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A veces la política que llevan a cabo las direcciones de estos mismos partidos tiene poco o nada que ver con las necesidades de los trabajadores, sin embargo esto no impide que en general la clase obrera siga una y otra vez dando su apoyo con más o menos entusiasmo a sus organizaciones tradicionales, intentando que asuman fielmente la defensa de sus intereses, con su participación directa —afiliándose— o indirecta —votándoles—.
Sólo en situaciones históricas determinadas se producen cambios que afectan a los dirigentes que son desplazados por otros que reflejan más claramente sus aspiraciones.
Las situaciones más críticas son las revoluciones que ponen a prueba a hombres, mujeres, dirigentes, programas, partidos..., y esto es lo que sucedió en los años treinta en la Revolución española.


¿Cómo afectaron aquellos acontecimientos a la clase obrera española y a su principal partido, el PSOE?

 

Ese es el objetivo de este artículo, con la intención de que una mejor comprensión de lo sucedido ayer nos sirva de ayuda para comprender los acontecimientos de hoy y poder intervenir más conscientemente en nuestro futuro.

Orígenes

El 3 de septiembre de 1866 se funda en Ginebra la I Internacional, teniendo en España su expresión en 1868 con la creación de la sección española, que agrupa a los principales sociedades obreras que existían en Madrid y Barcelona fundamentalmente.
El debate internacional entre marxismo y anarquismo y la escisión posterior se desarrolla también aquí sobre las mismas bases: “la actitud de las organizaciones obreras hacia la lucha política”.
En el Estado español, a diferencia de la mayoría de los países europeos, los seguidores de Marx quedan limitados a una minoría muy activa y constituyen el PSOE en 1879, basándose en las sociedades obreras afines ideológicamente, en particular la Asociación del Arte de Imprimir fundada en 1871 y de la que era presidente el joven tipógrafo Pablo Iglesias desde 1874 cuando eran 249 afiliados y tenían una caja de resistencia de 1.185 pesetas.
El PSOE nace con una gran influencia de Paul Lafargue, yerno de Marx, y Jules Guesde, teórico socialista francés.
Para los socialistas españoles la ortodoxia se situa en la organización socialista francesa dirigida por Guesde y Lafargue y en la democracia socialista alemana —con Liebknecht y Bebel—. Todas las nociones y teorías se asimilan del francés, a través de los textos de Guesde, Lafargue, Deville, que constituyen una simplificación y vulgarización en muchos casos de la doctrina de los fundadores del socialismo científico. La asimilación de los textos clásicos de Marx y Engels es mucho menor y acaso más tarde.
Los encargados de redactar el Programa y formular la organización, que sería secreta por las condiciones políticas, fueron Pablo Iglesias, Victoriano Calderón, Alejandro Ocina, Gonzalo Zubiaurre y Jaime Vera.
Desde ese momento se impulsa el desarrollo del movimiento socialista en España, íntimamente ligado a los acontecimientos que la clase obrera vivió, participando activamente en ellos, tanto en el frente sindical como político, cultural, etc., dotándose del semanario El Socialista el 12 de marzo de 1886.
En el frente sindical se constituye en agosto de 1888 en Barcelona la UGT con 29 delegados representando a 40 sociedades obreras de resistencia.
Y se fundan las Juventudes Socialistas (FNJS) en 1904, organización que jugará un papel clave tanto en el futuro desarrollo de los procesos revolucionarios como en el de la izquierda del socialismo.

 

Clase contra clase

 

En la primera época la principal tarea era diferenciarse de cualquiera de los partidos existentes hasta entonces, todos ellos del campo de la burguesía, fueran monárquicos, liberales, republicanos, etc. y definir nítidamente el carácter de clase del partido llevando a cabo una denuncia intransigente de los partidos burgueses por muy “progresistas” que aparecieran. Esta postura de clase contra clase, dominaba todas las esferas de su actividad, y ya desde muy temprano provocó las primeras divisiones en el reducido grupo que dirigía los primeros pasos, al elaborarse la resolución sobre las bases de constitución del comité de redacción de El Socialista. El último punto de la resolución decía lo siguiente:
“Las relaciones del Partido Socialista Obrero con los de la clase burguesa deben ser de lucha. En la controversia de doctrina, claro es que ha de ser más acentuada con los llamados avanzados, por razón sencillísima: los partidos monárquicos no pretenden ya, y si alguno lo pretende lo hace sin resultado, nutrir sus filas con elementos trabajadores; sus doctrinas están juzgadas por estos y no hay peligro de que los presten como clase el concurso de sus simpatías. No sucede así con los partidos republicanos, los cuales tienen gran interés en hacer su recluta entre los obreros para disponer de masa con que lanzarse a la conquista del Poder, y reteniéndolos bajo sus banderas con mentidas promesas, imposibles de realizar sin atacar en su raíz el origen del mal, la manera de ser de la propiedad, arca santa a que ninguno osa tocar. Sin embargo, el planteamiento de los derechos individuales ha de otorgar mayores garantías al desarrollo de la propaganda socialista, y en este sentido, establecido el dilema de República o Monarquía el Partido Obrero optará sin vacilar por la primera. En su consecuencia he aquí la base IV. ‘Combatir a todos los partidos burgueses y especialmente las doctrinas de los avanzados, si bien haciendo constar que entre las formas de Gobierno republicana y monárquica, El Socialista prefiere siempre la primera”.
En este punto surgieron las diferencias que llevaron a Jaime Vera y algunos otros a abandonar el partido; la cuestión era ¿qué actitud mantener hacia los republicanos, hacia la llamada “burguesía progresista”?
Este aspecto era clave para el desarrollo de la organización de la clase obrera no solo en los primeros momentos sino también para las batallas que posteriormente debería de librar en su lucha por el socialismo, siendo además el punto que vino a expresar más claramente las diferencias entre las distintas tendencias que se darían en el seno del movimiento socialista.
En el terreno electoral el PSOE aprovechaba cualquier resquicio de legalidad para denunciar de forma audaz y decidida el régimen político y las condiciones sociales de los trabajadores, para hacer propaganda de los ideales socialistas. De hecho en 1882 participa en las elecciones a diputados provinciales sin sufragio universal presentando tres candidatos (un carpintero, un tornero y un cajista) ninguno de los cuales podía ser “legalmente elegible”, pero eso era aprovechado precisamente para denunciar la situación existente. Además esta postura hacia la política era utilizada para combatir los prejuicios del “apoliticismo” anarquista, que tenían una gran influencia.
De esta manera se iban acuñando las señas de identidad del socialismo, algo que quedaba reflejado cuando “...en las elecciones legislativas de 1891 con el sufragio universal recién restaurado aparece como una incógnita en el panorama electoral el PSOE del que solo se sabía que meses antes —el 1º de Mayo— movió muchedumbres, y también que no pactaba con nadie” (J.J. Morato, El Partido Socialista Obrero).
La presentación del informe a la Comisión de Reformas Sociales, donde se denunciaba las infames condiciones de vida de la clase obrera, y la responsabilidad de los patronos y los gobernantes tuvo un importante eco social.

 

Cambio de postura
 
Ante el incremento de los conflictos, huelgas, manifestaciones de 1908 y 1909, contestados por la clase dominante con fusilamientos y represión, la idea de una alianza con los republicanos para conquistar la democracia gana la mayoría del partido. Para luchar contra el gobierno de Maura y la guerra de Marruecos se acuerda ir junto a los republicanos en las municipales de 1909 y las legislativas de 1910.
Sin embargo, ya anteriormente se había suscitado la discusión sobre la colaboración con los republicanos. En 1903 la Agrupación Madrileña aprobó por 107 votos contra 72 una resolución en la línea de pactar alianzas con los republicanos en las elecciones para frenar a la reacción, enviándola al Comité Nacional para que fuese aprobada por el partido. La respuesta del Comité Nacional fue negativa y el razonamiento que la acompañaba, bastante superficial desde el punto de vista marxista. Esta debilidad teórica en la dirección del PSOE fue una de sus características principales.
Los argumentos dados por el Comité Nacional sobre la política de alianzas con la burguesía o su llamado “sector progresista”, representado por los republicanos, eran argumentos fundamentalmente prácticos y elaborados bajo una perspectiva bastante inmediata, a corto plazo, ¿qué utilidad tenía esa alianza para acabar con el régimen? La respuesta era que bastante escasa.
Pero el tema en discusión era mucho más profundo y tenía implicaciones de una gran transcendencia para el desarrollo de los futuros acontecimientos y el papel que el PSOE jugaría como partido dirigente de la clase obrera; implicaba, ni más ni menos, el carácter que tendría la revolución pendiente en España, si era una revolución democrático-burguesa o una revolución socialista.


¿Reforma o Revolución?

 

El papel de la clase obrera, de la pequeña burguesía, la política de alianzas, la naturaleza de la revolución..., eran temas de debate constante en el movimiento obrero internacional, que habían dado lugar a agrupamientos teóricos enfrentados. León Trotsky, al analizar la revolución rusa de 1905, había elaborado su teoría sobre la revolución permanente.
Partiendo de la época histórica que vivía el capitalismo, Trotsky llegó a la conclusión de que sólo la clase obrera podía resolver las tareas democráticas de la revolución burguesa en aquellos países capitalistas atrasados, donde la burguesía jugaba un papel profundamente contrarrevolucionario. La liquidación de los restos del pasado feudal, la reforma agraria, acabando con la propiedad terrateniente, el desarrollo industrial del país, la resolución de la cuestión nacional, no podían ser dejadas en manos de la burguesía. Para llevarlas a cabo la clase trabajadora necesitaba tomar el poder y expropiar a la propia burguesía, enlazando las tareas democráticas con medidas claramente socialistas.
Por tanto, la necesidad de apoyar una política de independencia de clase con relación a las demás se convertía en una cuestión de vital importancia.
El ejemplo más claro de la corrección de esta política de independencia de clase lo tuvimos en la postura de Lenin, elaborada en sus Tesis de Abril, en las que defendió ningún apoyo al gobierno provisional de Kerensky y un programa para la toma del poder por parte de los soviets frente a aquellos que, incluso en la dirección del Partido Bolchevique, hasta ese momento, apoyaban al nuevo gobierno como representante de la burguesía liberal y democrática, dejando la tarea del socialismo para más adelante, una vez la burguesía hubiera agotado su papel histórico. Si el Partido Bolchevique no hubiera cambiado su política de alianzas, la Revolución de Octubre no hubiera sido posible.
Este debate, reflejado en el caso del Estado español en la alianza con los republicanos, siguió estando presente y fue objeto de polémica en los congresos del PSOE de 1914 y 1915, donde por 3.106 votos contra 2.850 se decidió continuar con ella, hasta el congreso de 1918 en el que se puso fin a la conjunción republicano-socialista, tras los acontecimientos de la Huelga General de agosto de 1917. En una situación prerrevolucionaria la huelga adopta un carácter insurreccional aunque por desgracia este movimiento revolucionario es derrotado por la falta de una dirección preparada y de una estrategia y táctica marxista para la toma del poder.

 

La guerra mundial de 1914. La Revolución Rusa

 

En 1914, al inicio de la I Guerra Mundial, el PSOE mantuvo, en principio, una postura “neutral” muy tibia, pasando rápidamente a defender una posición “aliadófila”, sin comprender el carácter imperialista de la guerra y, en la práctica, incumpliendo, como el resto de los partidos de la II Internacional, la resolución del Congreso de Basilea. Sólo los “internacionalistas”, reunidos en la Conferencia de Zimmerwald, entre los que estaban Lenin, Trotsky, Liebknecht, Rosa Luxemburgo... entendieron perfectamente el carácter de la guerra y se mantuvieron fieles a los principios socialistas.
En la medida en que el Estado español no participó directamente en la guerra, la posición del PSOE no fue más allá de simpatizar con los aliados. Esto condicionó que el debate sobre el enfrentamiento con la burguesía nacional y la ola de chovinismo que llevó a las alianzas de los otros partidos socialistas con sus burguesías no llegara a plantearse como una disyuntiva concreta en el seno del PSOE. A pesar de todo, la postura de los dirigentes socialistas ante un conflicto de tal envergadura y transcendencia como fue la I Guerra Mundial fue esencialmente incorrecta, llevándoles en un primer momento a ver la Revolución Rusa como un perjuicio para la causa aliada por la postura de los bolcheviques de negarse a participar en la guerra imperialista al lado de cualquiera de los dos bandos burgueses en conflicto.
Posteriormente, una vez la importancia y trascendencia del Octubre ruso es conocida, el congreso del PSOE de 1918 “saluda y comunica su adhesión” a la Revolución Rusa.
En 1919, al constituirse la III Internacional, el PSOE convoca un congreso extraordinario para discutir sobre la organización internacional del proletariado, limitándose a tomar el acuerdo de “continuar en la II Internacional para tratar de mantener unido al movimiento obrero socialista a nivel internacional y, a la vez, cambiar el carácter que la organización había tomado con los acontecimientos de los últimos años, exigiendo responsabilidades a los dirigentes que habían traicionado los principios del socialismo”.
Al mismo tiempo, las Juventudes Socialistas, influenciados por el triunfo de los bolcheviques, deciden en su V Congreso en diciembre del mismo año, la incorporación a la nueva Internacional dirigida por Lenin. El método utilizado por los “terceristas” del Comité Nacional fue sectario y burocrático, sin favorecer la apertura de un debate político en el conjunto de las Juventudes y del Partido. La escisión se consuma en abril de 1920, cuando los “terceristas” duros del Comité Nacional deciden de forma secreta convertir en PC a toda la organización, enviando esta proposición en un sobre cerrado, junto con una carta convocando una reunión para una fecha determinada donde tomar la decisión, a todas las agrupaciones.
Esta primera escisión daría lugar al Partido Comunista español,
En cuanto al PSOE, en junio de 1920, un nuevo congreso extraordinario decide su incorporación a la III Internacional, reflejo en gran medida de las presiones del ambiente existente en la base proletaria del partido que simpatizaba claramente con la Revolución Rusa y el surgimiento del primer Estado obrero de la historia, pero con determinadas condiciones, como la autonomía para llevar a cabo la política socialista en España o la capacidad de no asumir las resoluciones del Comintern, lo que en la práctica suponía no aceptar formar parte del nuevo partido internacional, reflejo asimismo de que el programa bolchevique no había sido asimilado todavía por parte de la dirección del PSOE. Como el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista subrayó en una carta dirigida al Comité Nacional sobre su posición: “denota la completa falta de claridad que reina en vuestro partido respecto a las cuestiones más esenciales del movimiento obrero internacional, cuestiones cuya solución debe determinar toda la táctica de todos los partidos en su época actual. Esas cuestiones son: la revolución mundial, la dictadura del proletariado y el poder de los soviets”.
En 1921, tras enviar a Anguiano y Fernández de los Ríos a Rusia, un nuevo congreso extraordinario del partido resuelve definitivamente su no incorporación a la II Internacional, el rechazo a la III y el apoyo a la llamada “Segunda y media”.
Las razones para el rechazo a la III Internacional, al no aceptar las 21 condiciones del Comintern, se justificaban en la falta de democracia y autonomía de los partidos nacionales, sin entrar apenas en el debate político sobre el programa, organización y tácticas que defendía la nueva Internacional.
La forma en que se desarrolló el debate y las maniobras burocráticas de la derecha del Partido contra el ala “tercerista” provocó la ruptura de estos últimos con el partido y la formación del Partido Comunista Obrero Español (PCOE), que poco más tarde se unificaría con el PCE surgido de las Juventudes Socialistas. En cualquier caso el desarrollo del PCE se vio obstaculizado inmediatamente por la represión sufrida bajo la dictadura de Primo de Rivera y la estalinización de la Internacional Comunista. De esta manera el PSOE siguió siendo el partido hegemónico de la clase obrera en el Estado español.
Una clase obrera que ya en 1917 demostró que era tremendamente fuerte y que, a pesar de la derrota sufrida, participará en los próximos meses y años en un enorme movimiento huelguístico que abarcará tanto las zonas industriales como el campo, con ocupaciones masivas de tierras.
Esta situación de ascenso en las luchas reivindicativas, junto al desastre de Annual en la guerra de Marruecos, aceleró la crisis del régimen provocando la salida militar: en 1923 el capitán general de Catalunya, general Primo de Rivera, asume el poder e instaura un directorio militar.


La dictadura de Primo de Rivera (1923-1929)

 

La dictadura de Primo de Rivera fue la consecuencia directa de la incapacidad de la monarquía para frenar el auge de la lucha obrera y defender eficazmente los intereses de la débil burguesía española.
La postura del PSOE ante la dictadura, de abstención al principio y posteriormente colaboracionista con ella, les llevó en 1924 a participar en el Consejo Interventor de Cuentas y en el Consejo de Trabajo. Representantes del PSOE y la UGT —como Largo Caballero— participaron en los comités paritarios, culminando así su postura de total colaboración de clases. Esta posición se justificaba desde la dirección del partido como la mejor forma de preservar a la organización de la represión militar y asegurar que la clase obrera podría beneficiarse de parte del crecimiento económico que se estaba operando bajo la dictadura. Lo cierto es que el crecimiento de la producción industrial y el aumento de la población activa tuvo como contrapartida una feroz represión del movimiento sindical, especialmente de los sectores más combativos agrupados en torno a la CNT, la reducción de los salarios en muchos sectores y un aumento de la explotación de la clase trabajadora.
Sin embargo, cuando la economía empieza a entrar en crisis, comienzan los problemas para mantener esta situación de colaboración, que cada vez se muestra más inútil y más costosa de defender para la dirección del PSOE y la UGT, que al tiempo ven como su afiliación se empieza a resentir.
Todo se había aceptado en aras de la más miope y reformista visión que impregnaba la dirección del PSOE, es decir, seguir fortaleciendo la organización sindical y política gracias a la legalidad que gozaban para, de esta manera, en un futuro sin definir, conseguir sus objetivos socialistas.
Pero la realidad de la lucha de clases es dinámica y se encargaría, una vez más, de demostrar que el desarrollo de un partido obrero no es mecánico y lineal, sino dialéctico, con grandes saltos atrás y adelante, en función de la misma lucha de clases que no puede ser reglada, planificada y decidida por el aparato dirigente del partido, al margen de la realidad concreta.
De nuevo el empuje de la clase obrera choca con el régimen y se rompe la colaboración. La dictadura, ya en crisis, cae en 1930, tras la cual, de nuevo la dirección del PSOE entra en un pacto interclasista, “el Pacto de San Sebastián”. En agosto de 1930 se celebra una conferencia de todos los grupos políticos: católicos y conservadores, como Alcalá Zamora y Miguel Maura; republicanos de “derecha” como Lerroux, o de “izquierda” como Azaña; catalanistas como Nicolau d’Oliver y socialistas como Indalecio Prieto, pronunciándose a favor de la República.

 

El bienio republicano socialista

 

Durante 1930 se extienden las huelgas y conflictividad laboral. En diciembre fracasa la sublevación republicana de Jaca, dirigida por los oficiales Galán y García Hernández que son fusilados, y también la huelga general, que pretendidamente debería derrocar la monarquía pero que en la práctica se transformó en un movimiento de escasa entidad.
El fracaso de la huelga general de diciembre es discutido en las filas socialistas en el congreso del PSOE en octubre de 1931, responsabilizando de su fracaso en Madrid al sector reformista representado por Besteiro, Trifón y Saborit.
No obstante la segunda República ya se había proclamado el 14 de abril de ese mismo año.
La victoria de la conjunción republicano socialista en las elecciones municipales en las ciudades más importantes dio la puntilla definitiva a la monarquía y abrió paso a la formación del primer gobierno provisional, presidido por Alcalá Zamora y en el que forman parte tres miembros del PSOE, Indalecio Prieto, ministro de Hacienda, de los Ríos, ministro de Justicia y Largo Caballero, ministro de Trabajo.
Así, las tres alas que se han conformado en los últimos años en el movimiento socialista (Besteiro “derecha”, Prieto “centro” y Largo Caballero “izquierda”) aceptan con distintos argumentos la misma política de colaboración con la burguesía y hacen de la “consolidación de la República” su primer y principal objetivo.
Pero el gobierno republicano socialista ni siquiera podía llevar a cabo las más elementales reivindicaciones democráticas con respecto a la reforma agraria, las colonias, la Iglesia, las nacionalidades… de manera que las aspiraciones puestas en la República por la clase obrera pronto se vieron frustradas por la cruda experiencia de los acontecimientos.
La ruptura pactada con la monarquía había dejado intacto el aparato del Estado (ejército, jueces, Guardia Civil, policía…) que, tan pronto como en 1932, pone de manifiesto su carácter con la “sanjurjada” y la brutalidad con que los cuerpos de seguridad del Estado reprimen las movilizaciones obreras, destacando los crímenes de Casas Viejas o Castellblanco. ¡Y todo esto con la República gobernada en parte por los socialistas!
Tras esta dolorosa experiencia aumentan más intensamente las críticas a los dirigentes socialistas en sus propias organizaciones, que en el último período habían crecido en afiliación, confiando en que se produciría un cambio favorable a los trabajadores.
Es precisamente el descontento con sus dirigentes, y en algunos casos su desafiliación, la presión que obliga a girar a la izquierda a un sector de la dirección.
En este contexto las elecciones de noviembre del 33 son ganadas por la derecha, acelerando el proceso de radicalización de las masas.

 

Giro a la izquierda

 

“A veces la revolución necesita el látigo de la contrarrevolución”, explicaba Lenin.
En parte esto fue lo que sucedió en las filas del movimiento socialista.
En el contexto internacional la potente organización socialista alemana, ejemplo para los socialistas españoles que defendían la idea del cambio gradual al socialismo, había sido prohibida. El 30 de enero de 1933 Hitler había sido nombrado canciller de Alemania y en julio el partido nazi se convierte en partido único, siendo prohibidos todos los partidos obreros.
Al mismo tiempo se produce el triunfo electoral de la derecha en el Estado español, donde Gil Robles, dirigente de la CEDA, es aclamado al modo fascista de “jefe, jefe…” adoptando la parafernalia fascista de la época.
Estos hechos provocarán la alarma y radicalización del movimiento obrero que trasciende a las filas de su principal partido, el PSOE, cristalizando en un ala de izquierdas encabezada por Largo Caballero, que rápidamente gana la mayoría.
En la Escuela de Verano de las JJSS de 1933, Largo Caballero pronuncia un discurso en el que, por un lado justifica el período de colaboración como algo extraordinario a lo que no podían negarse y, por otro, recuerda los límites que tiene una república burguesa por muy liberal y democrática que sea.
“En el mundo hay muchas repúblicas y en ellas hay asalariados, y hay explotadores, y hay capitalistas. Y la clase obrera consciente, la socialista, aspira a que eso desaparezca y eso no desaparece dentro de una república burguesa, por muy democrática que ésta sea”.
El giro a la izquierda que ya se venía produciendo en las bases del movimiento socialista como producto de la experiencia de luchas y de las lecciones del movimiento obrero internacional, encuentra en la dirección a Largo Caballero la expresión más cercana.
Desde ese momento la batalla abierta entre la derecha y la izquierda marcará la vida del movimiento socialista.
En esta batalla jugarán una gran importancia las JJSS, que ya en esa época han conseguido organizar a más de 20.000 jóvenes en sus filas, según la memoria de su V Congreso, en abril de 1934.
Es precisamente ese año, el 1º de Mayo de 1934, cuando aparece la revista Leviatán dirigida por Luis Araquistain, colaborador, como subsecretario, de Largo Caballero cuando fue ministro de Trabajo en 1931, que durante este período sería el principal ideólogo de la izquierda caballerista. En 1934 escribía:
“…Fuimos unos ingenuos; el capitalismo no lo es. Como dice Largo Caballero en sus discursos, ya se ha caído de los ojos socialistas la venda del mito de la república y de la democracia en régimen de capitalismo…
…Nuestras ilusiones republicanas del 14 de abril se han desvanecido. Y el dilema no es ya monarquía o república; república o monarquía, no hay más que un dilema, ayer como hoy, hoy como mañana: dictadura capitalista o dictadura socialista…
…Esta es la conclusión a la que llega Largo Caballero en sus discursos. El oportunista de ayer, el de la revolución por el derecho, es hoy el paladín del verdadero programa proletario: al nuevo derecho social por la revolución. El problema no es nuevo: está en los clásicos del socialismo —que muchos socialistas europeos habían olvidado— y está en la táctica del comunismo ruso. Pero el comunismo ruso cometió un grave error: querer dictar las revoluciones desde Moscú, desatendiendo las circunstancias de lugar y tiempo de cada país; era demasiado inoportunista. Yo creo que la II y la III Internacionales socialistas están virtualmente muertas; está muerto el socialismo reformista, democrático y parlamentario que representaba la II Internacional, y está muerto ese socialismo revolucionario de la III Internacional que recibía el santo y seña de Rusia para todo el mundo…
…Tengo el convencimiento de que ha de surgir una IV Internacional, que funda las dos anteriores, recogiendo de la una la táctica revolucionaria y de la otra el principio de las autonomías nacionales. En este sentido la actitud de Largo Caballero, que es la del Partido Socialista Español y de la Unión General de Trabajadores, me parece una actitud de IV Internacional, es decir, una superación del socialismo histórico…” (del prólogo a Discurso a los Trabajadores de Largo Caballero, pág. 22, Ed. Fontamara).
Más adelante, en julio de 1935, aparece en Madrid el órgano de la fracción caballerista con el nombre Claridad.
En muy poco tiempo la izquierda gana la mayoría en el movimiento socialista, debido a la presión de la base.
Una vez que se forma el gobierno derechista, los socialistas de izquierda declaran que si la CEDA entra en el gobierno, responderán con la revolución. Así, durante ese período, la tarea central para los socialistas es la preparación de la revolución, recogiendo el sentir de las masas trabajadoras que ven en esta proclamación la realización de sus aspiraciones.
Las Alianzas Obreras (AO), que serán los organismos que agrupen a todas las organizaciones de la izquierda, reciben un enorme impulso con la incorporación del PSOE y la UGT, que las covertirán en los instrumentos de la “insurrección”. Sin embargo para Largo Caballero las AO deben “huir de cualquier provocación” de la derecha, evitando luchas parciales para concentrar todas las energías en el ámbito definitivo que llegará el mismo día y a la misma hora en todo los sitios.
Con este planteamiento se transmite a los trabajadores, por un lado, la decisión de la izquierda caballerista de llevar a cabo la revolución, pero por otro se pone de relieve la estrechez de miras de la táctica y estrategia revolucionaria, tanto en el carácter de las Alianzas Obreras como en el proceso de preparación para la insurrección.
Si la consigna de “no malgastar fuerzas en luchas parciales” es de por sí errónea, todavía se pone más en evidencia su incorrección en este contexto, más cuando la fecha de la insurrección no está ni mucho menos decidida y se ha dejado la iniciativa a la derecha, que será la que decida cuando entran los ministros de la CEDA en el gobierno. Decretar que no haya luchas parciales es, cuando menos, creer que el movimiento obrero es como un grifo que se abre y se cierra a voluntad de los dirigentes; una concepción absolutamente mecánica y alejada de la realidad dinámica de la lucha de clases.
En estos temas fundamentales residieron los errores de la izquierda caballerista.
Por su lado, el gobierno de la derecha intentó constantemente prepararse para la ofensiva; ya que ellos tenían la iniciativa, pudieron ir decidiendo el momento y el lugar de cada batalla.
En pocos momentos en la historia, la lucha de clases ha estado tanto tiempo tan a flor de piel. Se producía una tensa espera a la señal de los socialistas; señal que no llegaba y que, por el planteamiento hecho público, sería dictada por la derecha. Esto no era un ardid para engañar a la burguesía, como incluso algunos socialistas pensaban, sino la terrible realidad de una táctica insurreccional, a todas luces incorrecta.
Mientras tanto la CEDA lanza su ofensiva preparando las fuerzas de la reacción en distintos frentes; ofensivas que son respondidas por la movilización de la clase obrera, alerta ante cualquier avance de sus enemigos.
En marzo, el gobierno aprueba la amnistía para los sublevados de la Sanjurjada de 1932, intentando grandes concentraciones de masas que son respondidas por contramanifestaciones masivas de la izquierda, con la juventud en primera línea:
· El 22 de abril intentan una concentración fascista en El Escorial, que es impedida por los trabajadores con una huelga general.
· El 26 de julio, asesinato de la socialista Juanita Rico, dando lugar a una manifestación de masas.
· El 8 de septiembre concentración derechista en Madrid, respondida igualmente por la izquierda.
· El 9 de septiembre intentan otra similar en Covadonga (Asturias), con el mismo resultado.
· El 14 de septiembre decreto del gobierno prohibiendo a los menores afilarse a cualquier organización política sin permiso paterno, respondida con una concentración de las Juventudes en el “Mitin del Stadium” en Madrid con más de 100.000 asistentes.
La huelga general del campo en junio, que jugó un papel fundamental de cara a Octubre, quedó aislada y fue derrotada debido a la negativa de Largo Caballero y la dirección de UGT a impulsar la solidaridad de otros sectores “para no perder fuerzas en luchas parciales”. Esta derrota influiría después en la pérdida de un batallón decisivo, el de los campesinos, en aras de la “anunciada” insurrección.
Así, a lo largo de 1934, se vivieron varios momentos decisivos en los que, partiendo de cualquiera de ellos, con el ambiente general existente entre los trabajadores, se hubieran podido generalizar las luchas a todo el Estado, adoptando la forma insurreccional en el momento y condiciones que se hubieran considerado más favorables desde el punto de vista de la revolución.
Finalmente el 4 de octubre la derecha decide la entrada de la CEDA en el gobierno y es entonces cuando se da la señal para la insurrección, tanto tiempo esperada.
A pesar del tremendo desgaste sufrido a lo largo de los meses anteriores, la reacción de la clase obrera es ejemplar. En ese momento el gobierno queda suspendido en el aire. La clase obrera se echa a la calle esperando las armas prometidas y los planes insurreccionales que tan celosamente había estado preparando el PSOE. Pero la respuesta no llega. La dirección del PSOE se limita a convocar una huelga general pacífica para hacer rectificar al Presidente en el nombramiento de los ministros de la CEDA.
Durante los días 4, 5 y 6 las masas siguen esperando. Es precisamente la iniciativa tomada por los trabajadores lo que permite que el movimiento se desarrolle mucho más de lo que las direcciones plantean. Esto es lo que ocurrió en Asturias.
Y de nuevo podemos aprender las lecciones de una derrota: existiendo las mejores condiciones objetivas, faltó la dirección revolucionaria.
El papel heroico y abnegado jugado por miles de militantes socialistas en cada zona, codo con codo con el resto de los trabajadores, anarquistas, poumistas, comunistas, etc. puso de manifiesto, una vez más, cómo las bases socialistas estaban mil veces más a la izquierda que el más izquierdista de sus dirigentes.

Las consecuencias de la derrota de Octubre

El efecto de esta derrota tuvo una honda repercusión en las filas socialistas, dando lugar en las JJSS a la edición del folleto Octubre: Segunda etapa, en 1935.
En este trabajo, los jóvenes socialistas analizan los acontecimientos de Octubre, si bien es cierto que inciden en una sucesión de incorrecciones políticas al justificar toda una serie de errores cometidos por la dirección del partido en el pasado:
Por ejemplo, al considerar la colaboración con la dictadura de Primo de Rivera, escriben:
“…El movimiento obrero español entra en este momento en un período difícil de ilegalidad. Únicamente salva esta etapa, aceptando un juego de oportunismo revolucionario más o menos acertado, el PSOE, sus Juventudes y la UGT…” (el subrayado es nuestro). Respecto al Pacto de San Sebastián y la coalición republicano socialista:
“…El compromiso revolucionario de San Sebastián, plasmado en la realidad de un nuevo régimen republicano, hace que el desarrollo de la revolución democrático burguesa se efectúe por la pequeña burguesía con el apoyo de la clase obrera (tres ministros socialistas en el poder) que ofrece una colaboración ministerial…
…La colaboración del PSOE era tanto como asegurar la existencia o no de la II República española. La pequeña burguesía no tenía, por sí sola, fuerza suficiente para asumir la responsabilidad del poder; ni el proletariado, por otra parte, podía dejar en manos de ésta el nuevo régimen. Pero, a su vez, el movimiento obrero era incapaz de asegurar, por sí solo, la revolución democrática, ya que no podría sostenerse en el poder de no hacer una política abiertamente burguesa. Eran, pues, razones fundamentales e históricas, las que se interponían entre el proletariado y la revolución…” (el subrayado es nuestro).
También justifican la idea de no malgastar fuerzas en luchas coyunturales hasta que, en una fecha indeterminada, la dirección del partido lo decida:
“…Pero ya está explicado anteriormente en qué condiciones se exige esa ‘disciplina’ al movimiento obrero (…) La falta de un control directo, de una dirección única de nuestro movimiento restó fuerzas enormes a la insurrección. Ahí está la huelga de campesinos de Valencia, de Madrid, e infinidad de conflictos que iban produciéndose por todas las provincias sin responder a un plan de estrategia, a una subordinación a los intereses generales que estaban en juego…
…Se dirá que es necesario desencadenar movimientos parciales, que no se puede hipotecar la libertad de las organizaciones ni ahogar las expresiones democráticas de las masas en torno a sus luchas por reivindicaciones inmediatas. Exacto. Tampoco se puede jugar en momentos dados con las fuerzas de la revolución. ¿Por qué no han respondido ciertas ciudades a la huelga de Octubre con la intensidad y pujanza que lo habían hecho poco tiempo antes?…
…Hemos sostenido y sostendremos que cuando se está abocado a una revolución, cuando el proletariado se desenvuelve en una etapa prerrevolucionaria, tiene que someter todas sus acciones a los intereses supremos de esa revolución. Debe quedar automáticamente subordinado a las instrucciones generales, al control central del movimiento, que es en esos momentos históricos quien conduce y combina todas las fuerzas…
…Una disciplina férrea, una subordinación absoluta debe imponerse al movimiento sindical, que habiendo aceptado una posición revolucionaria quedó comprometido para las tareas de la insurrección en colaboración con aquel partido que sea su guía y su expresión política…”
Si bien se puede decir que estos análisis profundizaban en viejos errores, lo que era innegable, y así se vio después, es que existía una búsqueda de explicaciones y, en definitiva, el deseo de encontrar el programa auténticamente revolucionario para llevar a cabo la tarea que en ese momento presidía todos los debates de las JJSS: la tarea de la revolución socialista, como se podía comprobar a la luz de su ruptura con el reformismo y sus conclusiones.
Hablando de los reformistas, decían:
“...La resistencia pasiva y activa que han ofrecido y ofrecen a la revolución estos elementos es incalculable…
…Desde las secretarías, desde los actos en que han intervenido, en las conversaciones, en el Parlamento, en todas partes, acumulaban obstáculos, entorpecían la marcha arrolladora de los acontecimientos, que tenían en ellos su mejor contén. Se saboteaban órdenes, se colocaban en actitud pasiva, ahogaban las expresiones de la masa en lo que podían, no empujaban, sino todo lo contrario. Su colaboración no aparece por ninguna parte. Todo esto, como es natural, hacía perder eficacia a todas las consignas y acciones de quienes eran intérpretes del momento, y con ello de los intereses auténticos de los trabajadores…
…Nadie ha traicionado tanto a la clase obrera como quienes personifican su reformismo…
…La traición a la revolución la personifican Besteiro, Trifón y compañía…
…Besteiro, interpretando el sentir de todo el reformismo traidor, decía solemnemente en un comicio de gran trascendencia lo siguiente:
Con el Estado democrático que hemos creado, con la Carta fundamental como pieza jurídica que tiene nuestro país, existe margen suficiente para defender los intereses generales de la clase obrera.
El fascismo es el ruido de unos ratones en un caserón viejo, que asusta a los pusilánimes y a los cobardes (él era el valiente). No hay ningún peligro.
…Acto seguido empezaba a cantar unas cuantas endechas a la democracia, a la legalidad y al parlamentarismo. Esto lo decía el que era presidente de la UGT el 14 de octubre de 1933, cuando Lerroux subía al poder y Samper en el ministerio de Trabajo cometía las mayores barbaridades contra la clase obrera…”
Esta denuncia pública a los dirigentes reformistas se concretaba en su papel jugado en Octubre:
“…Se mantuvieron alejados ostensiblemente de la lucha., dando muestras con ello al Poder de que no tenían nada que ver con lo que sus oscuros cerebros de reformistas calificaban de locura. El Poder burgués les compensó con largueza. Entonces se envió a los gobiernos civiles, desde el ministerio de la Puerta del Sol, la famosa circular en la que se deban instrucciones para no detener a los socialistas moderados…”
También denunciaban las maniobras reformistas en sindicatos como el Ferroviario, donde estos ocupaban la dirección tras la derrota de Octubre, y utilizando todo tipo de manejos, incluido el chantaje, acosaron a los dirigentes izquierdistas que estaban en la clandestinidad.
En el aspecto teórico, los dirigentes de las JJSS intentaban concretar una política de independencia de clase, llegando a la conclusión de que la única tarea pendiente es la revolución socialista. Partiendo de la base de que las condiciones objetivas están dadas, se trata de construir el genuino partido revolucionario que, siendo para ellos el PSOE, necesita ser depurado del reformismo con el programa y la táctica revolucionaria correctas:
“…La experiencia ha demostrado muy cumplidamente que si en Octubre hubieran intervenido todas las fuerzas malgastadas inútilmente durante las diversas batallas de 1934, hubieran sobrado energías para levantar de un lado a otro de España la roja bandera del socialismo…
…Es preciso desarmar a los comunistas [estalinistas], identificados con la derecha del Partido Socialista en la apreciación de esta cuestión —(la alianza con los republicanos)—, poniendo de relieve cómo los verdaderos bolcheviques somos nosotros, que frente a la consigna del Bloque Popular Antifascista levantamos la de la Alianza de los proletarios…
…La hora de la pequeña burguesía ha pasado. Revolución o contrarrevolución. No hay más camino…
…La historia la empuja a sucumbir entre las dos fuerzas que hoy luchan por la hegemonía política, social y económica del mundo: fascismo o socialismo. Revolución o contrarrevolución”.
Consecuentemente intentan llevar a cabo estas ideas haciendo un llamamiento a ingresar en las filas socialistas a trotskistas y bloquistas para luchar conjuntamente por la bolchevización de las JJSS, buscando al mismo tiempo la unidad con las Juventudes Comunistas.

 

El Frente Popular

 

La clase obrera evita que el fascismo triunfe pacíficamente en España. A pesar de la derrota de Octubre del 34, las movilizaciones obreras continúan y se multiplican las manifestaciones antifascistas, provocando la crisis del gobierno, que convoca nuevas elecciones en febrero del 36.
En el PSOE, en diciembre de 1935, Prieto provoca con maniobras organizativas la dimisión de Largo Caballero de la presidencia de la comisión ejecutiva del Partido, y el Pleno Nacional aprueba la participación en el Frente Popular.
De nuevo se iban a repetir los errores de colaboración de clases del pasado, pero esta vez de forma más dra-mática.
Largo Caballero se opone a listas conjuntas con los republicanos, pero Prieto no sólo lo lleva adelante sino que les da la mayoría en las listas: 152 diputados a los republicanos y 116 a las organizaciones obreras.
Las maniobras e intrigas de Prieto continuaron para evitar que la izquierda, que era la inmensa mayoría, pudiera quedar claramente reflejada en una nueva dirección, cambiando la correlación de fuerzas en el seno del comité nacional y de la comisión ejecutiva.
El congreso del Partido debía celebrarse en junio para decidir sobre los temas vitales en discusión. Por un lado se trataría el tema de Octubre del 34 y la depuración de responsabilidades, y por otro de la estrategia revolucionaria a seguir para la toma del poder.
Sin embargo, los acontecimientos y las maniobras de los reformistas de Besteiro y centristas de Prieto, impidieron la celebración de ese congreso.
Las ideas que la izquierda tenía sobre las “ventajas” electorales del Frente Popular las expresaba Araquistain en Leviatán:
“… Tanto los partidos republicanos de izquierda como algunos mandarines socialistas daban por seguro que el Frente Popular no alcanzaría una mayoría absoluta de diputados, o sea, 237. Con 180 —una cifra muy en boga en vísperas electorales— se daban por satisfechos…
…El 16 de febrero se votaría por una nueva República, por la República iniciada en 1934; por una República ya en marcha hacia el socialismo. Así ha sido. Tan convencidos estamos de esto, que para nosotros no hay duda: si los partidos obreros (el socialista y el comunista de acuerdo con sindicalistas y anarquistas) hubieran ido solos a la lucha electoral, hubieran traído una cifra no menor de 250 diputados…”
“…Otro éxito de la fantasmagórica comisión ejecutiva del Partido Socialista: propuso que el próximo congreso del Partido tuviera lugar en Asturias, y abreviando los plazos reglamentarios tan apremiantemente, que las agrupaciones locales no hubieran tenido tiempo material de presentar ninguna proposición de importancia. El propósito era claro. Se trataba de estrangular ese congreso, impidiendo que se reformaran el programa y los estatutos del Partido, como era y es el deseo, públicamente confesado, de Francisco Largo Caballero, y acaso que se discutiera a fondo la insurrección de Octubre. En cuanto a elegir Asturias como escenario del congreso, se esperaba, quizá, que una evocación espectacular de los muertos y de los supervivientes de la heroica insurrección obligara a acallar las irreconciliables discrepancias teóricas y tácticas dentro del Partido Socialista y a que sus representantes se dieran otro falso abrazo de paz y fraternidad, como en 1932…
…Pero los cálculos le han salido mal a la Ejecutiva. La inmensa mayoría de las agrupaciones se han pronunciado porque el congreso se reúna en Madrid y dentro de los plazos reglamentarios por lo menos. El próximo congreso se celebrará, pues, sin prisas y sin amaños, con la máxima concurrencia del Partido y sin escamotear proposiciones. La Agrupación de Madrid, que ahora preside Largo Caballero, presentará una importantísima para el futuro del Partido Socialista. En ella se repudian las ilusiones del reformismo y se preconiza, como régimen de transición entre la sociedad capitalista y la socialista, la dictadura del proletariado, organizada en democracia obrera. Si esta proposición fuera aprobada, su trascendencia para el porvenir de España sería inmensa…”.
Mientras tanto, Prieto aspiraba a ser nombrado primer ministro y todos estaban de acuerdo en esta decisión, con la excepción de Largo Caballero que le previno diciéndole que no debía entrar sin el consentimiento del Partido, advirtiéndole que eso se discutiría en el congreso.
Las presiones para llevar a cabo estos planes eran brutales, no sólo por parte de la derecha del PSOE sino del resto de las fuerzas del Frente Popular:
“…Pero la izquierda socialista no cedió. Entonces Prieto intentó medidas desesperadas. El Comité Ejecutivo Nacional, controlado por él, aplazó la convención de junio a octubre; prohibió Claridad y le quitó los fondos del Partido…
…A pesar de las maniobras de Prieto, estaba claro que la base apoyaba al ala de izquierdas. Caballero había sido reelegido secretario de la UGT por una abrumadora mayoría…”
Las elecciones de febrero dan la victoria al Frente Popular y esto es la señal de partida para una movilización general en las fábricas por parte de los trabajadores, en los campos donde se ocupan tierras, por la amnistía, con la liberación inmediata de los presos por los obreros que asaltan las cárceles…
El gobierno trata de reprimir tanto “desorden”, enfrentándose al movimiento pero se ve impotente. La UGT, dirigida por la izquierda, participa activamente en las huelgas y ocupaciones de tierras.
Azaña es nombrado nuevo presidente de la República y se nombra un nuevo gobierno, en el que los socialistas se niegan a participar.
La burguesía ve con terror el avance del movimiento obrero. El 18 de julio la reacción se subleva y estalla la guerra civil.

La guerra

La postura ante la guerra de la izquierda socialista se expresa en una editorial del Claridad, el 22 de agosto:
 “…Alguna gente dice: Derrotemos primero al fascismo, terminemos la guerra victoriosamente y luego tendremos tiempo para hablar de revolución y de hacerla si es necesario. Aquellos que afirman esto no han contemplado con madurez el formidable proceso dialéctico que nos arrastra. La guerra y la revolución son una y la misma cosa. No se excluyen ni se estorban, sino que se apoyan y se complementan. La guerra necesita a la revolución para triunfar, de la misma manera que la revolución ha requerido la guerra… Es la revolución en la retaguardia lo que hará más segura y más inspirada la victoria en los campos de batalla…”
Esta forma de entender la guerra civil del 36 era fundamentalmente correcta, si bien estaba mezclada con otros análisis y concepciones más confusas lo que revelaba la ausencia de una base teórica y política fuertemente desarrollada. Al mismo tiempo no se podía negar que existía una búsqueda y un deseo instintivo de llevar a cabo la revolución socialista, especialmente cuando se trataba de contestar otras concepciones claramente antimarxistas y contrarrevolucionarias, como era, por ejemplo, el tema del ejército regular o el pueblo en armas. En Claridad podemos leer:
“…Pensar en otro tipo de ejército para sustituir a los que realmente luchan y que, en cierta forma controlan su propia acción revolucionaria, es pensar en términos contrarrevolucionarios. Esto es lo que Lenin dijo (El Estado y la Revolución): Cada revolución, después de la destrucción del aparato del Estado nos enseña cómo la clase dominante intenta restablecer cuerpos especiales de hombres armados a ‘su’ servicio y cómo la clase oprimida intenta crear una nueva organización capaz de servir a los explotados y no a los explotadores…
…Estamos seguros que esta idea contrarrevolucionaria, que sería tan impotente como es inepta, no ha pasado por la mente del gobierno, pero la clase obrera y la pequeña burguesía, que están salvando a la república con sus vidas, no deben olvidar las correctas palabras de Lenin y deben cuidar que las masas y el liderazgo de las fuerzas armadas, que deberían ser ante todo el pueblo en armas, no se les escape de las manos”.
Sin embargo la realidad de la política seguida por la izquierda socialista en el momento de la verdad fue distinta al contenido de estas declaraciones.
Largo Caballero entró a presidir el gobierno del Frente Popular en septiembre de 1936; bajo su mandato se produjo una auténtica recomposición del viejo Estado y la liquidación de los comités obreros que existían, nacidos el 19 de Julio.
Este proceso, empujado por los republicanos, la derecha socialista y los estalinistas, tuvo su último y más claro episodio en los acontecimientos de Barcelona en Mayo del 37, cuando los dirigentes estalinistas del PCE pidieron que se tomaran medidas contra los responsables, a lo que el periódico Adelante, órgano de la izquierda socialista de Valencia, contestaba en su editorial del 11 de mayo:
“…Si el gobierno de Largo Caballero aplicase las medidas de represión que la sección española del Comintern trata de incitar, se aproximaría a los gobiernos de Gil Robles y Lerroux; destruiría la unidad de la clase trabajadora y nos expondría al peligro de perder la guerra y hacer fracasar la revolución… Un gobierno compuesto en su mayoría por elementos del mundo obrero no puede usar métodos reservados para gobiernos reaccionarios y semifascistas”.
El 15 de mayo se reunió el gobierno presidido por Largo Caballero y los ministros del PCE le plantearon si estaba dispuesto a llevar a cabo medidas contundentes contra los responsables de la “sedición” en Barcelona (anarquistas, poumistas, etc.). La respuesta negativa de Largo Caballero provocó la crisis del gobierno, dando lugar a la formación del llamado “Gobierno de la Victoria”, presidido por el socialista de derechas, Dr. Negrín, junto a Prieto en Defensa y Zugazagaitia en Gobernación, todos ellos del ala derechista del PSOE, más dos ministros del PCE, y uno del PNV, Izquierda Republicana, Esquerra y Unión Republicana.
Ningún miembro de la CNT, UGT y la izquierda socialista participó en el nuevo gobierno.
La derrota de los obreros en Catalunya en Mayo del 37 marcaba el final de la posibilidad de desarrollar la revolución. Largo Caballero se había opuesto a participar en la represión contra los grupos llamados sediciosos por la dirección del PCE, pero no se opuso ni intentó ninguna batalla para reconducir la situación, expresando en la práctica la falta de un programa elaborado, imposible ya de ser improvisado en el último momento.
Este último episodio, con la salida de Largo Caballero del gobierno, culminó la pérdida de influencia política de las posturas más avanzadas que existían en el movimiento socialista y tuvo su expresión más importante en las JJSS, que ya en 1936 se habían unificado con las Juventudes Comunistas en la Juventud Socialista Unificada, dirigida por Santiago Carrillo.
El intento iniciado en 1935 de bolchevizar las JJSS había llevado a la organización —ante la ausencia de una política genuinamente marxista en sus filas— a abrazar las tesis oficiales del estalinismo. Este giro al estalinismo quedaba puesto de manifiesto en la evolución de las posiciones de sus dirigentes en esos dos años escasos. Pasaron de defender una política de independencia de clase y de lucha por la revolución socialista a defender la alianza con todas las fuerzas “democráticas” y la lucha por la República, como paso necesario antes de emprender cualquier batalla por el socialismo.
En 1935 Santiago Carrillo declaraba:
“…Los disidentes acaudillados por Trotsky, el infatigable revolucionario, representan una tendencia del proletariado. El Bloque Obrero y Campesino está circunscrito a Catalunya, y cuando la depuración del Partido Socialista sea un hecho, ¿podrán negarse estos grupos marxistas a ingresar en nuestro partido?”
En 1937 el Comité Nacional declaraba unánimemente:
“…El Comité Nacional de la FJSU, representación máxima de nuestro movimiento juvenil, reunido en los actuales momentos, informado de la situación política y las tramitaciones de la crisis del gobierno de la República, acuerda expresar su firme voluntad de apoyar todo gobierno del Frente Popular, constituido con la representación y asenso de las organizaciones políticas del país. Gobierno que aplique una justa política afirmando en la retaguardia la autoridad del orden antifascista, atajando enérgicamente a los provocadores que intentan sabotear las condiciones de nuestra victoria. Fortaleciendo y acelerando la formación del Ejército regular en todos los frentes de la República, creando un ejército único con un solo mando…
…Desarrollando las tareas necesarias para la impulsión de una fuerte industria de guerra que centralice en sus cuadros todas las posibilidades industriales de nuestro pueblo…
…El Comité Nacional expresa su firme adhesión a los Partidos Socialista y Comunista, que identificados deben aplicar todo el esfuerzo de tan potentes organizaciones en la realización de estas tares…
…El enemigo —los fascistas, los trotskystas y los incontrolados— acechan en estos momentos esperando se produzca la ocasión propicia para dividir el Frente Popular…”
A finales de 1935 una delegación de las JS, compuesta por Santiago Carrillo y Federico Melchor, es invitada a visitar Moscú. A finales de 1936 ingresan en el PCE, rompiendo definitivamente con los postulados de Octubre, Segunda etapa.
Dado que la guerra evitó la celebración del congreso de unificación previsto, en enero de 1937 se celebra en Valencia la conferencia nacional de la JSU que abraza, ya oficialmente, los nuevos postulados políticos.
De esta manera, la izquierda socialista que había perdido, a través de las maniobras de Prieto, su posición en el PSOE, pierde también el importante bastión de las Juventudes.
Al final de mayo de 1937 se reúne en Valencia el comité nacional de la UGT para discutir la situación política, los sucesos de Barcelona y la postura de la Comisión Ejecutiva, contraria a la salida de Largo Caballero y al nuevo gobierno. Aquí también, la ofensiva conjunta de la derecha socialista y los estalinistas provoca la dimisión de la CE al quedar en minoría en la votación del Comité Nacional. Sin embargo la batalla por el control de la UGT se prolongaría hasta septiembre.
En julio se reintegra Largo Caballero como secretario general en la comisión ejecutiva de la UGT. La CE hace manifestaciones públicas de desacuerdo con el gobierno; critica su labor legislativa y suscribe un documento con el comité nacional de la CNT, oponiéndose a las medidas adoptadas para reforzar el orden público en la retaguardia republicana.
Esta situación era intolerable para el rumbo que había tomado el nuevo gobierno en la guerra y la liquidación de la revolución, por lo que definitivamente Largo Caballero y la izquierda socialista son apartados de la CE. El 30 de septiembre, en Valencia, el comité nacional, con el entendimiento de la derecha socialista y los estalinistas, nombra una nueva CE presidida por González Peña.
La izquierda caballerista, pues, pierde ya definitivamente todas las posiciones, en todos los frentes del movimiento socialista, que van a parar a manos de la derecha socialista y los estalinistas.
Esta pérdida se debió, fundamentalmente, a dos razones. La primera, y más importante, a la falta de un programa auténticamente marxista, elaborado por parte de la dirección de la izquierda y que respondiera a todos los interrogantes que surgían en el desarrollo tan convulsivo de los acontecimientos revolucionarios que tenían lugar, como eran la unificación del mando militar de las milicias, el papel de los comités obreros en el nuevo orden, el aprovisionamiento, la situación internacional… La consecuencia de esta falta supuso que tampoco hubiera un llamamiento claro y expreso a las bases socialistas en defensa de un programa alternativo al de la contrarrevolución defendido por el estalinismo y apoyado por la derecha socialista.
En segundo lugar, en la medida en que la izquierda socialista no había contrapuesto el programa de la revolución socialista de forma contundente y práctica, la situación de guerra y excepcionalidad que se vivía hizo que se fortaleciera el control de los aparatos políticos de guerra por parte de la otra fracción, acallando contundentemente las voces que se alzaron en la base en apoyo de la izquierda socialista, como los “rincones de Tomás Meabe” en las JJSS o la Oposición en la UGT.
Descabezado y aplastado el movimiento de la izquierda socialista, la derecha ocupó la escena y ya al final de la guerra intentó un acuerdo con Franco, enfrentándose con sus aliados estalinistas. A través de la Junta de Casado, Besteiro y sus amigos negociaron la rendición de Madrid en condiciones “favorables”.
El posterior desarrollo de los acontecimientos tras la derrota de la guerra y el vacío que se produjo en la izquierda socialista hizo que todo el análisis “oficial” de estos acontecimientos por parte del PSOE estuviera en manos de la derecha. Satanizando los giros izquierdistas como provocadores de “divisiones criminales” en la familia socialista; caracterizando a los estalinistas como “comunistas herederos de Lenin y sus métodos dictatoriales”; glosando las virtudes de las democracias occidentales, la derecha mantuvo el control del PSOE durante largo tiempo.
No obstante, estos análisis superficiales y estrechos que han marcado la línea oficial del socialismo, no resisten un estudio serio y profundo de los acontecimientos.
Todas las maniobras y traiciones llevadas a cabo por la derecha socialista y que en su momento fueron denunciadas por la izquierda socialista, están documentadas en archivos y hemerotecas. A pesar de que algunos de aquellos protagonistas de la misma izquierda, como Araquistain, renegasen posteriormente de sus posturas izquierdistas, fueron millones los trabajadores, mujeres y jóvenes que lucharon y murieron porque creían firmemente en la posibilidad de transformar la sociedad.

Conclusiones

La primera lección a extraer es que una dirección revolucionaria es vital para el triunfo; la segunda es que una dirección así no se improvisa en la vorágine de los acontecimientos. Debe ser construida antes de que estos sucedan.
La memoria histórica de la clase obrera es muy profunda y se extiende como una larga sombra, que sólo en situaciones excepcionales sale de nuevo a la superficie y es rememorada por las nuevas generaciones, dándoles plena vigencia y actualidad.
Los acontecimientos excepcionales —cualquier revolución lo es— que se dieron en aquella época nos enseñan una vez más la inquebrantable voluntad de lucha de la clase obrera y su extraordinaria capacidad de abnegación, heroísmo y creatividad. Cierto que esto no impidió que el proceso revolucionario vivido en España entre 1931 y 1939 acabara en derrota, pero quedarnos ahí no es suficiente. Aprender de esta derrota y sacar las conclusiones correctas es el mejor homenaje de lucha que debemos a los millones de jóvenes y obreros que dieron sus vidas por un nuevo orden económico y social.
La sangre de miles y miles de luchadores —entre los que destacaron por su mayor número y papel jugado los militantes socialistas— quedó grabada en la memoria histórica de nuestra clase, como lo demuestra el espectacular crecimiento que después de la dictadura tuvo el PSOE, a pesar de que fue el PCE el principal partido obrero durante el franquismo.
En nuestros días el PSOE vuelve a ser el partido obrero de más peso, el más importante, el que mayoritariamente eligen los trabajadores para expresar sus aspiraciones de una nueva sociedad más justa, más igualitaria —la sociedad socialista__. Esto es lo que marca el carácter de clase del PSOE y no sólo los dirigentes y programas que, coyunturalmente, como ocurre en estos momentos, aparecen más como respetables hombres de Estado, alejados de los problemas reales de los trabajadores y defensores a ultranza del capitalismo. Pero la historia nos enseña que esto no es la primera vez que sucede.
Los acontecimientos de los años 30 no nacieron de la cabeza de los dirigentes. Tenían su profunda razón en la crisis del sistema capitalista, el mismo sistema que hoy padecemos. Muchas cosas han cambiado, pero esto no.
Si bien la historia no se repetirá exactamente de la misma manera que en aquellos años, sí tendrá un mismo punto común: la lucha de la clase obrera por transformar la sociedad. De este conflicto, que convulsionará toda la sociedad, no podrán escapar las organizaciones de los trabajadores, ni sus programas, ni sus dirigentes.
Los obreros tenemos pocas cosas, poco patrimonio; pero uno de ellos son nuestros partidos y sindicatos que no son de los dirigentes por muy influyentes que sean en un momento determinado.
Los futuros acontecimientos en la lucha de clases sacudirán también al PSOE, transformándolo de arriba a abajo. Lo que hoy aparece como un aparato electoral, tipo americano, dominado por elementos ajenos a nuestros intereses, cambiará de fisonomía cuando las masas de la juventud y la clase obrera considere necesario utilizar su partido de otra manera distinta a una simple votación cada cuatro años para evitar que gobierne la derecha.
Esto transformará su pobreza ideológica actual a remolque de la ideología burguesa dominante, en una ebullición de debate y búsqueda de su auténtica ideología, la que le dio su razón de ser hace más de 100 años, la lucha por una sociedad auténticamente socialista.
Las razones principales del porqué esto será así son porque la clase obrera de este país sigue considerando mayoritariamente al PSOE como su partido y porque el capitalismo no ha resuelto ninguno de los problemas vitales de los trabajadores.
La historia ha demostrado que sólo con la revolución es posible acabar con este sistema y construir una nueva sociedad que permita el desarrollo integral de todo el potencial productivo en la economía, la ciencia, la cultura… sentando las bases materiales para el desarrollo integral del género humano.

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