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ÍNDICE

 

Introducción del autor

 

I.     La cuestión balcánica                

II.    Austria-Hungría                         

III.   La guerra contra el zarismo                 

IV.   La guerra contra Occidente                

V.    La guerra de defensa                   

VI.   ¿Qué tienen que ver los socialistas con las guerras capitalistas                 

VII.  El colapso de la Internacional                   

VIII. Oportunismo socialista                

IX.   El declive del espíritu revolucionario                     

X.    Imperialismo de la clase trabajadora                   

XI.      La época revolucionaria              

 

Nota de los Editores


Trotsky escribió esta corta obra en octubre de 1914, desencadenada ya la Primera Guerra Mundial. El ejército alemán había invadido Bélgica y ocupaba parte de Francia, y aplicando la política del “terror” destruía ciudades enteras como Lovaina, al tiempo que masacraba a la población civil, especialmente en caso de oposición armada a la invasión.
En este trabajo, Trotsky aborda el carácter de clase de la guerra, su origen y causas. La guerra nace como una necesidad de la economía mundial, de la lucha sin tregua de las principales potencias capitalistas, entre ellas, Alemania, por conquistar nuevos mercados para sus productos industriales, controlar las rutas comerciales y extraer materias primas de los países coloniales. La guerra es el resultado de la sublevación de las fuerzas productivas contra la camisa de fuerza que suponen los Estados nacionales y contra la propia organización económica capitalista, convertida en un gran caos. La guerra es una necesidad para el desarrollo del capitalismo, especialmente entre las naciones que, como Alemania, han llegado tarde al reparto colonial y que, convertida en una gran potencia industrial, rivaliza directamente con Inglaterra y Francia.
En estas circunstancias históricas, la clase trabajadora, el proletariado, no puede defender la supervivencia de la anticuada patria nacional, que se ha convertido en el principal obstáculo para el desarrollo económico. La tarea histórica del proletariado consiste en crear una “patria” mucho más poderosa, mucho más grande, que englobe a todos los países de Europa, como paso previo a la unidad de todos los Estados del mundo. Frente al capitalismo imperialista y la destrucción de la guerra, el único camino que tiene la clase trabajadora es oponer su programa político: la organización socialista de la economía mundial. La guerra mundial es el método del capitalismo imperialista para resolver sus contradicciones insalvables, pero a este método el proletariado debe oponer el suyo: la revolución socialista.
Pero, precisamente, cuando el capitalismo imperialista estalla, cuando la economía colapsa, cuando los Estados nacionales están al límite de su supervivencia, cuando ante el proletariado se presenta la gran oportunidad histórica de pasar página, es decir, cuando el momento histórico exige organizar y ganar la batalla final, los dirigentes de los principales partidos y organizaciones de la clase obrera en Europa traicionan abierta y descaradamente los intereses de los trabajadores y se ponen al servicio de las clases dominantes y de la guerra que se prepara.
Los programas políticos que hasta un día antes defendían los dirigentes de los partidos socialistas son completamente abandonados y traicionados. Los dirigentes socialistas nacionales, que son también los dirigentes de la Internacional que crearan Marx y Engels, se pasan al lado de sus respectivos gobiernos, que hasta ese momento habían sido los peores enemigos de la clase trabajadora en cada uno de sus países.
Esta claudicación es completa: la mayoría de los partidos socialistas nacionales —con el mayor y más importante de ellos a la cabeza, el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD)— deciden a última hora cambiar radicalmente su posición ante la guerra que se avecinaba, y acuerdan apoyar en los parlamentos nacionales los créditos de guerra necesarios para que empiece el enfrentamiento armado.
Todo fue abandonado públicamente en cuestión de días: el programa revolucionario, la doctrina marxista, el internacionalismo, la prensa obrera, etcétera. Como consecuencia de todo ello, la propia Internacional colapsa. Se derrumba el instrumento creado con tanto esfuerzo y lucha para la defensa del proletariado mundial como una clase planetaria, cuyos intereses son los mismos en todo el mundo sin distinción de fronteras, naciones, razas ni culturas, como herramienta de garantía de su carácter internacional, de sus intereses colectivos y comunes con el conjunto de los trabajadores en toda la Tierra. El lema “Proletarios de todos los países, uníos” fue sustituido por “Proletarios de todos los países, mataros en las trincheras para beneficio de los capitalistas”.
La superioridad que le da al proletariado estar en la primera línea del desarrollo histórico, frente a las diferencias nacionales, los límites fronterizos, los intereses imperialistas de las clases dominantes, todo ese potencial que permite a la clase obrera actuar como un solo hombre en todo el mundo en defensa de un interés común, todo se viene abajo por la traición de sus propios dirigentes.
Así desaparece el último obstáculo de los gobiernos y las clases dominantes para dar el primer paso hacia la destrucción total de ciudades, países y pueblos enteros, de la masacre de millones de trabajadores vestidos con el uniforme militar. Este fue el papel que jugaron los dirigentes socialistas y socialdemócratas, los dirigentes de la Internacional: sobre sus hombros cae la responsabilidad histórica de la mayor matanza de la historia hasta ese momento, la que abriría la puerta a una nueva y mayor guerra mundial años más tarde.
Esta fue la situación ante la que se encontraron el puñado de cuadros dirigentes que se opusieron a esta traición sin precedentes en la historia del movimiento obrero. Lenin y los bolcheviques rusos, los pocos mencheviques internacionalistas agrupados con Mártov, la corriente internacionalista del SPD liderada por Rosa Luxemburgo, Karl Liebknecht y Leo Jogiches, el joven Partido Socialdemócrata serbio, los socialistas holandeses de Tribune, los minoría internacionalista de los partidos socialistas de Bulgaria e Italia, James Connolly en Irlanda y Trotsky fueron, básicamente, la oposición a la corriente socialchovinista, nacional, burguesa, que abrazaron el conjunto de los partidos y dirigentes socialistas a los que se unieron la mayoría de los dirigentes sindicales de sus respectivos países.
Sin embargo, esta situación de catástrofe para las fuerzas del marxismo a nivel internacional, no impidió que tres años después, antes de que finalizara la guerra, los bolcheviques rusos, con Lenin y Trotsky a la cabeza, lideraran en octubre de 1917 la primera revolución proletaria triunfante. Así se manifiesta la historia, así se desarrolla la lucha de clases: lo que parecía el final del proyecto marxista, se convirtió en el principio de un nuevo periodo histórico revolucionario.


Los puntos esenciales del libro

 

El libro de Trotsky comienza con un análisis de la situación de los Balcanes, donde la cuestión nacional, altamente explosiva en esta zona, fue utilizada por las grandes potencias europeas y Turquía en beneficio de sus propias aspiraciones imperialistas. Trotsky se extiende sobre la situación de Rusia, prevé que una catástrofe militar del zarismo daría lugar a un estallido revolucionario y aborda la situación en Alemania, con una crítica muy dura de la posición del partido socialdemócrata y su teoría sobre el carácter defensivo de la guerra.
Trotsky arremete contra la falsa teoría de “la guerra defensiva y ofensiva”, esgrimida por los aparatos socialdemócratas para justificar su capitulación, desmontando la tesis de la supuesta “defensa de la independencia nacional” con la que se pretendían engañar a los trabajadores para que se enrolaran de buena gana en los ejércitos nacionales. Para el autor, la verdadera independencia nacional desde el punto de vista del marxismo se asegura en la conciencia de las masas de todas las naciones, preservando y desarrollando la solidaridad internacional de los trabajadores.
La guerra y la Internacional incide en cuestiones sumamente interesantes; así, Trotsky señala que los momentos de mayor movilización militar por parte del Estado coinciden con el periodo de mayor aislamiento político del socialismo. Describe cómo la vanguardia de la clase obrera se siente en minoría y sus organizaciones quedan desbaratadas, pues el poderoso aparato militar del Estado con el poder concentrado del gobierno, incluida la cooperación de todos los partidos e instituciones burguesas, producen que la movilización militar despierte expectativas entre sectores sociales políticamente atrasados. La guerra abre falsamente nuevas perspectivas para los elementos más desamparados del pueblo, desempleados, trabajadores pobres, pequeños propietarios y artesanos, trabajadores del campo, etcétera, que en condiciones de normalidad no se alistarían nunca al ejército. Así, señala el autor cómo los corazones de estas masas, arrancadas de la miseria y la servidumbre, se llenan de esperanzas confusas. Y compara este proceso con otro similar que se produce, pero de signo contrario, en los periodos de auge de la lucha de clases, cuando estos mismos sectores sociales encuentran su expresión en el entusiasmo revolucionario. Estas emociones, que en los primeros momentos de la guerra adoptan temporalmente la forma de “borrachera patriótica”, también arrastran a grandes sectores de la clase trabajadora. Pero, asegura el autor, toda la influencia que los partidos obreros pudieran perder al comienzo de la guerra, luego se recuperaría multiplicada por dos o por tres cuando se produzca el giro inevitable en el sentimiento de las masas tras conocerse de primera mano los horrores y verdaderos intereses de la guerra.
Trotsky plantea otra cuestión fundamental: si la movilización militar de la clase trabajadora fue también la señal para el colapso de la Internacional, si los partidos obreros se unieron a los gobiernos y a los ejércitos sin la menor protesta, es porque hay causas profundas que son comunes a toda la Internacional, para que todo esto ocurriera. Y estas causas no hay que buscarlas en los errores individuales o en la incompetencia de los dirigentes de los partidos obreros, sino en las condiciones objetivas de la época en que nació y se desarrolló la Internacional Socialista, y que dieron lugar al desarrollo del reformismo y el revisionismo en sus filas.
Trotsky explica que después de la Comuna de París en 1871, el desarrollo de la lucha política del proletariado y sus organizaciones, en países como Inglaterra, Francia o Alemania, coincidió con un periodo de crecimiento capitalista prodigioso sobre la base del Estado nacional. Para el movimiento obrero fue una época de lenta concentración de fuerzas, de organización, y de “posibilismo” político u oportunismo. La mejora considerable de las condiciones de existencia de las capas superiores de proletariado (la aristocracia obrera), llevó al movimiento socialista a las pacificas aguas del sindicalismo tradeunionista en Inglaterra y las políticas liberales que lo complementaban, al revisionismo socialdemócrata alemán o a la colaboración gubernamental con la burguesía en el caso del socialismo francés. Este periodo de posibilismo suponía la adaptación de las organizaciones obreras a las formas económicas, legales y estatales del capitalismo nacional.
Otro aspecto importante que el autor califica como “factor que no se ha clarificado”, es la dependencia del movimiento obrero del éxito de la política imperialista del Estado, en particular en sus conflictos económicos. Partiendo de que el proletariado está interesado profundamente en el desarrollo de las fuerzas productivas, cuando el capitalismo pasó del terreno nacional al terreno internacional imperialista, la producción local y la lucha económica del proletariado pasaron a depender directamente de las condiciones del mercado mundial. Así, reconoce Trotsky, los intereses inmediatos de diversos estratos del proletariado pasan a depender directamente de los éxitos o los fracasos de las políticas exteriores de los gobiernos.
Poniendo como ejemplo a Inglaterra, Trotsky advierte: “En defensa de sus intereses inmediatos como clase, el proletariado inglés se limitó a ejercer presión sobre los partidos burgueses para que le concedieran una tajada de la explotación capitalista de otros países” y reconoce, al mismo tiempo, que el proletariado inglés solo comenzó a tener una política independiente cuando Inglaterra empezó a perder su posición en el mercado mundial al verse desplazada por Alemania. Este mismo proceso afectó al proletariado alemán cuando su país se transformó en una potencia industrial internacional, lo que también “aumentó la dependencia material y moral de amplias capas de su proletariado con el imperialismo”.
Trotsky formula el concepto de “imperialismo socialista” como la posición que ha encontrado apoyo en la socialdemocracia alemana y que ya se expresó en el Congreso de Stuttgart de la Internacional en 1907, donde la mayoría de los delegados alemanes, especialmente los sindicalistas, votaron en contra de la resolución marxista sobre la política colonial. “Negar las tendencias imperialistas en el seno de la Internacional y el inmenso papel que han desempeñado en la conducta de los partidos socialistas, es cerrar los ojos ante la evidencia”, concluye Trotsky. “El reformismo socialista se ha convertido en realidad en imperialismo socialista”. Por ello, sostiene el autor, el proletariado solo puede agruparse bajo la bandera del socialismo internacionalista y será todopoderoso cuando tome el camino de la revolución social.
Finalmente, el libro justifica el programa marxista de lucha por la paz frente a la guerra mundial, no solo para salvar el patrimonio cultural y material de la humanidad, sino para conservar la energía revolucionaria del proletariado y reagrupar a las fuerzas de la clase obrera. La lucha por la paz significa situar a las fuerzas del socialismo revolucionario frente a frente con el imperialismo, proclamando: ¡Ninguna anexión, ninguna indemnización, derecho a la autodeterminación de todas las naciones, por los Estados unidos de Europa, sin monarquías, sin ejércitos permanentes, sin castas feudales, sin diplomacia secreta! Estas consignas revolucionarias se deben unir a la lucha contra los traidores socialpatriotas de la Internacional que han explotado la influencia que conquistó el socialismo entre las masas trabajadoras para fines militaristas.
La socialdemocracia revolucionaria, los marxistas, no deben temer quedar aislados, afirma Trotsky; al contrario, la guerra está haciendo una terrible agitación contra sí misma. La reivindicación de la paz traerá el apoyo de nuevas masas: “Los revolucionarios marxistas no tenemos ninguna razón para perder las esperanzas”. La guerra no puede resolver la cuestión obrera, sino que la exacerbará y planteará la siguiente alternativa para el mundo capitalista: la guerra permanente o la revolución permanente.
Trotsky finaliza con un alegato: “No nos sumimos en la desesperación ante el naufragio de la Internacional, esa vieja forma será barrida por la historia. La época revolucionaria creará nuevas formas de organización. Mantenemos claras nuestras ideas en medio de la infernal música de muerte. Nos sentimos la única fuerza creadora del futuro. Somos muchos más de lo que parecemos. Mañana seremos mucho más numerosos que hoy. Millones de hombres se agruparan bajo nuestra bandera, hombres que no tienen nada que perder, salvo sus cadenas”.

 

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