Crítica de libros

El año 1917 va asociado al nombre de Vladímir Ilich Lenin, teórico marxista y dirigente de la fracción bolchevique del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR). Sin él, y sin su persistente trabajo para construir el partido revolucionario, 1917 no hubiera pasado a la historia universal ni del movimiento obrero como el año en que los trabajadores de Rusia, con el apoyo de los campesinos pobres, tomaron el poder en sus manos e iniciaron la construcción del socialismo.

En esta cuidada edición en tres volúmenes de los Escritos de Lenin de 1917, la Fundación Federico Engels recupera su pensamiento original libre de las posteriores deformaciones del estalinismo. Unas páginas que condensan una escuela formidable de táctica y estrategia revolucionaria, imprescindible para afrontar las luchas presentes y futuras.

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A continuación publicamos la introducción del libro escrita por Míriam Municio.


Lenin y la Revolución de Octubre

“Un factor colosal de la madurez del proletariado ruso, en febrero de 1917, era Lenin. No había caído del cielo. Encarnaba la tradición revolucionaria de la clase obrera. Para que las consignas de Lenin encontrasen el camino de las masas era necesario que existiesen cuadros, por muy débiles que estos fueran en principio, era necesario que estos cuadros tuviesen confianza en su dirección, una confianza fundada en la experiencia del pasado. Rechazar estos elementos es simplemente ignorar la revolución viva, sustituirla por una abstracción, ‘la correlación de fuerzas’, ya que el desarrollo de las fuerzas no cesa de modificarse rápidamente bajo el impacto de los cambios de la conciencia del proletariado, de tal manera que las capas avanzadas atraen a las más atrasadas, y la clase adquiere confianza en sus propias fuerzas. El principal elemento, vital, de este proceso es el partido, de la misma forma que el elemento principal y vital del partido es su dirección. El papel y la responsabilidad de la dirección en una época revolucionaria son de una importancia colosal. (…)

“La victoria es una tarea estratégica. Es necesario utilizar las condiciones favorables de una crisis revolucionaria a fin de movilizar a las masas; tomando como punto de partida el nivel determinado de su ‘madurez’, es necesario empujarle a ir hacia adelante, enseñarle a darse cuenta de que el enemigo no es omnipotente, que está desgarrado por sus contradicciones, que reina el pánico detrás de su imponente fachada. Si el Partido Bolchevique no hubiese conseguido llevar a buen término ese trabajo, no se podría hablar ni de revolución proletaria. Los sóviets hubiesen sido aplastados por la contrarrevolución y los pequeños sabios de todos los países habrían escrito artículos o libros cuyo motivo hubiese sido que solo visionarios impenitentes podían soñar en Rusia con la dictadura de un proletariado tan débil numéricamente y tan poco maduro”.

León Trotsky, Clase, partido y dirección. ¿Por qué ha sido vencido el proletariado español?

El año 1917 va asociado indisolublemente al nombre y a la vida del revolucionario ruso, dirigente de la fracción bolchevique del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR) y teórico marxista Vladímir Ilich Lenin (1870-1924). Sin él, y sin su persistente trabajo durante décadas para construir el partido proletario, el instrumento de los explotados para emanciparse de sus cadenas, 1917 no hubiera pasado a la historia universal ni del movimiento obrero internacional como el año en que los trabajadores de Rusia, con el apoyo del campesinado pobre, se hicieron conscientes de su enorme fuerza y, alzándose contra una miseria y opresión seculares, fueron capaces de tomar el poder en sus manos.

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El año 1917 va asociado indisolublemente al nombre y a la vida de Vladímir Ilich Lenin, dirigente de la fracción bolchevique del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso. 

El triunfo de la insurrección de Octubre demostró, en los hechos, que el capitalismo sí podía ser derrocado. Los primeros pasos en la construcción de una sociedad socialista y su potente onda expansiva provocaron de inmediato el entusiasmo entre las masas trabajadoras más allá de las fronteras rusas, y con la misma inmediatez, un gélido escalofrío en la burguesía mundial, que nunca imaginó ver amenazado su dominio de esa manera. El bolchevismo pasó de ser una pequeña minoría a ganar, en cuestión de meses, la mayoría en los sóviets y convertirse en un imán para millones de oprimidos en todo el planeta. Desde ese preciso instante, cuando todos los resortes saltaron y las potencias imperialistas en alianza con la burguesía rusa desplegaron su poderío militar y económico contra la recién nacida república de los sóviets, y hasta el día de hoy, un alud de mentiras, tergiversaciones y ocultaciones han intentado sepultar aquellos inspiradores acontecimientos. 

Esta saña en desprestigiar la obra revolucionaria de 1917 y a su principal dirigente, de la que hacen gala los ideólogos y portavoces del gran capital y, también, todos los “renegados” del marxismo en sus distintas versiones (socialdemócratas, estalinistas, reformistas de la nueva izquierda…), es directamente proporcional a la fuerza de las ideas del marxismo revolucionario cuando conectan con las aspiraciones de las masas en lucha.

Con esta edición en tres volúmenes de sus Escritos de 1917, la Fundación Federico Engels quiere rescatar del olvido, y poner a disposición de todos aquellos que hoy seguimos empeñados en acabar con la barbarie capitalista, las fuentes originales en las que se analiza y describe pormenorizadamente aquella fabulosa acción colectiva de las masas, que puso los cimientos del primer Estado obrero de la historia y las bases para una sociedad sin clases.

Estos textos extraordinarios forman parte de la memoria histórica del movimiento obrero y la lucha de clases internacional, pero no solo eso. Son también una poderosa herramienta de combate en la actualidad. Las revoluciones no son reliquias del pasado —por más que a algunos les pese—, solo hay que echar una ojeada a nuestro alrededor: insurrecciones, levantamientos populares y huelgas generales han estallado en numerosos países de todos los continentes desde la Gran Recesión de 2008. La polarización política y el avance de la extrema derecha populista, el empobrecimiento y la desigualdad, la crisis del parlamentarismo, la lucha por la supremacía mundial entre las potencias y la guerra imperialista… ponen en el orden del día el callejón sin salida al que ha llegado el sistema capitalista. Las lecciones de 1917 tienen plena vigencia hoy. Desde aquí las reivindicamos y no dejaremos que nos las arrebaten ni se borren.

En defensa del marxismo

En un periodo de la historia tan intenso y decisivo como la Gran Guerra imperialista de 1914 a 1918, no deja de asombrar la capacidad de Lenin para desarrollar la teoría marxista y aplicarla con audacia y decisión a una situación objetiva compleja y cambiante en extremo. No podemos olvidar que el régimen zarista derrocado en febrero de 1917 dejaba como legado un país enormemente atrasado, con un 80% de población rural, e inmerso en una feroz guerra que había segado ya la vida de millones y desangraba la economía.

La capacidad de apreciar el estado de ánimo de las masas, de establecer cuáles eran las tareas prioritarias, qué argumentos, consignas y acciones eran necesarias para hacer avanzar la conciencia y la organización en cada momento, destacaron en Lenin muy por encima del resto de dirigentes revolucionarios. Pero estas cualidades se unieron a otras: una confianza inquebrantable en la capacidad creadora de los proletarios y, sobre todo, no vacilar a la hora de dar la batalla contra la influencia ideológica de clases ajenas que penetraban, tanto en el seno del Partido Bolchevique como en el movimiento en general, a través de las políticas oportunistas y “conciliadoras” de los partidos pequeñoburgueses, menchevique y socialrevolucionario o eserista[1]. Este enfoque sistemático educó a toda una generación de militantes obreros, estudiantes y campesinos que engrosaban las filas bolcheviques.

A través de una abundancia de textos breves o más amplios, en forma de artículos de prensa, resoluciones o documentos programáticos del partido, cartas, intervenciones y discursos en múltiples foros, o mediante obras de gran calado teórico, como El Estado y la revolución, en estas páginas recorremos el pensamiento, la vertiginosa elaboración política y la actividad militante —siempre de la mano— de Lenin desde principios de marzo hasta finales de diciembre de 1917.

Estos materiales representan un auténtico diario de la revolución. En ellos aparecen todos los debates y polémicas centrales que sacudieron al bolchevismo, y muestran a Lenin levantando un programa de independencia de clase y librando una lucha principista contra las distintas corrientes políticas que se disputaban la dirección de los acontecimientos. Empezando por esclarecer la naturaleza imperialista de la guerra —cuyos objetivos de rapiña no cambiaban un ápice pese a la caída del antiguo régimen— y el rechazo a las posturas “defensistas” y socialchovinistas que justificaban la prolongación de la contienda, y continuando por la defensa del carácter socialista de la revolución y la necesidad de que el proletariado tomara el poder.

En Cartas desde lejos, texto con el que abrimos esta edición, podemos apreciar el programa internacionalista de Lenin: “el Sóviet de diputados obreros, soldados y campesinos de toda Rusia” debería declarar “no estar atado a ningún tratado, ni de la monarquía zarista ni de los Gobiernos burgueses”, publicarlos de inmediato y proponer “las condiciones de paz de los obreros y campesinos: liberación de todas las colonias y de todas las naciones dependientes, oprimidas o que no gozan de plenos derechos”.

Uno de los aspectos más relevantes para el triunfo de la revolución fue la postura de Lenin sobre la cuestión nacional. Bajo el zarismo Rusia era una gran “cárcel de pueblos”. De sus 129 millones de habitantes solo un 43% eran rusos, sin embargo el ruso se imponía como lengua oficial al resto de nacionalidades. Las masas ucranianas, georgianas, lituanas, del Cáucaso, finesas… veían reprimido el derecho a expresarse en sus lenguas y a ejercer la autodeterminación nacional. Una situación que no varió en absoluto con la llegada de la república burguesa en febrero. Los bolcheviques inscribieron en su programa con letras de oro este derecho democrático. “Debe reconocerse a todas las naciones que forman parte de Rusia el derecho a separarse libremente y a formar Estados independientes”. Es más, Lenin advertía que de no ser así, el deslizamiento al chovinismo sería la consecuencia directa.

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Tras la Revolución de Febrero, Lenin escribió: “Nuestra táctica: desconfianza absoluta, ningún apoyo al nuevo Gobierno; sospechamos especialmente de Kérenski; la única garantía es armar al proletariado”. 

“Negar este derecho, o no adoptar medidas que garanticen su realización práctica, equivale a apoyar la política de conquistas o anexiones. Solo el reconocimiento por parte del proletariado del derecho de las naciones a la separación puede asegurar la plena solidaridad entre los trabajadores de las distintas naciones y facilitar un acercamiento”.

Estas posiciones fueron claves para orientar las tareas de los cuadros y la política de alianzas del partido. No es ningún detalle que nada más recibir en el exilio la noticia del triunfo de la Revolución de Febrero, concretamente el 2 de marzo, Lenin enviara un telegrama a los dirigentes bolcheviques donde textualmente advierte:

“Nuestra táctica: desconfianza absoluta, ningún apoyo al nuevo Gobierno; sospechamos especialmente de Kérenski; la única garantía es armar al proletariado”.

En las primeras semanas y meses de la revolución dedicó sus energías a desenmascarar la política contrarrevolucionaria e imperialista del primer Gobierno Provisional burgués, al que los dirigentes mencheviques y eseristas del Sóviet de Petrogrado habían cedido el poder. Esa misma batalla la mantuvo contra el siguiente Gobierno de coalición con la burguesía, al que se incorporaron seis ministros “socialistas”, y cuyo papel objetivo era el de apuntalar a los capitalistas, encubrir con “fraseología revolucionaria” sus verdaderas acciones (prolongar la guerra, preservar la propiedad terrateniente, aplazar la Asamblea Constituyente, mantener el poder económico de los grandes bancos…), engañar al pueblo y, en palabras del dirigente bolchevique, “obstaculizar por todos los medios la iniciativa revolucionaria de las masas y la toma del poder desde abajo, única garantía del éxito real de la revolución”.

En realidad, esa lucha por clarificar el programa, la táctica y la estrategia de la revolución tuvo que acometerla enérgicamente en primer lugar dentro del Partido Bolchevique. Con la llegada de Lenin a Petrogrado en abril la orientación del partido dio un giro radical, que conectó rápidamente con la experiencia de los trabajadores bolcheviques que estaban en primera línea de la acción, pero chocó con la hostilidad de los viejos dirigentes. La dirección del órgano central del partido, Pravda, con  Kámenev y Stalin a la cabeza, se movía entre la confusión y el oportunismo. El miedo a sobrepasar los límites de la revolución democrática burguesa les llevaba a adaptarse a la atmósfera de conciliación predominante y apoyar de forma condicional al Gobierno con el argumento de ejercer así la “vigilancia” y el “control” sobre él, y no “provocar” a la reacción.

A todos estos errores principistas responde uno de los documentos más importantes de Lenin, Las tareas del proletariado en la presente revolución, más conocido como las Tesis de Abril. En ellas es claro a la hora de considerar el carácter de la revolución rusa: “el rasgo específico” de la situación “consiste en el paso de la primera etapa de la revolución (...) a su segunda etapa, que debe poner el poder en manos del proletariado y de los sectores más pobres del campesinado” no en forma de república parlamentaria, “que sería un paso atrás”, sino de una nueva forma de Estado: la república de los sóviets de diputados obreros, soldados y campesinos. Lenin apela a la creación de un “único banco nacional” bajo control de los sóviets de diputados obreros, y a la confiscación de los latifundios y la nacionalización de las tierras bajo control de los sóviets locales de campesinos y jornaleros.

Lenin no dejó de señalar que la iniciativa de las masas era el factor decisivo, que no debían esperar ninguna orden de ningún poder para actuar: “El partido aconseja a los campesinos tomar la tierra de modo organizado, sin permitir el menor deterioro de la propiedad y adoptando medidas para aumentar la producción”. Finalmente, reconociendo que los bolcheviques se encontraban en minoría dentro de los sóviets, insiste en que la tarea central es la propaganda y la explicación “paciente, sistemática y tenaz” para ganar a las masas al programa de la revolución socialista.

Estas tesis provocaron una fuerte crisis política en el bolchevismo, que culminó con una mayoría a favor de Lenin en la VII Conferencia del partido celebrada entre el 24 y 29 de abril. Fue esta lucha ideológica la que permitió cohesionar a los militantes y a los cuadros, y armarlos sólidamente para los siguientes acontecimientos.

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Lenin no dejó de señalar que la iniciativa de las masas era el factor decisivo, que no debían esperar ninguna orden de ningún poder para actuar. 

A medida que ni uno solo de los problemas urgentes para las masas se resolvía —no había ni pan, ni paz, ni tierra—, la situación económica se agravaba y se preparaba una nueva ofensiva en el frente, la ilusión y confianza iniciales en las promesas del Gobierno Provisional y en los dirigentes socialrevolucionarios y mencheviques se fue transformando en descontento, indignación e impaciencia. Un terreno fértil para los bolcheviques, que aumentaron su autoridad y apoyo entre los obreros y soldados.

El partido de la vanguardia y de las masas

Durante el mes de junio, mientras se llevaba a cabo el I Congreso de los Sóviets de diputados obreros y soldados de toda Rusia, varios episodios indicaban que la tensión social y la radicalización de las masas se profundizaban, al tiempo que la contrarrevolución estiraba sus músculos y pasaba a la ofensiva.

La manifestación convocada para el 10 de junio por los bolcheviques fue prohibida por el Congreso de los Sóviets; inmediatamente después, con el objetivo de mostrar su fortaleza y aislar a los leninistas, fueron los mencheviques quienes convocaron el 18 de junio, coincidiendo con el inicio de la ofensiva en el frente, para hacer una demostración a favor de la política belicista del Gobierno de coalición. Pero la manifestación se les volvió en contra gracias a la audacia que mostraron los bolcheviques a la hora de llamar a participar en ella con consignas muy diferentes a las que proponían los reformistas. El propio Lenin lo narra así en su artículo El 18 de junio:

“Casi medio millón de manifestantes. (…) Unidad en torno a las consignas, entre las que predominaban abrumadoramente: ‘¡Todo el poder a los sóviets!’, ‘¡Abajo los diez ministros capitalistas!’, ‘¡Ni paz por separado con los alemanes ni tratados secretos con los capitalistas anglo-franceses!’, etc. A nadie que haya visto la manifestación le ha quedado la menor duda de la victoria de estas consignas entre la vanguardia organizada de los trabajadores y soldados de Rusia”.

La ofensiva militar contra los ejércitos alemanes, que había sido denunciada incansablemente por el Partido Bolchevique, fue una auténtica masacre: el ejército ruso perdió cerca de 60.000 hombres en solo diez días. Este fracaso fue también una derrota política del Gobierno Provisional y del bloque defensista de los eseristas y mencheviques, “lacayos de la burguesía contrarrevolucionaria”.

Se desató una ola de indignación y de crítica que aceleró la crisis política en el país, y terminó estallando en las Jornadas de Julio. Los sectores de vanguardia, más impacientes, no querían esperar más para acabar con un Gobierno que no cumplía sus promesas, que actuaba a las órdenes de la burguesía y los imperialistas franceses y británicos, y se había convertido en verdugo de los trabajadores y los campesinos en uniforme. Cientos de miles de obreros y soldados de Petrogrado —la punta de lanza de la revolución— tomaron las calles, esta vez armados, con el objetivo de exigir al Comité Ejecutivo del Sóviet que se hiciera con el poder de una vez.

Sin embargo, el estado de ánimo y la comprensión de la situación no era la misma entre las masas del resto del país. Se necesitaba algo más de tiempo para acompasar la acción revolucionaria con las provincias y que la capital revolucionaria no quedara aislada. Lenin y los bolcheviques advertían de ello, entendiendo que era necesario no precipitarse. Pero una vez desencadenada la acción desde abajo no miraron a otro lado, se pusieron al frente para darle un carácter lo más organizado posible y evitar que la derrota tuviera consecuencias irreversibles.

Esos primeros días de julio marcaron otro punto de inflexión en la revolución. La reacción avanzó y se hizo con las riendas temporalmente. En julio y agosto se desató una brutal campaña de represión y difamación contra el Partido Bolchevique, acusado de “colaboracionismo” con el imperialismo alemán. Se asaltaron sus locales e imprentas, se multiplicaron las detenciones y encarcelamientos de líderes y militantes bolcheviques —con el aval de los dirigentes mencheviques y eseristas, que convirtieron “a sus partidos y a los sóviets, en meras hojas de parra de la contrarrevolución”—, y muchos fueron obligados a pasar a la clandestinidad. Lenin se tuvo que esconder en la vecina Finlandia.

En ese periodo elaborará numerosos materiales —Tres crisis, A propósito de las consignas, Ilusiones constitucionales, El comienzo del bonapartismo, Las enseñanzas de la revolución, entre otros— caracterizando la nueva situación objetiva, los inicios del bonapartismo gubernamental, y adaptando la táctica a esas circunstancias. Estos textos fueron la base de las resoluciones del VI Congreso del partido, que tuvo lugar en Petrogrado a finales de julio y principios de agosto, y donde se formalizó la fusión con la organización de León Trotsky, el Comité Interdistritos.[2]

En esa coyuntura, el doble poder se inclinaba favorablemente del lado de la contrarrevolución debido a la política de colaboración de eseristas y mencheviques. Lenin alertaba de que la perspectiva de tomar el poder por vía pacífica, conquistando la mayoría en los sóviets, se estaba frustrando. La tarea era agrupar fuerzas “combinar la labor legal con la ilegal (…) Reorganizarse rápida, consecuente y resueltamente” para preparar la insurrección armada cuando fuera posible.

En La situación política (cuatro tesis) es explícito al respecto:

“En la actualidad, el poder estatal en Rusia es esencialmente una dictadura militar. (…) la verdadera esencia de [su] política (...) consiste en preparar la disolución de los sóviets”.

Y continúa:

“Los intentos desesperados de oponerse aisladamente a la reacción no ayudarán. Lo que ayudará es una comprensión clara de la situación, la resistencia y determinación de la vanguardia obrera, la preparación de las fuerzas con vistas a una insurrección armada, cuya victoria en las condiciones actuales es extremadamente difícil, pero que aún es posible”.

Esta orientación fue vital. No había tiempo para lamentos ni para la desmoralización. Las tendencias de fondo apuntaban a que un enfrentamiento decisivo entre las clases se acercaba. Aunque la contrarrevolución se sentía fuerte para asestar un golpe definitivo, no era menos cierto que tras las Jornadas de Julio y viendo la deriva autoritaria del Gobierno de Kérenski, la intensa atmósfera de reacción y chovinismo se diluyó, y los bolcheviques seguían creciendo en número y extendiendo su influencia. Bien enraizados en los regimientos más avanzados, fábricas y barriadas obreras donde no habían abandonado su labor cotidiana, consiguieron salir de su aislamiento.

El Gobierno se colocó en absoluta connivencia con el alto mando militar y todos los sectores sociales más reaccionarios. El 12 de agosto reunió en Moscú una Conferencia de Estado con el objetivo de movilizar las fuerzas contrarrevolucionarias. Sin embargo, los planes de la reacción fueron frustrados por la acción de las masas: ese mismo día más de 400.000 obreros paralizaron la ciudad con una huelga general, impulsada desde abajo y convocada por los bolcheviques. Era la señal más clara de que Petrogrado ya no estaba aislado.

En su Historia de la Revolución rusa, Trotsky describe el ambiente en aquellos días:

“Entre las clases poseedoras se acumuló a principios de agosto una actitud de impaciencia ante la política expectante de los dirigentes kadetes. (…) La impaciencia política se manifestó de un modo más acentuado fuera de las filas del partido kadete, en los estados mayores, (...) en los bancos, (…) en las haciendas señoriales (…). ‘¡Viva Kornílov!’ se convirtió en la consigna de la esperanza, de la desesperación, de la sed de venganza. (…) De la misma manera que de la explosión de las masas de Petrogrado surgió la semiinsurrección de julio, de la impaciencia de los propietarios surgió la sublevación de Kornílov, en agosto”.

La huelga general de Moscú y, muy especialmente, el intento de golpe de Estado del general zarista Kornílov, derrotado por la acción revolucionaria de las masas bajo la dirección del Partido Bolchevique, cambiaron bruscamente el escenario. En una de las resoluciones sobre la situación política, Lenin escribió a principios de septiembre:

“El significado histórico de la sublevación de Kornílov estriba en que abrió con una fuerza extraordinaria los ojos de las masas sobre el hecho (...) de que los terratenientes y burgueses, encabezados por los kadetes, y con los generales y oficiales a su lado, se han organizado y están dispuestos a cometer, y están cometiendo, los crímenes más despreciables”.

El látigo de la contrarrevolución estimuló las fuerzas de la revolución. La crisis revolucionaria maduraba y las masas ganaban confianza. Los sóviets volvieron a revitalizarse y rápidamente los bolcheviques se hicieron con la mayoría en el de Petrogrado, Moscú y en las ciudades importantes.

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El intento de golpe de Estado del general zarista Kornílov se convirtió en el látigo de la contrarrevolución que estimuló las fuerzas de la revolución. 

Camino del poder

En la clandestinidad, Lenin no solo siguió de cerca todos estos acontecimientos y estuvo en contacto directo con sus camaradas, escribió algunos de sus textos más lúcidos y penetrantes, que han pasado a la historia como clásicos del marxismo. De este periodo son obras como El Estado y la revolución, o el folleto La catástrofe que nos amenaza y cómo combatirla, donde desarrolla, didáctica y magistralmente, el programa económico de la revolución (control obrero, nacionalizaciones, abolición del secreto comercial…).

Pero en todos sus escritos y correspondencia a partir de septiembre se percibe la urgencia con la que plantea preparar ya las fuerzas para la insurrección. La ola de revueltas campesinas que se extiende por todo el territorio es un síntoma más, y no pequeño, de la madurez de la situación. En referencia al Preparlamento (para el que pide el boicot), y con el que la burguesía maniobra para tratar de sabotear la revolución, señala su carácter “insignificante” porque  no corresponde a la “verdadera correlación de fuerzas”. No había tiempo que perder, esta era su máxima preocupación.

“Después de haber conquistado la mayoría en los sóviets de diputados obreros y soldados de ambas capitales, los bolcheviques pueden y deben tomar en sus manos el poder del Estado. La mayoría del pueblo nos apoya. (…) la mayoría en los sóviets de ambas capitales es el fruto de la evolución del pueblo hacia nosotros. Lo mismo demuestran las vacilaciones de los eseristas y mencheviques y el fortalecimiento de los internacionalistas en sus filas”.

Así se expresa en Los bolcheviques deben tomar el poder, carta que envía al Comité Central y a los de Petrogrado y Moscú del partido a mediados de septiembre; la misma idea recorre otra de sus cartas al CC, El marxismo y la insurrección, o textos como La crisis ha madurado, Consejos de un ausente, A los obreros, a los campesinos y a los soldados...

Esta insistencia no surgía de la nada. Había llegado el momento de pasar de la agitación y la propaganda a la lucha directa por el poder. Es en ese momento decisivo cuando aparecieron las dudas y las vacilaciones en muchos de los dirigentes del partido, acusando las presiones políticas e ideológicas de la burguesía y la pequeña burguesía, y que también, en última instancia, mostraban una honda desconfianza en la capacidad de las masas para llevar a cabo la revolución. Al igual que ocurrió en abril, Lenin tuvo que vencer la fuerte resistencia y la oposición abierta a la insurrección en la dirección bolchevique, personificada en Kámenev y Zinóviev, quienes calificaron de aventurerismo la posición de Lenin.

La crisis llegó a tal punto que Lenin amenazó con “dimitir de mi cargo en el Comité Central (...) y reservarme la libertad de hacer agitación en las organizaciones de base del partido y en su Congreso”. Finalmente, en la reunión del Comité Central del 10 de octubre, con Lenin ya en Petrogrado, se aprobó la preparación de la insurrección armada, con los dos votos en contra de Kámenev y Zinóviev. Pese a quedarse en completa minoría, ambos desvelarían los planes insurreccionales en el periódico de Máximo Gorki, Nóvaia Zhizn, en aquel momento opuesto a la política bolchevique. Lenin calificó la actuación de ambos de “esquirolaje” y pidió su expulsión del partido. 

En otros dos textos memorables, ¿Se sostendrán los bolcheviques en el poder? y Carta a los camaradas, respondió de forma directa e incisiva, uno por uno, a todos los argumentos y prejuicios burgueses y pequeñoburgueses de los que se hacían eco estos dirigentes para abandonar, precisamente ahora, la consigna de ¡Todo el poder a los sóviets!: el supuesto “aislamiento” del proletariado, su falta de capacidad para hacerse con el aparato del Estado y “ponerlo en marcha”, la subestimación de “las fuerzas enemigas (…) que barrerán (...) la revolución”, incluso que “el estado de ánimo de las masas no es el de echarse a la calle”...

La noche del 24 al 25 de octubre, en vísperas del II Congreso de los Sóviets de toda Rusia, comienza la insurrección bajo la dirección directa de Trotsky. Triunfará unas horas después de forma incruenta y alumbrará el primer Estado obrero de la historia. Esto solo fue posible porque los bolcheviques habían ganado a lo largo de los meses el respaldo y la confianza de la inmensa mayoría de los oprimidos del campo y de la ciudad. El día 25 a las diez de la mañana, la prensa del partido publicaba una nota firmada por el Comité Militar Revolucionario adjunto al Sóviet de Petrogrado:

“¡A los ciudadanos de Rusia!

El Gobierno Provisional ha sido derrocado. Un órgano del Sóviet de diputados obreros y soldados de Petrogrado, el Comité Militar Revolucionario, que encabeza al proletariado y a la guarnición de Petrogrado, ha asumido el poder del Estado. Está en manos seguras la causa por la que el pueblo ha luchado: propuesta inmediata de una paz democrática, abolición de la propiedad de los terratenientes, control obrero de la producción y constitución del Gobierno soviético. ¡Viva la revolución de los obreros, los soldados y los campesinos!”.

Sin demoras ni titubeos el II Congreso de los Sóviets —donde los bolcheviques representaban casi dos tercios de los delegados electos— aprobó los decretos sobre la tierra, “queda abolida en el acto y sin ninguna indemnización la gran propiedad agraria terrateniente”, y la paz, “llamamos a todos los pueblos beligerantes y a sus Gobiernos a iniciar negociaciones inmediatas para concluir una paz justa y democrática (…) sin anexiones (…) y sin indemnizaciones”, ambos decretos fueron escritos por Lenin. El Congreso también decidió constituir y votar el Consejo de Comisarios del Pueblo, con Lenin como presidente. Puede leerse en esta edición el contenido completo de estos documentos históricos junto al de otros importantes materiales y decretos elaborados en las primeras semanas de andadura del Gobierno obrero y campesino, como el del control obrero, el derecho de revocabilidad, acerca de los salarios, la nacionalización de la banca…

La lucha interna dentro del partido no terminó con el triunfo de la insurrección el 25 de octubre. En los días posteriores se trató de deslegitimar al Gobierno revolucionario con el argumento de que representaba exclusivamente a los bolcheviques y, por tanto, “no es un Gobierno de los sóviets”. Algunos dirigentes bolcheviques, entre ellos Kámenev, Zinóviev, Sokólnikov, Riazánov o Larin, entraron en negociaciones para formar un nuevo Gobierno que incluyera a mencheviques y eseristas e incluso se planteó la salida del mismo de Lenin y Trotsky. Al no conseguirlo dimitieron del Comité Central y de sus posiciones de comisarios del pueblo.

Una vez más, Lenin contestó la falacia de estos argumentos. El Comité Central bolchevique “unas horas antes de la formación del nuevo Gobierno (…) convocó a su reunión a tres de los miembros más destacados del grupo de los eseristas de izquierda” y les propuso su incorporación, “pero estos lo rechazaron”. Este fue el motivo de que el Congreso aprobara democráticamente un Gobierno puramente bolchevique, y no el sectarismo o autoritarismo leninista. Es más, tras esos tensos momentos, finalmente los eseristas de izquierda se decidieron a entrar en el Gobierno con los bolcheviques, tomando con las dos manos las palabras de Lenin:

estamos dispuestos a compartir el poder con la minoría de los sóviets [se refiere a los eseristas y mencheviques], a condición de que esa minoría se comprometa leal y honestamente a someterse a la mayoría y a aplicar el programa aprobado por el II Congreso de los Sóviets de toda Rusia, que consiste en dar pasos graduales, pero firmes y consecuentes, hacia el socialismo”.

Millones de campesinos y campesinas, obreros y obreras, que por primera vez se sentían dueños de sus vidas, tenían por delante la labor ingente de construir una sociedad nueva y verdaderamente libre de opresión. De la mano de los bolcheviques, la acometieron con arrojo y heroísmo. Pero la burguesía rusa y el capitalismo internacional no iban a dejar que eso ocurriera fácilmente. La contrarrevolución inició a finales de noviembre una guerra civil sangrienta, pero sucumbió ante el empuje de las masas y del Ejército Rojo que la revolución triunfante levantó en medio de todas las adversidades.

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Millones de campesinos y campesinas, obreros y obreras, que por primera vez se sentían dueños de sus vidas, tenían por delante la labor de construir una sociedad nueva libre de opresión. 

Terminamos esta presentación de la maravillosa obra de Lenin citando el texto que cierra la presente edición, ¿Cómo organizar la emulación? Una crítica de la arrogancia pequeñoburguesa que se pretende imprescindible y, sobre todo, un sincero homenaje a la iniciativa, la creatividad y la capacidad de las masas oprimidas, de esos millones de hombres y mujeres anónimas sin las cuales, tanto ayer como hoy, las mejores ideas y planes de la revolución no podrían materializarse.

“Lejos de eliminar la competencia, el socialismo crea por vez primera la posibilidad de practicarla a una escala verdaderamente amplia, verdaderamente masiva; crea la posibilidad de incorporar a la mayoría de los trabajadores a una actividad que les permite desarrollar sus capacidades, desplegar sus habilidades y revelar esos talentos, tan abundantes en el pueblo, que el capitalismo ha pisoteado, reprimido y sofocado por miles y millones. (…)

“Ellos’ piensan que la ‘plebe’, los ‘simples’ obreros y campesinos pobres, serán incapaces de cumplir la gran tarea de organización que la revolución socialista ha impuesto a los trabajadores, una tarea verdaderamente heroica en el sentido histórico de la palabra. ‘No podrán prescindir de nosotros’, dicen, para consolarse, los intelectuales acostumbrados a servir a los capitalistas y a su Estado. Pero su arrogante suposición no tiene fundamento. (…) Hay muchos organizadores de talento entre la clase obrera y los campesinos, y apenas están comenzando a tomar conciencia de sí mismos, a despertar y a lanzarse a un gran trabajo vital, creativo, a emprender con sus propias fuerzas la construcción de la sociedad socialista.

“Una de las tareas más importantes, si no la más importante, es desarrollar esa libre iniciativa de los obreros y de todas las personas trabajadoras y explotadas en general, desarrollarla lo más ampliamente posible en el trabajo organizativo y creativo. Hay que acabar a toda costa con el viejo, absurdo, salvaje, despreciable y repugnante prejuicio de que solo las llamadas ‘clases altas’, solo los ricos y los que han pasado por la escuela de los ricos, son capaces de administrar el Estado y dirigir el desarrollo organizativo de la sociedad socialista”.

* * *

Para esta edición nos hemos basado en las Obras Completas de Lenin en castellano publicadas por la editorial Progreso de Moscú en 1985-86, cotejándola con la edición inglesa de la misma editorial. El grupo de traductores de la Fundación Federico Engels ha revisado y corregido los textos, actualizando los arcaísmos.

La transliteración de los nombres rusos a otro alfabeto siempre es compleja; de hecho, los criterios han ido variando a lo largo del tiempo. En esta edición hemos seguido los actuales, aunque con alguna excepción muy consolidada, como en el caso de Trotsky (que con el criterio actual debería acabar en i latina).

La Rusia zarista mantenía en 1917 el calendario juliano, que tiene un desfase de trece días con el calendario gregoriano moderno. Esto provoca que algunos acontecimientos históricos estén fechados o se denominen con un mes distinto del calendario “actual”, como la Revolución de Febrero o la propia Revolución de Octubre, ocurridas cuando en Occidente ya era marzo y noviembre. En aras de una mejor comprensión de todo el proceso revolucionario, hemos optado por mantener las fechas en el calendario ruso de la época.

Respecto a las notas a pie de página, las del autor están identificadas como tales; el resto, ya sean aclaratorias o comentando aspectos del texto, son de la editorial.

Por último, hemos incorporado al final del tercer tomo un apéndice con reseñas biográficas de los principales personajes que aparecen a lo largo de los tres volúmenes.

 

 Notas:

[1] Mencheviques: Corriente reformista del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia. Recibieron su nombre en el II Congreso del POSDR (1903), dado que en las votaciones para elegir el Comité Central quedaron en minoría (menshinstvó), mientras que los revolucionarios, encabezados por Lenin, obtuvieron la mayoría (bolshinstvó) y fueron llamados bolcheviques. En la revolución de 1905 se pronunciaron por la subordinación de la clase obrera al programa político de la burguesía. En los años de reacción (1907-1910) sus tendencias derechistas se manifestaron de forma aguda, pronunciándose a favor de la disolución del POSDR. Socialpatriotas durante la Primera Guerra Mundial. Tras la Revolución de Febrero de 1917 fueron, junto con los eseristas, uno de los pilares de la política de colaboración de clases del Gobierno Provisional y apoyaron incondicionalmente su programa imperialista. Tras el triunfo de Octubre, la mayoría de sus dirigentes apoyaron a la contrarrevolución.

Eseristas: Miembros del Partido Social-Revolucionario ruso, conocidos como eseristas por su acrónimo (SR). Surgido de la unificación de diferentes grupos y círculos narodnikis (populistas) en 1902, era un partido pequeñoburgués cuyas concepciones eran una amalgama de reformismo y anarquismo. Durante la Primera Guerra Mundial, la mayoría de los eseristas mantuvieron una posición socialpatriota. Antes de 1917 eran la corriente más influyente entre los campesinos. Tras la Revolución de Febrero de 1917, constituyeron, junto con los mencheviques, la fuerza principal del Gobierno Provisional. Kérenski dirigía su ala derecha. Rechazaron liquidar la propiedad terrateniente de la tierra, traicionando así el programa de la revolución agraria. Tras Octubre, los eseristas de izquierda formaron gobierno con los bolcheviques. En los años de la agresión imperialista y la guerra civil, los dirigentes eseristas de derechas se pasaron a la contrarrevolución.

[2] Comité Interdistritos (también Organización Interdistritos, Organización o Comité Interradios y Socialdemócratas Unidos): corriente del POSDR formada en 1913, tras la escisión definitiva del partido entre bolcheviques y mencheviques un año antes, con el objetivo de impulsar una futura reunificación. Muy activos durante toda la revolución (fue el primer grupo socialdemócrata en sacar un panfleto en febrero de 1917 llamando a un levantamiento armado), los acontecimientos y el giro a la izquierda del Partido Bolchevique, tras la llegada de Lenin a Petrogrado en abril, llevaron a la unificación de ambos grupos en el VI Congreso del Partido Bolchevique celebrado entre finales de julio y principios de agosto de 1917. Muchos miembros del Comité Interdistritos (Trotsky, Joffe, Lunacharski, Uritski, Riazánov...) jugaron un papel dirigente en el partido durante y después de Octubre.

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