La década de los años 60 abrió una etapa de turbulencias revolucionarias en el corazón de la principal potencia imperialista del planeta, los Estados Unidos. 1968 comenzó con la Ofensiva del Tet por parte del Vietcong, un golpe demoledor a la moral de las tropas norteamericanas desplazadas para contener el avance de la revolución en Asia. Pero no fue solo la heroica resistencia del pueblo vietnamita lo que puso en entredicho a la maquinaria militar estadounidense y a su gobierno. El movimiento de masas que se generó contra la guerra de Vietnam coincidió con las grandes protestas a favor de los derechos civiles de la población negra. Iniciadas en el sur, las movilizaciones contra el sistema de segregación racial se extendieron a las principales ciudades del norte.
Desde mediados de los años 50, el movimiento por los derechos civiles y algunos de sus dirigentes, como Martin Luther King (MLK), fueron sacando conclusiones cada vez más avanzadas exigiendo no solo acabar con la segregación racial, reclamando también que los recursos dedicados a la guerra se utilizaran para combatir la desigualdad social y económica en el sur y en las grandes ciudades del norte. Este era el sentido de las grandes marchas contra la pobreza impulsadas por MLK, y sus declaraciones contra guerra de Vietnam o su apoyo a las causas obreras como la huelga de basureros de Memphis, no hacían sino subrayar el enorme impacto de la lucha de clases entre esta capa de dirigentes.
Reflejando un proceso aún más radical, Malcom X abandonó la Nación del Islam y sus posiciones raciales y religiosas y, al calor de la revolución cubana y argelina, comenzó a acercarse a las ideas del socialismo revolucionario. Otro punto de inflexión fue la creación en 1967 del Partido de los Panteras Negras, que sería calificado por Hoover, director del FBI, como “la mayor amenaza interna para la seguridad del país”. El desafío que representaron los Panteras Negras para el sistema político norteamericano fue respondido desde el aparato del Estado con una guerra sucia sin cuartel: solo en 1969 fueron asesinados 25 de sus líderes, entre ellos Fred Hampton, que había comenzado a impulsar un frente con los hispanos, indios nativo-americanos, mujeres y blancos pobres, de cara a unificar la lucha de los diversos movimientos emergentes. Las ejecuciones policiales continuaron contra decenas de activistas, y cientos fueron encarcelados con pruebas falsificadas.
El impacto de los Panteras Negras entre la comunidad afroamericana y la población pobre de los EEUU fue extraordinario. Las condiciones para el desarrollo de acciones revolucionarias de masas estaban maduras. En 1965, por ejemplo, estalló la huelga de campesinos filipinos e hispanos de la uva en Delano, California, encabezada por César Chávez, que a pesar de la brutal represión policial continuó cinco años más. En 1970 el movimiento feminista organizó una huelga nacional de mujeres, con una manifestación de más de 50.000 personas en Nueva York en demanda del derecho al aborto libre, guarderías públicas e igualdad en el ámbito educativo y laboral. Poco después, en 1973, el Tribunal Supremo legalizó el derecho al aborto. En 1970, cuando se celebraba una manifestación contra la guerra, la Guardia Nacional perpetró la matanza de la Universidad de Kent, asesinando a cuatro estudiantes. Como consecuencia, se convocó la primera huelga estudiantil en la historia de los EEUU y se organizaron 1.785 manifestaciones y 313 ocupaciones de universidades por todo el país. La clase obrera también protagonizó importantes movilizaciones, como la huelga de los trabajadores de la madera en Mississippi en 1971, con obreros blancos y negros luchando juntos, o la huelga de 44.000 trabajadores de la multinacional textil J. P. Stevens.
La resistencia contra la guerra
La guerra de Vietnam desnudó al imperialismo norteamericano ante millones de personas, tanto dentro como fuera de los Estados Unidos. Durante su intervención, el ejército estadounidense lanzó 8 millones de toneladas de bombas sobre Vietnam, Laos y Camboya, el triple de las que utilizaron todas las potencias enfrentadas durante la Segunda Guerra Mundial. El gobierno de EEUU autorizó también una guerra química salvaje contra la población civil, descargando sobre las ciudades y aldeas vietnamitas más de 20 millones de toneladas de Agente Naranja. Por su parte, la CIA ejecutó a más de 20.000 personas sin juicio alguno, y encerraron a más de 70.000 en campos de concentración. Todo este horror indiscriminado despertó la conciencia de millones de personas en todo el mundo, y Vietnam se convirtió en símbolo de dignidad y resistencia.
La oposición de la población norteamericana a la agresión genocida del imperialismo adquirió los contornos de una auténtica rebelión social, y se extendió entre los propios soldados, obligados a servir en una guerra injusta y brutal. Como ha ocurrido numerosas veces en la historia, en Rusia en 1917 o en Portugal en 1974, la guerra se convirtió en un catalizador de la revolución. El hecho de que existiera el servicio militar obligatorio inflamó a la sociedad norteamericana, especialmente a los estratos más humildes, que tenían más dificultades para evitar su alistamiento forzoso. Numerosos informes han refutado el mito de que la oposición a la guerra se manifestó únicamente entre las capas medias ilustradas. Concretamente, una encuesta de la Universidad de Michigan señalaba que en 1966 un 41% de la población sin estudios universitarios se oponía a la guerra, frente a un 27% de la población con estudios universitarios. En 1970 la diferencia era del 61% frente al 47%.
La resistencia contra la guerra se transformó en un desafío contra el Estado, carcomiendo uno de sus principales instrumentos de dominación: el aparato militar. Más de 100.000 jóvenes desertaron a lo largo del conflicto y, sólo en 1969, 33.960 fueron procesados por tribunales militares por negarse a servir en el ejército. La lucha también se extendió a las tropas desplazadas a Vietnam. Muchos soldados recurrían al llamado fragging, una práctica que consistía en lanzar una granada al oficial de la unidad y atribuir la muerte al enemigo. En 1970 se contabilizaron 209 acciones de este tipo, y el ejército se vio obligado a emitir una circular prohibiendo a cualquier mando ir por delante de sus hombres. Pero no se trataba sólo de este tipo de actos; los soldados, tanto en Vietnam como en EEUU, comenzaron a organizarse políticamente contra la guerra, y numerosos pilotos se negaron a practicar bombardeos. El Estado Mayor de la flota del Pacífico expuso la necesidad de purgar a más de 6.000 efectivos de la misma. Sin duda, este aspecto fue decisivo para que finalmente la clase dominante estadounidense decidiese retirarse de Vietnam.
Millones de jóvenes, mujeres, trabajadores —blancos y negros—, a los que se unieron también amplias capas de la población inmigrante más pobre y explotada, especialmente chicanos, llenaron las calles de todo EEUU exigiendo justicia social e igualdad económica, el fin de la guerra imperialista y la brutalidad policial. Los fundamentos de la sociedad capitalista norteamericanos fueron sacudidos hasta la raíz en 1968 y en los años posteriores. Cincuenta años después, una nueva generación está reatando el nudo histórico con aquellos gigantescos acontecimientos, luchando contra el régimen de Trump y levantando la bandera del socialismo internacional.
Para conocer más a fondo la resistencia heroica del pueblo vietnamita, publicamos el capítulo dedicado a la ofensiva del Tet del libro El Imperio derrotado: La Guerra de Vietnam y sus lecciones para hoy, escrito por Peter Taaffe.