Crítica de libros
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¿Una editorial marxista publicando a un célebre teórico del anarquismo? Para algunos supondría una aberración inconcebible. Para los comunistas que nos identificamos con el genuino pensamiento emancipador no lo es.

Historia de la Revolución francesa del anarquista ruso Piotr Kropotkin es todo un clásico del materialismo histórico, una obra que en el momento de su publicación representó una ruptura con la historiografía oficial de la Gran Revolución colocando la acción de las masas insurrectas como motor de una transformación social, económica y política sin precedentes.

Kropotkin no dejó de reconocer la naturaleza burguesa de un acontecimiento que abrió horizontes inexplorados a la humanidad, pero dejó claro que la liquidación del decrépito sistema feudal no fue solo el acto de las élites económicas en ascenso. Sin la intervención del pueblo desposeído de París y las grandes ciudades de Francia, de los levantamientos campesinos de 1789 y la sublevación de los sans-culottes de 1793 el vendaval que trastocó la historia del mundo no hubiera tenido lugar.

El propio autor lo señala en el prefacio del libro:

Para llegar a un resultado de tal importancia, para que un movimiento tome las proporciones de una revolución, como sucedió en 1648-1688 en Inglaterra y en 1789-1793 en Francia, no basta con que se produzca un movimiento de ideas en las clases instruidas, cualquiera que sea su intensidad; no basta tampoco con que surjan motines en el seno del pueblo, cualesquiera sean su número y extensión: es preciso que la acción revolucionaria, procedente del pueblo, coincida con el movimiento del pensamiento revolucionario, procedente de las clases instruidas. Es necesaria la unión de ambos.

He aquí por qué, tanto la Revolución francesa como la Revolución inglesa del siglo precedente, se produjeron en el momento en que la burguesía, después de haberse inspirado ampliamente en la filosofía de su tiempo, llegó a la conciencia de sus derechos, concibió un nuevo plan de organización política y, fuerte por su saber, violenta en la tarea, se sintió capaz de apoderarse del gobierno, arrancándolo de manos de una aristocracia palaciega que empujaba el reino a la ruina completa por su incapacidad, su liviandad y su disipación. Pero la burguesía y las clases instruidas nada hubieran hecho por sí solas si la masa de los campesinos, a consecuencia de múltiples circunstancias, no se hubiera conmovido y, por una serie de insurrecciones que duraron cuatro años, no hubiera dado a los descontentos de las clases medias la posibilidad de combatir al rey y a la corte, de derribar las viejas instituciones y de cambiar completamente el régimen político del reino (…)

De las dos corrientes que hicieron la revolución, la del pensamiento es conocida, pero la otra corriente, la de la acción popular, ni siquiera ha sido bosquejada. A nosotros, descendientes de aquellos a quienes los contemporáneos llamaban los «anarquistas», corresponde estudiar esa corriente popular, trazar al menos sus rasgos esenciales.

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La obra de Kropotkin nos adentra en las grandes consideraciones de la revolución y la contrarrevolución, la obra constructiva de las masas en todos sus ámbitos de intervención, y la cobardía y las vacilaciones de la clase que está llamada a hacerse con el poder.

¿Libertad, igualdad, fraternidad?

Una vez en el poder, los capitalistas franceses no permitieron que la revolución llegara más lejos de unos límites determinados. El orden resultante no consagró, en la práctica, los valores que sus pensadores difundieron como guía:

Hoy sabemos que aquel Reino de la Razón no era nada más que el Reino de la Burguesía idealizado, que la justicia eterna encontró su realización en los tribunales de la burguesía, que la igualdad desembocó en la igualdad burguesa ante la ley, que como uno de los derechos del hombre más esenciales se proclamó la propiedad burguesa y que el Estado de la Razón, el contrato social roussoniano, tomó vida, y solo pudo cobrarla, como república burguesa democrática.[1]

La nueva clase dominante curó pronto sus sarpullidos revolucionarios, pero esto no nos impide ver que la lucha del pueblo generó un genuino laboratorio de ideas, una explosión de debates y controversias que alumbraron las concepciones políticas más avanzadas y nutrieron la protohistoria del movimiento obrero moderno. Desde las fracciones más izquierdistas de los jacobinos hasta los partidarios del comunismo de Babeuf,[2] en aquellos años turbulentos se erige una escuela de pensamiento radical imprescindible para el desarrollo posterior del socialismo científico.

Al igual que los textos de Marx y Engels sobre los levantamientos campesinos en Alemania, la guerra de independencia en España, la revolución de 1848 y la Comuna de París de 1871, la obra de Kropotkin nos adentra en las grandes consideraciones de la revolución y la contrarrevolución, la obra constructiva de las masas en todos sus ámbitos de intervención, y la cobardía y las vacilaciones de la clase que está llamada a hacerse con el poder.

Historia de la Revolución francesa se publicó en 1909 en francés e inglés, y fue el resultado de una larga investigación y recopilación de materiales por parte del autor a lo largo de veinte años. Poco antes de la obra de Kropotkin, un reconocido dirigente del socialismo francés realizó una importante incursión para desmontar los prejuicios y mitos de la historiografía oficial. Jean Jaurès, con su monumental Historia socialista de la Revolución francesa publicada en 1901, despejó un camino que el pensador anarquista ensancharía de manera sobresaliente.

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Historia de la Revolución francesa se publicó en 1909 en francés e inglés, y fue el resultado de una larga investigación y recopilación de materiales por parte del autor a lo largo de veinte años.

Kropotkin y los bolcheviques

Es ampliamente conocida la gran aportación de Piotr Alekséyevich Kropotkin a la doctrina anarquista. Además de uno de los fundadores de la escuela del anarcocomunismo, fue un reconocido geógrafo, zoólogo y naturalista. Como tantos revolucionarios de la época nació en una familia aristocrática y tuvo una formación militar. Profundamente impactado por la represión sangrienta de la insurrección polaca, rompió con su círculo social para participar en las actividades clandestinas. Encarcelado por el zarismo en 1874, dos años después logró evadirse convirtiéndose en exiliado durante más de cuatro décadas, en Suiza, en Francia —donde fue arrojado a las prisiones burguesas durante casi cuatro años— y en Inglaterra.

Su regreso a Rusia en 1917 se produjo tras una amarga ruptura con destacados militantes y teóricos libertarios. Kropotkin, el autor de El apoyo mutuo, La conquista del pan, Campos, fábricas y talleres o Memorias de un revolucionario, se había transformado en un apologista del bando imperialista encabezado por Gran Bretaña, Francia y Rusia. Su postura provocó una respuesta airada de los sectores consecuentes e internacionalistas del anarquismo revolucionario. Errico Malatesta, su amigo y compañero de militancia, redactó una famosa carta de denuncia contra él titulada Los anarquistas han olvidado sus principios.[3]

La desafección de Kropotkin como también la de Plejánov, el padre del marxismo ruso convertido en el mismo tipo de socialpatriota en 1917, no significó que los comunistas de la época, en este caso los bolcheviques, arrojaran por la borda su historia militante ni sus contribuciones políticas a la emancipación de los oprimidos.

Las cosas en tiempo de Lenin eran bastante diferentes a cómo se desarrollaron posteriormente bajo el reinado del terror estalinista. Obviamente, la polémica entre el bolchevismo y el anarquismo no se detuvo con el triunfo de la Revolución de Octubre. Miles de militantes anarquistas en la Rusia revolucionaria y en Europa fueron ganados a las filas del comunismo bolchevique. Pero muchos otros se mantuvieron como adversarios del nuevo poder soviético, y los acontecimientos de Kronstadt y la revuelta majnovista acrecentaron las diferencias y las críticas recíprocas.

En cualquier caso, es bueno señalar la actitud de Lenin hacia Kropotkin. El líder bolchevique no dejó de denunciar la política socialpatriota y la capitulación ante la burguesía rusa y aliada del teórico anarquista. Pero es indudable que mantuvo un respeto sincero por su figura y sus aportaciones, y así se lo manifestó en vida.

Es poco conocido que Lenin y Kropotkin se entrevistaron, y que los bolcheviques quisieron organizar un gran funeral cuando este último falleció. Ambos hechos merecen ser reseñados para superar prejuicios estúpidos construidos por la ignorancia y el sectarismo.

En el mes de mayo de 1919, Vladímir Bonch-Bruyévich, viejo militante bolchevique y cercano colaborador de Lenin, realizó gestiones para propiciar una entrevista entre este y Kropotkin. Anteriormente Bonch-Bruyévich había visitado al pensador anarquista, ya anciano, a su regreso a Rusia en junio de 1917.

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Lenin denunció la política socialpatriota y la capitulación ante la burguesía rusa y aliada del teórico anarquista. Pero es indudable que mantuvo un respeto sincero por su figura y sus aportaciones, y así se lo manifestó en vida.

La narración de esta entrevista se publicó muchos años después en la prensa soviética, en 1930, y aunque el tono de la misma incurre en ese estilo de culto a la personalidad tan despreciable, lo significativo es que la censura burocrática, en ese momento además atizada por la teoría del socialfascismo, del anarcofascismo y del trotskofascismo, no pudo evitar que Bonch-Bruyévich reprodujese un pasaje de la conversación que concuerda con el estilo de Lenin y es bastante verosímil. Lo citamos textualmente:

Puedo fijar con certeza la entrevista de Lenin y Kropotkin entre los días 8 y 10 de mayo de 1919.

Lenin consiguió algo de tiempo después de las reuniones del Consejo de Comisarios del Pueblo (Sovnarkom), y me informó que podría llegar a mi apartamento alrededor de las 5 de la tarde. Llamé a Kropotkin por teléfono para informarle del día y la hora y envié un automóvil por él. Lenin llegó a mi apartamento antes que Kropotkin. Hablamos sobre las obras de los revolucionarios en épocas precedentes; durante la discusión Lenin expresó la opinión de que indudablemente muy pronto llegaría el momento de ver ediciones completas de la literatura de nuestros emigrados y de sus principales autores, con todas las necesarias notas, prefacios y material producto de investigaciones.

—Es extremadamente necesario —dijo Lenin—. No solo debemos estudiar la historia pasada de nuestro movimiento revolucionario, sino que debemos dar también a los investigadores jóvenes y a los estudiantes la oportunidad de escribir una multitud de artículos basados en estos documentos y materiales, para familiarizar a la mayor cantidad posible de obreros con todo lo que ha existido en Rusia en esta generación. Nada podría ser más pernicioso que pensar que la historia de nuestro país se inicia el día en que ocurrió la Revolución de Octubre. Ya se oye esa opinión con frecuencia ahora. No tenemos por qué seguir oyendo estupideces como esa. Nuestra industria está siendo reparada y las crisis de la industria tipográfica y de falta de papel ya están pasando. Publicaremos cien mil copias de libros como la Historia de la Revolución francesa de Kropotkin y otros de sus libros; a pesar del hecho de que él es anarquista, editaremos sus obras de la forma que sea posible, con las necesarias notas que aclaren al lector la distinción entre el anarquismo pequeñoburgués y la verdadera visión mundial y comunista del marxismo revolucionario».

Lenin tomó de mi biblioteca un libro de Kropotkin y otro de Bakunin que yo tenía desde 1905, y rápidamente les echó un vistazo, página por página. En ese momento oí que Kropotkin había llegado. Fui a recibirlo. Luego lentamente subió nuestra empinada escalera de entrada (tenía por entonces 77 años).

Nos encontramos y caminamos hacia mi estudio. Lenin cruzó a grandes zancadas el corredor para acercarse a él, sonriendo calurosamente le dio la bienvenida (…)

—Necesitamos educar a las masas —dijo Lenin— y sería deseable, por ejemplo, que su libro Historia de la Revolución francesa fuera publicado inmediatamente en una gran edición. Después de todo, es útil para cualquiera. Nos gustaría mucho publicar ese excelente libro, y en una cantidad suficiente para llenar todas las bibliotecas públicas, las salas de lectura en los pueblos y las bibliotecas de las compañías, de los regimientos.

—Pero ¿dónde puede ser publicado? Yo no permito una edición publicada por el Estado, increpó Kropotkin.

—¡No! ¡No! —interrumpió Lenin sonriendo amablemente—. Naturalmente no en la editorial del Estado, sino en una editorial cooperativa.

Kropotkin movió la cabeza, aprobando, visiblemente agradado por la propuesta y la rectificación.

—Bueno, entonces, si usted encuentra el libro interesante y necesario, yo acepto publicarlo en una edición gratuita. Quizá sea posible encontrar una editorial cooperativa que acepte.

—La encontraremos, la encontraremos —confirmó Lenin. Estoy convencido de ello.[4]

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Kropotkin murió el 8 de febrero de 1921. Cientos de trabajadores, estudiantes, campesinos y soldados visitaron la pequeña casa en la que vivía para despedirse del viejo revolucionario.

Kropotkin murió el 8 de febrero de 1921. Cientos de trabajadores, estudiantes, campesinos y soldados visitaron la pequeña casa en la que vivía para despedirse del viejo revolucionario.

El Gobierno bolchevique decretó luto el día de su funeral y las escuelas permanecieron cerradas. Una multitud recibió el féretro en Moscú y lo acompañó hasta la Casa de los Sindicatos, y desde allí hasta el cementerio Novodévichi más de 100.000 personas desfilaron ocho kilómetros. La comitiva fue seguida por una orquesta que interpretaba la Sinfonía «Patética» de Chaikovski.

El entierro se convirtió en una auténtica manifestación de dolor popular, en la que ondeaban cientos de banderas anarquistas, pero también bolcheviques, de sociedades científicas, de sindicatos y organizaciones estudiantiles. Alfred Rosmer, el veterano militante anarcosindicalista francés ganado a las filas del comunismo, fue designado por la Internacional Comunista y el Partido Bolchevique para dirigirse a la manifestación. Así lo narra en su libro Moscú bajo Lenin:

El cuerpo de Kropotkin había sido expuesto en la gran sala de la Casa de los Sindicatos —como lo había sido el de John Reed— y velado por los anarquistas. La inhumación fue fijada para el siguiente domingo. La víspera, por la tarde, un secretario de la Internacional Comunista vino a decirme que yo había sido elegido para hablar en nombre de la Internacional Comunista (…)

Yo estaba perplejo: hablar en nombre de la Internacional Comunista de un hombre al que los bolcheviques no habían cesado de combatir y que, por su parte, había sido, hasta el fin, adversario irreductible de la Revolución de Octubre, era una misión muy delicada. Sin embargo, dos consideraciones me hicieron entrever mi tarea como menos difícil de lo que la había juzgado en un primer momento.

Recordé la conversación con Lenin —verdaderamente providencial—, el tono en que había hablado de Kropotkin; su elogio de La Grande Révolution, y también algo que me había sorprendido en los primeros tiempos de mi estancia en Moscú. En un obelisco erigido a la entrada de los jardines del Kremlin podían leerse los nombres de los precursores del comunismo, de los defensores de la clase obrera, y lo que me había impresionado fue el «eclecticismo» que había presidido la selección de los nombres;[5] los «utopistas» estaban todos allí, y lo que aún debía parecer más asombroso, Plejánov estaba también; la violencia de las polémicas y la aspereza de las controversias no impedían pues en lo más mínimo reconocer la aportación, la contribución de adversarios de doctrina a la causa de la emancipación humana.

Por último, había visto un ejemplo más de esta «tolerancia» imprevista en los feroces bolcheviques. Al comienzo de la Revolución de Octubre, la exuberancia revolucionaria se manifestó en todas las formas y en todos los terrenos, especialmente en la pintura y la escultura; los pintores tomaron posesión de todo un tramo de la Tverskaia y, en 1920, todavía se podían ver, grabados en los muros, medallones de los grandes revolucionarios; el de Kropotkin se encontraba en buen lugar, en las cercanías del Teatro Bolshói.

El domingo por la tarde, un largo cortejo se formó en la Casa de los Sindicatos para acompañar el cuerpo del difunto al cementerio de Novodévichi, situado en uno de los extremos de la ciudad. Las banderas negras flotaban sobre las cabezas y los cánticos emocionantes se sucedían. En el cementerio, un incidente, breve pero violento, se produjo durante los primeros discursos. Un anarquista de Petrogrado hablaba desde hacía algún tiempo cuando empezaron a elevarse protestas, a la vez sordas y apasionadas: «¡Davolno! ¡Davolno!» (¡Basta! ¡Basta!). Los amigos más íntimos de Kropotkin no toleraban que en ese día de duelo se recordara lo que la mayor parte de los anarquistas, si no todos, debían considerar como su defección de 1914.

¿Tal vez el momento era inoportuno y era preferible callarse? Era una cuestión a arreglar entre anarquistas, y también una advertencia para mí, si yo me hubiera sentido tentado de evocar ese periodo crítico. Pero yo había preparado mi breve discurso basándome en mis recuerdos personales, en lo que Kropotkin había sido para los hombres de mi generación, en Europa, en América, en todo el mundo; en su importante contribución a la doctrina de la revolución con El apoyo mutuo, en el personaje de Autour d’una vie por quien no se podía sentir más que un sincero aprecio. Mis palabras pasaron sin tropiezos, aunque yo sentía que no había a mi alrededor solo simpatía: «Discurso conciliador», escribía mucho más tarde Victor Serge, por lo que concluía que las palabras que pronuncié tenían un significado político preciso, como si su contenido hubiera sido deliberado por el Ejecutivo de la Internacional Comunista. Ya hemos visto que no había nada de eso; sin embargo, su apreciación no era únicamente personal; era también lo que había escuchado en torno suyo.[6]

Pensamos sinceramente que esta nueva edición de Historia de la Revolución francesa será un feliz descubrimiento para una nueva generación de militantes comunistas, y entenderán por qué Lenin la reconoció como una aportación realmente sobresaliente.

 

[1] Engels, Del socialismo utópico al socialismo científico. Fundación Federico Engels, Madrid, 2019, p. 52.

[2] François-Noël Babeuf, conocido como Gracchus Babeuf (1760-1797). Político, periodista, teórico y revolucionario francés. Editor del periódico El tribuno del pueblo y líder del Club del Panteón, murió guillotinado por intentar derrocar al Gobierno contrarrevolucionario del Directorio en lo que ha pasado a la historia como la Conspiración de los Iguales.

[3] Errico Malatesta, Los anarquistas han olvidado sus principios (1914, libertamen.wordpress.com, qrcd.org/80yU).

Así lo recuerda Alfred Rosmer: «En cuanto tuvo conocimiento de la adhesión pública dada por Kropotkin a la Triple Alianza, para la guerra, Malatesta escribió un artículo titulado ¿Han olvidado sus principios los anarquistas?, que apareció en noviembre de 1914 en italiano, en inglés y en francés, en Volontà, Freedom y Le Réveil. Un segundo artículo, publicado en abril de 1916 por Freedom bajo el título Anarquistas de gobierno, era una respuesta al Manifiesto de los Dieciséis (siendo los dieciséis Kropotkin y sus partidarios). Acerca de su ruptura ya inevitable, Malatesta escribió: “Fue uno de los momentos más dolorosos, más trágicos de mi vida (y puedo arriesgarme a decirlo, también de la suya), cuando después de una discusión extremadamente penosa nos separamos como adversarios, casi como enemigos” (en su libro Kropotkin, recuerdos y críticas de un viejo amigo suyo, Estudios Sociales, Montevideo, 15 de abril de 1931)». Alfred Rosmer, Moscú bajo Lenin. Fundación Federico Engels, Madrid, 2017, p. 132, nota al pie.

[4] Una conversación entre Lenin y Kropotkin (elsudamericano.wordpress.com, qrcd.org/80yW).

[5] El nombre de Kropotkin estaba en el obelisco.

[6] Alfred Rosmer, Moscú bajo Lenin, pp. 131-33.

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