Muchos textos clásicos del marxismo son considerados “fundamentales” (El manifiesto comunista, El Estado y la revolución…). Esta pequeña gran obra se ganó el derecho a entrar en esa categoría por lo que significó desde el punto de vista de la teoría y de la acción en el momento histórico en que fue elaborada.
León Trotsky escribió El programa de transición en 1938, como documento de la conferencia fundacional de la Cuarta Internacional que celebraron en París 26 delegados de 11 de las 29 secciones que existían. Hitler había alcanzado el poder en 1933 por la vía electoral, sin una resistencia seria al fascismo; en España y Francia la revolución había sido derrotada; todo esto se había producido sin que en el seno de la Internacional Comunista se alzara ninguna voz, ninguna crítica. De hecho, la Comintern se había convertido en una agencia en el exterior de los intereses de la burocracia soviética y el resultado concreto en estos países es que la política estalinista allanó el camino a las derrotas. Eran momentos de crisis económica internacional, paro masivo, revolución y contrarrevolución, momentos en que el capitalismo mostraba su decadencia a los ojos de las masas, sin una salida aparente, con el fascismo avanzando en Europa. En ese contexto, Trotsky lanza la idea de formar una nueva internacional como respuesta a lo que considera “el rasgo fundamental de la situación política mundial en su conjunto: la crisis histórica de la dirección proletaria”. Las condiciones para la revolución estaban más que presentes, el factor ausente era una dirección adecuada, una dirección revolucionaria.

Un programa de lucha y una herramienta para construir el partido

El programa parte del hecho de que la política reformista de la socialdemocracia —su vieja división entre programa mínimo (reformas en el marco del capitalismo) y programa máximo (la lucha por el socialismo)— ya no podía ofrecer nada a las masas. En el terreno de las reformas, porque “toda reivindicación importante del proletariado, y hasta las exigencias de la pequeña burguesía, desbordan los límites de la propiedad capitalista y el Estado burgués”; en cuanto a la lucha por el socialismo, hacía décadas ya que había quedado simplemente para los discursos de las grandes ocasiones. Aunque con formas aparentemente distintas, el estalinismo seguía esta misma política.
Afirmando que la tarea de los revolucionarios no es reformar el capitalismo sino derribarlo, la esencia del programa de transición es que ofrece un conjunto de consignas que, a la vez que sirven para la lucha cotidiana de los trabajadores (contra el paro y la carestía de la vida, por la reducción de jornada o una escala móvil precios-salarios, por el control obrero…), ponen en evidencia que su consecución choca con las bases del capitalismo y que solo derribándolo se pueden asentar plena y definitivamente. “Si el capitalismo se muestra incapaz de satisfacer las exigencias que surgen de las calamidades que él mismo ha generado, debe desaparecer. La ‘posibilidad’ o ‘imposibilidad’ de materializarlas depende ahora de la relación de fuerzas y es una cuestión que sólo puede resolverse con la lucha. Sólo la lucha, con independencia de sus resultados concretos inmediatos, puede hacer que los trabajadores lleguen a comprender la necesidad de liquidar la esclavitud capitalista”. Es una guía para la acción, para la intervención en la lucha de clases, y a través de ella para la construcción de las fuerzas de la Cuarta Internacional.
Lo impactante de este programa es que una buena parte de sus consignas se pueden aplicar a la situación actual sin cambiar una coma. En muchos sentidos, estamos viviendo una época parecida: están presentes la crisis económica, el paro masivo, la parálisis de la socialdemocracia y de las direcciones sindicales… Cualquier trabajador, joven, parado…, que lea este texto y esté buscando una vía para luchar contra este sistema encontrará una orientación para defender otro modelo sindical, para organizar la lucha contra el paro o una huelga más militante en su centro de trabajo, o para defenderse de las cada vez más presentes agresiones fascistas.

Lucha contra el sectarismo…

Este es un punto central del programa. “Los trabajadores, hoy más que nunca, necesitan organizaciones de masas, especialmente sindicatos, para luchar por las reivindicaciones parciales y transitorias”. Trotsky contesta ideas sectarias que para algunos hoy día suenan muy actuales y novedosas, pero que como se puede ver son casi tan viejas como el movimiento obrero: “los sindicatos han perdido su utilidad” o “hay que construir nuevos sindicatos ‘revolucionarios”. Caracteriza los sindicatos de una forma muy equilibrada: son una herramienta fundamental de lucha pero no pueden sustituir al partido; por su propia naturaleza agrupan a las capas más cualificadas y mejor pagadas y no a las más oprimidas; y precisamente por esto desarrollan también de manera natural tendencias al pacto con la patronal y el gobierno. Defiende el trabajo en ellos para ganar a las masas al programa de la revolución: “…seguir una política correcta respecto de los sindicatos. Quien no sepa buscar y hallar el camino hacia las masas no es un luchador, es un peso muerto que gravita sobre el partido”. Y todo esto sin fetichismos ni falsas ilusiones: “Los sindicatos no son un fin en sí mismo. Son medios para llegar a la revolución proletaria”.

… y contra el oportunismo

Las tendencias oportunistas hoy en día también se asemejan a las de entonces: la política “responsable”, “realista” o “del mal menor” de las direcciones reformistas, la absoluta falta de confianza en la capacidad de lucha de la clase obrera... En aquel momento era aún peor. No sólo los reformistas (socialdemócratas y reformistas) apuntalaban más claramente el capitalismo sino que, tras las derrotas del proletariado en toda una serie de países, se producía el abandono de toda una serie de compañeros de viaje que renegaban abiertamente de la revolución y abogaban por “nuevas vías”, algo tan viejo como los prejuicios sectarios.
El programa de transición defiende el marxismo revolucionario como método para comprender la realidad y para elaborar una estrategia que pueda preparar la victoria frente al capitalismo. “No hay mayor grado de moralidad en una sociedad basada en la explotación que la revolución social. Son buenos todos los medios que aumentan la conciencia de clase de los trabajadores, su confianza en sus propias fuerzas y su disposición a sacrificarse en la lucha. Los únicos medios inaceptables son aquellos que inducen a los oprimidos a temer y a someterse a sus opresores, que aniquilan su voluntad de protesta y su capacidad de indignación y que sustituyen la voluntad de las masas por la de sus dirigentes, sus convicciones por la obediencia ciega y el análisis de la realidad por la demagogia y los amaños”.
La vinculación de cada consigna al aumento de la conciencia política del proletariado, a confiar sólo en sus propias fuerzas y a la toma del poder, recorre todo el texto, ya sea al abordar las ocupaciones de fábrica —“Con independencia de las reivindicaciones de los huelguistas, la ocupación temporal de las fábricas es, en sí misma, un golpe al fetiche de la propiedad capitalista. Cada ocupación plantea en la práctica el problema de quién manda en la fábrica: el capitalista o los obreros”—, las expropiaciones —“3) Que llamamos a las masas a que no confíen más que en su fuerza revolucionaria. 4) Que ligamos la expropiación con la toma del poder por los obreros y campesinos”— o la lucha contra el fascismo —“Sólo por medio de este trabajo sistemático, permanente, infatigable y audaz de agitación y propaganda, apoyándose siempre en la experiencia propia de las masas, es posible erradicar de su conciencia las tradiciones de sumisión y de pasividad; entrenar destacamentos de luchadores heroicos capaces de servir de ejemplo a todos los trabajadores; infligir una serie de derrotas tácticas a los pistoleros de la contrarrevolución; aumentar la confianza de los explotados en sus propias fuerzas; desacreditar al fascismo ante los ojos de la pequeña burguesía y allanar el camino del proletariado hacia la conquista del poder”—.

La juventud es la llama de la revolución proletaria

Cuando Trotsky habla de la inmadurez del proletariado, lo hace refiriéndose a la desmoralización de las capas más maduras y la inexperiencia de los jóvenes. A lo largo del texto presta atención a este punto en diferentes ocasiones, por ejemplo, al abordar el trabajo en los sindicatos o al proponer la formación de comités de fábrica. Siempre con una idea clara: la mayor flexibilidad organizativa y táctica para dar cabida a las capas más jóvenes, más inexpertas sí pero también más explotadas y sin la carga de experiencias negativas de la generación más madura. De una forma dialéctica brillante explica la relación entre ambas capas de la clase obrera: “Son los jóvenes, libres de responsabilidades por el pasado, quienes se encargan de regenerar al movimiento. La Cuarta Internacional dedica especial atención a la joven generación proletaria. Toda su política se dirige a hacer que los jóvenes confíen en sus propias fuerzas y en el futuro. Tan solo el fresco entusiasmo y el espíritu de ofensiva de la juventud pueden garantizar los primeros éxitos en el combate; y sólo esos éxitos pueden volver a atraer a los mejores elementos de la generación madura al camino de la revolución. Así ha sido siempre y así será”.