrategia decidida hacia la transformación socialista de la sociedad, garantizando que las decisiones se tomaran de forma democrática después de un debate donde todos pueden participar.
Una de sus primeras medidas debería ser la introducción de la reducción de la jornada laboral, para garantizar a los trabajadores el tiempo necesario para su participación activa en el movimiento. Inmediatamente los nuevos órganos de poder obrero deberían establecer un plan de producción para cubrir todas las necesidades sociales: viviendas, escuelas, universidades, hospitales, centros culturales, polideportivos, etc.; exigirían mejoras salariales, poniendo en práctica la participación activa de la clase obrera en la gestión de la economía, en la política, en todas las decisiones: la sociedad  gestionada por y en beneficio de la mayoría. Si la minoría de privilegiados que controla los monopolios, los bancos, los medios de producción se hubieran negado a asumir este plan, serían expropiados; la clase obrera demostraba tener la fuerza suficiente para llevar a cabo esta tarea. Los pequeños comerciantes y propietarios serían respetados; voluntariamente y a través de su experiencia podrían comprobar el avance del nuevo régimen. ¿Cómo hubieran recibido la experiencia de sus compañeros franceses los obreros y jóvenes portugueses y españoles bajo horribles dictaduras? Con entusiasmo. Las llamadas a la solidaridad hubieran tenido un eco extraordinario, no olvidemos que pocos años después asistiremos a la Revolución de los Claveles en Portugal y a movilizaciones masivas en el Estado español. La revolución no se habría detenido en las fronteras de Francia.
La capacidad revolucionaria de la clase obrera no es suficiente para transformar la sociedad. El factor subjetivo, la existencia de un partido revolucionario de masas es indispensable para la victoria. Cuando la revolución empieza, la contrarrevolución levanta la cabeza. La burguesía no renunciará voluntariamente a la sociedad que le garantiza sus privilegios. La actitud “razonable” de los dirigentes obreros supuso un respiro para la clase dominante, pero el rechazo masivo al acuerdo siguió manteniendo la situación en la cuerda floja.
De Gaulle, mucho más consecuente con la defensa de los intereses de su clase, viajó a Alemania el 29 de mayo, para entrevistarse con el comandante en jefe de las fuerzas francesas estacionadas en Alemania general Charle Massu, responsable de la represión sangrienta del imperialismo francés en Argelia, para sondear la posibilidad de una intervención armada. La burguesía no estaba segura de que una intervención militar no se resolvería en su contra, puesto que no olvidaban los efectos que la lucha había tenido en la policía. No en vano Mitterrand afirmó que “desde el 3 de marzo no hay Estado”. Pero a pesar de que todas las condiciones eran enormemente favorables, la clase obrera se encontraba huérfana. Después de semanas de luchas y ocupaciones de fábricas la única orientación que recibía de sus direcciones eran llamamientos a la calma, al pacto, a conformarse con mejoras salariales. Y los días siguieron pasando y el cansancio empezó a pesar porque no había nuevos pasos adelante.
El día 28 el gobierno gaullista dimitió y se convocó un referéndum que De Gaulle convirtió en un auténtico plebiscito. El 29 se celebró una manifestación en París organizada por la CGT a la que acuden 500.000 personas, a pesar de sus dirigentes, el movimiento todavía demuestra tener una enorme fuerza. El 30 de mayo las tropas del general Massu iniciaron maniobras militares en la frontera. La contrarrevolución siente como va recuperando el terreno perdido y actúa de forma decidida. De Gaulle y la burguesía, afronta el referéndum en los siguientes términos: “El caos o yo”, hablando de la “amenaza de una dictadura totalitaria”. Frente a esta propaganda la respuesta del PCF sólo contribuyó a echar un nuevo jarro de agua fría sobre el movimiento. Lejos de rebatir políticamente los argumentos de la burguesía, intentó competir con ella en “responsabilidad” y “seriedad”; en su cartel electoral se podía leer: “Contra la anarquía: por la ley y el orden, votad comunista”.
Los trabajadores estaban definitivamente solos, mientras sus dirigentes apelaban a la ley y el orden, que bajo el capitalismo significa el respeto a la propiedad burguesa, a sus instituciones y la renuncia a cualquier cambio en profundidad. Para las capas medias, si la conclusión era que todas las movilizaciones de las últimas semanas sólo habían supuesto y sólo podían traer desorden y anarquía, si la elección es entre De Gaulle y el PCF para gestionar el capitalismo, no hay dudas de quién ofrecía más garantías. La contrarrevolución se sentía fuerte.
La situación había sufrido un cambio fundamental y las capas medias fueron atraídas por la política más decidida de la reacción. El 30 de mayo la derecha organizó una manifestación en la que participaron casi un millón de personas. Ahora sí, producto de la política derrotista de los dirigentes obreros, la situación era desfavorable para la clase obrera, los análisis acerca de la debilidad del movimiento que hacía pocos días no coincidían con la realidad empiezan a cuadrar. El 31 de mayo el PCF y la CGT firman un acuerdo, acompañado de la invitación de volver al trabajo, eso sí, con la garantía de que no habrá ninguna represalia. El 30 de junio las elecciones legislativas darán una mayoría aplastante al partido gaullista y sus aliados. Los dirigentes del PCF también encontrarán una explicación ajena a su responsabilidad: “No cabe duda que, explotando el miedo y recurriendo al chantaje de la guerra civil, el poder gaullista obtuvo un éxito electoral el 23 y 30 de junio pasados”.

 

Para la clase obrera la lucha no ha acabado

 

La burguesía tiene un especial interés, como parte de su campaña permanente de desprestigio de las ideas socialistas, en subrayar que Mayo del 68 fue un gran error, y como prueba de ello señalan como han acabado algunos de los dirigentes del movimiento. La verdad es que en algunas ocasiones se lo han puesto francamente fácil. En una de sus varias memorias publicadas analizando el período posterior a mayo del 68, Daniel Cohn-Bendit reconoce: “Todo este período fue a la vez un exilio y una vida parasitaria. Vivía a costa de las ideas que había representado y por las que había luchado”.
Pero la clase obrera no puede parasitar, tiene que ir a trabajar para conseguir el salario que necesita para vivir. Y a pesar de las derrotas no tendrá más remedio que volver a levantar la cabeza y salir a la lucha. No se trata de una idealización, de una mistificación de la clase obrera. Se trata de las condiciones en las que le toca vivir bajo este sistema. En 1969 De Gaulle dimitió producto del fracaso en un referéndum. En 1973 la coalición de izquierdas, aunque no ganó, conseguiría el 47% de los votos en las elecciones legislativas. En 1977 habrá dos huelgas generales contra la política antiinflacionista del Gobierno de la derecha. Desde 1981, elecciones en las que el PSF consiguió 15 millones de votos en la segunda vuelta, hasta 1993 tendremos un Gobierno de izquierdas con mayoría del PSF, a cuya cabeza estará Mitterrand, que respetando los márgenes establecidos por el capitalismo desarrollará una política de ataques a la clase obrera, similar a la del PSOE en el Estado español, desengañando a sus electores. De 1980 a 1996 la parte de los salarios en la riqueza producida de Francia pasó del 68,3% al 60%. La flexibilización del mercado laboral, iniciada por el gobierno del PSF y profundizada por la derecha, supone que actualmente en Francia de un una población activa de 25 millones de trabajadores, siete millones carezcan de empleo estable y, más de tres se encuentren en paro.
Tenemos derecho a preguntar a los Mitterrand, a Rochet, a Carrillo, a Felipe González, incluso a Antonio Gutiérrez y a Cándido Méndez; a los dirigentes obreros que no se cuestionan el capitalismo: ¿qué habéis conseguido?, ¿se acabaron las guerras, el paro, el hambre y la pobreza, la corrupción? Los sacrificios que nos habéis pedido a la clase obrera y la juventud, que están permitiendo obtener beneficios record a los empresarios, ¿se traducen en más empleo? Muy por el contrario asistimos a una política de desmantelamiento del Estado del bienestar en aquellos países en que existe. Todas y cada una de las burguesías nacionales intentan arrebatar al movimiento obrero conquistas históricas producto de décadas de lucha. Liberalización del mercado laboral, privatizaciones, etc.; hoy por hoy es incompatible con el capitalismo el pleno empleo, el mantenimiento de las pensiones o una sanidad y educación pública de calidad.

 

El gobierno de coalición PSF y PCF

 

Producto de su política antiobrera el PSF perdió el poder en 1993 y la derecha obtuvo mayoría absoluta con 487 escaños frente a 63 para el PSF y 26 para el PCF. Desde luego no faltaron quienes basándose en estos resultados pusieron nuevamente el RIP sobre la clase obrera francesa. Y nuevamente se volvieron a equivocar.
En diciembre de 1995 asistimos a las movilizaciones más importantes desde Mayo del 68. Millones de trabajadores se enfrentaron a los ataques del gobierno Juppé. La experiencia de esta lucha se tradujo en el terreno electoral, y en las legislativas de 1997, la derecha perdió 234 escaños, el PSF y PCF formaron gobierno con 306 escaños.
El líder del PSF, Jospin, si bien durante la campaña electoral utilizó un lenguaje de izquierdas, y debido a la presión del movimiento obrero formuló un programa electoral más a la izquierda que el de años anteriores ya está empezando a plegarse a las presiones de la burguesía. Sus promesas electorales chocan con las necesidades de los banqueros y la patronal, con las propias bases del sistema capitalista. Incluso los pasos adelante que se han dado, como la aprobación por vía legislativa de la reducción de la jornada laboral a 35 horas semanales para el año 2000, choca con la resistencia feroz de la clase dominante. Por eso el borrador del proyecto de ley de reducción de jornada presentado por la ministra de trabajo del PSF, Martine Aubry, es ambiguo y no refleja la correlación de fuerza favorable a la clase obrera. A cambio de la reducción de jornada se propone flexibilidad de horario y calendario laboral, salvo incentivos económicos en forma de exenciones  en el pago a la seguridad social para los empresarios, no hay medida claras y firmes destinadas a garantizar que la reducción de jornada obligue a los patronos a contratar a nuevos trabajadores.
Por su parte la clase obrera francesa parece haber interpretado la victoria del gobierno de izquierdas como el momento de recuperar el terreno perdido. Al día siguiente de las elecciones hubo una manifestación frente a la sede del PSF exigiendo la retirada de las leyes contra los inmigrantes. Los camioneros volvieron a la carga con una lucha impresionante. Casi 40.000 personas se manifestaron hace pocos meses exigiendo una solución que acabe con la pesadilla que está sufriendo el pueblo argelino. Los parados exigen soluciones ya, contando con el apoyo del 70% de la sociedad. La vitalidad que ha demostrado y demuestra la clase obrera francesa es impresionante. El gobierno de coalición tendrá que decidir, o con la clase obrera, o respetar los intereses de los poderosos.
El movimiento de los trabajadores sigue aprendiendo de su experiencia y mantiene una actitud alerta. Producto de las impresionantes huelgas de 1995 una nueva conciencia ha cristalizado en el movimiento obrero. Las luchas de los camioneros, las manifestaciones y acciones de los parados, son el reflejo de una nueva situación que también está teniendo profundas repercusiones en las organizaciones obreras, afectando a amplios sectores de su base y traduciéndose en la creación de una potente corriente de izquierdas en el movimiento sindical. No cabe duda que las organizaciones tradicionales de la izquierda se transformarán de abajo a arriba por la acción de los trabajadores, y surgirán oportunidades extraordinarias para desarrollar una auténtica dirección marxista de masas. Más tarde o más temprano las contradicciones del capitalismo volverán a empujar a la mayoría de la población a protagonizar más Mayos del 68, no sólo en Francia, en muchos otros países asistiremos a nuevos procesos revolucionarios que ofrecerán la oportunidad de construir una nueva sociedad auténticamente socialista.

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