La tarea estratégica del próximo período (un período prerrevolucionario de agitación, propaganda y organización) consiste en superar la contradicción entre la madurez de las condiciones revolucionarias objetivas y la inmadurez del proletariado y su vanguardia (la confusión y desmoralización de la generación madura y la inexperiencia de los jóvenes). Es necesario ayudar a las masas a que en sus luchas cotidianas hallen el puente que una sus reivindicaciones actuales con el programa de la revolución socialista. Este puente debe componerse de un conjunto de ‘reivindicaciones transitorias’, basadas en las condiciones y en la conciencia actual de amplios sectores de la clase obrera para hacerlas desembocar en una única conclusión final: la toma del poder por el proletariado.
León Trotsky, El programa de transición
León Trotsky escribió El programa de transición en 1938 como uno de los documentos políticos fundamentales para el debate de la conferencia fundacional de la Cuarta Internacional, celebrada en París el 3 de septiembre de ese año.
El llamamiento a fundar una nueva Internacional había partido de la Oposición de Izquierda Internacional —donde se agrupaban los bolcheviques leninistas que desde 1923 combatieron la degeneración burocrática de la URSS— justo después de que Hitler alcanzase el poder en 1933 por la vía electoral.
El triunfo del nazismo, que supuso una auténtica catástrofe para la clase obrera mundial, fue el producto directo de la nefasta política del Partido Comunista de Alemania (KPD) dictada por Stalin, y que en aquella coyuntura histórica se concretó en la línea ultraizquierdista del “socialfascismo” y la oposición sectaria a levantar un frente único de la izquierda. Una estrategia que paralizó la acción del proletariado alemán frente a la amenaza hitleriana y prestó un gran servicio a la propaganda anticomunista de la socialdemocracia.
La derrota de los obreros alemanes no provocó la menor crisis ni autocrítica en las filas del KPD —que en cuestión de meses fue ilegalizado mientras sus dirigentes y cuadros más destacados eran detenidos e internados en campos de concentración—, ni tampoco en la Internacional Comunista (IC), convertida ya en una agencia al servicio de los intereses de la casta burocrática de Moscú. Posteriormente, el aplastamiento de la clase trabajadora austriaca (1934) y la política de los frentes populares que llevó al trágico fracaso de la revolución en Francia y el Estado español (1936-1939), no hicieron sino confirmar esa realidad.
Tras casi una década de depresión económica y paro masivo, de crisis del parlamentarismo, agudización de la lucha de clases y polarización social, el ascenso del fascismo preparaba una nueva carnicería imperialista. El capitalismo mostraba su decadencia orgánica y empujaba a la humanidad a un callejón sin salida. En aquellos momentos decisivos, la bandera del comunismo había sido usurpada por el estalinismo, y las fuerzas del genuino marxismo revolucionario eran víctimas de una persecución sin precedentes. No sólo fue Hitler; el régimen estalinista se lanzó a una purga sistemática de cientos de miles de militantes revolucionarios dentro de las fronteras de la URSS y en los partidos comunistas de todo el mundo. Los juicios farsa de Moscú culminaron en la masacre de toda una generación de comunistas, empezando por la vieja guardia leninista.
Las fuerzas de la Oposición de Izquierda Internacional, que a finales de 1933 adoptó el nombre de Liga Comunista Internacional, eran limitadas y estaban sometidas a una represión implacable tanto por las potencias imperialistas y fascistas como por el estalinismo. No ha existido una corriente política que haya sido víctima de una persecución tan feroz. El propio desarrollo de la conferencia fundacional de la Cuarta Internacional lo prueba: en la misma participaron 26 delegados representando a 11 secciones nacionales de las 26 con las que contaba y, aunque estaba prevista una extensa agenda de discusiones, sólo pudo reunirse durante un día. El hostigamiento de la policía francesa y de los provocadores estalinistas hacía muy complicadas las medidas de seguridad. No en vano el principal organizador de este congreso, Rudolf Klement, había sido asesinado en París por un comando estalinista en el mes de julio, igual destino corrieron otros dos miembros destacados del Secretariado Internacional de la Liga: Erwin Wolf, secuestrado en 1937 por la GPU en España, y León Sedov, hijo de Trotsky y principal dirigente en Europa, cuya vida fue segada en febrero de 1938.
Un programa de lucha y una herramienta para construir el partido
El objetivo central de Trotsky con El programa de transición fue superar el aislamiento de las fuerzas revolucionarias, combatir la política de colaboración de clases de los socialdemócratas y estalinistas, y construir un puente hacia los trabajadores más conscientes, después de los duros golpes recibidos por el ascenso del nazismo y el fracaso de la revolución socialista en Francia y en el Estado español.
Trotsky insiste en una serie de ideas fundamentales que la experiencia histórica ha confirmado, empezando por señalar que la política de la socialdemocracia —con su diferenciación entre programa mínimo y programa máximo— ya no podía ofrecer nada a las masas. Tanto en el terreno de las reformas, porque “toda reivindicación importante del proletariado, y hasta las exigencias de la pequeña burguesía, desbordan los límites de la propiedad capitalista y el Estado burgués”; como en cuanto a la lucha por el socialismo, porque hacía décadas que para los jefes reformistas ese objetivo había quedado circunscrito a los discursos de las grandes ocasiones. Aunque envuelta en otras formas, la naturaleza de la política estalinista era similar.
Partiendo de que la tarea de los revolucionarios no es reformar el capitalismo sino derribarlo, la esencia de El programa de transición es ofrecer un conjunto de consignas y reivindicaciones para organizar la resistencia cotidiana de los trabajadores frente al paro masivo y la carestía de la vida, abogando por la reducción de jornada y la escala móvil precios-salarios, el control obrero…, y cuya efectividad y concreción sólo es posible ligándolas a la lucha revolucionaria. “Si el capitalismo se muestra incapaz de satisfacer las exigencias que surgen de las calamidades que él mismo ha generado, debe desaparecer. La ‘posibilidad’ o ‘imposibilidad’ de materializarlas depende ahora de la relación de fuerzas y es una cuestión que sólo puede resolverse con la lucha. Sólo la lucha, con independencia de sus resultados concretos inmediatos, puede hacer que los trabajadores lleguen a comprender la necesidad de liquidar la esclavitud capitalista”.
El programa de transición es una guía para la acción, para la intervención en la lucha de clases y, a través de ella, para la construcción de las fuerzas de la Cuarta Internacional. Como cualquier obra del marxismo está escrita en un contexto determinado y cada consigna está formulada para esa situación sobre la base de unas tareas determinadas. Lo impactante de este programa y su utilidad en el momento actual, más allá del hecho de que buena parte de sus reivindicaciones se pueden defender hoy sin cambiar una coma, es el método que utiliza. Se basa en la experiencia histórica del movimiento, en la política y la acción de Lenin y de los bolcheviques en la Revolución rusa, y en las valiosas aportaciones de los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista aplicados a una situación histórica específica.
En muchos sentidos estamos viviendo una época parecida a la que Trotsky analizó en este texto. Sufrimos la crisis económica más profunda y duradera desde el crack de 1929, atravesada por el paro crónico, la desigualdad y la polarización social. Esta convulsión ha provocado la ruptura del equilibrio interno de la sociedad, con efectos de largo alcance en las relaciones entre las clases y en los procesos políticos: la deslegitimación de las instituciones parlamentarias; la decadencia de la derecha tradicional, la socialdemocracia y de las direcciones sindicales; el aumento de las tensiones interimperialistas, el resurgimiento del nacionalismo económico, el crecimiento de tendencias bonapartistas, racistas y semifascistas… Cualquier activista de la izquierda encontrará en este texto una orientación para enfrentar las tareas cotidianas del movimiento revolucionario.
Otro de los elementos destacados que contiene el programa es el rechazo hacia las presiones sectarias y ultraizquierdistas que aíslan a la vanguardia obrera del movimiento de masas, y de las tendencias oportunistas de esa “nueva izquierda” que, como consecuencia de la degeneración del estalinismo, califican el marxismo como una “pieza de museo” teórica incapaz de ofrecer soluciones “realistas” a los grandes problemas de la historia.
Trotsky defiende el marxismo revolucionario como método para entender la realidad y elaborar una estrategia que prepare la victoria frente al capitalismo. “No hay mayor grado de moralidad en una sociedad basada en la explotación que la revolución social. Son buenos todos los medios que aumentan la conciencia de clase de los trabajadores, su confianza en sus propias fuerzas y su disposición a sacrificarse en la lucha. Los únicos medios inaceptables son aquellos que inducen a los oprimidos a temer y a someterse a sus opresores, que aniquilan su voluntad de protesta y su capacidad de indignación y que sustituyen la voluntad de las masas por la de sus dirigentes, sus convicciones por la obediencia ciega y el análisis de la realidad por la demagogia y los amaños”.
Confiar sólo en nuestras propias fuerzas, defender cada consigna como un medio para hacer avanzar la conciencia política de los trabajadores, y la mayor flexibilidad organizativa y táctica para dar cabida a las capas más jóvenes, más inexpertas sí, pero también más explotadas y sin la carga de experiencias negativas de la generación más madura. Trotsky explica de forma dialéctica esta relación y cómo resolverla: “Son los jóvenes, libres de responsabilidades por el pasado, quienes se encargan de regenerar al movimiento. La Cuarta Internacional dedica especial atención a la joven generación proletaria. Toda su política se dirige a hacer que los jóvenes confíen en sus propias fuerzas y en el futuro. Tan solo el fresco entusiasmo y el espíritu de ofensiva de la juventud pueden garantizar los primeros éxitos en el combate; y sólo esos éxitos pueden volver a atraer a los mejores elementos de la generación madura al camino de la revolución. Así ha sido siempre y así será”.
La idea de construir la dirección revolucionaria de la clase obrera, el factor subjetivo, es el hilo conductor de El programa de transición: “Las habladurías que tratan de demostrar que las condiciones históricas para el socialismo no han ‘madurado’ aún, son producto de la ignorancia o la mala fe. Las condiciones objetivas para la revolución proletaria no sólo han ‘madurado’, han empezado a pudrirse. En el próximo período histórico, de no realizar la revolución socialista, toda la civilización humana se verá amenazada por una catástrofe. Es la hora del proletariado, es decir, ante todo de su vanguardia revolucionaria. La crisis histórica de la Humanidad se reduce a la crisis de su dirección revolucionaria”.
El programa de transición de León Trotsky figura entre los clásicos del marxismo por lo que significó en el momento histórico en que fue elaborado, y por el valor teórico y práctico que sigue teniendo en la actualidad.