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Con un tono desairado y extremadamente reaccionario cargan sin tapujos contra los derechos de los trabajadores, las mujeres y la población inmigrante. Inundan programas, redes sociales y mítines con su discurso neoliberal y soflamas españolistas semejantes a las utilizadas por Gil Robles en los mítines de la CEDA1 en los treinta. Es la entente formada por PP, Cs y Vox, una buena radiografía de la enorme polarización que domina la escena política, pero también de la profunda crisis que recorre a la derecha española y al régimen del 78.

Estos admiradores apasionados del vino, los toros, los puticlubs y la guardia civil son, y han sido siempre, los representantes políticos de la clase capitalista española, de esa oligarquía de familias ilustres que ha parido banqueros, terratenientes y grandes empresarios. Un ADN común les vincula con una terrible dictadura que aplastó los derechos de millones de mujeres y hombres. Ahora ese ADN franquista aflora a la superficie con menos complejos de los que han tenido en mucho tiempo.

La lucha de clases se pone cada vez más seria. El cuestionamiento de las instituciones sobre las que se sostiene el régimen —la justicia, el parlamento, la policía, la Constitución o la monarquía— se extiende, igual que el giro y la radicalización a la izquierda entre amplios sectores de la clase obrera y la juventud. Por eso los fieles representantes de los poderosos exigen mano dura y, junto a una demagogia a raudales, exhiben una decisión enérgica para arrastrar a las capas más atrasadas de la sociedad al pantano del nacionalismo españolista y al credo machista y racista. Un discurso fascistoide para apretar las filas de la reacción, que se ha beneficiado de las políticas de recortes y austeridad aplicadas por la socialdemocracia. Ya no importa tanto el barniz democrático. Lo que importa es defender a capa y espada el sistema y los intereses de sus máximos beneficiarios.

La lucha de las mujeres, en el punto de mira

No es casual que una parte importante de su discurso esté centrado en atacar los derechos de las mujeres. La irrupción de este movimiento en las calles, con un marcado carácter clasista, ha supuesto un auténtico terremoto a escala internacional. En el Estado español, el levantamiento de las mujeres y las jóvenes de la clase obrera ha adquirido unas dimensiones desconocidas, alimentadas por décadas de represión y negación de derechos, justicia patriarcal, violencia machista y una crisis social virulenta.

Las movilizaciones históricas del 8-M, tanto en 2018 como en 2019 también han tenido otras consecuencias. Rompiendo el discurso individualista del feminismo burgués y pequeñoburgués, que sólo busca el progreso de la “mujer” de la élite, ha situado la lucha colectiva en el centro del debate, uniendo a la juventud con una clase obrera que ve en el combate por la emancipación de la mujer una clave de bóveda contra la injusticia social y la opresión capitalista. Ha mostrado una fuerza arrolladora, inspirando como un soplo de aire fresco a otras luchas sociales.

El germen de revolución que late en el corazón de este movimiento es demasiado peligroso. Es muy sintomático de la época que vivimos, que los sectores más oprimidos de la sociedad —los que normalmente tienen más dificultades para participar en política, en este caso las mujeres y jóvenes de la clase trabajadora— se pongan a la vanguardia superando mil obstáculos y con una determinación poderosa. Este tipo de procesos reflejan la profundidad de la crisis del sistema, su incapacidad por generar ilusión y confianza en un futuro mejor. Por eso, golpear a este movimiento es estratégico.

La agenda política de este bloque reac­cionario pasa por cortar el potencial de este movimiento antes de que sea tarde. Cuando Pablo Casado anuncia su intención de atacar el derecho al aborto eliminando la ley de plazos actual —que permite el aborto libre hasta las 14 semanas— para volver a la ley de 1985 que restringe este derecho sólo a casos de violación, malformación fetal o peligro para la madre, manda un mensaje claro. Y cuando a los dirigentes de Vox se les hincha la vena exigiendo derogar la Ley contra la Violencia de Género en Andalucía, en realidad no estaban diciendo nada distinto a lo que los otros dos partidos de la derecha “constitucionalista” —PP y Ciudadanos— han defendido. Andrea Levy lo dejaba meridianamente claro en una entrevista televisiva cuando hablaba de “hombres indefensos” al ser preguntada por el problema de la violencia de género y sustituía la “violencia de género” por “violencia doméstica”.

¿Qué dice sobre esto Albert Rivera, autoproclamado portavoz del “feminismo liberal”? Aunque han abandonado en las formas lo que defendían hace años, “Ciudadanos quiere reformar la Ley de Violencia de Género por su asimetría en el trato a hombres y mujeres” (Europa Press, 7/12/2015), no renuncian a que las mujeres pobres tengan la “libertad” de ser prostituidas para beneficio de la mafia proxeneta o puedan alquiler sus vientres al mejor postor.

Nada les distingue más que el nivel de claridad en su lenguaje. Si no que se lo digan al ex juez y portavoz de Vox en Andalucía, Francisco Serrano: “Las ayudas no acaban en las maltratadas sino en programas para el mapa del clítoris” (El Confidencial, 12/01/2019). Sobran las palabras.

Franquismo y machismo

Son tres partes integrantes de un todo. Hoy, en plena crisis de la derecha tras los escándalos de corrupción insostenibles en el seno del PP, cada uno busca su hueco. Pero una misma sangre discurre por las venas de estas tres formaciones. Los principales dirigentes de los tres partidos han sido en el pasado compañeros de militancia en el partido azul fundado por Fraga, que jamás ha renunciado a su herencia ideológica. Por mucho que quieran tratar de convencernos de que han hecho vidas separadas y, sólo ahora el destino les ha unido para defender la unidad de España, nunca han dejado de compartir lo fundamental. A unos les viene de casta, como al PP. Otros, como Ciudadanos, no han tenido empacho en colocar en sus listas electorales de Gijón, Murcia o Getafe a falangistas confesos y firmes admiradores de Hitler. A otros les viene directamente de familia, como a Santiago Abascal, orgulloso nieto del alcalde franquista de Amurrio, Bizkaia, en tiempos de la dictadura.

Acabar con los derechos de las mujeres fue una de las banderas del régimen franquista. No por casualidad, la dictadura aplastó con saña todo lo que la lucha revolucionaria en los años treinta consiguió, desde el voto para la mujer, el divorcio, o incluso la despenalización del aborto durante la guerra civil.

La represión contra las mujeres fue un proceso salvaje, premeditado y consciente. Las violaciones y humillaciones públicas más brutales fueron utilizadas masivamente contra la generación que nos precede. Decenas de miles fueron juzgadas y condenadas por tribunales militares por “delitos de auxilio, incitación o excitación a la rebelión”. O lo que es lo mismo, por rojas, hermanas, madres o esposas de sindicalistas o militantes de la izquierda.

Muchas supervivientes han relatado su experiencia, como Pura Sánchez: “Hay un tercer tipo de represión extremadamente violenta (…) que tenía un fuerte carácter ejemplificador. Consistía en llegar al pueblo recién conquistado por el bando franquista, escoger a un grupito de mujeres, afeitarles la cabeza, hacerles beber aceite de ricino y exponerlas a la vergüenza pública. Las demás ya sabían a qué se arriesgaban si decidían desobedecer”1.

Esta era la regla general allí donde vencía el frente nacional. Así lo proclamaba a los cuatro vientos desde Radio Sevilla uno de los grandes hombres de Franco, Queipo de Llano, llamando a violar a las mujeres republicanas: “Nuestros valientes legionarios y regulares han enseñado a los cobardes de los rojos lo que significa ser hombre. Y, de paso, también a las mujeres. Después de todo, estas comunistas y anarquistas se lo merecen, ¿no han estado jugando al amor libre? Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricas. No se van a librar por mucho que forcejeen y pataleen”2.

Aplastar a la clase trabajadora fue su gran cometido, y la mujer quedó absolutamente anulada durante décadas, recluida en la casa y sin ningún tipo de derecho. Como premio por su ayuda a la “cruzada” contra el comunismo, Franco entregó a la Iglesia Católica la tarea de velar por las “buenas costumbres” y la sumisión de la mujer española. Las cadenas del machismo más opresivo han sido moldeadas por décadas de fanatismo religioso, misógino y homófobo. Familia, Tradición, Dios…, eran la triada con la que nos sometían a la cultura patriarcal más humillante.

El Código Civil franquista asignó la jefatura familiar al marido para ejercer una potestad absoluta sobre la mujer, que quedaba incapacitada del mismo modo que los menores o los discapacitados psíquicos. El Código Penal castigaba a la mujer adúltera y exoneraba al marido, prohibía el aborto y el acceso a los anticonceptivos. El Código de Comercio estableció la obligatoriedad del permiso marital para que las mujeres casadas pudieran ejercer una actividad comercial, y la legislación laboral expulsaba a mujeres de fábricas y talleres, imponiendo el permiso del marido para que la mujer pudiera firmar un contrato laboral.

Esta fue la aportación de la dictadura franquista para las mujeres. Una involución aberrante e insoportable para amordazarnos, anularnos como personas y arrancarnos cualquier rasgo de dignidad. “Durante la dictadura hubo una manada en cada pueblo y ninguna legislación protegía a las mujeres”, relataban las investigadoras que organizaron el curso Mujeres, memoria y justicia en la Universidad de Castilla-La Mancha3.

Esta brutal tradición machista y misógina no desapareció con el final de la dictadura. Los 30.960 bebés robados a presas republicanas primero y a mujeres pobres después, y que se prolongó hasta los años noventa, señalan también el espeluznante papel que la Iglesia Católica y los poderes públicos jugaron en estos crímenes horrendos. Exactamente igual que la tortura física contra innumerables luchadoras antifranquistas. Lidia Falcón, superviviente a las torturas de Billy el Niño lo explicaba así al calor de la querella argentina: “En mi caso, además de los golpes, una de las humillaciones o insultos que repetían era ‘puta, así no parirás más’, porque me daban golpes en el abdomen. […] A otras las violaron, a mí por suerte no me pasó”4. Esto no era un caso aislado, sino la práctica habitual para reprimir a activistas de la izquierda.

Esta es la herencia franquista sobre la que se levantan hoy PP, Cs y Vox. Por eso cuando nos movilizamos contra la justicia patriarcal y la violencia sistémica hacia las mujeres, lo hacemos también contra esa tradición rancia, machista, clasista y franquista que sigue instalada con fuerza en un aparato del Estado y unas instituciones que nunca fueron depuradas tras la caída del dictador, y que el régimen del 78 ha consentido en mantener.

Notas

  1. www.publico.es/politica/resistencia-rojas-enfermas-pecadoras.html.
  2. www.elsaltodiario.com/los-nombres-de-la-memoria/queipo-de-llano-y-la-violacion-como-propaganda-del-terror-en-la-guerra-civil.
  3. www.eldiario.es/clm/dictadura-manada-legislacion-protegia-mujeres_0_830117868.html.
  4. www.eldiario.es/sociedad/denuncia-victimizacion-franquismo-Querella-Argentina_0_830467129.html.

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