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ÍNDICE

 

Prólogo 

 

I. EL CAPITALISMO ALEMÁN Y LA SOCIALDEMOCRACIA 
Junkers, burguesía, proletariado 
Crítica del programa de Gotha 
El ser social determina la conciencia 

 

II. ROSA LUXEMBURGO 
El grupo Proletariado 
Leo Jogiches y la socialdemocracia polaca 
La cuestión nacional 
Los primeros combates contra el revisionismo 
‘Reforma o revolución’ 
Parlamentarismo, Estado, dialéctica 
‘Huelga de masas, partido y sindicatos’ 
Contra el menchevismo
La revolución permanente 
‘La revolución es algo magnífico y todo lo demás es pura tontería’ 
La oposición de izquierdas del SPD 

 

III. CONTROVERSIAS MARXISTAS 
Cuestiones de organización de la socialdemocracia rusa 
Lenin y la socialdemocracia alemana 
Conciencia, espontaneidad, partido 
La acumulación del capital y el imperialismo 
El derecho de las naciones a la autodeterminación 

 

IV. LA GUERRA IMPERIALISTA Y LOS INTERNACIONALISTAS ALEMANES 
El imperialismo, fase superior del capitalismo 
Socialchovinismo 
‘El enemigo principal está en casa’ 
Los internacionalistas alemanes 
Giro a la izquierda 
La formación del USPD 
El trabajo marxista en las organizaciones de masas 
Rusia en revolución 
‘¡Todo el poder a los sóviets!’ 
‘Guerra a la guerra’ 
La ruptura con la socialdemocracia 
Crítica de la revolución rusa 
Un águila del socialismo 

 

V. ALEMANIA EN REVOLUCIÓN 
La revolución no conoce fronteras 
El impacto del bolchevismo 
‘Con la reacción hay que hablar ruso’ 
Conciencia y organización 
Un régimen quebrado 
Internacionalismo proletario 
Noviembre 
‘Detesto la revolución como al pecado’ 
La proclamación de la república 
‘Unidad socialista’ 
El Consejo de Obreros y Soldados de Berlín 
Las ilusiones democráticas y el doble poder 
Maniobras contrarrevolucionarias 
El congreso de los consejos 
Los órganos de la revolución 
Un partido revolucionario 
Diciembre 
Radicalización 
El Partido Comunista de Alemania 
Enero 
Los asesinatos de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht 
Terror blanco 
Enseñanzas de una derrota 



Apéndice documental


Nota de los editores 

1. La revolución permanente 
Franz Mehring
2. Militarismo, guerra y clase obrera 
Rosa Luxemburgo
3. El voto contra los créditos de guerra 
Karl Liebknecht
4. El enemigo principal está en casa 
Karl Liebknecht
5. Tesis sobre las tareas de la socialdemocracia internacional 
Rosa Luxemburgo
6. ¿Qué quiere la Liga Espartaco? 
Rosa Luxemburgo
7. Nuestro programa y la situación política 
Rosa Luxemburgo
8. El orden reina en Berlín 
Rosa Luxemburgo
9. ¡A pesar de todo! 
Karl Liebknecht
10. ¡Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo, asesinados! 
Partido Comunista de Alemania
11. Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo 
León Trotsky
12. En memoria de Karl Liebknecht 
Karl Rádek
13. ¡Fuera las manos de Rosa Luxemburgo! 
León Trotsky
14. Luxemburgo y la Cuarta Internacional 
León Trotsky

 

PRÓLOGO

 

Quien se pronuncia por el camino reformista en lugar de y en contraposición a la conquista del poder político y a la revolución social no elige en realidad un camino más tranquilo, seguro y lento hacia el mismo objetivo, sino un objetivo diferente: en lugar de la implantación de una nueva sociedad, elige unas modificaciones insustanciales de la antigua (...) no busca la realización del socialismo, sino la reforma del capitalismo, no busca la supresión del sistema de trabajo asalariado, sino la disminución de la explotación. En resumen, no busca la supresión del capitalismo, sino la atenuación de sus abusos.
Rosa Luxemburgo, Reforma o revolución


Este año se cumple el 95º aniversario del asesinato de Rosa Luxemburgo, Karl Liebknecht y Leo Jogiches, fundadores de la Liga Espartaquista y del Partido Comunista de Alemania. Su detención, martirio y muerte a manos de los Freikorps,1 dirigidos por el socialdemócrata Gustav Noske, coronaron la derrota del levantamiento obrero de Berlín de enero de 1919 e implicaron la liquidación posterior de los consejos de obreros y soldados creados por todo el territorio alemán tras la insurrección de los marineros de Kiel el 4 de noviembre de 1918.
Para el conjunto de los activistas de izquierda de habla castellana, la revolución socialista alemana y la obra de Rosa Luxemburgo no son tan conocidas como la revolución rusa y las aportaciones políticas de Lenin y Trotsky. Hay una escasez de materiales al respecto, y muchos de los libros señeros sobre esta cuestión se agotaron y permanecen descatalogados desde hace mucho tiempo. Con la obra de Rosa Luxemburgo ocurre lo mismo. La Fundación Federico Engels está enmendando esta situación con la publicación de sus trabajos más destacados porque creemos que es de interés la edición de material sobre esta gran experiencia y sobre el pensamiento y la acción militante de la gran revolucionaria germano-polaca.
Es imposible desvincular los acontecimientos revolucionarios en la Alemania de 1818-1919 de las terribles consecuencias de la Primera Guerra Mundial, del colapso político de la socialdemocracia oficial en aquellos años y, por supuesto, de la llamada a la lucha que para las masas oprimidas de toda Europa supuso el triunfo bolchevique en octubre de 1917. La revolución que dio a luz el primer Estado obrero de la historia cautivó la imaginación de millones de soldados, trabajadores y campesinos que habían sufrido lo indecible en las trincheras, bajo la descarga de los bombardeos, y en la retaguardia, humillados por una horrible escasez, cuando no sometidos a la represión y a violentos pogromos.
A su vez, ningún acontecimiento de la lucha de clases mundial despertó más entusiasmo y cautivó con más fuerza a los obreros rusos que la revolución alemana de 1918-1919. La idea por la que habían peleado y realizado los mayores sacrificios se concretaba en el país clave del continente. Karl Rádek describió el impacto que las noticias de la insurrección de los marineros de Kiel causaron en Moscú: “Decenas de miles de obreros estallaron en vivas salvajes. Yo no había visto nada igual. Luego por la tarde, obreros y soldados rojos desfilaban aún. La revolución mundial había llegado. Nuestro aislamiento había terminado”.
Las fuerzas motrices de la revolución alemana comparten con la rusa un patrón común: la devastación de la guerra imperialista, con sus millones de muertos y decenas de miles de mutilados, y el estallido de indignación de una población que sostenía con su trabajo y su hambre la insolencia de una burguesía y una casta militar ávidas de conquistas imperiales. En el caso de Alemania, este panorama se vio agravado por la traición de la socialdemocracia, pasada abiertamente al campo del socialpatriotismo y la colaboración gubernamental. Paralizados temporalmente por la propaganda chovinista, los trabajadores alemanes aprendieron mucho en la escuela de la guerra imperialista.
El levantamiento de los marineros de Kiel fue la señal para propagar un movimiento revolucionario incendiario. Los obreros y los soldados insurrectos conquistaron ciudad tras ciudad, abrieron cárceles, liberaron a los prisioneros políticos, izaron la bandera roja en calles, fábricas y cuarteles, y formaron consejos de obreros y soldados. En sólo unos días, el imperio y su káiser fueron barridos de la escena, proclamándose la República. La fuerza de la clase trabajadora demostró ser mucho más potente para derrocar la monarquía alemana que los obuses enemigos.
En aquel mes de noviembre de 1918, en una secuencia similar a las jornadas de febrero de 1917 en Rusia, los trabajadores alemanes comenzaron a disputar a la burguesía el derecho a dirigir la sociedad. La clase obrera hizo todo lo posible, y mucho más, por cambiar el curso de la historia. Esa es la idea que también queremos subrayar en este trabajo.
Es verdad que el poder de los consejos de obreros y soldados alemanes, la República de los Consejos, no logró imponerse, a diferencia de lo ocurrido en la Rusia revolucionaria. Los factores que determinaron este desenlace son diversos, pero la traición abierta de los dirigentes del principal partido obrero, el SPD, y su coalición con el Estado Mayor y los capitalistas para sostener un sistema moribundo destaca con fuerza.
Ebert, Scheidemann, Noske, los jefes del SPD que apoyaron los créditos de guerra y la política del imperialismo alemán desde el 4 de agosto de 1914, que “detestaban la revolución como al pecado”, sellaron un pacto con los jefes militares, con los mismos que enviaron a la masacre a cientos de miles de soldados, con los criminales que más tarde se convertirían en la espina dorsal de las SA y las SS; al fin y al cabo, les movía el común objetivo de defender el orden capitalista de la amenaza revolucionaria.
La burguesía alemana había tomado buena nota de la revolución rusa y los éxitos de Lenin, Trotsky y los bolcheviques. Asimilando las lecciones de esos acontecimientos, no se dejaron intimidar y se concentraron en aplastar la revolución. Para lograrlo utilizaron dos caminos complementarios. Por un lado, pusieron todos los medios para sabotear el movimiento desde dentro, valiéndose del SPD y de la autoridad que todavía conservaba entre vastos sectores de las masas. El objetivo era claro: controlar los consejos de obreros y soldados, y someterlos en el tiempo más breve posible a la legalidad burguesa. Por otro, se pusieron manos a la obra para crear una fuerza armada de absoluta confianza que pudiese ser lanzada contra los obreros revolucionarios, sus organizaciones y sus dirigentes. La contrarrevolución no dejó de preparar sus grupos de choque desde el mismo 9 de noviembre de 1918 en que la República alemana fue proclamada.
Las fuerzas de la contrarrevolución —la dirección del SPD y los militares monárquicos—, apoyados y financiados generosamente por los grandes capitalistas, se enfrentaron a una resistencia feroz por parte de los obreros de Berlín y de sus organizaciones combatientes. De entre ellas destaca, por derecho propio, la Liga Espartaquista (la corriente marxista revolucionaria alemana), dirigida por Rosa Luxemburgo, Karl Liebknecht y Leo Jogiches, que finalizando el mes de diciembre de 1918 se transformaría en el Partido Comunista de Alemania (KPD).
Enfrentados a un enemigo con medios muy considerables, la Liga Espartaquista trató de emular el ejemplo de los bolcheviques. Pero la heroicidad, el valor y el sacrificio en vidas humanas de los obreros comunistas de Berlín no fueron suficientes. En el transcurso de aquellos acontecimientos no lograron crear un partido marxista de masas, y la contrarrevolución aplastó la insurrección de enero de 1919 asesinando vilmente a sus dos dirigentes más carismáticos.
Una cosa está clara. Si la revolución socialista hubiese triunfado en Alemania, el destino de la humanidad podría haber sido muy diferente. La construcción del socialismo no habría tenido que vérselas sólo en un país atrasado, sino también en una de las principales potencias industriales del continente y con el proletariado más fuerte y mejor organizado del mundo.
Nuestro afán en este trabajo ha sido intentar establecer un hilo conductor entre el pensamiento de Rosa Luxemburgo y la revolución socialista. Sus aportaciones han trascendido el tiempo, sus obras se han convertido en clásicos del marxismo. Basta señalar Reforma o revolución o Huelga de masas, partido y sindicatos, dos textos sobresalientes de la literatura socialista. Pero Rosa no sólo fue una teórica de la clase obrera que denunció con energía el reformismo y libró una batalla frontal contra la degeneración de la socialdemocracia alemana y la Segunda Internacional; fue sobre todo una revolucionaria entregada a la tarea práctica de la emancipación de los trabajadores.
En el trabajo también abordamos los reiterados intentos de manipular las ideas de Rosa Luxemburgo por parte de la socialdemocracia y los estalinistas. Los primeros, queriendo presentar la imagen de una Rosa Luxemburgo enfrentada al supuesto autoritarismo leninista, un intento patético para encubrir su postración ante la democracia burguesa con el legado de la revolucionaria polaca. Desde el campo estalinista, los esfuerzos por desacreditar a Rosa Luxemburgo también han sido permanentes, exagerando y descontextualizando las polémicas que mantuvo con Lenin y enterrando su figura bajo una montaña de acusaciones de derechismo, “espontaneísmo” y “trotskismo”.
En las siguientes páginas tratamos con estas manipulaciones aclarando que, a pesar de las controversias teóricas que mantuvieron, existe una genuina unidad de principios entre los pensamientos de Lenin y de Rosa Luxemburgo. Ambos mantuvieron una inequívoca postura contraria a la colaboración de clases y se manifestaron en todo momento como luchadores incansables contra el reformismo. Ambos, en definitiva, plantearon una estrategia a favor del derrocamiento revolucionario del capitalismo y en defensa de la transformación socialista de la sociedad.
Queremos advertir que constreñir la riqueza de las ideas de Rosa Luxemburgo en una síntesis, por extensa y amplia que esta sea, es una tarea harto difícil y no es nuestra intención. Nos conformamos con animar al estudio de su obra, sin prejuicios y sin ideas preconcebidas, siguiendo el espíritu de Rosa Luxemburgo, que jamás se avino a la rutina de aparato, al seguidismo burocrático, a la mutilación de la crítica.
En unas palabras escritas tras el asesinato de Rosa, su amiga y camarada Clara Zetkin describió su dedicación generosa a la causa del proletariado mundial, con la que los revolucionarios nos identificamos plenamente:
“Tan claro como profundo, su pensamiento brillaba siempre por su independencia; ella no necesitaba someterse a las fórmulas rutinarias, pues sabía juzgar por sí misma el verdadero valor de las cosas y de los fenómenos (...) Luxemburgo, gran teórica del socialismo científico, no incurría jamás en esa pedantería libresca que lo aprende todo en la letra de molde y no sabe de más alimento espiritual que los conocimientos indispensables y circunscritos a su especialidad; su gran afán de saber no conocía límites y su amplio espíritu, su aguda sensibilidad, la llevaban a descubrir en la naturaleza y en el arte fuentes continuamente renovadas de goce y de riqueza interior. En el espíritu de Rosa Luxemburgo, el ideal socialista era una pasión avasalladora que todo lo arrollaba; una pasión, a la par, del cerebro y del corazón, que la devoraba y la acuciaba a crear. La única ambición grande y pura de esta mujer sin par, la obra de toda su vida, fue la de preparar la revolución que había de dejar el paso franco al socialismo. El poder vivir la revolución y tomar parte en sus batallas era para ella la suprema dicha. Con una voluntad férrea, con un desprecio total de sí misma, con una abnegación que no hay palabras para expresarla, Rosa puso al servicio del socialismo todo lo que era, todo lo que valía, su persona y su vida. La ofrenda de su vida a la idea no la hizo tan sólo el día de su muerte; se la había dado ya trozo a trozo, en cada minuto de su existencia de lucha y de trabajo. Por esto podía legítimamente exigir también de los demás que lo entregaran todo, su vida incluso, en aras del socialismo. ¡Rosa Luxemburgo simboliza la espada y la llama de la revolución, y su nombre quedará grabado en los siglos como el de una de las más grandiosas e insignes figuras del socialismo internacional!”.2

 

Juan Ignacio Ramos
Madrid, 16 de mayo de 2014

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