Como parte del 80 aniversario del asesinato de León Trotsky, publicamos dos artículos sobre su figura escritos por dirigentes del partido bolchevique y del Estado soviético. El primero de ellos, con el título de Retrato de Trotsky, fue redactado por Anatoli Lunacharski, que se unió al Partido Obrero Socialdemócrata Ruso POSDR) en 1898 y a la fracción bolchevique en 1903. Tras la derrota de la revolución de 1905, Lunacharski rompió con Lenin sumándose en 1909 a la fracción ultraizquierdista de Vpériod. Durante la primera Guerra Mundial defendió el internacionalismo proletario uniéndose a la organización interditristal (conocida también como interradios) liderada por Trotsky.
En julio de 1917 ingresó de nuevo en el partido bolchevique, y tras el triunfo de la revolución fue nombrado comisario del pueblo para la educación. Impulsó una amplia actividad cultural y educativa desde su posición gubernamental reconstruyendo la maltrecha red de museos estatales, animado la producción literaria y artística y dando luz a los primeros decretos en materia educativa del joven Estado soviético. No se implicó en la actividad oposicionista contra el estalinismo como otros dirigentes bolcheviques, pero nunca participó públicamente en acusaciones y difamaciones contra ellos. Fue suspendido de sus funciones en el aparato del estado en 1929, y en 1933 fue nombrado embajador en Madrid, pero murió en París cuando acudía a su puesto.
El segundo artículo es de Karl Radek, escrito en 1923 y lleva por título León Trotsky el organizador de la victoria. Miembro de la socialdemocracia polaca desde 1900 a 1908, la trayectoria de Radek como revolucionario es muy amplia, siempre ligada al movimiento marxista en Alemania, Polonia y Rusia. Compañero de militancia de Rosa Luxemburgo, su posición internacionalista le llevó a colaborar activamente con la Liga Espartaquista y con el partido bolchevique. Participó en las conferencias de Zimmerwald y Kienthal.
Tras la revolución de Octubre se conviertió en uno de los dirigentes bolcheviques encargados de la propaganda revolucionaria entre las tropas alemanas y de apoyar a los comunistas del país germano. Colaborador de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht durante la revolución alemana, participó en el congreso fundacional del Partido Comunista Alemán (KPD) en diciembre de 1918 como representante del partido bolchevique. Comunista de izquierda en la época del acuerdo Brest-Litovsk, trabajó para la Internacional Comunista desde su fundación donde ocupó puestos dirigentes. Miembro del CC del partido ruso entre 1919-24, y destacado dirigente de la Oposición de Izquierda. Expulsado en 1927, capituló dos años más tarde. Readmitido en 1930, ocupó cargos en la IC y en la prensa oficial donde glosó la obra y las ideas de Stalin, pero eso no le salvó. Condenado a diez años en el segundo juicio farsa de Moscú en 1937, murió en prisión.
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Retrato de Trotsky[1]
Anatoli Lunacharski
Trotsky entró a la historia de nuestro partido de manera bastante inesperada y con gran brillantez. He oído que comenzó su actividad como socialdemócrata en los pupitres del liceo y que lo deportaron antes que cumpliera los 18. Huyó de su lugar de deportación. Se comenzó a hablar de él cuando apareció ante el II Congreso del partido, en el cual se produjo la escisión. Trotsky sorprendió evidentemente a la gente en el extranjero por su elocuencia, su cultura notable para un joven, y su aplomo. Se cuenta de él una anécdota probablemente no verídica pero, no obstante característica, según la cual Vera Ivánovna Zasúlich[2], tan expansiva como de costumbre, tras haber conocido a Trotsky exclamó en presencia de Plejánov[3]. “Ese joven es un genio, sin duda”; la historia afirma que cuando éste abandonó la reunión le dijo a alguno: “Nunca le perdonaré esto a Trotsky”.
Es un hecho que a Plejánov no le gustaba Trotsky, aunque creo que ello no se debía a que la buena de Zasúlich lo tuviera por un genio, sino porque Trotsky lo había atacado con desusado vigor y en términos realmente poco halagadores. En esa época, Plejanov creía ser una figura majestuosa absolutamente intangible en los círculos socialdemócratas, y aún los foráneos que discrepaban con él se le aproximaban con las cabezas descubiertas; el desparpajo de que Trotsky hizo gala lo tenía que enfurecer. El Trotsky de aquel entonces ostentaba sin duda una buena dosis de petulancia juvenil. A decir verdad, a causa de su juventud nadie lo tomaba demasiado en serio, pero todos admitían que poseía un talento singular como orador y que no se trataba de un pollo, sino de un aguilucho.
Me encontré con él por primera vez en una fecha relativamente temprana de 1905, después de los acontecimientos de enero[4]. Trotsky había llegado a Ginebra, no recuerdo procedente de dónde, y ambos debíamos hablar ante una gran reunión convocada como resultado de aquella catástrofe. Trotsky era entonces inusitadamente elegante, a diferencia del resto de nosotros, y muy apuesto. Su elegancia y su forma despreocupada, condescendiente de hablar a la gente fuera del tipo que fuera, me produjeron una sorpresa desagradable. Me resultaba extremadamente insufrible ese joven dandi cuando cruzaba las piernas y garabateaba algunos apuntes para el discurso improvisado que debía pronunciar en la reunión, Pero Trotski hablaba muy bien, no puede dudarse.
Habló también en una reunión internacional; yo tuve que hacerlo en francés, por primera vez, y él en alemán. Para ambos los idiomas extranjeros significaban una dificultad, pero mal o bien sobrevivimos a la prueba. Entonces, recuerdo, fuimos nombrados —yo por los bolcheviques, él por los mencheviques— para una comisión que trataría sobre el reparto de los recursos económicos comunes, y en esa ocasión Trotsky adoptó un tono peculiarmente áspero y arrogante.
Hasta que volvimos a Rusia después de la primera revolución (1905) no lo vi nuevamente, ni supe mucho de él durante la mencionada revolución. Trotsky se mantuvo aparte no sólo de nosotros, sino también de los mencheviques Centró su actividad en el Soviet de Diputados Obreros, y junto con Parvus[5] organizó una especie de grupo separado que publicó un diario pequeño y de bajo precio[6], muy militante y sumamente bien dirigido.
Recuerdo que una vez alguien dijo en presencia de Lenin. “La estrella de Jrústaliov declina; el hombre fuerte en el Soviet actualmente es Trotsky”. El rostro de Lenin se ensombreció por un instante y luego afirmó: “Bien, Trotsky se lo merece por su labor brillante e infatigable”.
De todos los mencheviques era Trotsky el que estaba más cerca de nuestra línea, pero no recuerdo que participara en las largas conversaciones entre nosotros y los mencheviques sobre el problema de la reunificación. Cuando el congreso de Estocolmo[7] él ya estaba arrestado.
Su popularidad entre el proletariado petersburgués cuando se produjo su arresto era enorme, y aumentó aun más como consecuencia de su comportamiento heroico y pintoresco ante el tribunal. Debo decir que de todos los líderes socialdemócratas de 1905-6, Trotsky se reveló, sin duda, como el más preparado pese a su juventud. Trotsky presentaba menos que cualquiera de ellos la impronta de ese cierto tipo de estrechez de visión, característica de los emigrados y que, como he dicho, afectaba aun a Lenin por esa época. Mejor que todos los demás, Trotsky comprendió lo que significaba dirigir la lucha política en una escala amplia, nacional. Emergió de la revolución habiendo ganado un grado enorme de popularidad mientras que Lenin y Martov[8] no habían adquirido prácticamente ninguna. Plejanov la había perdido en buena medida, por obra de sus tendencias cuasikadetes[9], y Trotsky quedó entonces en un primer plano.
Durante la segunda inmigración Trotsky se radicó en Viena, y por lo tanto mis encuentros con él fueron infrecuentes.
En la conferencia internacional de Stuttgart[10] procuró estar en un segundo plano y nos propuso que hiciéramos otro tanto ya que la reacción de 1906 nos había hecho perder el tren y por ende, no estábamos en condiciones de ganarnos el respeto del congreso.
Con posterioridad Trotsky se vio atraído por la línea conciliadora y por la idea de alcanzar la unidad del partido. Dedicó sus esfuerzos más que cualquier otra persona a ese objetivo en varias sesiones plenarias, y consagró las dos terceras partes de su labor en el periódico vienés “Pravda” y del trabajo de su grupo a la tarea, completamente sin esperanza, de reunificar el partido.
El único resultado que logró fue el pleno en el cual expulsó del partido a los “liquidadores”[11], casi proscribió a los partidarios de Vperiod y aun se las arregló para zurcir —aunque con un hilo extremadamente débil— el desgarrón entre leninistas y martovistas. Fue esa reunión del Comité Central la que, entre otras providencias, envió al camarada Kámenev[12] como cancerbero general de Trotsky (Kámenev, incidentalmente cuñado de Trotsky) pero entre ambos se produjo un desacuerdo tan profundo que muy pronto Kámenev regresó a París.
Debo decir aquí y ahora que Trotsky era sumamente ineficaz no sólo para organizar el partido, sino aun un pequeño grupo del mismo. Prácticamente no tenía un solo partidario incondicional; si lograba impresionar al partido, ello se debía exclusivamente a su personalidad. Su completa incapacidad de adaptarse a las filas de los mencheviques hizo que éstos reaccionaran frente a él como si se tratase de una especie de anarquista de la socialdemocracia, su conducta los fastidiaba soberanamente; de una identificación total de Trotsky con los bolcheviques en aquel entonces no se podía ni hablar. Parecía estar más cerca de los martovistas y, por cierto, actuaba como si así fuera.
Su arrogancia colosal y una incapacidad para revelar cualquier tipo de benevolencia humana o de ser atento con la gente, la ausencia de esa atmósfera seductora que siempre rodeaba a Lenin, condenaron a Trotsky a cierta soledad. Basta sólo con recordar que incluso muchos de sus amigos personales (me refiero, desde luego, a los de la esfera política) se convirtieron en sus enemigos jurados; ocurrió así, a título de ejemplo, en el caso de su principal lugarteniente Semkoski[13], y lo mismo sucedió más adelante con el hombre que era virtualmente su discípulo favorito, Skóbeljev[14].
Trotsky tiene poco talento para trabajar dentro de cuerpos políticos; no obstante en el gran océano de los acontecimientos políticos, donde esas características personales se vuelven completamente irrelevantes, todas las virtudes de Trotsky pasan a un primer plano.
La siguiente ocasión que me encontré con Trotsky fue en el Congreso de Copenhague[15]. A su llegada, por alguna razón, encontró oportuno publicar en Vorwarts[16] un artículo en el cual, tras atacar sin disimulo a toda la delegación rusa, declaró que en realidad no representaba nada más que a un puñado de emigrados. Esto irritó tanto a los mencheviques como a los bolcheviques. Plejanov que no podía soportar a Trotsky, aprovechó la oportunidad para emplazarlo ante una especie de tribunal. Me pareció que eso era injusto y me pronuncié con toda energía en favor de Trotsky; serví de instrumento —junto con Riazanov[17]— para desbaratar el plan de Plejanov… En parte por ese motivo, y en parte, quizás más aun, por casualidad, Trotsky y yo comenzamos a encontrarnos más durante el congreso: pasamos cierto tiempo juntos, charlamos de muchos temas, principalmente políticos, y nos separamos como buenos amigos.
Poco después del Congreso de Copenhague, los partidarios de Vperiod organizamos nuestra segunda escuela partidaria en Bolonia e invitarnos a Trotsky para que viniera, dirigiera nuestro curso práctico de periodismo y diera un ciclo de conferencias en torno —si no me equivoco— a las tácticas parlamentarias de los socialdemócratas alemanes y austriacos y la historia del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso. Trotsky aceptó amablemente esa propuesta y pasó alrededor de un mes en Bolonia. Es verdad que mantuvo su propia línea política y procuró apartar a nuestros alumnos de la posición de extrema izquierda y empujarlos hacia una actitud conciliadora y centrista, actitud que, dicho sea de paso, él consideraba que era sumamente de izquierda. Aunque su juego político resultó infructuoso, nuestros alumnos disfrutaron mucho de sus conferencias, extremadamente talentosas. En general durante toda su estancía, Trotsky estuvo inusualmente jovial; era brillante, fue singularmente leal para con nosotros y dejó de sí mismo la mejor de las impresiones. Se constituyó en uno de los colaboradores más sobresalientes de nuestra segunda escuela partidaria.
Mis siguientes reuniones con Trotsky fueron aun más prolongadas y cordiales. Tuvieron lugar en París, en 1915. Trotsky ingresó en el comité de redacción de Nashe Slovo[18], lo cual estuvo acompañado, naturalmente, por las intrigas y sinsabores habituales: algunos recelaban de su actitud, temerosos de que una personalidad tan fuerte pudiera apoderarse totalmente del periódico. Pero este aspecto del problema era de importancia menor. Una dificultad mucho más espinosa fue la actitud de Trotsky hacia Martov. Queríamos sinceramente promover, sobre una nueva base internacionalista, la reunificación completa de nuestro frente partidario, en todo lo amplio del espectro, desde Lenin hasta Martov. Me pronuncié por esta orientación y fui en cierta medida el creador de la consigna: “¡Abajo los “defensistas”[19]!, ¡Viva la unidad de todos los internacionalistas!”. Trotsky se sumó plenamente a esa posición. Era su sueño de hacía mucho tiempo y parecía justificar toda su actitud del pasado.
No teníamos discrepancias con los bolcheviques, pero con los mencheviques las cosas marchaban de mala manera. Trotsky procuró de mil modos persuadir a Martov de que rompiera sus vínculos con los “defensistas”. Las sesiones del comité de redacción derivaban en interminables discusiones, durante las cuales Martov, con pasmosa agilidad mental, diría que con una especie de sofistería taimada, eludía responder directamente a la pregunta de si cortaría o no sus relaciones con los defensistas. En ocasiones Trotsky lo censuraba encolerizado. Las cosas llegaron al punto de una ruptura casi total entre Trotsky y Martov —a quien el primero sin embargo, siempre respetó por su intelecto político— y al mismo tiempo de una ruptura entre todos nosotros, los internacionalistas de izquierdas y el grupo de Martov.
En ese período llegó a haber tantos puntos políticos de contacto entre Trotsky y yo que manteníamos una relación muy estrecha; me ocurría que en todas las discusiones con los demás redactores sostenía el punto de vista de él, y viceversa. Ambos hablábamos muy a menudo, desde el mismo estrado, en las diversas reuniones de estudiantes exiliados, redactábamos en común proclamas partidarias; en suma, manteníamos una alianza sumamente firme.
Siempre consideré que Trotsky era un gran hombre. ¿Quién, desde luego, podría abrigar dudas al respecto? En París su estatura como estadista se había agigantado a mis ojos, y en el futuro crecería más aun. No sé si ello se debía a que lo conocía mejor y, al trabajar en una escala mayor, estaba en mejores condiciones para demostrar la medida plena de sus talentos, o porque de hecho la experiencia de la revolución y de sus problemas lo había hecho madurar y había ampliado el alcance de sus alas.
El trabajo de agitación en 1917 no cae dentro del marco de estas memorias, pero debo decir que bajo la influencia de la tremenda actividad y de los éxitos deslumbrantes de Trotsky, algunas personas cercanas a él estaban inclinadas aun a ver en el mismo al verdadero líder de la revolución rusa. Así, por ejemplo, el difunto Moisiéi Solomónovich Uritski[20], que sentía por Trotsky un profundo respeto, una vez me dijo, y creo que también a Manuilski[21]: “Ahora que ha llegado la gran revolución uno siente que por inteligente que pueda ser Lenin, comienza a eclipsarse ante el genio de Trotsky”. Esta evaluación me pareció incorrecta, no porque exagerara las dotes de Trotsky y su fuerza de carácter, sino porque aún no se había manifestado plenamente el alcance del genio político de Lenin. Es cierto, empero, que durante ese período, después del tempestuoso éxito de su llegada a Rusia y antes de las jornadas de julio, Lenin se mantuvo más bien en un segundo plano, no hablaba a menudo, no escribía mucho, por hallarse empeñado en dirigir el trabajo organizativo en el campo bolchevique, mientras que Trotsky fulminaba a sus rivales en los mítines de Petrogrado.
Las dotes más notorias de Trotsky eran su talento como orador y como escritor. A mi juicio, Trotsky es probablemente el orador más grande de nuestros tiempos. He escuchado a los principales parlamentarios y tribunos populares del socialismo y a muchos oradores famosísimos del mundo burgués, y me resulta difícil nombrar a cualquiera de ellos, salvo Jaurés[22] (a Bebel[23] sólo lo oí cuando era ya un anciano), que pueda compararse con Trotsky.
Su apariencia imponente, sus gestos elegantes, majestuosos, el ritmo poderoso del discurso, su voz estentórea pero infatigable, la notable coherencia y calidad literaria de sus frases, la riqueza de sus imágenes, su quemante ironía, su lógica rigurosa, límpida como el acero pulido: tales son las virtudes de Trotsky como orador. Al hablar puede enhebrar una serie de frases lapidarias, o arrojar unos cuantos dardos certeramente dirigidos; puede pronunciar un discurso político improvisado de una calidad que nunca había apreciado salvo en Jaurés. He visto a Trotsky dirigiéndose durante dos y media y hasta tres horas a un público que de pie, totalmente silencioso, escuchaba como hechizado su monumental exposición política. La mayor parte de lo que Trotsky tenía que decir era conocido por mí. Y desde luego, todo político tiene que repetir a menudo las mismas ideas una y otra vez ante nuevas multitud, Pero Trotsky se ingeniaba para vestir cada vez el mismo pensamiento con diferente ropaje. No sé si pronunció tantos discursos cuando se convirtió en el comisario de guerra de nuestra gran república, durante la revolución y la guerra civil. Lo más probable es que el trabajo organizativo y sus incesantes viajes de un cabo a otro del amplísimo frente [de la guerra civil] le hayan dejado muy poco tiempo para la oratoria pero, aun entonces, Trotsky era por encima de todo un gran agitador político. Sus artículos y libros son, si se me permite decirlo discursos congelados: era literario en su oratoria y un orador en literatura.
Es obvio, así, por qué Trotsky ha sido también un descollante publicista, aunque naturalmente, con frecuencia sucede que esa capacidad magnética de sus verdaderos discursos se pierde un tanto en su escritura.
En lo tocante a sus cualidades personales como dirigente, Trotsky —ya lo he señalado- era torpe e incompetente en el trabajo en pequeña escala de la organización partidaria. Este defecto llegaría a ser de una evidencia incontestable, ya que fue sobre todo el trabajo realizado en la clandestinidad por hombres como Lenin, Chernov[24] y Martov el que más tarde les permitió a sus partidos competir por la hegemonía en Rusia y después, tal vez, en el mundo.
Trotsky se vio trabado por esas limitaciones muy concretas de su personalidad. Trotsky como persona, es cáustico y arrogante. No obstante, después de plegarse a los bolcheviques, en su actitud hacia Lenin siempre mostró, y continúa mostrando una conmovedora docilidad, llena de tacto. Con la modestia de todos los hombres realmente grandes, reconoce la primacía de Lenin.
Por lo demás, como consejero político las cualidades de Trotsky compiten con sus dones retóricos; difícilmente podría ser de otra manera, ya que por diestro que pueda ser un orador, si el pensamiento no ilumina su discurso es tan sólo un virtuoso estéril, cuya oratoria semeja a un címbalo tintineante. Puede no ser estrictamente necesario que un orador esté inspirado por el amor, pese a lo que al respecto sostiene el apóstol Pablo, ya que puede estar lleno de odio, pero es esencial que sea un pensador. Sólo un gran político puede ser un gran orador y como Trotsky es en lo fundamental un orador político, sus discursos son la expresión natural de un pensamiento político.
A mi entender Trotsky es incomparablemente más ortodoxo que Lenin, por más que a muchos esto pueda sonarles extraño, Toda la carrera política de Trotsky ha sido un tanto tortuosa: no era ni menchevique ni bolchevique pero buscó la línea media entre ambos antes de mezclar su arroyo en el río bolchevique y, sin embargo, Trotsky realmente se ha guiado por las reglas precisas del marxismo revolucionario. Lenin es a la vez experimentado y creador en el reino del pensamiento político y muy a menudo ha trazado líneas políticas que a posteriori mostraron ser altamente efectivas. Trotsky no descuella por tal audacia intelectual: se funda en el marxismo revolucionario y extrae de él conclusiones aplicables a una situación dada. Es extremadamente audaz en la lucha contra el liberalismo y el semi-socialismo, pero no es un innovador.
Al mismo tiempo, Lenin tiene mucho más de oportunista, en el más profundo sentido del término. Esto puede también resultar chocante: ¿otrora no estuvo asociado Trotsky con los mencheviques, esos oportunistas pluscuamperfectos? Pero el oportunismo menchevique era tan sólo la flojedad política de un partido pequeñoburgués. No me refiero a tal suerte de oportunismo; aludo a ese sentido de la realidad que mueve a un hombre a alterar sus propias tácticas, a esa tremenda sensibilidad ante las demandas de la época que impulsa a Lenin ahora a afilar ambos filos de su espada, o ahora a envainarla.
Trotsky tiene menos de esa capacidad; su sendero hacia la revolución ha seguido una línea recta. Esas características diferentes se aprecian en la famosa disensión entre los dos líderes de la gran Revolución Rusa respecto a la paz de Brest-Litovsk.
De Trotsky suele decirse que es ambicioso. Cabal disparate, desde luego. Recuerdo que Trotsky formuló una observación muy significativa cuando Chernov aceptó una cartera ministerial: “¡Qué torpe ambición, renunciar al lugar de uno en la historia a cambio de la extemporánea oferta de un puesto en el gabinete!” No hay en él una pizca de vanidad, es totalmente indiferente a todo título o a los halagos del poder; es, no obstante, inmensamente celoso de su propio papel en la historia, y en ese sentido sí es ambicioso. En esto creo que es tan sincero como lo es en su amor natural por el poder.
Lenin tampoco es ambicioso, ni en lo mínimo. No creo que Lenin se detenga nunca a reflexionar sobre sí mismo, o siquiera a pensar en lo que la posteridad dirá de él: simplemente realiza su misión a cabalidad. Lo hace mediante el ejercicio del poder, no porque lo encuentre dulce sino porque está convencido de la justeza de lo que hace, y no puede tolerar que quienquiera que sea perjudique a la causa. Su ambición deriva de su colosal certeza en la rectitud de sus principios y también, quizás, de una capacidad (rasgo muy útil en un político) de ver las cosas desde el punto de vista de su oponente.
Lenin nunca mira una polémica como una simple discusión; para él una polémica es siempre un choque entre diferentes clases o diferentes grupos, como si fuera un choque entre diferentes especies de humanidad. Una polémica para él es siempre una pugna que, bajo ciertas circunstancias, puede tornarse en lucha abierta. Lenin siempre acoge con agrado la transición de una pugna a una lucha abierta.
En contraste con Lenin, Trotsky sin duda a menudo es propenso a detenerse y reflexionar sobre sí mismo. Trotsky valora altamente su papel histórico y probablemente estaría dispuesto a hacer cualquier sacrificio personal, sin excluir el mayor de todos —el de su vida—, con tal de permanecer en el recuerdo de la humanidad circundado por la aureola de un genuino jefe revolucionario. Su ambición tiene las mismas características que la de Lenin, con la diferencia de que es más a menudo proclive a cometer errores; por carecer, como carece, de ese instinto de Lenin casi infalible y por ser un hombre de temperamento colérico, está sujeto, aunque sólo fuese temporalmente, a que la pasión lo ciegue, mientras que Lenin, siempre dominándose a sí mismo, es virtualmente incapaz de dejarse arrastrar por la ira.
Sería inexacto suponer, empero, que el segundo gran líder de la Revolución Rusa es inferior a su colega en todo: existen, por ejemplo, aspectos en los que Trotsky indiscutiblemente supera a Lenin: es más brillante, más claro, mas activo. Lenin está dotado como ningún otro para presidir el Consejo de Comisarios del Pueblo y guiar la revolución mundial con el toque de su genio, pero nunca hubiera podido habérselas con la misión titánica[25] que Trotsky echó sobre sus hombros, con esos desplazamientos, rápidos como el rayo, esas asombrosas alocuciones, esas órdenes dadas en el lugar, resonantes como un toque de clarín; ese papel que ha consistido en ser el constante galvanizador de un ejército debilitado, hoy en un sitio, mañana en otro. No existe sobre la Tierra un solo hombre que pudiera remplazar a Trotsky en ese aspecto.
Dondequiera que ocurra una auténtica gran revolución, un gran pueblo siempre encontrará al actor necesario para desempeñar cada papel, y uno de los signos de grandeza de nuestra revolución es el hecho de que nuestro Partido Comunista ha producido en sus propias filas, o tomado de otros partidos e incorporado en su propio organismo, suficientes personalidades relevantes, aptas como ningunas otras para ejercer cualquier función política que se requiriese.
Y los dos más fuertes entre los fuertes, totalmente identificados con sus papeles, son Lenin y Trotsky.
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León Trotsky el organizador de la victoria[26]
Karl Radek
La historia ha preparado a nuestro partido para diferentes tareas. Por más defectuoso que sea nuestro aparato del Estado o nuestra actividad económica, todo el pasado del partido lo ha preparado psicológicamente para la creación de un nuevo orden en la economía y para un nuevo aparato estatal. La historia incluso nos ha preparado para la diplomacia. No hay casi necesidad de mencionar que la política mundial siempre ha interesado a los marxistas. Fueron las negociaciones sin fin con los mencheviques las que perfeccionaron nuestra técnica diplomática y fue durante estas viejas luchas que el camarada Chicherin[27] aprendió a elaborar notas diplomáticas. No hemos hecho más que comenzar a comprender el milagro de la economía. Nuestro aparato del Estado cruje y gime. Sin embargo, en un único terreno hemos logrado un gran éxito: en nuestro Ejército Rojo. Su creador, su voluntad central ha sido el camarada L. D. Trotsky.
El viejo general Moltke[28], el creador del ejército alemán, hablaba a menudo del peligro que acarreaba que la pluma de los diplomáticos confiscara el trabajo realizado por el sable del soldado. Los guerreros en el mundo entero —y aunque haya habido autores clásicos entre ellos— siempre opusieron la espada a la pluma. La historia de la revolución proletaria muestra cómo se puede forjar nuevamente una pluma en espada. Trotsky es uno de los mejores escritores del socialismo mundial, pero sus cualidades no le han impedido convertirse en el jefe y el organizador dirigente del primer ejército proletario. La pluma del mejor publicista de la revolución se ha forjado nuevamente en espada.
La escasez de literatura militar marxista
La literatura militar del socialismo científico apenas ayudó al camarada Trotsky en la resolución de los problemas que el partido afrontaba cuando estaba amenazado por el imperialismo mundial. Si se considera el conjunto de la literatura socialista anterior a la guerra, no se encuentran —a excepción de algunas obras poco conocidas de Engels, algunos capítulos de su Anti-Duhring, consagrados al desarrollo de la estrategia y algunos capítulos del excelente libro de Mehring[29] sobre Lessing, dedicados a la actividad militar de Federico el Grande— más que cuatro obras sobre el tema militar: el folleto de August Bebel sobre la milicia, el libro de Gaston Moch sobre la milicia, los dos volúmenes de la historia de la guerra de Schulz y el libro de Jaurès dedicado a la propaganda a favor de la idea de las milicias en Francia.
Exceptuando los libros de Schulz y de Jaurès, que son de un gran valor, todo lo que la literatura socialista ha publicado sobre temas militares desde la muerte de Engels ha sido de un diletantismo malo. Pero incluso las obras de Schulz y de Jaurès no aportan ninguna respuesta a las preguntas que se le plantearon a la revolución rusa. El libro de Schulz exponía el desarrollo de la estrategia y la organización militar desde siglos atrás. Era un intento de aplicación del método marxista a la investigación histórica, que se terminaba en el período napoleónico. El libro de Jaurès —lleno de un brío deslumbrante— muestra su gran familiaridad con los problemas de la organización militar pero tiene un defecto fundamental: este talentoso representante del reformismo quería hacer del ejército capitalista un instrumento de defensa nacional y eximirlo de su función de defensa de los intereses de la clase burguesa. Por tanto, no logró aprehender la tendencia del desarrollo del militarismo y llevó hasta el absurdo la idea de la democracia en la cuestión de la guerra, en la cuestión del ejército.
El origen de la concepción del Ejército Rojo
Ignoro en qué medida el camarada Trotsky se había ocupado antes de la guerra de las cuestiones del arte militar. Creo que no es de los libros de donde ha sacado su talentoso conocimiento sobre este tema, sino que recibió un impulso en esa dirección en la época en que era corresponsal de la guerra de los Balcanes, ese ensayo general de la gran guerra.
Es probable que haya profundizado este conocimiento de la técnica militar y del mecanismo del ejército durante su permanencia en Francia [durante la Primera Guerra) Mundial] desde donde enviaba sus brillantes compendios a la Kievskaia Mysl. En este trabajo se puede ver cómo llegó a comprender magníficamente el espíritu del ejército. El marxista Trotsky no veía únicamente la disciplina exterior del ejército, los cañones, la técnica. Veía los seres vivos que cargan los instrumentos de guerra, veía las oleadas de ataque.
Trotsky es el autor del primer folleto que da un análisis detallado de las causas de la degeneración de la [Segunda] Internacional[30]. Aún en presencia de esta gigantesca degeneración, Trotsky no perdió su fe en el futuro del socialismo; por el contrario, se convenció profundamente que todas estas cualidades que la burguesía se esfuerza en cultivar en el proletariado con uniforme, para asegurarse su propia victoria, se volverían rápidamente contra ella y servirían de base, no sólo a la revolución, sino también a los ejércitos revolucionarios.
Uno de los documentos más notables de su comprensión de la estructura de clase del ejército y del espíritu del ejército, es el discurso que pronunció, creo, sobre la ofensiva de Kerensky[31] en julio ante el primer Congreso de los Soviets y en el Consejo de Obreros y Soldados de Petrogrado. En este discurso, Trotsky predijo la derrota de la ofensiva no solamente por la base de la técnica militar, sino partiendo de un análisis político de la situación en el ejército. “Ustedes (y se dirigía a los mencheviques y a los socialistas revolucionarios) exigen del gobierno una revisión de los objetivos de guerra. Haciendo esto dicen al ejército que los antiguos objetivos de la guerra, en nombre de los cuales el zarismo y la burguesía han exigido sacrificios inusitados, no corresponden a los intereses del campesinado y del proletariado ruso. Pero no tienen nada para reemplazar al zar y a la patria y, sin embargo, le piden al ejército derramar su sangre por esta nada. No se puede combatir por nada y vuestra aventura terminará en un desastre”.
El secreto de la grandeza de Trotsky como organizador del Ejército Rojo reside en su actitud respecto a estas cuestiones.
Todos los grandes escritores militares subrayan el significado enorme y decisivo del factor moral en la guerra. La mitad del gran libro de Clausewitz[32] está dedicada a esta cuestión y toda nuestra victoria en la guerra civil se debió al hecho que Trotsky supo aplicar su conocimiento del significado del factor moral en la guerra a nuestra realidad.
Cuando el viejo ejército zarista se descompuso, el ministro de guerra del gobierno de Kerensky, Verkhovsky, propuso la desmovilización de las tropas de mayor edad, la reducción parcial de los oficiales en la retaguardia y la reorganización del ejército por medio de la introducción de nuevos elementos jóvenes. Cuando tomamos el poder y las trincheras se vaciaron, muchos de ellos nos hicieron la misma proposición. Pero esta idea era pura utopía. Era imposible reemplazar el ejército zarista en huida por fuerzas frescas. Estas dos olas se cruzarían y se dividirían unas con otras. Había que disolver completamente el antiguo ejército; no se podía construir un nuevo ejército más que sobre el grito de alarma lanzado por la Rusia soviética a los obreros y a los campesinos, para defender las conquistas de la revolución.
Cuando en abril de 1918 los mejores oficiales zaristas que quedaban en el ejército tras nuestra victoria se reunieron para elaborar, con nuestros camaradas y algunos representantes militares de los Aliados, el plan de organización del ejército, Trotsky escuchó sus planes durante varios días en silencio —recuerdo perfectamente aquella escena—. Eran planes propuestos por gente que no comprendía la sublevación que estaba por producirse frente a ellos. Cada uno respondía a la pregunta de cómo organizar un ejército recurriendo al antiguo modelo. No habían entendido la metamorfosis que se produjo sobre el material humano en que el ejército está fundado. ¡Cómo se rieron los expertos militares ante las primeras tropas de voluntarios organizadas por el camarada Trotsky en calidad de Comisario de Guerra! El viejo Borissov, uno de los mejores escritores militares rusos, no dejaba de repetir a los comunistas con los que estaba obligado a mantenerse en contacto, que nada saldría de esta iniciativa, que el ejército sólo podía construirse sobre la base de la conscripción general y mantenerse por una disciplina de hierro. No alcanzaba a entender que las tropas de voluntarios eran los pilares sobre los que debía erigirse la estructura de conjunto, y que las masas campesinas y obreras no podrían ser ganadas nuevamente para la guerra a menos que estuvieran confrontadas a un peligro mortal. Sin creer ni por un instante que el ejército voluntario podía salvar a Rusia, Trotsky lo organizó como el aparato que necesitaba para crear el nuevo ejército.
La utilización de especialistas burgueses
Pero el genio organizativo de Trotsky y la audacia de su pensamiento se expresan más claramente aún en su valiente decisión de utilizar a los especialistas militares para crear el ejército rojo. Todo buen marxista sabe muy bien que necesitamos la ayuda de la vieja organización capitalista para construir un buen aparato económico. Lenin defendía esta proposición con gran determinación en sus discursos de abril sobre las tareas del poder soviético. Y esta idea no ha sido puesta en duda en los círculos experimentados del partido. Pero, por el contrario, la opinión que podríamos crear un instrumento para la defensa de la república, un ejército, con la ayuda de los oficiales zaristas chocaba contra una obstinada resistencia.
¿Quién podía pensar en rearmar a estos oficiales blancos que acababan de ser desarmados? Muchos camaradas planteaban de este modo la pregunta. Me acuerdo de una discusión en la redacción del Kommunist, el órgano de los llamados “comunistas de izquierda”, para quienes la cuestión de la utilización de oficiales de carrera los conducía al borde de la escisión. Y los redactores de ese periódico estaban entre los teóricos y los prácticos mejor formados del partido. Basta con citar los nombres de Bujarin[33], Ossinsky, Lomov, Iakovleva. Había mucha hostilidad aún entre nuestros camaradas militares reclutados durante la guerra para nuestra organización militar. La desconfianza de nuestros responsables militares a la utilización del saber de los antiguos oficiales no pudo disiparse más que gracias a la ardiente convicción de Trotsky, a su fe en nuestra fuerza social; su creencia que podíamos sacar beneficio de la ciencia de los expertos militares sin permitirles, por ello, que nos impusieran su política, la certeza, finalmente, que la vigilancia revolucionaria de los obreros avanzados permitiría poner fin a todo intento contrarrevolucionario que emanara de los oficiales de carrera.
La energía magnética de Trotsky
Para vencer, era necesario que el ejército estuviera dirigido por un hombre con voluntad de hierro, y que ese hombre no solamente tuviera la confianza plena del partido, sino también la capacidad de subyugar al enemigo que está obligado a servirnos por medio de esta voluntad de hierro. Pero el camarada Trotsky no sólo logró subordinar bajo su energía a los oficiales superiores del grado más elevado. Hizo más: logró ganar la confianza de los mejores elementos entre los expertos militares y convertirlos, de enemigos de la revolución soviética, en partidarios profundamente convencidos.
Fui testigo de semejante victoria de Trotsky en la época de las negociaciones de Brest-Litovsk. Los oficiales que nos habían acompañado a Brest-Litovsk guardaban una actitud más que reservada con respecto a nosotros. Desempeñaban su papel de expertos con la mayor arrogancia, convencidos de asistir a una comedia que no serviría más que para abrir una transacción comercial después de un largo tiempo, arreglada entre los bolcheviques y el gobierno alemán. Pero la forma en que Trotsky, en nombre de los principios de la revolución rusa, llevó la lucha contra el imperialismo alemán forzó a todas las personas presentes en la sala a admitir la victoria espiritual y moral de este eminente representante del proletariado ruso. La desconfianza de los expertos militares con respecto a nosotros se desvaneció a medida en que se desarrollaba el gran drama de Brest-Litovsk.
Recuerdo la noche en que el almirante Altvater —luego fallecido—, uno de los oficiales superiores del antiguo régimen, que comenzaba a ayudar a la Rusia soviética no por razones de miedo sino de conciencia, entró en mi habitación y me dijo: “Vine aquí porque ustedes me obligaron. No les he creído. Pero ahora voy a ayudarlos y haré mi trabajo como nunca antes porque tengo la profunda convicción de servir a mi patria”. Es una de las mayores victorias de Trotsky, quien fue capaz de hacer compartir a otros su convicción de que el gobierno soviético lucha realmente por el bienestar del pueblo ruso, incluso por quienes han venido de campos hostiles y por la fuerza.
Demás está decir que esta gran victoria en el frente interno, esta victoria moral sobre el enemigo, no solo es el resultado de la energía de hierro de Trotsky que le ha valido el respeto universal; no solo es el resultado de la profunda fuerza moral, del alto grado de autoridad, aún entre los medios militares, que este escritor socialista y tribuno del pueblo, ubicado por la voluntad de la revolución a la cabeza del ejército, ha sido capaz de conquistar. Exigía también la abnegación de decenas de miles de nuestros camaradas en el ejército, una disciplina de hierro en nuestras propias filas, un esfuerzo y una tensión permanentes para alcanzar nuestros objetivos; también exigía ese milagro que esta masa de seres humanos que, apenas ayer, huían de los campos de batalla, retomara hoy las armas en condiciones más que difíciles para la defensa de su país. Es un hecho innegable que estos factores políticos y psicológicos de masas juegan un papel importante.
Pero la expresión más vigorosa, la más concentrada y la más impresionante de esta influencia, se encuentra en la personalidad de Trotsky. Aquí, la revolución rusa ha actuado por intermedio del cerebro, del sistema nervioso y del corazón del mayor de sus representantes. Cuando comenzó nuestra primera prueba militar, con la Legión Checa, el partido, y con él su dirigente, Trotsky, demostró cómo el principio de la campaña política —como ya lo había enseñado Lassalle[34]— podía ser aplicado a la guerra, al combate con “argumentos de acero”. Hemos concentrado sobre la guerra todas nuestras fuerzas morales y materiales. Todo el partido comprendió que era necesario. Pero también esta necesidad encontró su expresión más elevada en la personalidad de acero de Trotsky.
Después de nuestra victoria sobre Denikin[35] en marzo de 1920, Trotsky dijo a la conferencia del partido: "Hemos devastado toda Rusia para vencer a los blancos". En estas palabras volvemos a encontrar la incomparable concentración de la voluntad necesaria para asegurar la victoria. Necesitábamos un hombre que fuera la encarnación del grito de guerra, un hombre que se convirtiera en el clarín que hiciera sonar la alarma, la voluntad exigiendo de todos y cada uno una subordinación incondicional a la gran necesidad sangrienta.
Lev Davidovich personifica la revolución
Únicamente un hombre trabajando como Trotsky, cuidándose tan poco como Trotsky, que puede hablar a los soldados como sólo Trotsky puede hacerlo, solamente un hombre así podía ser el abanderado del pueblo trabajador en armas. Ha sido todo esto, en una sola persona. Ha reflexionado sobre los consejos estratégicos dados por los expertos militares y los ha combinado con una evaluación correcta de la relación entre las fuerzas sociales; ha sabido unir en un movimiento único los avances de catorce frentes, de diez mil comunistas que informaban el cuartel general sobre lo que era en realidad el ejército y sobre la forma en que uno podía aprovecharse de él; comprendía cómo había que combinar todo esto en un único plan estratégico y un plan de organización única. Y, en el curso de este espectacular trabajo, comprendía mejor que nadie como tenía que aplicar su conocimiento del factor moral en la guerra.
Esta combinación entre el organizador, estratega militar y político está mejor caracterizado en el hecho que, durante todo el tiempo de su duro trabajo, Trotsky apreció la importancia para la guerra de Demian Bedny o del artista Moor[36]. Nuestro ejército era un ejército de campesinos, y la dictadura del proletariado, en lo que concierne al ejército, significaba la dirección de este ejército de campesinos por los obreros y los representantes de la clase obrera, y se realizaba a través de la personalidad de Trotsky y de los camaradas que cooperaban con él. Trotsky fue capaz, con la ayuda de todo el aparato del partido, de transmitir a este ejército de campesinos agotados por la guerra la profunda convicción de combatir por sus propios intereses.
Inseparablemente ligados en la historia
Trotsky trabajó con todo el partido en la obra de formación del Ejército Rojo. No hubiera podido realizar esta tarea sin el partido. Pero sin él, la creación del Ejército Rojo y sus victorias hubieran exigido mayores sacrificios aún. Nuestro partido pasará a la historia como la primera organización proletaria que ha logrado crear un gran ejército y esta página brillante de la revolución rusa permanecerá ligada siempre al nombre de León Davidovich Trotsky, cuya obra y su realización reclamarán no solamente amor sino el estudio científico de parte de la joven generación de trabajadores que se preparan para la conquista del mundo entero.
Notas.
[1] Este texto, aunque fue escrito a finales de 1918, apareció en un libro de Lunacharsky publicado en la URSS en 1923 con el título de Semblanzas revolucionarias, que incluye, entre otros, descripciones de Lenin, Trotsky, Zinóviev, Plejanov, Sverdlov, Volodarsky, Martos… Todavía se podía pensar y actuar libremente sin la censura estalinista.
[2] ZASÚLICH, Vera (1849-1919): Escritora y revolucionaria. Populista primero, se escindió con Plejánov y fue cofundadora del Grupo para la Emancipación del Trabajo. Durante el II Congreso del POSDR (1903) se situó con los mencheviques.
[3] PLEJÁNOV, Georgi (1856-1918): Fundador del marxismo ruso. En 1883 creo en Suiza el primer grupo marxista ruso (Grupo para la Emancipación del Trabajo). En el II Congreso del POSDR se alió inicialmente con Lenin, para pasarse más tarde a los mencheviques. Durante la Primera Guerra Mundial apoyó al gobierno zarista, y en 1917 fue un declarado adversario de los bolcheviques y la revolución de Octubre. A pesar de todo, Lenin siempre recomendó mucho sus primeras obras, especialmente las filosóficas. (La FUNDACIÓN FEDERICO ENGELS ha editado sus obras principales)
[4] Los acontecimientos de enero: El autor alude al “Domingo Sangriento” (9 de enero de 1905) cuando una pacífica manifestación obrera, encabezada por el cura Gapón, desfiló a través de San Petersburgo para entregarle una petición al zar y fue recibida a balazos por las tropas. Este acontecimiento dio comienzo a la revolución de 1905.
[5]PARVUS, Helphand Alexander L alias “Parvus” (1867-1924): De origen germano-ruso, fue militante socialdemócrata y colaboró durante un tiempo con Trotsky. Convertido en un hombre de negocios cínico y oportunista, olvidó su militancia revolucionaria por la prosperidad económica.
[6] Ese diario, “Nachalo” (El comienzo) comenzó a publicarse el 10 de noviembre de 1905 en San Petersburgo. Además de Trotsky y Parvus. Dan y Martov colaboraban en él.
[7] El IV Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSDR) tuvo lugar en Estocolmo (Suecia), entre el 10 y el 25 de abril y el 23 de abril y el 8 de mayo de 1906. Asistieron tanto bolcheviques como mencheviques y significó su reubicación temporal.
[8] MÁRTOV, Julius (1873-1923): Uno de los fundadores de la socialdemocracia rusa. Miembro de la redacción de Iskra. Prin¬cipal dirigente de los mencheviques a partir de 1903. Dirigente de la fracción de los “mencheviques internacionalistas” durante la guerra y en la Revolución Rusa de 1917. Participó en el II Congreso de los sóviets. Contrario al Gobierno bolchevique, pidió y obtuvo permiso para emigrar de la URSS.
[9] “Kadete’ (acrónimo de “demócrata constititucional” [“konstitutsionn o-demokratícheskaia”] era el nombre del partido burgués liberal fundado en 1905. El partido dominó la primera Duma en 1906. Los kadetes, y en particular su jefe Miliukov, desempeñaron un importante papel en el gobierno provisional tras la revolución de Febrero de 1917. Los bolcheviques pusieron fuera de la ley a los kadetes, después de la toma del poder en octubre por su apoyo abierto a la contrarrevolución armada de los generales zaristas
[10] Se refiere al Congreso de la Segunda Internacional celebrado en Stuttgart, del 18 al 24 de agosto de 1907.
[11] Término aplicado por Lenin a los mencheviques de derecha que, después de 1905, propusieron que el partido desistiera de sus actividades políticas ilegales y se redujera a utilizar medios legales para promover sindicatos, cooperativas, etc.
[12] KÁMENEV, Lev (1883-1936): Afiliado al POSDR en 1901. Detenido en 1902 y deportado, consigue fugarse, sale de Rusia y se une a los bolcheviques. Encabezó la fracción bolchevique de la Duma en los años previos a la Primera Guerra Mundial. Detenido en 1914 y condenado a deportación perpetua, quedó libre tras la caída del zar. Junto con Zinóviev, se opone a la insurrección de octubre de 1917. Después de la toma del poder por parte de los bolcheviques jugó un papel dirigente en el nuevo Estado soviético. Miembro del Buró Político de 1919 a 1927. A la muerte de Lenin, forma parte de la troika dirigente junto con Zinóviev y Stalin, iniciando la lucha contra Trotsky y la Oposición de Izquierda. En 1925, Zinóviev y él rompen con Stalin a raíz de la teoría del socialismo en un sólo país y se unen a Trotsky en la lucha contra la burocracia, dando lugar a la Oposición Conjunta. Destituido y expulsado del partido por la burocracia, capitula finalmente ante Stalin. Condenado en el primer juicio de Moscú de 1936 y ejecutado.
[13] SEMKOSVKI, Semión Iúlievich Bronstein, alias Semkovski (1882-?). Periodista. Menchevique hasta 1920, luego se adhirió al Partido Bolchevique.
[14] SKÓBELIEV, Matviéi Ivánovich (1885-1939). Ingresó en el POSDR en 1903, trabajó como agitador en Bakú. Diputado menchevique a la IV Duma en 1912. Ministro de trabajo en el Gobierno provisional. Emigró en 1920. Regresó a la URSS en 1922. Asesinado en las purgas estalinistas.
[15] Congreso de la Segunda Internacional celebrado del 28 de agosto al 3 de septiembre de 1910
[16] Vorwarts (Adelante): Órgano central del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD).
[17] RIAZÁNOV, David Borísovich Goldendach alias Riazánov(1870-1938): Narodniki a los 15 años, se unió al POSDR a los 17. Condenado en 1889 a cinco años de cárcel y tres de libertad vigilada. Después de 1903 se niega a elegir entre bolcheviques y mencheviques. Colaborador del Pravda de Trotsky. Internacionalista y colaborador de Nashe Slovo durante la Primera Guerra Mundial, participó en Zimmerwald. De vuelta en Rusia tras la revolución de Febrero, se unió al Comité Interdistritos y se integró al Partido Bolchevique en julio de 1917. Director del Instituto Marx-Engels. Expulsado del partido en 1931. Asesinado durante las purgas estalinistas.
[18] Nashe Slovo (Nuestra Palabra): Periódico socialdemócrata ruso, que mantuvo una línea internacionalista durante la Primera Guerra Mundial.
[19] Los que tenían una postura socialpatriota de apoyo a su burguesía nacional en la guerra imperialista.
[20] URITSKI, Moiséi Solomónovich (1873-1918): Militante del POSDR desde finales del siglo XIX. Deportado a Siberia entre 1897 y 1902, conoce allí a Trotsky, con el que más tarde colaborará en el Pravda de Viena. Dirigente del Comité Interdistrito. Elegido miembro del CC en julio de 1917, y en octubre miembro del Comité Militar Revolucionario. Asesinado por un eserista.
[21] MANUILSKI, Dimitri Zajárevich (1883-1959): Miembro del POSDR desde 1903, y después de la derrota de 1905 de la fracción ultraizquierdista del Vpériod. Miembro del Comité Interdistritos encabezado por Trotsky, se unió al partido bolchevique en 1917. Miembro del Comité Central. Desde 1920 apoyó a la fracción estalinista. Secretario de la Internacional Comunista entre 1931 y 1943. Ministro de Asuntos Exteriores de la URSS durante la Segunda Guerra Mundial.
[22] JAURÈS, Jean (1859-1914): Dirigente del ala reformista del socialismo francés asesinado por un fascista al comienzo de la Primera Guerra Mundial. Revisó los postulados básicos del marxismo y propugnó la colaboración de clases. En 1902 fundó el Partido Socialista Francés, que adoptó posiciones reformistas y que en 1905 se fusionó con el partido dirigido por Guesde, formando la Sección Francesa de la Internacional Obrera. Durante la Primera Guerra Mundial, los jauresistas, mayoritarios en la dirección de la SFIO, apoyaron abiertamente la guerra imperialista y adoptaron posiciones socialpatriotas.
[23] BEBEL, August (1840-1913): Dirigente socialista alemán, presidente del SPD y figura destacada de la Segunda Internacional. Como Kautsky, rechazaba formalmente el revisionismo, pero fue responsable del avance de las tendencias oportunistas que se apoderaron del SPD poco después de su muerte.
[24] CHERNOV, Viktor Mijaílovich (1873-1952): Fundador y uno de los principales dirigentes del Partido Social-Revolucionario, partido pequeñoburgués surgido en 1902. Sus militantes eran conocidos también como social-revolucionarios y eseristas. Antes de 1917 los eseristas fueron la corriente más influyente entre los campesinos. Sus concepciones eran una amalgama ecléctica de reformismo y anarquismo, y tras la revolución de febrero de 1917, junto a mencheviques y kadetes constituyeron el principal puntal del Gobierno provisional. Rechazaron liquidar la propiedad terrateniente de la tierra, traicionando así el programa de la revolución agraria. Durante la guerra civil rusa, Chernov participó en un gobierno antibolchevique en Samara. Finalmente huyó de Rusia y murió en Nueva York.
[25] Se refiere a la labor de Trotsky como comisario de guerra (1918-1922), cuando creó el Ejército Rojo y derrotó a las fuerzas combinadas de los ejércitos imperialistas y de los generales zaristas “blancos”.
[26] Publicado por primera vez en Pravda, nº 58, 14 de marzo de 1923
[27] CHICHERIN, Giorgi (1872-1936): Diplomático de carrera, se exilió tras el fracaso de la revolución de 1905. Inicialmente menchevique, su oposición a la Primera Guerra Mundial lo acercó a los bolcheviques, a los que se unió en 1917. Sustituyó a Trotsky como comisario de Asuntos Exteriores tras la firma del tratado de Brest-Litovsk en 1918, puesto que ocupó hasta 1930.
[28] MOLTKE, Helmuth von (1800-1895): Militar alemán reorganizó el ejército nacional bajo el Gobierno de Bismarck.
[29] MEHRING, Franz (1846-1919): Militante de la socialdemocracia alemana desde 1891, teórico marxista y defensor de la dialéctica materialista. Cofundador, junto con Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, de la Liga Espartaquista y del KPD. Radek menciona aquí al rey de Prusia, Federico el Grande (1712-1786) y al escritor Gotthold Lessing (1729-1781).
[30] Radek se refiere al libro de Trotsky, La guerra y la InternacionaL (1914). Existe edición de la FUNDACIÓN EDERICO ENGELS
[31] KERENSKI, A.F. (1881-1970): Dirigente eserista (social-revolucionario). Tras la Revolución de Febrero de 1917 se convirtió en el principal representante de los conciliadores pequeñoburgueses en el Gobierno Provisional. Ocupó el cargo de ministro de Justicia, después ministro de la Guerra y de Marina, y, desde julio, Jefe del Gobierno. Comandante en jefe de las Fuerzas Armadas tras el golpe fallido de Kornílov. Huyó de Rusia tras la Revolución de Octubre y acabó exiliado en EEUU.
[32] CLAUSEWITZ, Carl Philipp Gottlieb von (1780-1831): Militar prusiano, uno de los más influyentes historiadores y teóricos de la ciencia militar moderna. Conocido principalmente por su tratado De la guerra, en el que aborda a lo largo de ocho volúmenes un análisis sobre los conflictos armados, abarcando comentarios sobre táctica, estrategia e incluso filosofía. Sus obras influyeron de forma decisiva en el desarrollo de la ciencia militar occidental.
[33] BUJARIN, Nicolai (1888-1938): Bolchevique desde 1906. Detenido en dos ocasiones, emigra al extranjero. Internacionalista durante la Primera Guerra Mundial, es arrestado en Suecia y se va a EEUU, donde edita Novy Mir y colabora con Trotsky. Volvió a Rusia tras la revolución de febrero de 1917. Miembro del CC desde agosto de 1917 hasta 1928. Director de Pravda tras la revolución de Octubre. Se opuso a la firma del tratado de Brest-Litovsk y encabezó a los comunistas de izquierda, editando su periódico. En 1923-27 formó un bloque político con Stalin, defendiendo la teoría del socialismo en un solo país y el enriquecimiento del Kulak, y en política exterior el Comité Anglo-Ruso y la subordinación del PC de China al Kuomintang. En 1928, Stalin rompe su coalición con Bujarin y el resto del ala derecha (Bujarin, Rykov, Tomski y otros) y lo rebaja a suplente del CC. En abril de 1929 fue reemplazado como director de Pravda y presidente de la Tercera Internacional (en la que había sustituido a Zinóviev). En noviembre de 1929 fue eliminado del buró político. Después de capitular ante Stalin, en 1933 se puso al frente de Izvestia. Juzgado y fusilado por los esbirros de Stalin tras el último de los juicios públicos de Moscú, en marzo de 1938.
[34] LASALLE, Ferdinand (1825-1864): Defensor de un socialismo pequeñoburgués que posteriormente tendría gran influencia en la socialdemocracia alemana. En 1863 fundó la Asociación General de Trabajadores Alemanes, que en el congreso de Gotha (1875) se unificó con el Partido Socialdemócrata. Mantuvo posiciones oportunistas respecto a cuestiones teóricas y políticas fundamentales.
[35] DENIKIN, Antón (1872-1947): General zarista y uno de los dirigentes contrarrevolucionarios en el sur de Rusia durante la guerra civil. En el otoño de 1919, sus tropas casi ocuparon Tula. Tras la derrota de los blancos, se exilió en Francia.
[36] Pridvorov, Efim llamado Demian Bedny (1883-1945) fue el poeta popular de la guerra civil. Karl Moor (1853-1932), nacido en Suiza, su dibujante.