Un asunto que incumbe especialmente a la izquierda militante, teniendo en cuenta el rabioso discurso racista de la derecha y el de no pocos supuestos socialistas y progresistas que les hacen el juego. Como proclama el autor, subrayando el eje fundamental del que parte, “la evidencia genética deja claro que el racismo no tiene ninguna base científica (...) los datos demuestran que el racismo es una construcción únicamente social e ideológica, y no biológica”.

Pero además, este reputado científico de larga trayectoria, renuncia a cualquier corporativismo y denuncia sin complejos a muchos de sus colegas, desarmando teorías ampliamente aceptadas y publicitadas como el modelo candelabro de Carleton Coon. Según esta última, escribe Quintana-Murci, “las poblaciones africanas, europeas, asiáticas y oceánicas de hoy en día serían el resultado de una evolución independiente y separada de los Homo erectus autóctonos hacia el Homo sapiens de cada uno de los continentes (…) los europeos habrían sido los primeros en evolucionar de erectus a sapiens y los últimos serían los africanos, clasificados como una de las poblaciones más próximas al estado ‘primitivo’ del género Homo. El modelo candelabro fue admitido por la comunidad de antropólogos durante muchos años, aunque implicara una idea tan poco plausible como la de una evolución paralela y convergente de los rasgos que caracterizan a los seres humanos anatómicamente modernos (...) Las pruebas fueron acumulándose y no hicieron más que confirmar los primeros resultados: todas las poblaciones humanas comparten un origen común africano”.

Este inspirador texto reivindica a su manera la importante advertencia marxista de que en una sociedad basada en la lucha de clases no puede existir una ciencia social imparcial ya que de “uno u otro modo, toda la ciencia oficial y liberal defiende la esclavitud asalariada” (Lenin, Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo). Y constata, con pruebas materiales, un sentimiento que es parte del ADN del comunismo: la fraternidad humana.

La naturaleza no dictamina que el hombre sea un lobo para el hombre. Muy al contrario, desde una perspectiva histórica amplia, todos y todas somos hermanos y hermanas, pues tenemos ancestros comunes. Es más, como prueba la genómica, todos somos mestizos, “no solo hubo mestizaje entre las diferentes especies de Homo sapiens, sino también con otras formas de humanos arcaicos de los que aún conservamos genes”.

Un texto libre de superstición e idealismos místicos, de prejuicios religiosos, y anclado en una interpretación materialista muy sólida. Absolutamente recomendable.