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En América Latina, a más de una década de aplicación de las tristemente célebres políticas de ajuste estructural, se constata en la experiencia diaria, que aquéllas sólo profundizaron las malas condiciones de vida y de trabajo de las mayorías explotadas. En Bolivia, uno de los países más pobres del mundo, el desempleo y el subempleo aumentaron notoriamente; el salario real cayó de forma continúa y un ejército de hombres y mujeres desocupados llegaron a las ciudades, de las minas y del campo, para dilatar los barrios pobres2. Las calles  inundadas de niños trabajadores y de niños destruidos por la clefa, el crecimiento visible de la mendicidad en todas las edades, son sólo algunas de las manifestaciones de la barbarie del capitalismo que en su búsqueda incesante de acumulación destruye la fuerza productiva más importante, la fuerza de trabajo.

Una parte de la historia, que explica la situación que viven los explotados en  Bolivia, país minero desde épocas remotas, se halla en los derroteros por los que  transcurrió la reestructuración del sector minero desde 1985. Reestructuración  sustentada ideológica y políticamente por la burguesía minera mediana. Este pedazo de la historia social y económica de Bolivia llama a los latinoamericanos a reflexionar sobre  similares procesos que, cobijados en el limbo ideológico de la “globalización”, acaecieron en distintas latitudes de nuestro territorio. Reparar en las consecuencias sociales, políticas y económicas de estos hechos y en la necesidad imperiosa de transformar el estado de cosas existente, es la intención de este ensayo, que aunque meditado en un gabinete de investigación, se basa en testimonios de obreros y habitantes de poblaciones mineras.

 

Los ajustes a la crisis de la minería estatal en Bolivia

 

A fines de los años setenta y principios de los ochenta, la producción minera en Bolivia transitaba el período terminal de la minería estatal.  Durante más de tres décadas, el proceso de acumulación de capitales se había sustentado en la producción de este subsector3. Un conjunto de determinaciones económicas, políticas y sociales4 condujeron a la minería estatal a la imposibilidad de una acumulación ampliada de sus inversiones productivas5. Y si bien sangró recursos para fortalecer a la burguesía agroindustrial en el oriente boliviano y a la burguesía minera mediana, no se logró consolidar una clase dominante capaz de industrializar el país y de cumplir sus tareas históricas.      
Las tendencias del capitalismo central profundizaron la crisis de reproducción que enfrentó la minería estatal. Una caída sostenida de la demanda de estaño, debido a la sustitución de materiales tradicionales por otros, caracteriza el período6. La crisis del fordismo y la implementación de nuevas tecnologías, planteó la necesidad de utilizar materiales que redujeran la dependencia de la producción capitalista de materias primas tradicionales.
Sin posibilidades de industrializar el país, con el principal sector generador de divisas en crisis y una hiperinflación que refleja el grado de deterioro del modelo de acumulación capitalista sustentado en la minería estatal, la burguesía buscó  una salida al atolladero por la vía neoliberal, en consecuente asentimiento de las políticas propugnadas por el capital en el ámbito mundial.
La legitimación de los lineamientos de política económica y social neoliberales, se asentaron en un discurso abiertamente antiestatista. La excesiva intervención del Estado habría generado distorsiones en el funcionamiento del mercado, deformando las expectativas de los diferentes agentes económicos. La presencia estatal redujo el campo de acción de las fuerzas económicas privadas (Ramos 1987). En consecuencia, el proceso de privatización y “Capitalización” de la economía se convertía en la panacea que enmendaría errores y curaría todos los males, generando empleo y desarrollo, además de disminuir las desigualdades sociales y los altos índices de pobreza, característicos en estas latitudes. Más parece que no fue la panacea sino el ave agorera que anunció el inicio de un proceso de recrudecimiento de las contradicciones del capitalismo, soga corrediza  en la garganta de los explotados.  
A consecuencia de la aplicación de las medidas de contenido neoliberal, un contingente impresionante de fuerza de trabajo fue echada  del sector minero estatal a mediados de la década de los ochenta. Ex mineros deambularon por las ciudades con carpas de plástico como vivienda y míseras indemnizaciones  como esperanza de sobrevivencia, mientras se lograba conseguir trabajo nuevo. Irónicamente, el gobierno, entonces en manos de los mineros medianos, los llamó “relocalizados”. Constituyeron el saldo histórico que dejó el capital minero nacional en la búsqueda de revertir la crisis7.
Esta fuerza de trabajo encontró refugio en actividades no capitalistas de producción de bienes y /o servicios en las ciudades, otra parte se refugió en el subsector minero cooperativo y la minoría fue contratada por el sector minero mediano8, en la medida que se acomodaba a las novedosas reglas del juego.   
El crecimiento del desempleo y del  subempleo, luego de la aplicación de las políticas de ajuste, aumentó la sobrepoblación relativa, telón de fondo en el que se establecen las condiciones de compra venta de la fuerza de trabajo, favoreciendo el despotismo del capital.
De suerte que, a través de medidas violentas, legitimadas9, el capital ajustó la cantidad de fuerza de trabajo requerida a sus necesidades de valorización. La reducción de fuerza de trabajo vino aparejada a innovaciones tecnológicas, reproduciendo la tendencia secular del capital a incrementar relativamente más el capital constante en desmedro del  variable10. Las consecuencias de estos cambios se ilustran con las modificaciones del proceso productivo en dos  empresas capitalistas del subsector minero mediano, tal vez las más importantes  en este período histórico: “Inti Raymi” y Mina “Bolivar”11.

Concentración de capital minero e incremento de su composición orgánica

A unos 15 kilómetros de Oruro, siguiendo un dilatado camino que cruza transparentes parajes altiplánicos, se encuentra “Inti Raymi”, una de las minas de oro más importantes en Bolivia. De propiedad transnacional, con 85% de participación  canadiense en sus acciones  y un  tratamiento de  l9.000 a 20.000 toneladas de material al día, constituye una empresa minera mediana tipo.
Cerca al yacimiento y al ingenio, se alzan las ruinas de lo que fue “Chuquimia”, pueblo abandonado por sus habitantes, debido a la contaminación que produjo la explotación de la mina. Actualmente, sus  pobladores se han trasladado a un campamento del mismo nombre, construido con fondos propios y en parte otorgados por los dueños de “Inti Raymi”.     
Esta mina en funcionamiento desde los años setenta, originariamente de   propiedad nacional refleja la acelerada transformación que tuvo el sector minero en Bolivia para adaptarse a las condiciones establecidas a partir de mediados de los ochenta12.
El ajuste cuantitativo y cualitativo de fuerza de trabajo en la empresa, vino aparejado a una concentración masiva de medios de producción, en busca de incrementar la productividad del trabajo13. Se cambió la tecnología en el proceso de lixiviación del oro, de lixiviación en pilas a lixiviación en tanques de agitación que aminoró significativamente el tiempo de tratamiento y recuperación del oro, reduciéndolo de días a horas. Con el fin de alargar la vida útil de la mina, el capital transnacional financió una planta piloto para experimentar en bioxidación14, se logró óptimo resultado de recuperación del oro ya no sólo en óxidos (material a cielo abierto) sino también en sulfuros (material bajo tierra).
Mina “Bolivar” ubicada en un paraje desolado del altiplano, cercano a la ciudad de Oruro, rodeada por un caserío de pequeñas viviendas que cobijan a las familias obreras, cuenta con importantes reservas polimetálicas de plomo, plata y zinc. Su  explotación se privatizó a principios de los noventa, mediante un contrato de joint venture entre el Estado boliviano y los accionistas de COMSUR15. A partir de entonces, la empresa se dio a la tarea de poner en marcha importantes innovaciones tecnológicas, tanto en la fase de explotación y extracción del mineral como en la de beneficio.
El sistema de Level Stoping16 para la extracción de material mineralógico, redujo los costos laborales al elevar la productividad y disminuir la dependencia del capital respecto del trabajo, el método implementado permite el movimiento de grandes volúmenes de material en menos tiempo. El proceso de concentración de plomo y zinc, en la planta de mina “Bolivar”  se  automatizó  en un 90%, mejorando el porcentaje de recuperación de concentrados  y elevando la productividad del trabajo.
A medida que se producía la privatización de las condiciones y de los medios de producción de propiedad de la minería estatal (vía joint venture, alquileres, etc.)17, en cumplimiento a las disposiciones de la política neoliberal en marcha, se llevó adelante una concentración de capitales en el subsector minero mediano con  implementación de  tecnología de punta.

 

Ajustes a la explotación de la fuerza de trabajo del proletariado minero

 

La  formación de un importante contingente de fuerza de trabajo superflua, debido a los cambios tecnológicos, generó dos procesos contradictorios y complementarios dentro de la minería capitalista: alargó e intensificó la jornada laboral, debido a que la lógica en el uso de la fuerza de trabajo mostró dos tendencias: reducir la fuerza de trabajo empleada y hacer más productiva a la contratada.  
La explotación de la fuerza de trabajo con métodos arcaicos que recuerdan los  albores del capitalismo, se fue aplicando sin contemplación, con el amparo en las políticas de libre contratación y en el desbande del combativo proletariado minero18. Desbande producido, entre otras cosas, por la desintegración de la minería estatal.
El salario a destajo es uno de los métodos aplicados para extender e intensificar la jornada laboral. Los testimonios obreros denuncian el pago de este tipo de salario, reconocido según avance de rajadura en mina. Generalmente, el salario a destajo se combina con un salario por tiempo, bajo. Así se obliga al obrero a realizar sobrehoras para cubrir cierta medida de rajadura con el fin de aumentar su nivel salarial19. El resultado es la extensión e intensificación de la jornada laboral a 12 y hasta 14 horas de trabajo.
La intensificación del trabajo eleva su productividad al reducir el tiempo necesario dentro de la jornada laboral y en consecuencia, ampliar el tiempo de trabajo excedente, tiempo en el que se genera plusvalía. No es casual que la creciente centralización de capitales en el subsector minero mediano, vaya aparejada a la intensificación de la jornada laboral con reducción de personal; de esta  forma, el obrero produce el equivalente al valor de su salario en menos tiempo que antes, de modo que se da un incremento en la duración del trabajo excedente. Por otra parte, el alargamiento de la jornada laboral extiende de manera absoluta el tiempo dedicado a la producción de plusvalía, ambas tendencias enclavadas en la lógica de producción del capital minero, intensifican la explotación de la fuerza de trabajo extrayendo plusvalía absoluta y relativa20.
La subcontratación de fuerza de trabajo, a través de un intermediario que oficia de contratista, es otro de los métodos ejercidos para ampliar el tiempo de trabajo dedicado a la valorización del capital. Dicho método resulta ser uno de los más aplicados por la minería mediana para reducir los obreros de planta y la inversión en capital variable. Los subcontratados son obreros temporales sin seguridad alguna en el trabajo ni reconocimiento a beneficios sociales, es fuerza de trabajo intermitente, que el capital toma y deshecha cuando requiere, de aquí se deduce que es fuerza de trabajo dispuesta a reproducirse en condiciones de sobreexplotación21. Los testimonios obreros hablan de la proliferación de esta forma de utilización de fuerza de trabajo en esas latitudes de soledad y olvido que constituyen los campamentos mineros.
Los contratos eventuales que no lleguen a los 90 días, para que la parte patronal no esté obligada a reconocer antigüedad ni indemnizaciones, se cuentan entre las  formas de utilización de fuerza de trabajo en la minería mediana. Con este tipo de contrato se produce despido y recontratación intermitente cada 88 días, los obreros ni siquiera tienen duodécimas para cobrar aguinaldo a fin de año.
Las condiciones del mercado laboral perfiladas por la política económica neoliberal y los cambios tecnológicos, consiguieron además, ajustar los grilletes con los que el trabajador está atado a las necesidades de acumulación del capital  minero. Una disciplina férrea, cuyos métodos son hasta anecdóticos, como la aplicación de alcoholímetros22 a la entrada de la mina, ilustran claramente que  a la hora de controlar el tiempo y la calidad del trabajo, el capital no mide ni escatima recursos. La tendencia a recortar el tiempo dedicado al “pijcheo” de coca, antes de iniciar una jornada de trabajo23, práctica ancestral de la cultura andina, se cuenta también entre las formas de ajustar el tiempo dedicado a actividades que no se ligan directamente al proceso productivo. La falta de oportunidades de trabajo y el subempleo creciente, explican el temor de los obreros a la pérdida del puesto de trabajo y la sumisión a disposiciones   patronales que lindan en el despotismo.      
Pero la “hambruna” de plustrabajo no se detiene, el capital minero retribuye la   fuerza de trabajo por debajo de su valor. Si en el valor de reproducción de aquélla  no sólo cuenta el salario directo, sino también otros componentes como beneficios sociales, bonos, primas, servicios de salud y de educación, éstos fueron reduciéndose paulatinamente en el lapso de mediados de los ochenta a esta parte. Los años posteriores a la revolución de abril de 195224 hasta 1985, se caracterizan por el reconocimiento de bonos de sobreproducción, primas semestrales y anuales, pulpería subvencionada. En salud se prestaban servicios médicos en las distintas especialidades, la invalidez por accidente de trabajo se reconocía con 30% de discapacidad; las mujeres trabajadoras tenían derecho a períodos post y prenatales; las escuelas estatales eran dotadas de material escolar y desayuno para los niños, etc.
Con el recorte de estos beneficios25, el capital logra ahorrar sustancialmente en costos laborales, a la vez que al valorizarse a costa de una parte del tiempo necesario para la reproducción de la fuerza de trabajo, destruye una de las fuerzas productivas más valiosas. Tanto el obrero como su familia se reproducen en condiciones de sobreexplotación: menos alimento, menos salud y menos educación. Esta es una manifestación del carácter reaccionario del capitalismo en la actualidad, su incapacidad para reproducirse en condiciones medias de explotación de la fuerza de trabajo y su necesidad inmanente de apropiarse de una parte del tiempo de trabajo necesario dedicado a la reproducción de aquélla.

 

La desnacionalización en el proceso de concentración de capitales  en la minería boliviana

 

La creciente concentración de capitales, mediante la aplicación de tecnologías de punta al proceso productivo, en el marco establecido por el neoliberalismo, mostró sus particularidades. Las nuevas inversiones fueron protagonizadas por el sector privado; para que éste se involucre en la carrera tecnológica, el Estado como administrador de los intereses de la clase dominante,  fue creando  condiciones favorables. Al margen de  las generadas para  la explotación de la fuerza de trabajo, desde el plano superestructural, un nuevo Código de Minería se puso en vigencia, con la finalidad de dar más apertura a la participación del capital  privado sea este nacional y/o extranjero26; la liberalización en la comercialización y tenencia del oro, incentivo a la empresa privada, que hasta 1995 destinó el 40% de sus inversiones a la exploración del metal precioso. La realización del objetivo de privatización de las condiciones y medios de producción en el sector, cambió cualitativamente las relaciones sociales de propiedad, en 1993 el 86% de las inversiones provenían del sector privado y sólo el 14% constituía inversión estatal.
La burguesía minera nacional, la más importante en Bolivia, por el carácter minero exportador del país, así incluso minúscula en sus posibilidades de respuesta a los requerimientos que las condiciones históricas exigían, para enfrentar la crisis y sanear los procesos de acumulación de forma independiente. Recurrió a la desnacionalización de las acciones mediante un cúmulo de formas de sociedad con capitales transnacionales27. La pretensión de desarrollar una burguesía nacional fuerte quedaba en el olvido, la ley del desarrollo desigual del capitalismo a nivel mundial se imponía y demostraba que, para los países atrasados, el cumplimiento de las tareas democrático - burguesas, y en esta medida, el desarrollo económico y la mejora de las condiciones de vida miserables en que se reproducen hombres y mujeres, no pasaba ya por los senderos del capitalismo, éste, “remozado” en su versión neoliberal, mostraba su mueca amarga. Mueca que ni siquiera los discursos edulcorados de “economía social de mercado”, “alivio de la pobreza” y otros por el estilo lograron camuflar.
De manera evidente el sector minero salió de la crisis de acumulación en que se encontraba, para esto tuvo además que dar un viraje estratégico de diversificación  en relación a las materias primas explotadas. El estaño, el “metal del diablo”, como se le llama en el país, dejó de ser demandado por el mercado internacional, las nuevas tecnologías requerían otro tipo de materiales. Se inició un corto pero significativo periodo de auge del oro y repuntó la explotación de plomo, plata y zinc.  
En esta tarea llevó la batuta el sector minero mediano transnacionalizado que cubre la mayor proporción de volúmenes y valores de producción28 desde fines de los años ochenta a los noventa. La inflexión que cambia la tendencia hacia la recuperación del sector se produce entre 1987 y 1988, a tres años de aplicación de las medidas de ajuste estructural. El sector había enfrentado tasas de crecimiento negativas entre 1982 y 1987. En 1987 aparece la primera tasa positiva de crecimiento que constituye el indicador elocuente de que la tendencia negativa se revierte y, hasta 1996 el sector crece; de una tasa de crecimiento de -25.90 en 1986, se pasa a una tasa de crecimiento de 32.96% en 1988.
Cabe recalcar que el crecimiento se concentra en el sector capitalista, que de minería mediana, pasa a constituirse en gran minería. De participar apenas en el 20% de las exportaciones de minerales en 1980, en 1988 el sector minero privado pasa a participar en 45%. Para 1996 el proceso de privatización se cristaliza definitivamente, sólo la minería mediana compone el 56% del valor de las exportaciones y junto a la minería cooperativizada y chica llegan al 80% de las mismas, en diez años la situación se ha revertido (Muller y Asociados 1988, 1996).
Pese a que las exportaciones tendieron a diversificarse, entre mediados de los ochenta y los noventa29, es notorio que el sector minero sigue siendo uno de los rubros de exportación más importantes y, a pesar de las peroratas de industrialización del país por medio de la liberalización de la economía, los rubros evidentemente significativos en la inserción de Bolivia al conjunto de la economía mundial, son todos de carácter primario (minerales, hidrocarburos y productos agrícolas), productos que componen en 1997 el 85% de las exportaciones nacionales (UDAPE 1998).

 

Los ajustes esenciales en el proceso de concentración del capital minero

 

El discurso ideológico de la burguesía, atribuyó el repunte del sector minero a la mayor eficiencia de la gestión privada y en esta medida a las “bondades” del proceso de privatización y penetración del capital extranjero que apadrinaba el neoliberalismo. En el plano fenoménico, tendríamos que darles la razón; pero la verdad no se construye sólo con la apariencia sino también con el aspecto  esencial de hechos.
Desde el atribulado marxismo, la verdad, como realidad concreta, es unidad de forma y esencia (Kosic). El repunte del sector minero en Bolivia y la recuperación de su proceso de acumulación, aspecto fenoménico, desde sus determinaciones esenciales, tiene entre sus contenidos los siguientes.
La crisis de reproducción del proceso productivo minero en su esencia es crisis de las determinaciones que influyen en su proceso de creación de valor y de valorización. El cambio en las relaciones sociales de propiedad sobre los medios  y condiciones de producción abre el espacio al capital privado, que en el marco histórico existente, constituye el protagonista del ajuste a las determinaciones esenciales del proceso de trabajo, proceso de creación de valor y de valorización30.
La primera determinación del proceso productivo que se ajusta es la fuerza de trabajo, la contradicción entre el valor de uso de la misma y su valor de cambio, se manifiesta como expulsión de gran cantidad de fuerza de trabajo, su valor de uso se vuelve superfluo para la valorización del capital minero, de ahí que no puede transformarse en valor de cambio y debe buscar otros mecanismos de inserción para reproducirse como fuerza de trabajo.  
El segundo ajuste es el de los medios de producción utilizados en el proceso productivo. Se busca elevar la composición orgánica del capital, con una fuerte concentración de inversión en tecnología de punta, para aumentar la productividad del valor de uso de la fuerza de trabajo, hacer que el valor dé cabida a mayor cantidad de valores de uso en un mismo lapso dentro de la jornada laboral.  Mediante la manipulación de estas dos determinaciones se disminuye el costo en capital variable y la posibilidad siempre latente de enfrentar serios conflictos sociales con los trabajadores.
La reversión de la crisis a través de la concentración de capital constante y ajuste al capital variable, amplía las subsunción del valor de uso de la fuerza de trabajo  a las necesidades de valorización del capital minero, en la medida en que aumenta el ejército industrial de reserva, manifestación fenoménica de la contradicción esencial entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción. El capital abarata el valor de cambio de la fuerza de trabajo, incluso la retribuye por debajo de su valor de reproducción promedio, a la vez que intensifica su uso, con estos métodos alarga el tiempo de trabajo excedente y reduce el tiempo de trabajo necesario; es decir, aumenta el tiempo dedicado a la producción de más valor, de plusvalía. La existencia de gran cantidad de fuerza de trabajo desempleada y subempleada se convierte en palanca de valorización y acumulación del capital.
El proceso de concentración y acumulación de capitales no sólo se viabiliza a través del cambio en las relaciones sociales de propiedad sobre los medios y las condiciones de producción, sino que se efectiviza mediante la penetración creciente de capital externo. La contradicción entre el proceso de concentración y centralización de capitales y las fronteras de los estados nacionales; es decir, entre el desarrollo de las fuerzas productivas (tendiente a la expansión de la concentración y acumulación capitalista) y las relaciones sociales de producción (propiedad privada sobre los medios de producción), se resuelve desde el plano superestructural con la legitimación de mecanismos legales que faciliten la penetración del capital externo. Así la contradicción entre la necesidad de dotar al proceso de producción capitalista de valores de uso (medios de producción), aptos para su valorización y la insuficiencia de valor acumulado en el país, la minería mediana la resuelve con la aplicación de los contratos de riesgo compartido (joint venture) o con la venta de acciones.
Estos ajustes en las determinaciones esenciales del proceso de generación de plusvalía, son los que nos permiten explicar la recuperación del sector minero. Desnacionalización, privatización, concentración de capital constante, sobrexplotación del capital variable junto a su disminución relativa constituyen no sólo mecanismos de recuperación del sector, sino también los linderos por los que se verifica el desangre de los recursos naturales y sobre todo el tributo de plusvalía generada por el sobretrabajo de los obreros bolivianos a los procesos de valorización y acumulación del capital transnacional.
No hay duda que todo enfoque de política económica y social para revertir las crisis crónicas del capitalismo, tienen su contenido de clase, en el caso del sector minero de Bolivia, el contenido de clase burgués de los métodos aplicados para la recuperación de la crisis del sector, significó que la privatización y desnacionalización de las condiciones de producción generen mayor desempleo, sobreexplotación de la fuerza de trabajo de los obreros y serios daños ecológicos en las regiones mineras, allá cerca a “Inti Raymi” una dirigente campesina decía: “Aquí ya no crece ni el pasto y cuando nuestros animales comen estas yerbas se hinchan y mueren, de la mina sale el veneno que arruina el suelo y los pastos, de qué vamos a vivir…” (Testimonio de una dirigente campesina, 1998).  
Es una certeza histórica que, de seguirse imponiendo la perspectiva de clase de la burguesía en la solución de los problemas que enfrentan los que están del otro lado del camino, pronto no habrá de qué vivir. Salvar a la humanidad y a la naturaleza de la barbarie, significa y exige la construcción de una sociedad sin clases. Discursos y medidas de toda gama, vertidos y aplicadas por la clase dominante, no son más que cantos de sirena y malabarismos en el vendaval de la desocupación y el hambre que acorrala a la mayor parte de los “ciudadanos del mundo”.

 

Cochabamba, 15 de marzo de 1999

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