Las épocas reaccionarias como la que estamos viviendo no sólo desintegran y debilitan a la clase obrera y su vanguardia, sino que también rebajan el nivel ideológico general del movimiento y hacen retroceder el pensamiento político a etapas ya ampliamente superadas. En estas circunstancias, la tarea más importante de la vanguardia es no dejarse arrastrar por el reflujo, sino nadar contra la corriente. Si la desfavorable correlación de fuerzas le impide mantener las posiciones conquistadas, al menos debe aferrarse a sus posiciones ideológicas porque estas expresan las costosas experiencias del pasado. Los imbéciles calificarán esta política de “sectaria”. En realidad, es la única manera de preparar un nuevo y enorme avance cuando se produzca el siguiente ascenso de la marea histórica.
Reacción contra el marxismo y el comunismo
Las grandes derrotas políticas provocan inevitablemente una reconsideración de los valores, que generalmente procede de dos direcciones. Por un lado, la verdadera vanguardia, enriquecida por la experiencia de la derrota, defiende la herencia del pensamiento revolucionario con uñas y dientes y, sobre esta base, trata de educar a los nuevos cuadros para las próximas luchas de masas. En cambio, los rutinarios, los centristas y los diletantes hacen todo lo posible por destruir la autoridad de la tradición revolucionaria y retroceden en su búsqueda de un “Nuevo Verbo”.
Podríamos poner una gran cantidad de ejemplos de reacción ideológica, la mayoría de los cuales toman la forma de la postración. Toda la literatura de las internacionales Segunda y Tercera y de sus satélites del Buró de Londres2 consiste esencialmente en tales ejemplos. Ni sombra de análisis marxista. Ningún intento serio por explicar las causas de la derrota. Ni una palabra nueva acerca del futuro. Solamente lugares comunes, conformismo, mentiras y, por encima de todo, preocupación por la supervivencia de la burocracia. Basta olfatear diez líneas de Hilferding o de Otto Bauer3 para sentir el hedor a podredumbre. En cuanto a los teóricos de la Internacional Comunista, no vale la pena ni mencionarlos. El célebre Dimitrov4 es tan ignorante y trivial como un tendero con una jarra de cerveza. Los intelectos de esta gente son demasiado holgazanes como para renunciar al marxismo: lo prostituyen. Pero estas personas no son las que nos interesan aquí. Vayamos a los “innovadores”.
El excomunista austríaco Willi Schlamm5 ha publicado un folleto sobre los juicios de Moscú6, con el sugerente título de La dictadura de la mentira. Schlamm es un periodista de talento que se ocupa principalmente de los acontecimientos políticos del momento. Su crítica de los juicios-farsa de Moscú, así como su denuncia del mecanismo psicológico de las “confesiones voluntarias”, son excelentes. Sin embargo, no se limita a esto: quiere crear una nueva teoría del socialismo que nos inmunice contra futuras derrotas y fraudes. Pero, dado que Schlamm no es un teórico y aparentemente tampoco conoce bien la historia del socialismo, retorna por completo al socialismo premarxista, principalmente a su variante alemana, la más atrasada, sentimental y sensiblera de todas. Schlamm renuncia a la dialéctica y a la lucha de clases, por no hablar de la dictadura del proletariado. Para él, la cuestión de la transformación de la sociedad se reduce a la realización de ciertas verdades morales “eternas” con las cuales quiere imbuir a la humanidad incluso bajo el capitalismo.
El intento de Willi Schlamm de salvar al socialismo mediante el trasplante de una glándula moral fue recibido con alborozo y orgullo en la revista de Kérenski, Nóvaia Rossía (vieja revista provinciana rusa que ahora se publica en París): como era de esperar, la jefatura de la redacción proclama que Schlamm ha llegado a los principios del auténtico socialismo ruso, el cual mucho tiempo atrás contrapuso los sacros preceptos de fe, esperanza y caridad a la austeridad y rigor de la lucha de clases. En sus premisas “teóricas”, la “nueva” doctrina de los eseristas rusos es un simple retorno al socialismo alemán anterior a marzo... ¡de 1848! Sin embargo, sería injusto exigirle a Kérenski un conocimiento de la historia de las ideas más profundo que el de Schlamm. Es mucho más importante el hecho de que Kérenski, quien se solidariza con Schlamm, en su calidad de cabeza del Gobierno Provisional instigó la persecución de los bolcheviques bajo la acusación de ser agentes del estado mayor alemán. Es decir, organizó los mismos fraudes contra los que Schlamm moviliza ahora sus apolillados absolutos metafísicos.
El mecanismo psicológico de la reacción ideológica representada por Schlamm y similares no es en absoluto complicado. Es gente que durante un tiempo participó en un movimiento político que juraba por la lucha de clases y apelaba, si no en los hechos al menos en las palabras, al materialismo dialéctico. Tanto en Austria como en Alemania el asunto acabó en catástrofe. Schlamm saca una conclusión global: ¡es el resultado de la dialéctica y de la lucha de clases! Y, dado que la elección de revelaciones está restringida por la experiencia histórica y... por el conocimiento personal, nuestro reformador en busca del Verbo se encuentra con un hato de ropa vieja que opone valientemente no sólo al bolchevismo, sino también al marxismo.
A primera vista, la variante Schlamm de reacción ideológica parece demasiado primitiva como para ocuparnos de ella (de Marx... ¡a Kérenski!). Pero en realidad es muy aleccionadora: precisamente por su primitivismo, representa el común denominador de todas las formas de reacción, en particular de las que se expresan como condena total del bolchevismo.
¿‘Vuelta al marxismo’?
El marxismo encontró su expresión histórica más elevada en el bolchevismo. Bajo la bandera bolchevique se logró la primera victoria del proletariado y se instauró el primer Estado obrero. Pero, dado que, en la etapa actual, la Revolución de Octubre condujo al triunfo de la burocracia, con su sistema de represión, pillaje y fraude —a la dictadura de la mentira, en la feliz expresión de Schlamm—, muchas mentes formales y simplistas llegan a la misma conclusión sumaria: no se puede luchar contra el estalinismo sin renunciar al bolchevismo.
Como hemos visto, Schlamm va todavía más allá: el bolchevismo, que degeneró en estalinismo, surgió del marxismo; por consiguiente, no se puede combatir el estalinismo sobre las bases establecidas por el marxismo. Otros individuos, menos consecuentes pero más numerosos, dicen lo contrario: “Debemos volver del bolchevismo al marxismo.” ¿Cómo? ¿A qué marxismo? Antes de caer en “bancarrota” bajo la forma de bolchevismo, el marxismo ya había degenerado en socialdemocracia. ¿Significa entonces que la “vuelta al marxismo” es un salto por encima de la Segunda y la Tercera internacionales... a la Primera Internacional? Pero ésta también se desmoronó en su momento. Por lo tanto, en última instancia, se trata de volver... a las obras completas de Marx y Engels. Cualquiera puede realizar este salto mortal sin abandonar su gabinete, sin siquiera quitarse las pantuflas. Pero, ¿cómo vamos a pasar de nuestros clásicos (Marx murió en 1883, Engels en 1895) a las tareas de nuestro tiempo ignorando varias décadas de luchas teóricas y políticas, incluido el bolchevismo y la Revolución de Octubre? Ninguno de los que proponen renunciar al bolchevismo como tendencia histórica “en bancarrota” ha señalado otro camino. Por consiguiente, el problema se reduce a estudiar El capital. Por nuestra parte no hay objeción. Pero también los bolcheviques estudiaron El capital, y no con los ojos cerrados. Lo cual no impidió la degeneración del Estado soviético y los juicios de Moscú. Entonces, ¿qué hacer?
¿Es el bolchevismo responsable del estalinismo?
¿Es cierto que el estalinismo es un producto legítimo del bolchevismo, como sostienen todos los reaccionarios, como jura el mismo Stalin, como creen los mencheviques, anarquistas y ciertos doctrinarios de izquierda que se consideran marxistas? “Siempre lo hemos predicho —afirman—. Al prohibir a los demás partidos socialistas, reprimir a los anarquistas e imponer la dictadura bolchevique en los sóviets, la Revolución de Octubre sólo podía culminar en la dictadura de la burocracia. Stalin es, a la vez, la continuación y la bancarrota del leninismo”.
El fallo de este razonamiento estriba en la tácita identificación del bolchevismo, la Revolución de Octubre y la Unión Soviética. Se reemplaza el proceso histórico del choque de fuerzas hostiles por la evolución del bolchevismo en el vacío. Sin embargo, el bolchevismo es sólo una tendencia política, estrechamente fusionada con la clase obrera, pero no idéntica a la misma. Y en la Unión Soviética, aparte de la clase obrera, existen cien millones de campesinos, varias nacionalidades y una herencia de opresión, miseria e ignorancia. El Estado levantado por los bolcheviques refleja no sólo el pensamiento y la voluntad del bolchevismo, sino también el nivel cultural del país, la composición social de la población y las presiones de un pasado bárbaro y de un imperialismo mundial no menos bárbaro. Presentar el proceso de degeneración del Estado soviético como la evolución de un bolchevismo puro es ignorar la realidad social en nombre de uno solo de sus elementos, aislado mediante un acto de lógica pura. Basta llamar a este error elemental por su verdadero nombre, para destruirlo sin dejar vestigios.
En cualquier caso, el bolchevismo jamás se identificó a sí mismo ni con la Revolución de Octubre ni con el Estado surgido de ella. El bolchevismo siempre se consideró un factor de la historia, su factor “consciente”, un factor muy importante, pero no el decisivo. Jamás pecamos de subjetivismo histórico. Para nosotros, el factor decisivo —sobre la base de las fuerzas productivas existentes— era la lucha de clases, no sólo a escala nacional, sino también internacional.
Al hacer concesiones a la propiedad privada campesina, establecer reglas estrictas para el ingreso y pertenencia al partido, purgar el partido de elementos extraños, prohibir otros partidos, introducir la NEP, entregar la concesión de empresas a sectores privados o llegar a acuerdos diplomáticos con los gobiernos imperialistas, los bolcheviques sacaban conclusiones parciales de un hecho que, en el terreno teórico, les resultaba claro desde el comienzo: que la conquista del poder, por importante que sea, de ninguna manera trasforma al partido en soberano del proceso histórico. Evidentemente, el partido, una vez que se apoderó del Estado, puede ejercer su influencia sobre el desarrollo de la sociedad con un poder que antes le resultaba inaccesible; pero, a cambio de ello, se multiplica por diez la influencia que los demás elementos de la sociedad ejercen sobre él. Un ataque directo de las fuerzas hostiles puede echarlo del poder. Si el ritmo del proceso es más lento, puede degenerar internamente sin perder el poder. Esta dialéctica del proceso histórico es precisamente lo que se les escapa a los lógicos sectarios, que tratan de encontrar en la decadencia del estalinismo un argumento aplastante contra el bolchevismo.
En esencia, lo que dicen estos caballeros es: el partido que no contiene en sí mismo la garantía contra su propia degeneración es malo. Con este criterio, el bolchevismo está condenado, pues no tiene talismanes. Pero el criterio es erróneo. El pensamiento científico exige un análisis concreto: ¿cómo y por qué degeneró el partido? Hasta el momento, sólo los bolcheviques han hecho este análisis. Y para hacerlo no necesitaron romper con el bolchevismo: su arsenal les proveyó de todas las herramientas necesarias para aclarar su suerte. La conclusión fue la siguiente: es cierto que el estalinismo “devino” del bolchevismo, pero no de manera mecánica, sino dialéctica; no como afirmación revolucionaria, sino como negación termidoriana7. No es lo mismo.
El pronóstico fundamental del bolchevismo
Sin embargo, los bolcheviques no tuvieron que esperar a que se produjeran los juicios de Moscú para explicar las razones de la desintegración del partido gobernante en la URSS. Hace mucho tiempo ya que previeron y describieron la posibilidad teórica de tal proceso. Recordemos ese pronóstico que los bolcheviques formularon no sólo en vísperas, sino también muchos años antes de la Revolución de Octubre. Es posible que, en virtud de una determinada correlación de fuerzas nacionales e internacionales, el proletariado conquiste el poder por primera vez en un país atrasado como Rusia. Pero esa misma correlación de fuerzas demuestra de antemano que, sin una victoria más o menos rápida del proletariado en los países avanzados, el gobierno obrero ruso no sobrevivirá. El régimen soviético, abandonado a su propia suerte, degenerará o caerá. Más exactamente: degenerará y luego caerá. Yo mismo lo he escrito más de una vez desde 1905. En mi Historia de la Revolución rusa (véase el apéndice del último tomo: “El socialismo en un solo país”) están las declaraciones formuladas por los dirigentes bolcheviques entre 1917 y 1923. Todas llevan a la misma conclusión: sin revolución en occidente, el bolchevismo será liquidado por la contrarrevolución interna, la intervención extranjera o una combinación de ambas. Lenin subrayó una y otra vez que la burocratización del Estado soviético no era un problema teórico u organizativo, sino el comienzo potencial de la degeneración del Estado obrero.
En el XI Congreso del partido (marzo de 1922), Lenin habló del apoyo que ciertos políticos burgueses, como el profesor liberal Ustriálov8, ofrecían a la Rusia soviética bajo la NEP. “Estoy a favor de apoyar al gobierno soviético —dice Ustriálov— a pesar de haber sido un kadete, un burgués y un partidario de la intervención. Estoy a favor de apoyar al gobierno soviético porque ha tomado un rumbo que lo conducirá a un Estado burgués normal”. Lenin prefiere la cínica voz del enemigo a las “sentimentales mentiras comunistas”. Sobria, ásperamente, advierte al partido del peligro: “Debemos decir francamente que lo que dice Ustriálov es posible. La historia conoce todo tipo de transformaciones. Confiar en la firmeza de las convicciones, en la lealtad y en otras magníficas cualidades morales es todo menos una actitud seria en política. Solamente muy pocas personas poseen unas magníficas cualidades morales, pero el desenlace de la historia lo deciden las grandes masas, las cuales, si ese reducido número de personas no se adapta a ellas, a veces no se andan con miramientos” (Informe político del comité central al XI Congreso del PC (b) de Rusia, 27/3/1922). En fin, el partido no es el único factor del proceso y, a escala histórica más amplia, ni siquiera es el factor decisivo.
“Una nación conquista otra —prosigue Lenin en el mismo congreso, el último al que asistió—. Esto es sencillo, cualquiera lo puede entender. Pero, ¿qué sucede con la cultura de ambas naciones? Esto no es tan sencillo. Si la nación conquistadora es más culta que la conquistada, aquella le impone su cultura a esta; si sucede lo contrario, los conquistados le imponen su cultura al conquistador. ¿No ha ocurrido algo parecido en la capital? ¿No ha sucedido que 4.700 comunistas (casi una división del ejército, y todos de lo mejor) se encuentran bajo la influencia de una cultura ajena9?”. Esto se dijo a principios de 1922, y no era la primera vez. La historia no la hacen unos pocos, ni siquiera “los mejores”. Más aún: los “mejores” pueden degenerar en el espíritu de una cultura ajena, es decir, burguesa. Así como el Estado soviético puede abandonar la vía del socialismo, el Partido Bolchevique puede, en condiciones históricas desfavorables, perder su bolchevismo.
La Oposición de Izquierda surgió definitivamente en 1923, a partir de una comprensión clara de este peligro. Al percibir los síntomas de degeneración día a día, trató de oponer la voluntad consciente de la vanguardia proletaria al creciente termidor. Sin embargo, el factor subjetivo resultó insuficiente. Las “grandes masas” que, según Lenin, resuelven el resultado de la lucha se cansaron de las privaciones internas y de esperar la revolución mundial. Su ánimo decayó. La burocracia se impuso. Atemorizó a la vanguardia proletaria, pisoteó el marxismo, prostituyó al Partido Bolchevique. El estalinismo triunfó. El bolchevismo, bajo la forma de Oposición de Izquierda, rompió con la burocracia soviética y su Internacional Comunista. Este fue el auténtico proceso.
Es cierto que, en un sentido formal, el estalinismo surgió del bolchevismo. Hasta la fecha, la burocracia de Moscú sigue autotitulándose Partido Bolchevique. Utiliza el viejo rótulo del bolchevismo para engañar mejor a las masas. Tanto más dignos de lástima son los teóricos que confunden la forma con el fondo, la apariencia con la realidad. Al identificar estalinismo con bolchevismo, le rinden el mejor de los servicios a los termidorianos y, precisamente por eso, desempeñan un papel reaccionario evidente.
Eliminados de la escena política todos los demás partidos, los intereses y tendencias políticas antagónicos de los diversos estratos de la población se expresarán, en mayor o menor grado, en el partido gobernante. En la medida en que el centro de gravedad político se ha desplazado de la vanguardia proletaria hacia la burocracia, se ha alterado tanto la estructura social como la ideología del partido. En quince años, el desarrollo acelerado del proceso ha provocado una degeneración mucho más radical que la sufrida por la socialdemocracia en medio siglo. Las actuales purgas no trazan una mera línea roja entre el estalinismo y el bolchevismo, sino todo un torrente de sangre. El aniquilamiento de toda la vieja generación bolchevique, de un sector importante de la generación intermedia (la que participó en la guerra civil) y del sector de la juventud que asumió seriamente las tradiciones bolcheviques, demuestra que entre el bolchevismo y el estalinismo existe una incompatibilidad que no sólo es política, sino también directamente física. ¿Cómo puede no verse esto?
Estalinismo y ‘socialismo de Estado’
Por su parte, los anarquistas quieren ver en el estalinismo un producto orgánico no sólo del bolchevismo y del marxismo, sino también del “socialismo de Estado” en general. Están dispuestos a reemplazar el concepto patriarcal de Bakunin10 de la “federación de comunas libres” por el concepto más moderno de “federación de sóviets libres”. Pero, hoy como ayer, se oponen al poder estatal centralizado. En los hechos, una rama del marxismo “de Estado”, la socialdemocracia, llegó al poder y se convirtió en agente abierto del capitalismo. De la otra surgió una casta privilegiada. Es evidente que la raíz del mal es el Estado. Desde un punto de vista histórico amplio, este razonamiento contiene una pizca de verdad. El Estado, en tanto que aparato de coerción, es indudablemente una fuente de degeneración política y moral. La experiencia demuestra que esto también se puede aplicar al Estado obrero. Por tanto, puede decirse que el estalinismo es el producto de una situación en la cual la sociedad todavía no fue capaz de liberarse de la camisa de fuerza del Estado. Pero esta posición no contribuye en nada a elevar el marxismo y el bolchevismo, solamente caracteriza el nivel general de la humanidad y, sobre todo, la correlación de fuerzas entre el proletariado y la burguesía. Coincidiendo con los anarquistas en que el Estado, también el obrero, es producto de la barbarie de clase y que la auténtica historia humana comenzará con la abolición del Estado, todavía se nos plantea, con todo vigor, la siguiente pregunta: ¿qué vías y métodos conducirán, en última instancia, a la abolición del Estado? La experiencia reciente proporciona ejemplos de que bajo ningún concepto serán los métodos del anarquismo.
En el momento crítico, los dirigentes de la CNT11 española, la única organización anarquista importante del mundo, entraron en un gobierno burgués. Para justificar su traición a los principios del anarquismo, invocaron la presión de “circunstancias excepcionales”. ¿Pero acaso los dirigentes socialdemócratas alemanes no invocaron en su momento la misma excusa? Lógicamente, la guerra civil no es una situación pacífica ni común, sino una “circunstancia excepcional”. Sin embargo, las organizaciones revolucionarias serias se preparan precisamente para actuar en “circunstancias excepcionales”. La experiencia de España demostró una vez más que se puede “negar” el Estado en panfletos publicados en “circunstancias normales” con el permiso del Estado burgués, pero que las circunstancias de la revolución no permiten “negar” el Estado; por el contrario, exigen la conquista del Estado. No tenemos la menor intención de condenar a los anarquistas por no haber abolido el Estado de un plumazo. La conquista del poder —que los dirigentes anarquistas se mostraron incapaces de realizar, a pesar del heroísmo desplegado por los obreros anarquistas— de ninguna manera convierte al partido revolucionario en amo soberano de la sociedad. Pero sí condenamos severamente la teoría anarquista que, aunque aparentemente apta para épocas de paz, tuvo que ser abandonada rápidamente nada más aparecer las “circunstancias excepcionales” de... la revolución. Existían en los viejos tiempos ciertos generales —probablemente todavía existen— que decían que no hay cosa más dañina para un ejército que la guerra. Los revolucionarios cuya doctrina es destruida por la revolución no son mucho mejores.
Los marxistas coinciden plenamente con los anarquistas en cuanto al objetivo final: la abolición del Estado. Los marxistas son “estatalistas” tan sólo en la medida en que resulta imposible abolir el Estado ignorándolo. La experiencia del estalinismo no refuta las enseñanzas del marxismo, sino que las confirma negativamente. Evidentemente, la doctrina revolucionaria que enseña al proletariado a encontrar la orientación justa y a aprovechar activamente cada situación no contiene una garantía automática de victoria. Pero la victoria sólo se puede alcanzar mediante la aplicación de esa doctrina. Por otra parte, no se debe concebir la victoria como un hecho único. Hay que proyectarla sobre la perspectiva de la época histórica. El primer Estado obrero —con unas bases económicas inferiores a las del imperialismo y rodeado por este— se trasformó en la gendarmería del estalinismo. Pero el auténtico bolchevismo lanzó una lucha a vida o muerte contra esa gendarmería. Para mantenerse en el poder, el estalinismo se ve ahora obligado a librar una guerra civil abierta contra el bolchevismo, etiquetado como “trotskismo”, no sólo en la URSS, sino también en España. El viejo Partido Bolchevique ha muerto, pero el bolchevismo está levantando cabeza en todas partes.
Derivar el estalinismo del bolchevismo o del marxismo es lo mismo que, en un sentido más amplio, derivar la contrarrevolución de la revolución. Este cliché ha sido una característica permanente del pensamiento liberal-conservador y también del reformista. Debido a la estructura de clases de la sociedad, las revoluciones siempre engendran contrarrevoluciones. ¿No significa esto —pregunta el lógico— que el método revolucionario tiene un defecto intrínseco? A pesar de ello, hasta el momento, ni los liberales ni los reformistas han podido hallar un método más económico. Pero si bien no es fácil racionalizar el proceso histórico vivo, no resulta en absoluto difícil encontrar una interpretación racional de sus sucesivas oleadas y derivar, por pura lógica, el estalinismo del “socialismo de Estado”, el fascismo del marxismo, la reacción de la revolución, en fin, la antítesis de la tesis. En este terreno, como en muchos otros, el pensamiento anarquista cae en el racionalismo liberal. El auténtico pensamiento revolucionario es imposible sin la dialéctica.
Los ‘pecados’ políticos del bolchevismo: origen del estalinismo
En ciertas ocasiones, los argumentos de los racionalistas asumen, al menos en su forma externa, un carácter más concreto. No hacen derivar el estalinismo del bolchevismo en su totalidad, sino de sus pecados políticos12. Los bolcheviques —según Gorter, Pannekoek13, ciertos “espartaquistas”14 alemanes y otros sujetos— reemplazaron la dictadura del proletariado por la dictadura del partido; Stalin reemplazó la dictadura del partido por la dictadura de su burocracia. Los bolcheviques destruyeron todos los partidos menos el suyo; Stalin estranguló al Partido Bolchevique en el altar de su camarilla bonapartista15. Los bolcheviques concertaron acuerdos con la burguesía; Stalin se convirtió en aliado y puntal de la burguesía. Los bolcheviques defendían la necesidad de participar en los viejos sindicatos y en el parlamento burgués; Stalin buscó y consiguió la amistad de la burocracia sindical y de la democracia burguesa. Se pueden hacer todas las comparaciones semejantes que se quiera. A pesar de su aparente contundencia, su valor es nulo.
El proletariado sólo puede conquistar el poder a través de su vanguardia. La necesidad de un poder estatal surge del insuficiente nivel cultural de las masas y de su heterogeneidad. En la vanguardia revolucionaria, organizada en el partido, cristalizan las aspiraciones de libertad de las masas. Sin confianza de la clase en la vanguardia, sin apoyo de la clase a la vanguardia, no puede pensarse en la toma del poder. En este sentido, la revolución y la dictadura proletarias son obra de toda la clase, pero dirigida por la vanguardia. Los sóviets son sólo la forma organizada del vínculo entre la vanguardia y la clase. Sólo el partido puede darle a esta forma un contenido revolucionario, como demuestran la experiencia positiva de la Revolución de Octubre y la experiencia negativa de otros países (Alemania, Austria, ahora España). Nadie ha demostrado en la práctica ni tratado de explicar adecuadamente sobre el papel cómo el proletariado puede conquistar el poder sin la dirección política de un partido que sabe lo que quiere. El hecho de que el partido haya subordinado políticamente los sóviets a sus dirigentes no ha abolido el sistema soviético más de lo que la mayoría conservadora ha abolido el sistema parlamentario británico.
En cuanto a la prohibición de otros partidos soviéticos, no es producto de una “teoría” bolchevique, sino una medida de defensa de la dictadura [del proletariado] en un país atrasado, devastado y rodeado de enemigos por todas partes. Los bolcheviques comprendieron claramente desde el principio que esta medida, completada más tarde con la prohibición de fracciones en el seno del propio partido gobernante, señalaba un peligro enorme. Sin embargo, el peligro no radicaba en la doctrina ni en la táctica, sino en la debilidad material de la dictadura y en las dificultades internas y externas. Si la revolución hubiese triunfado, aunque sólo fuese en Alemania, la necesidad de prohibir los otros partidos soviéticos habría desaparecido por completo. Es absolutamente indiscutible que la dominación de un único partido sirvió como punto de partida jurídico para el régimen totalitario estalinista. Pero la causa de este proceso no está en el bolchevismo ni en la prohibición de otros partidos como medida transitoria en tiempos de guerra, sino en las derrotas del proletariado en Europa y Asia.
Lo mismo puede decirse de la lucha contra el anarquismo. Durante el período heroico de la Revolución, los bolcheviques pelearon hombro con hombro junto a los anarquistas auténticamente revolucionarios. Muchos de ellos se unieron al partido. Más de una vez, Lenin y el autor de estas líneas discutieron la posibilidad de conceder a los anarquistas determinados territorios donde, con el consentimiento de la población local, pudieran realizar la experiencia de abolir el Estado. Pero la guerra civil, el bloqueo y la hambruna no permitieron dar cabida a tales planes. ¿La insurrección de Kronstadt16? Naturalmente, el gobierno revolucionario no podía “regalar” la fortaleza que defendía la capital a los marineros insurrectos simplemente porque unos cuantos anarquistas vacilantes se unieron a la rebelión reaccionaria de los soldados y campesinos. El análisis histórico concreto de los acontecimientos reduce a polvo todas las leyendas, basadas en la ignorancia y el sentimentalismo, sobre Kronstadt, Majnó17 y otros episodios de la revolución.
Sólo resta el hecho de que, desde el comienzo, los bolcheviques aplicaron no sólo la convicción, sino también la coacción, a menudo en grado sumo. También es indiscutible que la burocracia surgida de la revolución monopolizó más tarde el sistema coercitivo. Cada etapa de un proceso, incluso cuando se trata de etapas tan catastróficas como la revolución y la contrarrevolución, deriva de la etapa previa, hunde sus raíces en ella y conserva algunos de sus rasgos. Los liberales, incluidos los Webb18, han dicho siempre que la dictadura bolchevique sólo representa una nueva edición del zarismo. Cierran los ojos ante “detalles” tales como la abolición de la monarquía y la nobleza, la entrega de la tierra a los campesinos, la expropiación del capital, la introducción de la economía planificada, la educación atea, etc. Exactamente igual, el pensamiento liberal-anarquista cierra sus ojos al hecho de que la revolución bolchevique, con toda su coacción, significó una subversión de todas las relaciones sociales en beneficio de las masas, mientras que el proceso termidoriano estalinista acompaña a la transformación de la sociedad soviética en beneficio de los intereses de una minoría privilegiada. Es obvio que en la identificación del estalinismo con el bolchevismo no hay ni rastro de criterios socialistas.
Cuestiones de teoría
Uno de los rasgos más sobresalientes del bolchevismo ha sido su actitud severa, exigente, incluso beligerante, con respecto a las cuestiones teóricas. Los veintisiete volúmenes19 de las obras de Lenin permanecerán para siempre como un ejemplo de la más elevada seriedad teórica. Sin esta cualidad fundamental, el bolchevismo jamás hubiera podido realizar su misión histórica. En esta esfera, el estalinismo, grosero, ignorante y totalmente empírico, se halla en el polo opuesto.
Hace ya más de diez años, la Oposición declaró en su programa: “Desde la muerte de Lenin, se han creado toda una serie de teorías nuevas cuya única finalidad es justificar el alejamiento de los estalinistas de la senda de la revolución proletaria internacional”. Hace pocos días, el autor estadounidense Liston M. Oak20, quien ha participado en la Revolución española, escribió lo siguiente: “Hoy en día los estalinistas son los mayores revisionistas de Marx y Lenin. Bernstein21 no se atrevió a recorrer ni la mitad del camino que ha recorrido Stalin en la revisión de Marx”. Es totalmente cierto. Sólo falta añadir que Bernstein debía satisfacer ciertas necesidades teóricas: trató conscientemente de establecer la relación entre la práctica reformista y el programa de la socialdemocracia. La burocracia estalinista, sin embargo, no sólo es ajena al marxismo, sino que en general también es ajena a cualquier doctrina o sistema. Su “ideología” está imbuida de subjetivismo policial, su práctica es el empirismo de la violencia desnuda. Por la naturaleza misma de sus intereses esenciales, la casta de los usurpadores es hostil a toda teoría: no puede dar cuenta de su papel social ni a sí misma ni a nadie. Stalin no revisa a Marx y a Lenin con la pluma del teórico, sino con la bota de la GPU.
Cuestiones de moral
Los que más se quejan de la “inmoralidad” de los bolcheviques son esas nulidades jactanciosas a quienes el bolchevismo arrancó sus máscaras baratas. Los círculos pequeñoburgueses, intelectuales, democráticos, “socialistas”, literarios, parlamentarios y otros de la misma calaña conservan los valores convencionales o emplean un lenguaje convencional para ocultar su falta de valores. Esta amplia y variopinta cooperativa de protección mutua —“vive y deja vivir”— no puede soportar el roce del bisturí marxista en su sensible epidermis. Esos teóricos, escritores y moralistas, que oscilan entre los diferentes campos, pensaban, y siguen pensando, que los bolcheviques exageran maliciosamente las diferencias, que son incapaces de colaborar de forma “leal” y que, con sus “intrigas”, rompen la unidad del movimiento obrero. Por su parte, el centrista22, sensible y remilgado, siempre ha creído que los bolcheviques lo “calumniaban”... simplemente porque desarrollaban los vagos pensamientos del centrista hasta el final, cosa que él jamás pudo hacer. Pero es un hecho que sólo esa preciosa cualidad —mantener una actitud intransigente hacia toda objeción y evasión— es la que le permite al partido revolucionario educarse y no ser sorprendido por “circunstancias excepcionales”.
En última instancia, las cualidades morales de un partido derivan de los intereses históricos que representa. Las cualidades morales bolcheviques de abnegación, desinterés, audacia y desprecio por todo oropel y falsedad —¡las mayores cualidades del ser humano!— derivan de su intransigencia revolucionaria al servicio de los oprimidos. En este terreno, la burocracia estalinista imita los términos y gestos del bolchevismo. Pero la “intransigencia” y la “inflexibilidad”, aplicadas por un aparato policial al servicio de una minoría privilegiada, se convierten en fuente de desmoralización y gansterismo. Sólo podemos sentir desprecio por esos caballeros que identifican el heroísmo revolucionario de los bolcheviques con el cinismo burocrático de los termidorianos.
En la actualidad, a pesar de los acontecimientos dramáticos del pasado reciente, el filisteo común quiere creer que el choque entre el bolchevismo (“trotskismo”) y el estalinismo es un mero conflicto de ambiciones personales o, en el mejor de los casos, entre dos “matices” del bolchevismo. Tenemos la expresión más grosera de esta opinión en Norman Thomas, dirigente del Partido Socialista estadounidense: “Existen pocas razones para creer —escribe (American Socialist Review, septiembre de 1937, p. 6)— que, si el ganador (!) hubiera sido Trotsky en lugar de Stalin, se habrían terminado las intrigas, conjuras y el reino del terror en Rusia”. El hombre que esto escribe se considera... marxista. Aplicando el mismo criterio, podríamos decir: “Existen pocas razones para creer que, si el titular de la Santa Sede fuese Norman I en vez de Pío XI, la Iglesia católica se habría transformado en un bastión del socialismo”.
Thomas se niega a comprender que no se trata de una pelea entre Stalin y Trotsky, sino del antagonismo entre la burocracia y el proletariado. Es cierto que la burocracia gobernante se ve obligada, incluso hoy, a adaptarse a la herencia de la revolución, aún no totalmente liquidada, a la vez que prepara un cambio en el régimen social a través de la guerra civil (“purga” sangrienta: aniquilación en masa de los descontentos). Pero en España la camarilla estalinista ya actúa abiertamente como baluarte del orden burgués contra el socialismo. Ante nuestros ojos, la lucha contra la burocracia bonapartista se trasforma en lucha de clases: dos mundos, dos programas, dos morales. Si Thomas piensa que la victoria del proletariado socialista sobre la infame casta de opresores no regeneraría política y moralmente el régimen soviético, entonces demuestra que, a pesar de sus reservas, evasiones y suspiros piadosos23, se encuentra mucho más cerca de la burocracia estalinista que de los trabajadores.
Como todos los que se enfurecen con la “inmoralidad” bolchevique, Thomas no está a la altura de la moral revolucionaria.
Las tradiciones del bolchevismo y la Cuarta Internacional
Los “izquierdistas” que trataron de “volver” al marxismo pasando por alto el bolchevismo cayeron generalmente en panaceas aisladas: boicot a los viejos sindicatos, boicot al parlamento, creación de sóviets “auténticos”. Todo esto podía parecer muy profundo al calor de los primeros días de la posguerra. Ahora, después de las experiencias recientes, semejantes “enfermedades infantiles” ni siquiera resultan interesantes como objeto de estudio. Los holandeses Gorter y Pannekoek, los “espartaquistas” alemanes, los bordiguistas italianos24, quisieron demostrar su independencia del bolchevismo: exaltaron artificialmente una de sus características y la opusieron a las demás. Nada queda de estas tendencias “izquierdistas”, ni en la teoría ni en la práctica; prueba indirecta pero contundente de que el bolchevismo es el único marxismo posible en nuestra época.
El Partido Bolchevique demostró en la práctica la combinación de la mayor audacia revolucionaria con el realismo político. Estableció por primera vez cuál es la única relación entre vanguardia y clase capaz de garantizar la victoria. Demostró en la práctica que la alianza entre el proletariado y las masas oprimidas de la pequeña burguesía rural y urbana requiere la previa derrota política de los partidos pequeñoburgueses tradicionales. El Partido Bolchevique mostró al mundo entero cómo debe realizarse la insurrección armada y la conquista del poder. Quienes contraponen los sóviets a la dictadura del partido deben comprender que sólo gracias a la dictadura bolchevique pudieron los sóviets salir del fango del reformismo y convertirse en el poder estatal del proletariado. En la guerra civil, el Partido Bolchevique logró la combinación justa de arte militar y política marxista. Si la burocracia estalinista lograse destruir los cimientos económicos de la nueva sociedad, la experiencia de la economía planificada bajo la dirección bolchevique pasará igualmente a la historia como una de las más grandes lecciones de la humanidad. Sólo pueden ignorarlo los sectarios que, ofendidos por los golpes que han recibido, le dan la espalda al proceso histórico.
Pero esto no es todo. El Partido Bolchevique pudo realizar su magnífica obra “práctica” porque la teoría iluminó todos sus pasos. El bolchevismo no creó la teoría: se la proporcionó el marxismo. Pero el marxismo es la teoría del movimiento, no del estancamiento. Sólo los acontecimientos de gran envergadura histórica podrían enriquecer la propia teoría. El bolchevismo hizo aportes de valor incalculable al marxismo: el análisis de la época imperialista como época de guerras y revoluciones; de la democracia burguesa en la era de la decadencia capitalista; de la relación recíproca entre huelga general e insurrección; del papel del partido, los sóviets y los sindicatos en la revolución proletaria; la teoría del Estado soviético, de la economía de transición, del fascismo y el bonapartismo en la época de decadencia capitalista; por último, el análisis de la degeneración del propio Partido Bolchevique y del Estado soviético. Dígase otra tendencia que haya aportado alguna contribución esencial a las conclusiones y generalizaciones del bolchevismo. En los terrenos teórico y político, Vandervelde, De Brouckère, Hilferding, Otto Bauer, Léon Blum, Zyromski, por no mencionar al mayor Attlee25 o a Norman Thomas, viven de los restos podridos del pasado. La expresión más grosera de la degeneración de la Tercera Internacional es su descenso al nivel teórico de la Segunda Internacional. Los grupos intermedios en todas sus variantes (Partido Laborista Independiente británico, POUM y demás) toman retazos al azar de Marx y Lenin y los adaptan a sus necesidades actuales. Los trabajadores no pueden aprender nada de ellos.
Sólo los fundadores de la Cuarta Internacional, que han asumido la tradición de Marx y Lenin, mantienen una actitud seria hacia la teoría. Los filisteos pueden burlarse de los revolucionarios que, veinte años después de la Revolución de Octubre, han vuelto a una modesta propaganda preparatoria. En este terreno, como en tantos otros, los grandes capitalistas demuestran ser mucho más perspicaces que los pequeños burgueses que se consideran “socialistas” o “comunistas”. No es casual que el tema de la Cuarta Internacional no desaparezca de las columnas de la prensa mundial. La candente necesidad histórica de construir una dirección revolucionaria le asegura a la Cuarta Internacional un ritmo de crecimiento excepcionalmente rápido. La principal garantía de su éxito futuro reside en que no ha surgido al margen del gran camino histórico, sino como producto orgánico del bolchevismo.
Notas
- León Trotsky aborda extensamente en este trabajo la lucha de la Oposición de Izquierda contra el estalinismo y las raíces históricas de la Cuarta Internacional. Publicado el 27 de agosto de 1937.
- Agrupamiento internacional de partidos centristas formado en 1932. Entre sus integrantes estaban el POUM y el Partido Laborista Independiente británico (ILP).
- Rudolf Hilferding (1877-1941): Dirigente del SPD alemán. Pacifista durante la Primera Guerra Mundial. Aunque previamente había condenado la participación en gobiernos burgueses, en 1923 entró en el gabinete burgués de Gustav Stresemann. || Otto Bauer (1881-1938): Dirigente de la socialdemocracia austríaca y principal teórico del austro-marxismo. Ministro de Asuntos Exteriores en 1918 en un gobierno de coalición con la burguesía.
- Gueorgui Dimitrov (1882-1949): Dirigente estalinista búlgaro, secretario de la Internacional Comunista entre 1934 y 1943.
- Willi Schlamm (1904-1978): Uno de los fundadores de la Oposición de Derecha austríaca. Cuando Hitler llegó al poder, publicó algunos artículos relevantes de Trotsky en la revista Die Weltbühne, de cuya edición vienesa era director. Posteriormente se trasladó a EEUU, donde colaboró en publicaciones conservadoras.
- Juicios de Moscú: Toda la vieja guardia leninista, especialmente los seguidores de Trotsky, fue acusada de todos los crímenes imaginables: asesinato, colaboración con los nazis, conspiración para derrocar la URSS y restaurar el capitalismo... En el primer juicio (de los Dieciséis, agosto 1936) se acusó a Zinóviev, Kámenev y Smirnov, entre otros; todos fueron condenados a muerte y fusilados en la Lubianka, la sede del NKVD. Pravda reflejó así la noticia: “Desde que ocurrió, se respira mejor, el aire es más puro, nuestros músculos adquieren nueva vida, nuestras máquinas funcionan con más alegría, nuestras manos son más diestras”. En el segundo (juicio de los Diecisiete, enero 1937), se acusó, entre otros, a Rádek, Piatakov y Sokólnikov; trece fueron sentenciados a muerte y fusilados, y los demás enviados a campos de concentración, donde no sobrevivieron mucho tiempo. En el tercero (juicio de los Veintiuno, marzo 1938) se acusó tanto a dirigentes del ala de derechas (Bujarin, Ríkov...) y de la Oposición de Izquierda (Rakovski) como a antiguos represores (Yagoda); todos fueron condenados a muerte y fusilados. Además, en junio de 1937 hubo un juicio secreto contra altos oficiales del Ejército Rojo, entre ellos el mariscal Tujachevski, que fueron condenados y ejecutados. Aunque todos los acusados en los juicios confesaron sus “crímenes”, esas confesiones fueron producto de la tortura generalizada, que llevó a situaciones como la de Smirnov, que reconoció haber participado en el asesinato de Serguéi Kírov a pesar de que cuando ocurrió llevaba más de un año en la cárcel. Con las purgas, la burocracia quiso borrar la memoria histórica de Octubre y de la democracia obrera implantada por la Revolución. Trotsky las calificó de “guerra civil unilateral contra el partido bolchevique”. A finales de 1940, de los veinticuatro miembros del Comité Central bolchevique de la Revolución sólo sobrevivían dos (Stalin y Kollontái), siete habían muerto y los quince restantes habían sido ejecutados o se habían suicidado a causa de la represión. León Trotsky, el principal acusado en los juicios de Moscú, fue finalmente asesinado en México el 20 de agosto de 1940 por Ramón Mercader, un sicario de Stalin.
- Termidor: término para describir un período de reacción política sin una contrarrevolución social. Hace referencia al mes de termidor (julio en el calendario revolucionario francés) de 1794, cuando un golpe reaccionario derrocó a los jacobinos, cuyo dirigente era Robespierre, pero mantuvo las conquistas fundamentales de la Revolución Francesa de 1789. Trotsky calificó el ascenso del estalinismo de “termidor soviético” porque llevó a cabo una contrarrevolución política en la URSS, pero manteniendo la conquista fundamental de Octubre: la economía nacionalizada y planificada.
- Nikolái V. Ustriálov (1890-1937): Economista ruso. Fue miembro del partido kadete y apoyó a los blancos en la guerra civil, pero acabó trabajando para el poder soviético, por considerar que inevitablemente se vería obligado a restaurar el capitalismo, proceso al que esperaba contribuir. Apoyó las medidas de Stalin contra la Oposición de Izquierda como un paso en esa dirección. Detenido por actividades antisoviéticas, fue ejecutado ese mismo día.
- Lenin reflexionaba sobre la influencia ideológica burguesa a que estaban sometidos los 4.700 miembros del partido que ocupaban puestos de responsabilidad en Moscú.
- Mijaíl Bakunin (1814-1876): Contemporáneo de Marx y miembro de la Primera Internacional. Fundador del anarquismo.
- Confederación Nacional del Trabajo. Alusión a la entrada de dirigentes cenetistas y faístas como Federica Montseny, Joan Peiró y Juan García Oliver en el gobierno interclasista del Frente Popular durante la guerra civil española.
- Uno de los representantes destacados de esta corriente de pensamiento es el francés B. Souvarine, autor de una biografía de Stalin. El lado fáctico y documental de su obra es producto de una investigación prolongada y seria. Pero la filosofía histórica de este autor brilla por su vulgaridad. Busca la explicación de los contratiempos históricos posteriores en los defectos intrínsecos al bolchevismo. Para él no existen las presiones del verdadero proceso histórico sobre el bolchevismo. Taine, con su teoría del “entorno”, se encuentra más cerca de Marx que Souvarine. (Nota del Autor)
Hippolyte Taine (1828-1893): Filósofo francés cuyas teorías deterministas —según las cuales el hombre es producto de la herencia, la historia y el medio social— se convirtieron en la base de la escuela naturalista. (N. de la Ed.)
- Hermann Gorter (1864-1927) y Anton Pannekoek (1873-1960): Comunistas holandeses, dirigentes de los comunistas consejistas, cuyas posturas fueron criticadas por Lenin en La enfermedad infantil del ‘izquierdismo’ en el comunismo (existe edición de la FUNDACIÓN FEDERICO ENGELS). Abandonaron el partido en 1921.
- Al estallar la Primera Guerra Mundial, los marxistas internacionalistas alemanes se agruparon en la Liga Espartaquista, que en 1919 se convirtió en el Partido Comunista de Alemania (KPD). Posteriormente, distintas sectas oportunistas y ultraizquierdistas se autodenominaron espartaquistas. Trotsky entrecomilla la palabra porque se refiere a estas sectas.
- Marx definió el bonapartismo como “el dominio de la espada sobre la sociedad”. Cuando los antagonismos entre las clases se han agudizado en extremo y existe un cierto empate entre ellas, el aparato del Estado asume una relativa independencia, equilibrándose entre ambas y jugando un papel de árbitro. Pero sigue siendo el instrumento de los intereses de los grandes capitalistas y monopolios, y muestra rasgos muy reaccionarios y antidemocráticos. Trotsky también definió el estalinismo como un régimen de bonapartismo proletario.
- Sublevación de los marineros de la base naval de Kronstadt, en el contexto de las durísimas condiciones del comunismo de guerra. Junto con el levantamiento campesino en la provincia de Támbov, precipitaron su abandono y la implantación de la NEP.
- Néstor I. Majnó (1888-1934): Dirigente anarquista ucraniano. Participó en la revolución de 1905. Condenado a trabajos forzados en 1908, fue liberado por la Revolución de Febrero. Organizó en Ucrania el Ejército Negro, partidas de campesinos armados que hostigaron la retaguardia de los blancos. En 1919 entró en conflicto con los bolcheviques, que lo derrotaron militarmente en 1921. Huyó a Rumanía y más tarde se trasladó a París.
- Sydney J. Webb (1859-1947) y su esposa Beatrice Potter-Webb (1858-1943) fueron teóricos británicos del socialismo gradualista y fundadores de la Sociedad Fabiana. Defendieron a la burocracia estalinista.
- El número de volúmenes depende de las ediciones: en castellano son 55, en inglés son 45...
- Liston M. Oak (1895-1970): Periodista, rompió con los estalinistas durante la guerra civil española. Durante un tiempo escribió para la prensa trotskista, pero luego se hizo socialdemócrata.
- Eduard Bernstein (1850-1932): Dirigente del SPD alemán. En 1889 afirmó que el marxismo ya no era válido y debía ser revisado, y que el socialismo no sería producto de la lucha de clases y de la revolución, sino de la gradual acumulación de reformas del capitalismo conseguidas por vía parlamentaria. Abogó por la colaboración de clases. Rosa Luxemburgo contestó brillantemente las tesis bernsteinianas en su magistral obra Reforma o revolución (existe edición de la FUNDACIÓN FEDERICO ENGELS).
- Término que los marxistas aplican a las organizaciones o personas que están en una posición intermedia (“centro”) entre el reformismo y el marxismo, ya sea porque estén evolucionando desde el primero hacia el segundo o viceversa.
- Norman Thomas era pastor presbiteriano.
- Grupo ultraizquierdista dirigido por Amadeo Bordiga (1889-1970), dirigente del PC italiano expulsado en 1929 por “trotskista”. Los partidarios de Trotsky intentaron trabajar con ellos, pero les resultó imposible por su sectarismo.
- Émile Vandervelde (1866-1938): Dirigente del PS belga y de la Segunda Internacional. Siempre en el ala derecha de la socialdemocracia, la Primera Guerra Mundial lo reveló como un completo chovinista, llegando a ser primer ministro de Bélgica. Firmante del tratado de Versalles. || Louis de Brouckère (1870-1951): Dirigente socialista belga. Socialchovinista durante la Primera Guerra Mundial. Entre 1937 y 1939 presidió la Segunda Internacional. || Léon Blum (1872-1950): Dirigente socialista francés y defensor de la coalición con la burguesía. Elegido en 1936 primer ministro tras la victoria electoral del Frente Popular francés, en julio desoyó las peticiones de auxilio de la República española, por miedo a que los partidos burgueses que participaban en su gobierno le retirasen el apoyo, optando por lo que él mismo definió como una “no intervención relajada”. || Jean Zyromski (1890-1975): Dirigente de Bataille Socialiste, la corriente de izquierdas del socialismo francés en el período de entreguerras. En 1945 ingresó en el PCF, que abandonó tras la primavera de Praga (1968). || Clement Attlee (1883-1967): Dirigente del Partido Laborista británico. En 1940 entró en el gobierno del primer ministro conservador Winston Churchill, a quien sustituyó en 1945, tras la victoria laborista en las elecciones celebradas al acabar la Segunda Guerra Mundial.