El año 1990 se iniciaba en Yugoslavia con la celebración del XIV Congreso de la Liga Comu-nista de Yugoslavia (LCY), entre propuestas a favor de la propiedad privada y la integración en la Comunidad Económica Europea (CEE); el debate acabó con insultos entre las delegaciones serbia y eslovena, el abandono de ésta (la más fervientemente procapitalista) y la suspensión final del congreso.
Era la expresión gráfica de una crisis que se venía gestando durante la década anterior y que conduciría a un carnaval reaccionario de violencia y guerra que todavía hoy, diez años después, continúa.
En el anterior artículo de esta revista ya hemos analizado la evolución del régimen estalinista yugoslavo. Ante la crisis económica galopante la burocracia de cada república intentó buscar una salida a través de políticas procapitalistas y sobre todo en explotar en beneficio propio la autonomía en materia económica que permitía la Constitución de 1974.
Lo que era un complicado engranaje para contentar a todas las partes y evitar el predominio de ninguna nacionalidad se va a volver en su contrario con la crisis de una economía burocráticamente planificada. Las diferencias entre las repúblicas del norte, más ricas, y las del sur, más perjudicadas por la descentralización económica, se fueron acentuando. Un discurso nacionalista se adueñó de los dirigentes estalinistas eslovenos, croatas y serbios. Los primeros se quejaban de que sus recursos eran expoliados por las zonas pobres y, por el contrario, en zonas como Macedonia o Kosovo se insistía en que sus economías estaban colonizadas por el norte. Progresivamente este discurso se convirtió en el favorito de la dirección de las Ligas Comunistas de las distintas repúblicas. A su vez esto generaba nuevas contradicciones en la economía.
Desde los años 70 cada burocracia local buscaba sacar el máximo de tajada de la descentralización económica. Un ejemplo gráfico fue la guerra de las gasolineras entre la compañía Noftagas Promet de Voivodina y la croata INA, respaldada cada una por las autoridades de sus repúblicas, en la pugna por hacerse con el control de la venta de gasolina en la autopista Zagreb-Belgrado a su paso por Voivodina. Después de cierres de gasolineras, recursos en los tribunales, etc., el conflicto iniciado en 1971 seguía sin cerrarse ¡en 1986! Un despilfarro intolerable de recursos para una economía en crisis, provocado por la falta de democracia obrera en su gestión. Este tipo de hechos, frecuentes en la economía yugoslava de los 80, eran un síntoma evidente del freno absoluto para el desarrollo de una economía planificada en que se había convertido la burocracia estalinista. La corrupción y el despilfarro se multiplicaban y los argumentos nacionalistas fueron utilizados irresponsablemente por la casta estalinista para justificar la situación de crisis económica y desviar la atención de los trabajadores de los verdaderos culpables: la burocracia y su política favorable al mercado. En 1983 la deuda exterior era de 23.000 millones de dólares, el paro del 15% y el nivel de vida había caído un 40% desde 1979.
Ante esta situación cada burocracia buscó salvarse por su cuenta. Tras las manifestaciones en Kosovo en 1981 la respuesta eslovena y croata fue reducir un 40% sus inversiones y créditos en esta zona. Como una manifestación más de las desviaciones nacionalistas, desde los primeros años 80 van a aparecer aranceles internos entre repúblicas para frenar la importación de mercancías que van contra la producción propia. Algo absolutamente injustificable en una economía planificada, que a la larga dañará a todas las zonas.
Como coartada a su política, cada burocracia local buscó justificaciones teóricas en la propaganda nacionalista. Que ésta sea la línea política en el seno de organizaciones autodenominadas comunistas sólo se explica por su carácter estalinista. Al igual que en la URSS, los partidos comunistas de la Federación Yugoslava hacía mucho tiempo que dejaron de agrupar a la vanguardia de la clase obrera para convertirse en un medio de promoción social y de enriquecimiento, en una extensión más del Estado obrero deformado burocráticamente.
En este contexto dirigentes sin escrúpulos utilizaron el nacionalismo como método para desunir a los trabajadores y tratar de mantener posiciones de ventaja en la carrera por la vuelta al capitalismo, que, desde la segunda mitad de los 80 todos emprendieron y que, con la caída del muro de Berlín, se acelerará dramáticamente.
La descomposición del régimen estalinista
La crisis llegó a límites extremos en 1989. La inflación anual ese año fue de un ¡10.000%! El peso de la deuda externa se hizo insostenible y el FMI exigió planes de privatización y despidos para hacerla frente. En los dos años anteriores, frente a estos ataques, la clase obrera responde unitariamente con una oleada de huelgas. De hecho, en esta época todos los analistas coinciden al señalar que, quizás con la excepción de Kosovo, el sentimiento nacionalista no es mayoritario en ningún sector de la población.
Sin embargo la huida hacia el mercado provocó la profundización de todo tipo de medidas antiobreras y que las tendencias nacionalistas fueran ganando terreno. Un sector de la burocracia, encabezado por el primer ministro federal, Ante Markovic, apostó por una vuelta al capitalismo de una forma unificada. Pero este proceso tenía sus propias leyes y croatas y especialmente eslovenos vieron más ventajas en marchar solos. En esta decisión fue decisiva la estrategia e intrigas del imperialismo alemán.
La tragedia para el movimiento obrero fue, que tras el fracaso del XIV Congreso en enero de 1990 y con políticas procapitalistas en todo el país, no surgiese una alternativa revolucionaria que, frente a los estertores del estalinismo, ofreciese una alternativa basada en la lucha contra los privilegios de la burocracia y la defensa de la economía planificada bajo control obrero, luchando contra los prejuicios nacionales. Esta falta de alternativa llevó a que en los procesos electorales de los años 90 (el monopolio político de la LCY había sido finiquitado) ganasen terreno las opciones chovinistas.
En Serbia quien encabezó este proceso fue Slobodan Milosevic, un oscuro burócrata que para ascender posiciones hacia el poder recurrió a un discurso extremadamente nacionalista, recuperando la vieja y reaccionaria idea de unir todos los territorios habitados por serbios en Yugoslavia. Esta lógica le llevó a suprimir las autonomías de Voivodina (donde existe una importante minoría húngara) y de Kosovo (donde la mayoría de la población es albanesa).
En Eslovenia desde 1985 la propaganda nacionalista, basada en rechazar vínculos con las regiones pobres, que eran vistas desde la casta dominante como un obstáculo para los planes de restauración capitalista, se fue abriendo hueco.
En 1990 la Liga Comunista de Eslovenia abandonó la LCY y formó el Partido de Renovación Democrática y en mayo ganó las elecciones la coalición de derechas DEMOS, siendo presidente el antiguo comunista Milan Kucan. En diciembre se organizará un referéndum para ratificar la ruptura con Yugoslavia.
En Croacia las elecciones de julio del 90 fueron ganadas por la Unión Democrática Croata (HDZ) de Franko Tudjman, con un 42% del voto. Esta organización había sido financiada por Alemania y por los exiliados croatas, muchos de ellos antiguos colaboradores del gobierno fascista de Ante Pavelic, durante la II Guerra Mundial. El discurso de Tudjman, ultrarreaccionario y racista, recuperó todos los símbolos del viejo Estado fascista. Durante la campaña electoral declararó con orgullo “me siento sinceramente afortunado de que mi madre no sea ni serbia ni judía”.
Los manejos del imperialismo alemán
El 25 de junio de 1991 los Gobiernos esloveno y croata declaran su independencia; en esta decisión va a jugar un papel determinante la política alemana.
Con el desplome del campo estalinista una nueva situación se abre en las relaciones internacionales. El imperialismo se siente fuerte y rápidamente intentará lanzar sus tentáculos para controlar los enormes recursos del Este de Europa y la URSS. En la URSS apostaron por apoyar la secesión de todas sus repúblicas, siguiendo el viejo principio de divide y vencerás, con el objetivo de acceder a zonas claves y evitar que Rusia pudiera convertirse en un competidor serio.
En esta carrera cada potencia tenía sus propios intereses, algo que se aprecia de una forma clara en el caso yugoslavo. El imperialismo alemán resucitó su vieja política de expansión hacia el Este, con la intención de absorber las economías de Hungría, Polonia y la República Checa. En esta estrategia no dudará en escindir a Checoslovaquia, entre una zona rica, Chequia (que coincide con sus viejas colonias de Bohemia y Moravia, bajo Hitler), y Eslovaquia.
En el caso de Yugoslavia el objetivo de la burguesía alemana se centró en el norte más rico e industrializado: Eslovenia y Croacia.
Durante los años 80, Alemania potenció el discurso nacionalista en estas dos Repúblicas, al tiempo que iniciaba una profunda penetración económica. En 1990 más de 150 sociedades alemanas controlaban el 70% del comercio esloveno. Para el capitalismo alemán controlar Croa-cia y Eslovenia supone mucho. Croacia le garantiza el acceso a los puertos mediterráneas de Split y Rijeka, es decir, vía libre para sus productos desde el Báltico al Medi-terráneo. Estos oscuros intereses empujaron a Eslovenia y Croacia por la vía de la secesión. Sus nuevos Ejércitos fueron pertrechados por Alemania, y podemos afirmar que sin la garantía del apoyo germano difícilmente hubiesen proclamado la independencia.
En esta primera etapa, Francia y Gran Bretaña veían con muchos recelos el dominio abrumador de Alemania en el seno de la CEE y su política respecto a Yugoslavia, mientras Estados Unidos también quería estar presente con una política propia en una zona estratégica como los Balcanes. Sin embargo la política de hechos consumados practicada por la burguesía alemana arrastró a que la CEE diese el visto bueno a la secesión.
Eslovenia: la primera guerra
Tras la declaración de independencia de Eslovenia se inició una breve guerra con el Ejército Federal Yugoslavo que costó 60 muertos, todos del Ejército. Los dirigentes eslovenos apostaron conscientemente por la salida bélica con el objetivo de hacer cambiar de postura a la CEE, todavía contraria a la ruptura.
El resultado rápido de la contienda tiene varias explicaciones. Todo hace indicar que el Ejército Federal conocía los planes del Gobierno esloveno y que su actitud pasiva tenía que ver con la política seguida desde Belgrado por Milosevic. Este, que no deseaba la unión de Yugoslavia, sino fortalecerse en Serbia y ampliar su zona de influencia, no estaba interesado en la alejada Eslovenia, apenas poblada por serbios.
La derrota del Ejército yugoslavo sirvió de excusa a Milosevic para purgarlo de oficiales yugoslavistas y sustituirlos por otros, fieles al nacionalismo serbio. Además, el Ejército se encontraba profundamente desmoralizado. Al fin y al cabo, defender la unidad yugoslava por las armas y sobre bases capitalistas no era un programa atractivo para ningún joven recluta.
Frente a todos aquellos que haciéndose eco de las mentiras del imperialismo han responsabilizado únicamente de la guerra a Milosevic, la realidad indica que las aspiraciones de las camarillas chovinistas de Eslovenia y Croacia se complementaban con las de Milosevic para tirarse mutuamente los trastos a la cabeza, dividir a los trabajadores y marchar, cada uno por su lado, hacia el capitalismo.
Croacia: segundo acto de la tragedia
El imperialismo occidental respondió a la guerra en Eslovenia con los acuerdos de Brioni el 7 de julio. Por ellos, Croacia retrasaba tres meses cualquier decisión sobre su independencia y el Ejército Federal se retiraba de Eslovenia. En otras palabras, se reconocía implícitamente a Eslovenia según los criterios impuestos por Alemania.
En Croacia, con la victoria de Tudjman en las elecciones de mayo de 1990, la situación se hacía insostenible.
A diferencia de Eslovenia, en Croacia habitaban 550.000 serbios (el 12% de la población), sobre todo en la Krajina y Eslavonia. La política reaccionaria de Tudjman pronto se ganó la oposición serbia; sus discursos chovinistas, sus continuas evocaciones del régimen nazi que aniquiló a casi un millón de serbios..., pronto se vieron acompañados de medidas prácticas; en la Constitución yugoslava Croacia era la “república del pueblo croata y del pueblo serbio de Croacia”, el 22 de diciembre la nueva Constitución rebaja a serbios y otras minorías a ciudadanos de segunda.
El conflicto estaba servido; en agosto y septiembre de 1991 los serbios realizaron referéndums que proclamaron la independencia de Krajina y Eslavonia con respecto a Croacia.
Al chovinismo reaccionario de Tudjman se le respondió con las mismas armas. Quien encabezará la oposición a Tudjman en las zonas serbias serán los nacionalistas radicales, apoyados desde Belgrado. La guerra se hacía inevitable. El régimen croata no podía perder zonas estratégicas co-mo Knin (capital de Krajina), clave para conectar con Dalmacia (importante zona comercial y turística), los serbios no aceptarían la dominación chovinista de Tudjman, y Alemania no estaba dispuesta a tolerar que Serbia acrecentase su influencia.
Progresivamente los enfrentamientos en la Krajina se convirtieron en guerra abierta en agosto de 1991, pero los nacionalistas croatas pronto empezaron a perder la guerra.
En realidad el carácter del conflicto no dejaba lugar a dudas: una guerra de rapiña entre las nacientes burguesías croata y serbia, disfrazada de una supuesta lucha por la liberación nacional. El punto fuerte de la guerra no estuvo en Krajina, sino en Eslavonia, donde la minoría serbia era menos numerosa e imposible de asimilar a los proyectos de la Gran Serbia. Sin embargo el botín era más rico; Vukovar era el único puerto al Danubio en manos croatas, este control amenazaba la principal vía de comunicación y comercial de una Serbia cada vez más aislada
Con la guerra cada vez más complicada para Croacia, Alemania redobló sus presiones. En diciembre reconoce a Eslovenia y Croacia y empuja a que la CEE lo haga en enero.
Este reconocimiento coincidió con un alto el fuego aceptado por Milosevic, duramente presionado por las dificultades internas. En el Ejército yugoslavo todavía quedaban elementos opuestos al nacionalismo serbio, y sufría continuas deserciones de reclutas asqueados por el carácter del conflicto. En el otro lado, Croacia ya había sido reconocida y podía darse un respiro para recobrar fuerzas, armada por Alemania. Ambos bandos aceptaron que la ONU se instalara en la Krajina.
La lucha de rapiña por tomar posiciones en la vuelta al capitalismo entraba en un paréntesis, que no podía durar. Croacia perdía la Krajina y Eslavonia, mientras que Alemania y el imperialismo occidental no podían consentir una Serbia, tradicional aliado de Rusia, fuerte y victoriosa en la zona. El siguiente capítulo de esta reaccionaria historia de rapiña se iba a jugar en Bosnia-Herzegovina.
Sobre la autodeterminación
La ruptura de Yugoslavia respondió por un lado a los intereses de una burocracia estalinista deseosa de convertirse en una nueva clase dominante y por otro a las aspiraciones del imperialismo occidental, especialmente el alemán, deseoso de aumentar su zona de influencia tras el colapso del estalinismo.
Para los marxistas este proceso no tenía el más mínimo contenido progresista. Era un conflicto reaccionario, en el que nos negamos a apoyar a ninguna de las camarillas chovinistas. Hemos defendido una postura internacionalista y de independencia de clase, de unión de la clase obrera de las distintas nacionalidades contra los regímenes reaccionarios de Tudjman y Milosevic y contra la intervención imperialista y la vuelta al capitalismo.
Por el contrario, desde los partidos proimperialistas a la izquierda reformista y a cantidad de grupúsculos autodenominados marxistas se ha insistido en defender la independencia de Croacia y Eslovenia como un paso adelante, amparándose en el “derecho de autodeterminación” de las naciones.
Por supuesto que los marxistas defendemos este derecho como medio para acabar con la opresión nacional y la influencia de la burguesía nacionalista, pero dicho esto hay que ir un poco más allá, hay que analizar la cuestión nacional en cada situación concreta. El derecho de autodeterminación para los marxistas siempre está vinculado y subordinado a los intereses generales de la clase obrera y la revolución socialista internacional.
En el contexto que hemos descrito en Croacia, con un Tudjman provocando a la minoría serbia y está respondiendo con políticas nacionalistas, una fuerza revolucionaria donde debía poner el énfasis no es en el derecho de autodeterminación (por otro lado de quién, ¿de los croatas o de la minoría serbia de Croacia?), sino en la unidad de los trabajadores por encima de diferencias nacionales. No tenía ningún sentido dar apoyo a uno u otro bando. Insistir en abstracto, como la gran mayoría de grupúsculos autodenominados marxistas, en la autodeterminación, no ayudaba a elevar el nivel de conciencia y unir a los trabajadores; en todo caso se convertía en un eco pálido de la demagogia imperialista sobre la misma cuestión.
Algunos han argumentado sin entender nada del pensamiento marxista que el nacionalismo en la Yugoslavia de los 90, como en la Revolución de Octubre, era el germen de un bolchevismo inmaduro, el renacer de una lucha popular progresista en los balcanes. Cuando León Trotsky, en su brillante Historia de la Revolución Rusa, analizaba el programa bolchevique ante la cuestión nacional, explicaba cómo el nacionalismo de los pueblos oprimidos por el zarismo era la única forma de expresión que el campesinado podía tener en su amanecer a la política. Instintivamente su lucha contra la opresión se identificaba con la lucha contra el opresor que sentía más cercano, el terrateniente o el funcionario, generalmente de nacionalidad rusa. En ese contexto ese nacionalismo era enormemente progresista y con un programa correcto basado en el reconocimiento del derecho de autodeterminación podía convertirse rápidamente en revolucionario, de ahí la frase sobre el bolchevismo inmaduro.
La pregunta que podemos hacernos es si el resurgir del nacionalismo en Yugoslavia tenía algo que ver con la situación de 1917 en el imperio zarista. La respuesta evidentemente es no. El nacionalismo, como hemos visto, fue utilizado por la burocracia ex estalinista y el imperialismo, especialmente el alemán, para dividir a la clase obrera y facilitar sus intereses; era un nacionalismo chovinista, no una respuesta a una supuesta opresión nacional serbia, una forma de quitarse de encima a las regiones más atrasadas y poder entrar en el Eldorado capitalista.
Lenin siempre trató la cuestión nacional sobre la base de las circunstancias concretas. En esta situación una fuerza marxista en Yugoslavia hubiese defendido la unidad de la clase obrera y la lucha contra la restauración capitalista. Por supuesto que, frente a la demagogia nacionalista burguesa en Croacia o en Serbia, hubiese defendido el máximo respeto a todas las nacionalidades, pero nunca habría hecho una única bandera del derecho de autodeterminación en un contexto en que este derecho se convertía en una hoja de parra para esconder los intereses de las camarillas nacionalistas y las aspiraciones expansionistas del imperialismo alemán.
Algunos autoproclamados marxistas han argumentado que la separación de Croacia, Eslovenia, Bosnia-Herzegovina, etc., era la única forma para que posteriormente los trabajadores volviesen a poner en primer plano las luchas sociales y se pudiesen unir en la lucha. Una vez más estos señores utilizan mecánicamente a Lenin para semejante afirmación, demostrando, por cierto, que se puede leer mucho sin entender absolutamente nada. ¿Qué tiene que ver el contexto en el que Lenin (en su artículo publicado en este número de la revista) ponía como ejemplo positivo para la lucha de la clase obrera la separación entre Noruega y Suecia en 1905, con el contexto de la Yugoslavia de los 90? ¡Absolutamente nada! Las pruebas son más que evidentes. La separación de Croacia y Eslovenia no ha servido para que años después los recelos entre serbios y croatas disminuyeran, sino que fue el primer paso para la horrible guerra en Bosnia-Herzegovi-na, y para que hoy los odios nacionales continúen campando a sus anchas por los Balcanes. Con una población absolutamente entremezclada durante siglos, en pleno proceso de restauración capitalista, la ruptura de Yugos-lavia fue un acto reaccionario que ha tenido consecuencias terribles para todos los pueblos de la zona, ha provocado guerras bárbaras y ha retrasado la causa del socialismo en los Balcanes y todavía hoy, una década después, amenaza con nuevas y sangrientas guerras.
Por otro lado, ¡qué cinismo el de las potencias occidentales, acordándose de la autodeterminación de eslovenos y croatas cuando se olvidan y favorecen la represión de kurdos o palestinos, o, en el caso que nos ocupa, de los serbios de Croacia! Hoy, como siempre, el imperialismo utiliza el derecho de autodeterminación como forma de encubrir sus maniobras e intereses.
Tras una década de independencias podemos hacer balance. Los pueblos de Eslovenia y Croacia ni son más independientes, ni son más libres ni más prósperos.
Ambas naciones son hoy colonias del capital alemán, que controla el 40% del comercio exterior croata y el 35% de las inversiones extranjeras. Un ejemplo de la independencia croata: en 1993 la empresa germana Siemens compró obligaciones del Estado por ¡3.000 millones de dólares!, así no sólo se asegura el monopolio de la energía y las telecomunicaciones, sino que medio Estado le pertenece. En Eslovenia otro tanto de lo mismo. Son sociedades con elevados índices de paro –sólo en 1991 había subido de 160.000 a 200.000 en Croacia y a más de 100.000 en Eslovenia–, y donde la prometida democracia, sobre todo en el caso croata, consiste en un Gobierno corrupto, totalmente autoritario y con todo tipo de medidas antiobreras.
Pero qué decir de la independiente Bosnia-Herzegovina o de Kosovo. Podemos afirmar sin titubear que son un protectorado de la OTAN y EEUU. ¿Dónde está la autodeterminación y la independencia nacional, en las antiguas repúblicas yugoslavas? No cabe duda de que en el seno de la Federación yugoslava eran mucho más independientes que hoy.
Una vez más sobre los intereses y contradicciones de las potencias imperialistas
Antes de entrar a analizar la guerra en Bosnia-Herzegovina, es interesante volver sobre el papel de las distintas potencias imperialistas. Al fin y al cabo, en el reciente conflicto en Kosovo hemos tenido que escuchar a muchos analistas justificar el carácter “humanitario” de la intervención de la OTAN, porque en Kosovo no hay petróleo y por tanto no era una guerra por oscuros intereses.
En realidad los Balcanes siempre han tenido importancia para la estrategia del imperialismo. Ya hemos analizado los intereses de Alemania en la zona, pero la cosa no acaba ahí.
En una época donde tres cuartas partes del mundo están en crisis, las grandes potencias se reparten el mundo. Cada zona de influencia se disputa con saña dando origen a multitud de guerras. En África tenemos un claro ejemplo, guerras como las del ex Zaire o Sudán están enfrentando, a través de terceros, a EEUU con Francia por el control de los recursos naturales de la zona.
Esta lucha entre potencias imperialistas se ha visto azuzada desde la caída del estalinismo. La existencia de la URSS mitigaba los enfrentamientos entre las distintas burguesías imperialistas, que podían aplazar temporalmente sus enfrentamientos y unificar sus intereses frente al enemigo común.
Actualmente, la pugna por el control de las materias primas se ha agudizado, precisamente una de las claves de los éxitos económicos de Estados Unidos, Europa y Japón ha sido abaratar al máximo los precios de éstas, con el consiguiente empobrecimiento del llamado Tercer Mundo.
Alemania está intentando convertir el Este de Europa en lo que América Latina es hoy para Norteamérica. Pero EEUU y otras potencias menores en Europa también defienden sus propios intereses.
Los Balcanes son una zona importante por varias razones. A pesar de que hoy Rusia está dirigida por un Gobierno títere del FMI, la última palabra sobre la evolución de este país no está dicha. EEUU es muy consciente de esto. Las continuas humillaciones infligidas a Rusia en el terreno internacional, la brutal crisis económica provocada por la vuelta al capitalismo, el descontento y la absoluta desconfianza de la población en sus gobernantes, están generando una situación explosiva. Rusia se resiste a convertirse en esa colonia del imperialismo que el FMI proyecta. La evolución política del país podría ir en varios sentidos, todos ellos peligrosos para el imperialismo occidental. Podríamos encontrarnos con un golpe que estableciese un Gobierno rupturista con el FMI y que apostase por realizar una política capitalista agresiva, que chocaría con los intereses americanos y alemanes. Tampoco está descartado una marcha atrás en el proceso de reformas capitalistas y una vuelta a un régimen neoestalinista, con las consecuencias para toda Europa del Este y el mundo que esto tendría.
Por todo ello la estrategia imperialista consiste en debilitar a Rusia, tratando de evitar que resurga como superpotencia, siempre con el riesgo de que esto debilite la situación interna de su aliado Boris Yeltsin.
De hecho la OTAN está extendiendo su influencia por todo el este de Europa, creando un auténtico cerco a Rusia con la entrada de Polonia, Hungría y la República Checa. Sin embargo en los Balcanes tienen un pequeño problema: Serbia. Ésta ha sido un tradicional aliado de Rusia y el Gobierno serbio es en estos momentos la única república ex yugoslava que el imperialismo no controla directamente.
En esto sí hay una alianza clara entre EEUU y Alemania, los dos buscan debilitar a Serbia e imponer un Gobierno pro occidental, aunque no siempre sus intereses han sido coincidentes. De hecho, EEUU recelaba de la ruptura de Yugoslavia y no le faltaba razón. Las consecuencias eran imprevisibles y desestabilizar la zona podía llevar a una ruptura entre países de la propia OTAN con intereses propios en los Balcanes, por ejemplo Grecia y Turquía con respecto a Kosovo y Macedonia.
Pero una vez consumada EEUU y otras potencias menores (Francia, Gran Bretaña) cambiaron de estrategia, siempre con el objetivo de aumentar su influencia.
Los Balcanes también son claves por otros motivos, son la puerta a previsibles rutas al petróleo y gas de las repúblicas ex soviéticas de Asia Central. El petróleo del mar Caspio siempre ha sido muy apetecido para diversificar la dependencia actual del petróleo del Golfo, y las multinacionales americanas ya han invertido en Kazajistan o Azerbaiyan para hacerse con él.
Ese petróleo podría ir directamente hacia Europa vía Danubio, para lo cual el control de todos los países balcánicos se hace importante y, en ese sentido, controlar Serbia también.
Cada potencia quiere hacerlo a su manera y siempre vigilando con el rabillo del ojo a su competidor. Tras un intento fallido de colocar en el Gobierno serbio a Milan Panic (un títere suyo) EEUU trató de recortar la ventaja que le llevaba Alemania en la zona, apostando por el Gobierno musulmán de Bosnia. Desde entonces Serbia y Milosevic se van a convertir en el principal enemigo a batir. En eso están todos de acuerdo.
Hoy estamos en una situación mundial más similar a los años previos a la I Guerra Mundial o a los de entreguerras, que al mundo surgido tras la II Guerra Mundial. Asistimos a una profundización de las luchas interimperialistas, con tres grandes bloques, Estados Unidos, Japón y la Unión Europea (ésta con profundas divisiones internas). No es ninguna casualidad que los presupuestos armamentísticos estén creciendo en todo el mundo, como tampoco lo es el creciente proceso de profesionalización de los Ejércitos y de creación de unidades especiales de intervención. El control imperialista que hunde a millones de personas en la miseria y genera situaciones de crisis, obliga al imperialismo a prepararse para intervenir.
EEUU lo tiene claro. En marzo de 1992 el Pentágono publicaba un informe en el quese podía leer lo siguiente: “la política exterior americana debe ponerse como objetivo convencer a sus eventuales rivales de que no necesitan jugar un mayor papel. Nuestro estatuto de única superpotencia debe perpetuarse mediante un comportamiento constructivo y una fuerza militar suficiente para disuadir a no importa qué nación o grupo de naciones que desafíe la supremacía de EEUU. Éstos deben tener en cuenta los intereses de las naciones industriales avanzadas para desanimarles, por si quisieran desafiar el liderazgo americano o intentaran cuestionar el orden económico y político establecido.
“Debe mantenerse una potencia militar dominante para disuadir a eventuales rivales, no fuera a ser que aspiraran a un mayor papel regional o global. En definitiva, que el orden internacional está garantizado por los Estados Unidos, y éstos deben colocarse en situación de poder actuar independientemente cuando una acción colectiva no pueda encargarse de ello.
“Debemos actuar para impedir el surgimiento de un sistema de seguridad exclusivamente europeo que pudiera desestabilizar la OTAN. En Extremo Oriente hay que estar atentos a los riesgos de desestabilización que sobrevendrían con un crecimiento del papel de nuestros aliados, en particular de Japón”.
La guerra en Bosnia-Herzegovina fue una de las primeras expresiones prácticas del informe del Pentágono.
La barbarie avanza, el inicio de la guerra en Bosnia-Herzegovina
El enfrentamiento serbo-croata y los intereses occidentales no sólo se dilucidaban en Croacia. En Bosnia-Her-zegovina vimos la continuación de este enfrentamiento. Bosnia-Herzego-vina era la República con más mezcla de población de toda Yugoslavia, un 31% de serbios, un 17% de croatas y un 43% de musulmanes. Éstos ha-bían sido reconocidos como nacionalidad en 1961, y Tito estuvo muy interesado en desarrollar una identidad nacional en este grupo de población como contrapeso a las tradicionales aspiraciones serbias y croatas en este territorio. También, el reconocimiento de una nacionalidad basada en una religión tenía que ver con la política yugoslava de no alineamiento que buscaba ganar el favor de los países árabes. Con todo, a inicios de esta década en Bosnia-Herzegovina era donde más familias entremezcladas existían y donde más ciudadanos se inscribían en los censos como yugoslavos (no como serbios, croatas, etc.).
Esta situación hacía difícil pensar en un ascenso de los nacionalismos. No obstante, los procesos políticos del resto de Yugoslavia van a afectar a la República. El 18 de noviembre de 1990 se celebran elecciones. Los resultados dan el triunfo a las opciones nacionalistas, que en total suman un 79% del voto: la Comunidad Democrática Croata (HDZ) el 14,7%, el Partido Democrático Serbio (SDS) el 26,5% y el Partido de Acción Democrática (SDA) de los musulmanes el 37,8%.
Todos los partidos defendían esencialmente lo mismo. Vagas promesas sobre democracia y sobre todo, apuesta por la economía capitalista.
Con estos resultados las opciones nacionalistas se van a ver legitimadas y acelerarán el proceso hacia la guerra. Es interesante reseñar cómo el programa del jefe del SDA, el musulmán Alia Izetbegovic, no era precisamente el de la convivencia multiétnica, como posteriormente nos vendieron los medios de comunicación burgueses.
En 1970 Izetbegovic había publicado una declaración sobre su ideología, que fue reeditada en Sarajevo en 1990. Esta declaración decía: “Nuestro fin: la islamización de los musulmanes. Nuestra divisa: creer y combatir (…) todo lo que en la historia de los pueblos musulmanes constituye un recuerdo de grandeza y de valor ha sido creado bajo los auspicios del Islam. Turquía, en tanto que país islámico, ha reinado sobre el mundo. Turquía, en tanto que copia europea, representa un país de tercer orden como tantos otros por el mundo. El movimiento islámico debe y puede tomar el poder desde el momento en que tenga la fuerza numérica y moral para hacerlo, y no sólo para destruir el poder no islámico. La conclusión más importante es que no puede haber coexistencia entre la creencia islámica y las instituciones políticas y sociales no islámicas”.
Como resultado de las elecciones se creó una Administración a la libanesa, donde el presidente de la Repú-blica sería un musulmán (Izetbegovic), el presidente del Gobierno un croata y el presidente del Parlamento un serbio. Este reparto se trató de aplicar a todos los niveles de gobierno, y las disputas por las prebendas y los puestos entre los dirigentes nacionalistas llevaron a la parálisis absoluta. En 18 meses el Parlamento no aprobó ni un solo proyecto de ley.
Como consecuencia la crisis económica se fue profundizando, con el resultado ya experimentado en Croacia, Eslovenia o Serbia, donde los discursos echando la responsabilidad a una u otra nacionalidad fueron ganando terreno, especialmente entre la población rural, donde menos componente interétnico se registraba.
A pesar de todo el 29 de septiembre de 1991 se produce un hecho que demuestra cómo un partido revolucionario de masas podía haber cambiado la situación de arriba abajo. Ese día se celebra una impresionante manifestación en Sarajevo en defensa de la yugoslavidad y contra la guerra, que según muchos observadores podía haber derribado al Gobierno. Sin embargo la fuerza de esta manifestación, al igual que la de otras similares hasta abril de 1992 (con las barricadas ya en las calles de Sarajevo), no encontró ningún cauce político, con lo que los extremistas serbios, croatas y musulmanes se fueron haciendo con el control de la situación. Una vez más la ausencia de una dirección marxista que unificase a todas las nacionalidades con el programa de la revolución política se convertía en una tragedia.
El estallido de la guerra serbo-croata en julio de 1991 aceleró el proceso. Ya desde meses atrás se venía hablando de reuniones entre serbios y croatas para repartirse el territorio bosnio-herzegovino. La más conocida, la de marzo de 1991 entre Tudjman y Milosevic en Karadjeordjevo.
La respuesta de Izetbegovic fue recurrir más al nacionalismo musulmán y agitar la bandera de la independencia, confiado en que la debilidad serbia tras la guerra en Croacia y el apoyo occidental le permitiese mantener el control de la República.
En octubre de 1991 se vota la soberanía de la República, los serbios anuncian su boicot. Los nacionalistas radicales serbios temen una Bosnia-Herzegovina bajo control croata y anuncian que la independencia significará guerra. Por su parte los nacionalistas musulmanes y croatas se oponen a permanecer en una Yugos-lavia cada vez más serbiatizada. Izet-begovic forzó la situación declarando la independencia tras un referéndum donde los serbios no participan. La guerra está servida. Una vez más ni un átomo de contenido progresista por ninguna parte, y una vez más la sombra del imperialismo occidental detrás del proceso.
Divisiones étnicas
En marzo de 1992 y bajo auspicios europeos se firma en Lisboa un acuerdo entre el musulmán Izetbegovic, el serbio Radovan Karadzic y el croata Mate Boban para dividir la República en líneas étnicas. Una aberración patrocinada por el imperialismo europeo por temor a las consecuencias de una extensión del conflicto. Sin embargo, a su vuelta a Sarajevo, Izetbegovic rompe el acuerdo. ¿Qué ha ocurrido? La respuesta pasa por EEUU, que también aspiraba a tener su propia política en los Balcanes. Estados Unidos apuesta por jugar, temeroso del aumento de influencia alemana, la baza musulmana. Como reconoció más tarde el embajador norteamericano en Belgrado, prometieron ayuda a Izetbegovic y le animaron a romper el acuerdo. En la decisión de EEUU también estuvo presente la necesidad de recuperar popularidad ante la población musulmana y los Gobiernos árabes de Oriente Medio tras la carnicería contra Irak de 1991.
Si bien el acuerdo de Lisboa era monstruoso y reaccionario, la intervención USA sólo trajo como resultado un acuerdo similar, el de Dayton en 1995, pero después de tres años de atrocidades sin fin.
Asesorado por Estados Unidos, el Gobierno musulmán declaró la independencia (6 de abril de 1992) y fue reconocido por la Comunidad Euro-pea (presionada por los estadounidenses, que a cambio se comprometen a reconocer a Croacia y Eslo-venia). Inmediatamente comienza una nueva guerra de rapiña.
Las milicias reaccionarias serbias, apoyadas por Milosevic desde Belgrado, conquistaron un 25% de territorio, pasando a ocupar el 70% de la República. Jugaron un papel destacado las operaciones de limpieza étnica, perpetradas por los paramilitares serbios para forzar huidas masivas de población y conseguir territorios étnicamente puros. Estas atrocidades fueron utilizadas por la propaganda occidental para demonizar a los serbios, olvidando el hecho de que los paramilitares croatas y musulmanes se comportaron exactamente igual.
Es falso que hubiese algún contendiente más progresista que otro; de nuevo muchos grupúsculos autodenominados marxistas, haciéndose eco de la propaganda burguesa, defenderieron un supuesto carácter no nacionalista, multiétnico y progresista del Gobierno Izetbegovic. Deje-mos que sea el responsable para Bosnia-Herzegovina de la Secretaría de Estado de Exteriores USA, George Kennedy, quien les quite las ilusiones: “Lo que al principio era un Gobierno bosnio multiétnico y elegido legalmente se ha convertido en una entidad musulmana extremista y antidemocrática. Hoy vemos una purificación étnica llevada a cabo por los musulmanes paralelamente a la de los serbios”.
La táctica del Gobierno musulmán, asesorado y armado por EEUU será provocar la intervención occidental. Con este fin van a estar dispuestos a sacrificar a decenas de inocentes de la población civil musulmana.
Incluso en 1992 un diario bosnio, Oslobodenje, acusaba al Gobierno musulmán de no hacer nada por romper el cerco serbio a Sarajevo. Este cerco se convirtió en la mejor baza para generar las simpatías de la población occidental, a la que se escamoteaba el sufrimiento de las otras nacionalidades en otros puntos de la zona. También el mantenimiento del cerco posibilitó el surgimiento de nuevos ricos en la parte musulmana, directamente vinculados al Gobierno, y que se enriquecieron con el mercado negro, la corrupción, etc.
El 27 de mayo de 1992 una explosión delante de una panadería en Sarajevo causa 16 muertos. Inmedia-tamente las escenas recorren todos los telediarios del mundo, que responsabilizan a los serbios. Posterior-mente los servicios secretos francés y británico reconocen que fue un atentado organizado por nacionalistas musulmanes; por supuesto este reconocimiento no ocupa ninguna portada en ningún sitio. Da igual, el objetivo se ha conseguido. EEUU presiona a la ONU para que se impongan sanciones a Serbia. Este incidente refleja el carácter ruin y mafioso del “democrático y multiétnico” Gobierno de Izetbe-govic, dispuesto a asesinar impunemente a su propia población para conseguir el apoyo occidental.
Pese a todo, en la primera fase de la guerra, el gran perdedor fue el Gobierno bosnio-musulmán. Naciona-listas croatas y serbios llevaban tiempo haciendo planes para repartirse el botín bosnio-herzegovino. Los nacionalistas croatas de Bosnia iniciaron operaciones encaminadas a desgajar la zona que controlaban; en julio del 92 proclamarán una república, a imagen de la serbo-bosnia, con el nombre de Comunidad Croata de Herzeg-Bosnia. Como Croacia es un aliado occidental esto no levantará mayores protestas, a pesar de que para declarar Mostar como su capital, los nacionalistas croatas organicen todo tipo de crímenes.
Durante todo el año 93 vamos a asistir a colaboraciones puntuales entre las milicias croatas y serbias, en operaciones militares que en muchos casos tienen más que ver con los intereses particulares de los señores de la guerra o con gestos de cara a provocar una acción internacional. Ante la colaboración croato-serbia, la respuesta de Izetbegovic fue profundizar en el discurso nacionalista musulmán, conseguir armas de los países árabes y musulmanes como Irán, y sobre todo echarse en brazos de Washington, presionando para su intervención.
La extensión del conflicto a otras zonas de la ex Yugoslavia amenazaba con implicar en la guerra a países miembros de la OTAN con intereses distintos, y también podría provocar la desestabilización de Rusia. Francia y Gran Bretaña, se implicaron con miles de soldados, bajo bandera de la ONU, amparándose en supuestas misiones humanitarias, cuando en realidad sólo buscaban mantener la guerra en unas coordenadas de baja intensidad y aumentar su influencia ante la preponderancia alemana. Estos cascos azules humanitarios estuvieron implicados en todo tipo de corruptelas: tráfico de armas, drogas y ayuda humanitaria, prostitución… Algo que la izquierda reformista en Occidente calló, ayudando objetivamente al imperialismo a preparar a la opinión pública para futuras “guerras humanitarias” como la de Kosovo.
Las contradicciones en el seno del imperialismo europeo les forzó a elaborar distintos planes para terminar la guerra. El primero, de octubre del 92, es conocido como plan Vance-Owen. En el fondo resucitaba la filosofía de los acuerdos de Lisboa, dando el visto bueno a la partición de Bosnia-Herzegovina en cantones purificados en líneas nacionales, aunque con el disfraz del mantenimiento de un Estado unitario con algunas competencias. El Gobierno musulmán rechazó el plan, ya que perdía territorios frente a los croatas, y sobre todo porque Washington les volvió a garantizar su apoyo si continuaban la guerra. La guerra era la mejor baza para que EEUU siguiera aumentando su influencia y presencia en la zona. El propio mediador europeo Lord David Owen, uno de los dos padres del plan, lo reconocerá dos años después a El País (12/11/1995): “Respeto mucho a los Estados Unidos. Pero durante estos últimos años la diplomacia de este país es culpable de haber prolongado inútilmente la guerra en Bosnia (…). Si Washington hubiera apoyado el plan Vance-Owen en febrero de 1993, habría evitado cantidad de muertos. No se trata de una opinión sino de hechos que demuestro”.
Las diferencias entre el imperialismo USA y el europeo jugaron un papel clave en el alargamiento del conflicto. Incluso los propios militares de la Armija musulmana lo tenían claro; The New York Times reproduce en febrero del 93 las declaraciones de un oficial musulmán de alto rango: “No nos hacemos ilusiones sobre las intenciones americanas en esta región. Lo que quiere Estados Unidos es establecer una presencia militar en los Balcanes”.
Con el desarrollo del conflicto se llegaron a producir enfrentamientos inter-musulmanes en el bastión musulmán de Bihac, controlado por un carismático líder, Fikret Abdic. Éste había sido un burócrata estalinista en la Yugoslavia de los 80, y fue cesado de sus cargos por un escandaloso caso de corrupción. Durante la guerra Abdic había convertido Bihac en un remanso de paz. ¿Cómo? Convirtiendo la zona en una especie de gran bazar libre de impuestos, donde se hacían todo tipo de negocios de armas y de ayuda humanitaria entre serbios, croatas y musulmanes. Muy edificante, ¿verdad? De hecho este señor de la guerra, o en este caso de la paz, veía en peligro su situación por la política de Izetbegovic de continuar la guerra hasta provocar la intervención de EEUU, y no dudó en declarar independiente la “República de Bihac”; la Armija musulmana terminó expulsándole. Meses después Abdic volvería a conquistar el enclave, de la mano de una ofensiva del ¡Ejército serbo-bosnio!
Cuando la situación amenazaba con pudrirse y extenderse, los Gobiernos de la UE elaboraron un nuevo plan de paz en septiembre de 1993: el plan Owen-Stoltenberg, que es aceptado por Milosevic, aunque rechazado por los nacionalistas serbo-bosnios, envalentonados por sus triunfos en la guerra.
1994: intensificación de la intervención americana
Así las cosas, EEUU cogió de las orejas a musulmanes y croatas –enfrentados entre sí desde la primavera de 1993– y se los llevó a Washington para que firmaran un acuerdo y organizasen una Federación Croato-Musulmana (1 de marzo de 1994). En esto estuvo de acuerdo Alemania cuya única diferencia, a partir de ahora, con Estados Unidos será quién se convertirá en el principal protector de la Federación. Pero EEUU contaba con la ventaja de su enorme superioridad militar y su control de la OTAN.
En este momento crucial de la guerra, Washington consiguió las cartas decisivas de la partida. El comentarista estadounidense William Pfaff escribió en marzo del 94, en The International Herald Tribune: “Por fin Clinton consigue un éxito significativo. Las irrisorias conversaciones Owen-Stoltenberg han sido barridas por los diplomáticos americanos, que han subrayado así la desunión europea sobre la cuestión yugoslava y han demostrado el fracaso de la unificación europea en el plano político y en el de seguridad. Ha quedado probado que en tales materias Europa, sin los Estados Unidos, es prácticamente impotente. La lección más importante del último mes es la demostración de que Occidente es incapaz de actuar sin los Estados Unidos”. Análisis bastante significativo, que ratifica la estrategia norteamericana de dominar el mundo, evitando el surgimiento de poderes alternativos, tal y como afirmaba la declaración del Pentágono de marzo del 92.
Poco importaba si para llegar a estos objetivos propiciando un clima favorable a la Federación Croato-Musulmana, el imperialismo volvía a organizar una nueva masacre de civiles musulmanes en Sarajevo. A primeros de febrero del 94 una nueva matanza llena los telediarios y periódicos de todo el mundo, los diabólicos serbios han bombardeado el mercado de Sarajevo, causando decenas de muertos. Estas imágenes impactan a la opinión pública occidental. Antes de la masacre sólo un tercio de los americanos estaba a favor de una intervención militar USA, después el porcentaje sube al 50%. El 28 de febrero cazas F-16 de la OTAN bombardean posiciones serbias, lo que se repetirá durante el siguiente año y medio. Meses más tarde se hará público, por supuesto en pequeñas columnas en los periódicos, que el obús que había impactado en el mercado provenía de las filas del Ejército bosnio-musulmán, no de los serbios. Sin comentarios.
De la mano de Washington continuó la presión hacia los serbo-bosnios. La Armija continuó un rearme que le permitió empezar a tener éxitos. Esto provocó tensiones con Londres y París, temerosos de que las acciones del Ejército de la Federación Croato-Musulmana, asesorado por Estados Unidos, provocasen una escalada bélica que paguesen los soldados que tenían desplegados en la zona.
Hacia la paz de Dayton
Enero de 1995 comienza con el rechazo de Tudjman a prolongar el mandato de la FORPRONU (tropas de la ONU en Croacia y Bosnia). Ahora que sus tropas ya están bien armadas, estos observadores son un incordio. A primeros de abril se recrudecen los combates. En mayo, las fuerzas del Ejército de Croacia invaden Eslavonia Occidental, región de Croacia poblada por serbios que desde la guerra de 1991 estaba en manos de éstos. Una brutal operación de limpieza étnica que dejará miles de refugiados serbios y que no ocupó una sola línea en los medios de comunicación burgueses.
En cualquier caso los acontecimientos se precipitan; los serbios de Bosnia toman los enclaves musulmanes de Zepa y Srebrenica, teóricamente protegidos por la ONU; a los pocos días un nuevo accidente conmociona a la opinión pública occidental: el 27 de agosto se produce una nueva masacre en el mercado de Sarajevo. De nuevo, e inmediatamente, se hace responsable a los serbios. Este accidente da luz verde a la acción más devastadora de la OTAN en la guerra de Bosnia-Herzegovina. Al día siguiente 60 aviones bombardean posiciones serbias; el curso de la guerra va a cambiar rápidamente. También un mes después los expertos británicos reconocen que el obús del mercado provenía de las filas musulmanas.
Los bombardeos de la OTAN, además de debilitar a los serbios, trataban de demostrar la fortaleza estadounidense y apuntalar su control sobre los Balcanes. El experto Jonathan Eyal, del Royal United Services Institute, de Londres, lo resumía así: “Los aviones de la OTAN están encargados de destruir el sistema de defensa antiaérea integrada de los serbios de Bosnia (…) Una vez eliminado este sistema de defensa, la OTAN tendrá plena libertad para hacer lo que quiera en los Balcanes” (NCR Handelsband, 31 de agosto de 1995).
De la ‘limpieza étnica’ en Krajina a la paz de Dayton
El bombardeo de la OTAN dio a Tudjman luz verde para atacar la Krajina, territorio de Croacia mayoritariamente poblado por serbios y que al igual que Eslavonia había declarado su independencia de Croacia en 1991. El Ejército croata repitió a una escala mayor las atrocidades de Eslavonia Occidental. El 4 de agosto 100.000 soldados entran en acción y más de 150.000 serbios son obligados a abandonar una región que habitaron sus antepasados desde hacía siglos. Si monstruosas habían sido las limpiezas étnicas de las milicias chetniks en Bosnia o la propia Krajina, ésta no se quedaba atrás. En la retirada serbia no queda ni una casa que no fuese quemada.. Todo bajo la complicidad y asesoramiento de Occidente, al fin y al cabo Tudjman es un fiel aliado y cuando se trata de las atrocidades croatas ya no se habla de limpieza étnica, sino de guerras de liberación nacional.
Para entender el fulgurante éxito croata en reconquistar una región que durante cuatro años había permanecido independiente, debemos echar una ojeada a lo que estaba aconteciendo en Belgrado con el régimen de Milosevic. Durante la guerra en Bosnia-Herzegovina el gobierno de Milosevic continuó políticas privatizadoras que fundamentalmente beneficiaron a elementos de su ca-marilla. Desde mediados de 1992, Yugoslavia (Serbia y Montenegro) su-fría un embargo económico decretado por la ONU. Un embargo criminal que como siempre se cebó en los trabajadores y en los más débiles. En 1995 se calculaba que, por falta de medicinas y equipos adecuados, habían muerto más de 20.000 personas, la tasa de niños prematuros había aumentado un 8,4% y la mortalidad infantil se había multiplicado. Cada dos días durante 1993 se suicidaba un anciano en Belgrado, y mu-chos técnicos cualificados emigraban, con las consecuencias negativas para la economía serbia.
En el otro extremo toda una capa de nuevos hombres de negocios vinculados al mercado negro y la guerra se enriquecían y engrosaban la base de apoyo al régimen.
Llegados a 1995, el embargo y la guerra en Bosnia-Herzegovina se estaban convirtiendo en un engorro para Milosevic (hubo un punto en que la inflación era de un 6% a la hora).
Todo hace indicar que a cambio del levantamiento del embargo y del reconocimiento internacional de la nueva Yugoslavia, Milosevic abandonó la Krajina; posteriormente también devolvería la Eslavonia Oriental. La realidad es que el Ejército yugoslavo no intervino, dejando a la población serbia a merced de los croatas que se dieron un paseo.
Desde este momento Milosevic presionó a los serbo-bosnios para que acepten un acuerdo. Figuras como Karadzic (jefe de los sebo-bosnios), fortalecidos con la guerra, podían convertirse en futuros aspirantes a la poltrona de Milosevic en Belgrado.
No es casualidad que el hasta en-tonces demonizado Milosevic empezase a aparecer en la prensa occidental como un estadista de la paz. A pesar de toda su superioridad militar, el imperialismo estadounidense necesitaba echar mano de Milosevic para salir del atolladero en que se había metido. Una alianza temporal, nunca satisfactoria para Washington y Bonn, que seguirán aspirando a poner en Belgrado un títere fiel.
El cambio en la correlación de fuerzas provocado por los bombardeos de la OTAN envalentonó a la camarilla integrista de Sarajevo, que se lanzó a la ofensiva. Incluso tuvieron que ser refrenados por su amo americano. Si hubiesen tomado Banja-Luka (principal ciudad serbo-bosnia) podían haber hecho saltar por los aires los compromisos con Milosevic, que se hubiese visto forzado a intervenir. Además, el Ejército ruso veía cada vez más indignado el cambio en la correlación de fuerzas en Bosnia-Herzegovina, y no convenía poner en más dificultades internas a Yeltsin.
Dayton: la paz de los cementerios
Llegados a este punto, y con los serbo-bosnios en franca retirada, el imperialismo americano logró imponer su paz en la región, con los acuerdos de Dayton en diciembre de 1995.
Dichos acuerdos no diferían en lo sustancial de las propuestas europeas de años atrás, eran igual de reaccionarias y criminales, y daban el visto bueno a las purificaciones étnicas y a una Bosnia-Herzegovina dividida en líneas nacionales. La única diferencia con los planes anteriores era que el patrocinador, Estados Unidos, impo-nía un protectorado bajo el control de tropas de la OTAN, es decir, bajo su control. Afirmando su presencia militar en los Balcanes, recuperaba el terreno perdido frente a Alemania y aparecía como la única superpotencia con capacidad para solucionar los conflictos internacionales. No importaba que para ello la guerra se hubiese alargado dos años, con decenas de miles de muertos más.
Por supuesto que Rusia no vio con buenos ojos estos acuerdos y anunció que mandaría 20.000 soldados a la fuerza de paz que estipulaba Dayton. Sin embargo, su dependencia del FMI y su debilidad le llevó a tragar con los deseos del imperialismo americano, enviando finalmente apenas 2.000 soldados. Un proceso muy similar al vivido recientemente en Kosovo.
Hoy Bosnia-Herzegovina constituye un protectorado dirigido hasta hace poco por el socialdemócrata del PSOE Carlos Westendorp, que representaba los intereses de EEUU y Alemania (tenía un adjunto alemán y otro americano) y que se comportó como un auténtico señor feudal, poniendo o quitando primeros ministros en la zona serbia. Para esta dominación contó con un ejército de ocupación, en “misión humanitaria”, de 34.000 soldados y 1.700 policías. El banco central bosnio está controlado por el FMI y su gobernador no puede ser de la zona; Volkswagen y Siemens ya se han instalado para aprovecharse de los bajos salarios. El PIB de 1998 era la mitad del de antes de la guerra.
Los odios nacionales no han remitido, las elecciones de 1996 y de 1998 las ganaron fuerzas nacionalistas y se imparten clases en aulas étnicamente limpias. Antes de la guerra, en Sarajevo había un 30% de serbios y un 18% de croatas, hoy son un 16% y un 8% respectivamente. Finalmente, se calcula en 800.000 los desplazados de sus hogares que no han podido volver a ellos por encontrarse bajo control de otra nacionalidad.
En definitiva una paz temporal que anticipa futuros conflictos. Cuando en el reciente conflicto de Kosovo algunas fuerzas contrarias a la guerra reclamaban la intervención de la ONU y salidas diplomáticas, los marxistas explicamos por qué el imperialismo y sus instituciones no pueden ofrecer nada; lo máximo, acuerdos como el de Dayton. Es ridículo y maleduca a los trabajadores generar ilusiones en los bandidos imperialistas. No han arreglado nada y preparan catástrofes mayores en el futuro.
La guerra de Bosnia-Herzegovina es un ejemplo evidente. Sólo una política revolucionaria y socialista, de independencia de clase, denunciando a las distintas camarillas y defendiendo la unidad obrera y la Federación Socialista de los Balcanes, frente a los nacionalismos burgueses, podía acabar con la pesadilla de la guerra. Un programa así en Belgrado y Zagreb, o en la propia Bosnia, podía haber cambiado las cosas.
Tras la frágil paz el humo chovinista se va disipando
A pesar del atroz acuerdo de Dayton, el final de la guerra suponía una tregua en la espiral de odio y veneno chovinista que había asolado Yugos-lavia en los cuatro años anteriores.
Mientras continuaba la guerra Mi-losevic, Tudjman e Izetbegovic podían mantener su control del poder jugando la baza del nacionalismo, apoyándose en los elementos chovinistas más depravados y reaccionarios.
En Yugoslavia (Serbia y Montene-gro) el levantamiento parcial de las sanciones económicas supuso un ligerísimo respiro para una economía hundida. Milosevic había seguido su política de restauración del capitalismo. Entre 1994 y 1996 más de mil empresas fueron privatizadas, con tremendas consecuencias sociales: caída real de un 3% en los salarios durante 1996, ingreso per capita por debajo de los países más pobres de Europa (Rumanía, Bulgaria), irregularidad en el pago de pensiones, más de un cuarto de la población por debajo del umbral de la pobreza, un 60% con ingresos muy bajos y el 15% restante nuevos (e inmensamente) ricos.
Sin la atadura de la guerra, hubo un cierto renacer de las luchas obreras, con huelgas en la sanidad, fábricas de tractores y los tribunales de justicia. La huelga más dura fue en la fábrica de armas Zastava, en Kragu-jevac, donde se corearon consignas como “nosotros somos Zastava”, “ la fabrica es nuestra”…, que reflejaban el rechazo del movimiento obrero serbio a las privatizaciones.
También en Croacia, con el fin de la guerra, la niebla del chovinismo se fue despejando ante la vista de los trabajadores; hubo huelgas entre los ferroviarios, que pedían un aumento salarial del 58% y denunciaban que el Gobierno había “devastado la educación, ciencia y cultura croatas”. En noviembre del 96 hubo un mítin de 15.000 pensionistas en demanda del aumento de sus pagas. Y también hubo protestas importantes por la política autoritaria de Tudjman, que cerró varios medios de comunicación. Incluso en Bosnia hubo algunas huelgas, en empresas de construcción y minería.
Todo esto tuvo su reflejo en movimientos en la cúpula. Milosevic se distanció parcialmente de los ultranacionalistas, incorporando al Gobierno a Izquierda Unida Yugoslava, el partido de su mujer, pero la situación de descontento se extendió y dio origen a las movilizaciones de diciembre del 96, tras el fraude electoral en beneficio de Milosevic en las elecciones municipales del 20 de noviembre.
Los marxistas estamos por el derrocamiento revolucionario de la camarilla de Milosevic, pero sin embargo denunciamos el verdadero carácter de esas movilizaciones, que se convirtieron en un instrumento de los sectores más abiertamente procapitalistas y más conectados con el imperialismo. Los dirigentes de aquella protesta, los mismos que hoy vuelven a encabezar el movimiento antiMilosevic, eran políticos abiertamente burgueses y prooccidentales, como Vuk Draskovic, Zoran Djindjic o Dragan Djilas. Gente que años atrás y en otro ambiente social habían defendido abiertamente a los chetniks extremistas en Bosnia.
Sin un partido revolucionario de masas presente en la situación el vacío lo llenaron elementos reaccionarios, llevando tras de sí a sectores de las capas medias con un programa procapitalista bajo el disfraz de la defensa de la “democracia”, y uniendo también a los monárquicos, la Iglesia Ortodoxa, etc. El propio The Economist reconocía esta situación: “Una de las debilidades del movimiento de protesta es que se compone en gran medida de gente como el señor Djilas. La mayoría de los serbios rurales todavía apoyan a Milosevic, y la mayor parte de los trabajadores de cuello azul, aunque descontentos, están poco dispuestos a desafiarle abiertamente por miedo a perder sus empleos o a sumir el país en el caos” (14-XII-96). Así, y a pesar del apoyo occidental al movimiento, éste se diluyó, y varios de sus dirigentes, como Draskovic, acabarían entrando en Gobiernos con Milosevic.
Una genuina organización marxista en Serbia hubiese defendido una posición de independencia de clase. A la vez que lucharía por todas las reivindicaciones democráticas progresistas, las vincularía a la elección de comités obreros en los centros de trabajo, extendiéndolos a otros sectores como estudiantes, amas de casa o soldados, y plantearía la lucha contra la privatización, contra la restauración del capitalismo y por una genuina democracia obrera. En definitiva, la lucha por el socialismo.
Milosevic ‘versus’ imperialismo: las contradicciones no acaban en Dayton
El movimiento de diciembre de 1996 fue incapaz de derrocar a Milosevic que, aunque renunció a la presidencia serbia, pasó a asumir la de Yugoslavia en julio del 97. Este fracaso permitió que incluso los sectores más abiertamente reaccionarios, como el fascista Partido Radical de Vojislav Seselj, tuviesen eco entre la población. De hecho, en las elecciones a la presidencia serbia en diciembre de 1997, Seselj estuvo a punto de ganar a Milan Milutinovic, el candidato de Milosevic. En cualquier caso la nota destacada fue la pobre participación de una población desengañada con sus gobernantes y la oposición.
Las diferencias entre Milosevic y sus opositores no están en marchar hacia el capitalismo, sino en quién y cómo se repartirá el botín. Los planes de Milosevic en este proceso chocan con los intereses del imperialismo occidental. Hoy Serbia es el único país de todos los Balcanes donde el capitalismo occidental apenas ha penetrado, y los vínculos de Serbia con Rusia son evidentes.
No sólo en este terreno existe una contradicción entre Milosevic y el imperialismo. Otro factor que lleva al enfrentamiento es el temor del imperialismo a procesos que conduzcan a una mayor desetabilización de los Balcanes. Con el cruce de intereses enfrentados en esta zona entre países hoy aliados, el estallido de situaciones de fragilidad como la de Macedonia (con una minoría albanesa cercana a el 25%) podría llevar a graves dificultades en el mantenimiento de la actual política de alianzas a escala mundial. Por eso el carácter del régimen de Milosevic sigue siendo un incordio. Un régimen bonapartista habituado a maniobras entre las diferentes clases y grupos de presión y que todavía hoy sigue jugando una baza muy delicada: el nacionalismo panserbio. Esto le lleva a tener que formar Gobiernos como el actual, con el fascista Seselj (lo cual tiene su propia dinámica, como veremos en el caso de Kosovo) y a convertirse en un factor incontrolado para los planes occidentales en los Balcanes que siguen pasando por su penetración militar en la zona para garantizar intereses estratégicos y económicos ya analizados. De hecho la necesidad de esa presencia se acentuó con el movimiento de la primavera de 1997 en Albania.
En otras publicaciones de la Fundación hemos analizado el maravilloso movimiento de obreros, campesinos y soldados que, tras el fraude del capitalismo mafioso en Albania, llevó al derrocamiento del presidente Sali Berisha y, mucho más allá de ello, a la descomposición del aparato del Estado burgués albanés, en unos pocos días. Aquí no tenemos espacio para describirlo, baste con señalar que pese a las calumnias e intoxicaciones de la prensa occidental, en Albania se produjo una genuina revolución. Las escenas de soldados pasándose a los sublevados, la organización de todo tipo de comités asamblearios para dirigir la situación, no pueden llamarse de otra manera.
El imperialismo miró el movimiento aterrorizado, aunque finalmente, ante la falta de una dirección revolucionaria consecuente, el movimiento cayó en manos de los ex estalinistas del Partido Socialista, que no dudaron en acabar con él, recomponiendo el Estado burgués y el capitalismo de la mano de las tropas occidentales (una vez más en curiosa “misión humanitaria”). Albania fue el primer aviso y los imperialistas saben que sus draconianas recetas económicas pueden provocar situaciones similares en países más grandes y con una clase obrera más fuerte. Por eso necesitan controlar férreamente una zona explosiva como los Balcanes, convertiendo Albania y Macedonía en una base militar americana.
Kosovo. Los orígenes del conflicto
Kosovo fue ocupado por los italianos y entregado a su régimen títere en Albania durante la II Guerra Mundial. Con la liberación volvería al seno de Yugoslavia, como parte de Serbia, sin embargo, hasta bien entrados los sesenta la política del régimen estalinista se basó en continuos abusos y en un desprecio a la cuestión nacional albanesa. En 1953, los serbios de Kosovo representaban el 22% de la población pero ocupaban el 70% de los cargos administrativos. A partir de 1966 se hicieron públicos estos abusos y renació el movimiento de la mayoría albanesa en la región, por sus justas reivindicaciones nacionales.
A finales de 1968 se celebraron varias manifestaciones en Kosovo y en zonas de Macedonia pobladas por albaneses, exigiendo que Kosovo fuese reconocida como una república dentro de Yugoslavia en pie de igualdad con el resto. Tito accedió a buena parte de las demandas, se promulgó una especie de Constitución propia, un Tribunal Supremo, una Academia de Ciencias, una televisión autónoma, una universidad propia, y se permitió usar su bandera junto a la yugoslava. Finalmente se le reconoció el rango de provincia autónoma dentro de Serbia. No se le concedió el de República por presiones serbias (los serbios siempre han visto Kosovo como la cuna de la patria) y por el temor a provocar conflictos en Macedonia, habitada en un 20% por albaneses.
Sin embargo, el problema sólo quedó parcialmente resuelto. Con la crisis económica las regiones más pobres sufrieron duramente, y Kosovo era una de ellas. En 1980 un trabajador cobraba en Kosovo una media de 180 dólares al mes, frente a los 235 de media en Yugoslavia, o a los 280 en Eslovenia. Esta situación llevó a que tras la muerte de Tito en 1980 se produjesen importantes revueltas que fueron duramente reprimidas. De 1981 a 1989 el paro pasó de un 25% ¡a un 57%! Esto también provocó un importante flujo migratorio, tanto de población serbia como albanesa, que disminuyó proporcionalmente la presencia serbia.
Desde mediados de los ochenta el nacionalismo panserbio irá cobrando fuerza y uno de sus ejes será la denuncia de una supuesta conspiración anti-serbia con sede en Kosovo. Empezó a aumentar la histeria con respecto a supuestas violaciones masivas y asesinatos de serbios y a la cabeza de este clima se colocó la Iglesia Ortodoxa Serbia, con intereses materiales en la zona, y que hoy tanto critica a Milosevic tras la guerra, cuando su política ayudó a regar con gasolina toda la región.
Todo este clima lo aprovechó un burócrata sin escrúpulos como Milo-sevic para llegar al poder subido encima del caballo del nacionalismo serbio. En abril de 1987 irrumpió ante las masas con un discurso trufado de “tierras ancestrales”, del “orgulloso espíritu guerrero de los antepasados” y de la “misión de los descendientes”, acabando con un “nadie tocará a los serbios de Kosovo”. Bestialidades así las repitió continuamente en los siguientes años, combinándolo con un aumento brutal de la represión. Entre 1981 y 1988 se registraron 580.000 acciones de la policía contra “delitos” por problemas relacionados con el nacionalismo albanés. Toda esta orgía chovinista condujo en marzo de 1989 a la supresión de la autonomía de Voivodina (región serbia con importante minoría húngara) y de la de Kosovo.
De la supresión de la autonomía al inicio de la guerra
Desde este momento la represión contra la mayoría albanesa se multiplicó. En las manifestaciones contra la supresión de la autonomía fueron asesinados decenas de manifestantes, y nuevas movilizaciones fueron duramente reprimidas en marzo y abril de 1990. Se tendió a invertir en las zonas donde los serbios tenían mayor presencia y se anularon las ventas de propiedades a albaneses por parte de serbios emigrados. También se clausuró la Academia de las Artes y las Ciencias, y se despidió y marginó a los trabajadores albaneses en la Administración pública.
En 1994, 15.000 albaneses fueron detenidos mediante un procedimiento que permitía su estancia en prisión tres días sin ninguna garan-tía. Para ese año la mayoría de los jueces y fiscales albanokosovares habían sido ya reemplazados por serbios. En las clases de Historia las partes relacionadas con Kosovo y Albania fueron suprimidas y poco a poco el albanés empiezó a considerarse lengua extranjera en su propia tierra: los espacios en albanés en televisión se reducen a 30 minutos al día, una mera traducción de los noticiarios en serbocroata.También se intentó, aunque sin éxito, por la po-breza de la zona, atraer a los refugiados serbios de Krajina y Bosnia, con el fin de cambiar la composición demográfica de Kosovo. Todo esto, en el contexto de una profunda crisis económica y en pleno embargo internacional, era una bomba de relojería condenada a estallar.
La respuesta albanesa fue organizar una red alternativa de escuelas y universidad, y también una red sanitaria propia. la Liga Democrática de Kosovo (LDK), de Ibrahim Rugova llevó la dirección del movimiento de resistencia, proclamando una nueva Constitución y un Parlamento clandestino, organizando elecciones en 1992 y 1998 y un referéndum en septiembre de 1991, donde los albaneses apoyaron masivamente la independencia. Sin embargo la LDK y Rugova no fueron capaces de dirigir con éxito el movimiento.
El movimiento estaba dirigido por pequeñoburgueses que, lejos de depositar su confianza en estrechar lazos con los trabajadores serbios, con un programa revolucionario para derrocar a Milosevic, buscaban el apoyo del imperialismo occidental. Así, la fuerza de las movilizaciones de masas que los albaneses organizaron en Kosovo en 1997 y en la primavera de 1998 se perdió, fruto de la nefasta política de sus dirigentes.
Por supuesto que los marxistas estamos contra la opresión nacional de los albaneses de Kosovo, pero la cuestión es cómo llevar con éxito esa lucha. La clave pasaba por orientar las movilizaciones hacia la clase obrera serbia, por explicar que la represión en Kosovo tenía las mismas causas que el empobrecimiento de los trabajadores en Serbia; la política de Milosevic. Así mismo se trataba de no sembrar ninguna ilusión en el papel que la ONU, la Unión Europea o los Estados Unidos podían jugar en el proceso; esto era un crimen. El imperialismo sólo utilizaba a los albaneses de Kosovo como un peón más en su estrategia en los Balcanes. Vincularse al imperialismo enajenaba al movimiento albanokosovar del apoyo de los trabajadores serbios, que tenían la experiencia de las bondades occidentales en forma de un embargo económico genocida que duró cuatro años.
Un programa revolucionario en el movimiento albanés hubiese tenido un efecto en toda Serbia, cambiando la situación. El cretinismo pequeñoburgués del procapitalista Rugova y sus colaboradores les llevó a echarse en brazos de los bandidos imperialistas, cegando de ese modo cualquier posibilidad de una auténtica liberación nacional, que sólo podía venir de la lucha unida con la clase obrera serbia por una Federación Socialista Democrática.
La política de Rugova, consistente en eternas negociaciones sin resultados con Milosevic y su camarilla llevó a que todo un sector de la población, especialmente jóvenes desesperados, saltasen de la sartén al fuego y apoyasen al Ejército de Liberación de Kosovo (ELK). Éste optó por el desprecio a las movilizaciones de masas, y por el uso del terrorismo individual buscando la internacionalización del conflicto. Armado por sus padrinos occidentales, por las armas procedentes de la revolución albanesa derrotada y por la emigración en Alemania y el tráfico de drogas, sus campañas van a ayudar a pudrir más la situación.
Cada atentado contra policías serbios (y no sólo policías, también se dedicaron a la tarea de poner bombas en los campos de los refugiados serbios llegados de Krajina y Bosnia) va a ser un golpe contra la causa albanesa. Estos métodos, unidos a una política estrechamente nacionalista y procapitalista fueron utilizados por Milosevic para justificar sus atrocidades ante su propia población. De nuevo el veneno del chovinismo serbio pudo penetrar en una población resentida por el embargo y las derrotas en Bosnia y Krajina. Una encuesta realizada en Serbia a finales de 1997 expresaba que los que defen-dían conceder más autonomía a Kosovo estaban en minoría (27%) con respecto a los que apostaban por aumentar la represión e incluso expulsar a los albaneses (42%). Las políticas de Rugova y del ELK nada ayudaron a cambiar esta situación.
Milosevic, lejos de hacer concesiones, continuó basándose en la represión. Por un lado le hubiese gustado hacerlas para evitar un nuevo enfrentamiento con Occidente, pero una vez subido en el discurso chovinista y con Seselj –fortalecido tras las elecciones de diciembre– en el Gobierno hacer concesiones podía servir de base a una campaña demagógica de los ultranacionalistas que le costase el puesto. El bonapartismo de Milosevic tiene su propia dinámica interna y ayudó a profundizar el conflicto.
La intervención imperialista
Las campañas del ELK en 1998 llevaron a una escalada bélica, colocando la región al borde de la guerra. La entrada de más tropas del Ejército Yugoslavo condujó a la guerrilla de retroceso en retroceso.
La alarma del imperialismo nada tenía que ver con su interés por la situación de la población albanokosovar. La situación en Kosovo amenazaba con incendiar toda la región. En Macedonia la población albanesa se agitaba, mientras en Albania el mafioso Berisha, depuesto por la revolución de 1997, empezaba a atizar la idea de la Gran Albania y de apoyar al ELK como forma de aumentar su influencia. La desestabilización en Macedonia podría arrastrar a un enfrentamiento entre Bulgaria, Grecia y Turquía.
Después de múltiples amenazas a Milosevic sin aparente resultado, el prestigio del imperialismo, especialmente del americano, estaba en juego. Y cuando hablamos de su prestigio hablamos de su papel como única superpotencia mundial. Así pues los Estados Uni-dos pasaron de las palabras a los hechos y, guiados por la tesis de la belicosa Madeleine Albright, la apuesta va a ser dar una lección al díscolo Milosevic, tratando de minar su posición –en busca de algún títere fiel–, y convertir Kosovo en un protectorado bajo la bota militar de la OTAN. Una vez más la excusa será el sufrimiento de un pueblo. Cínicamente, la mayor fuerza contrarrevolucionaria del planeta se convertía en el paladín de la causa de los oprimidos.
Para justificar ante el mundo la guerra, una avalancha de desinformación, mentiras y medias verdades inundarán nuestros aparatos de televisión. Un papel destacado en tratar de engañar a la población lo van a tener los dirigentes socialistas en Gran Bretaña, España, Francia o Alemania. En este terreno es donde mejor se aprecia el auténtico significado de las “terceras vías”: supeditación total al imperialismo americano y cínicos aplausos a su carnicería, igual que la socialdemocracia en 1914. Al coro de los voceros prointervención se sumaron los verdes en Alemania y Francia. El apoyo de destacados dirigentes de izquierda será una de las mejores bazas con la que cuenten los partidarios de declarar la guerra a Yugoslavia. La izquierda reformista que se opuso a la carnicería no fue capaz de contestar y anular los argumentos de la socialdemocracia, quedándose en reclamar la intervención de la ONU y salidas diplomáticas; parece que la experiencia de Bosnia-Herzegovina no les ha servido de nada.
Para justificar la intervención, el imperialismo impuso en las negociaciones entre Serbia, por un lado, y Rugova y el ELK, por otro, en la ciudad francesa de Rambouillet, unas cláusulas imposibles de asumir por cualquier Estado soberano: la OTAN podría circular por toda Yugoslavia siendo inmune a la legislación yugoslava, tendría derecho a utilizar todos los servicios de telecomunicaciones, tendría también el derecho a disparar a cualquier avión en Serbia incluso 25 kilómetros fuera de Kosovo, etc. Si Milosevic hubiese aceptado esto se habría suicidado ante los ultranacionalistas. Era una provocación consciente para hacer ver al mundo que el culpable de la guerra era Serbia por su intransigencia. Por supuesto estas cláusulas fueron convenientemente escamoteadas de los telediarios y medios de comunicación de masas en Occidente.
Uno de los hechos más repugnantes de la guerra fue la utilización demagógica del problema de los refugiados. No cabe duda que la actuación de los paramilitares serbios provocó el desplazamiento de miles de albanokosovares, que su-frieron una feroz represión. Sin embargo, el grueso de los cientos de miles de personas que tuvieron que abandonar sus pueblos y casas lo hicieron después de los atroces bombardeos de la OTAN. Estos refugiados fueron tratados como animales en los campos de Albania y Macedonia ante la pasividad de los imperialistas que, por supuesto, se negaron a recibirlos en sus propios países. Los albanokosovares fueron utilizados como carne de cañon en la maquinaria de propaganda bélica de las potencias occidentales.
No cabe duda que la prepotencia del imperialismo le llevó a pensar que con unos pocos bombardeos obligaría a Milosevic a ceder y a aceptar tropas de la OTAN en Kosovo. De hecho aparecieron informes de la CIA quejándose de la falta de previsión de Albright, que no tenía pensado nada frente a la reacción serbia.
Sin embargo, la resistencia militar serbia y la oposición de la población frustró los planes de un triunfo rápido de la OTAN. Esto provocó un nuevo giro en la estrategia imperialista, empeñados ya en reducir a cenizas las infraestructuras económicas del país. A partir de ese momento los bombardeos van a adquirir un carácter más brutal. No ya contra objetivos militares, sino centrados en destrozar la frágil economía yugoslava, garantizando que este país fuese devuelto a la Edad de Piedra y que, terminase como terminase el conflicto, mantuviese una situación de debilidad y crisis permanente.
Lo que había en juego era mucho: la correlación de fuerzas a nivel mundial, el control de una zona vital y el cerco a Rusia. Durante el conflicto, aparecieron unas revelaciones de un alto funcionario alemán que aclaraba las auténticas aspiraciones del imperialismo y su implicación en la organización del ELK. Este funcionario (con acceso a lo que la prensa nos niega) escribía: “La razón de esta acción [la guerra] es el miedo de Estados Unidos y Alemania a una alianza de Rusia y otros Estados de la CEI (Comunidad de Estados Indepen-dientes [organización que engloba a todos los países de la ex URSS menos los bálticos]) con Yugoslavia en el caso de que Yeltsin sea reemplazado por fuerzas comunistas o nacionalistas”. La agencia de análisis internacional Stratfor Incorporated también señala: “Lo que se encuentra en sus mentes [por Clinton y Blair] no es el tema de Kosovo. No es el humanitarismo (…). Son los estúpidos rusos, es China y el balance global de fuerzas”.
Los bombardeos continuaron bárbaramente durante 78 días, sembrando el caos y la destrucción, tanto en Kosovo como en el resto de Yugoslavia. Las bombas apenas dañaron al Ejército Yugoslavo, como ya ha reconocido la OTAN, pero sí arrasaron el país. Se calculan pérdidas por valor de más de 10 billones de pesetas, 500.000 nuevos parados, daños medioambientales durante décadas… El piloto español Adolfo Luis Martín de la Hoz, partícipe de los bombardeos, declaraba al semanario Artículo 20: “No hay periodista que tenga la menor idea de lo que sucede en Yugoslavia. Destruyen el país bombardeándolo con armas nuevas, gases tóxicos de nervio, minas de superficie soltadas en paracaídas, bombas que contienen uranio, napalm negro, químicas de esterilización, fumigaciones para envenenar las cosechas y armas de las cuales todavía no sabemos nada. Los norteamericanos están cometiendo una de las barbaridades más grandes que se pueden cometer contra la humanidad”. Por supuesto todo esto para regocijo de las multinacionales de armamento, que vieron cómo se disparaba el valor de sus acciones.
El desenlace del conflicto. La capitulación de Milosevic
A pesar de toda su propaganda, el imperialismo veía con pavor cómo se complicaba el conflicto. Según avanzaban los días, la oposición a las bombas crecía en países como Grecia e Italia. En el primero la oposición era masiva, el sindicato de transporte declara que en caso de intervención terrestre convocará huelga para impedir los movimientos de tropas. En Italia el Gobierno sufre una grave crisis que, de haber continuado la guerra, podía haber llevado a su ruptura. En los propios EEUU la popularidad de Clinton baja y la oposición a una invasión por tierra crece. El impasse de la situación, tras dos meses de bombardeos, provoca grietas en los aliados. Este estado de cosas no se podía mantener eternamente; todo un sector de la burguesía imperialista va apostando decididamente por la necesidad de una invasión terrestre. Otro sector no lo ve tan claro, el síndrome Vietnam sigue pesando mucho y los imperialistas no las tienen todas consigo. Reciente-mente el general Wesley Clark, jefe de la intervención de la OTAN, fue apartado de sus responsabilidades, en lo que se entiende como una venganza de los sectores que no apoyaban una invasión y que le han acusado de jugar a político, de hablar por boca de Clinton y de no ceñirse a la doctrina “Powell”, de no intervenir con tropas de tierra sino se está claramente convencido de ganar.
En cualquier caso Milosevic se veía ante el abismo de una posible invasión terrestre y de más bombardeos, que progresivamente iban minando la moral de la población. Duramente presionado por Rusia, aceptó buena parte de las condiciones del imperialismo.
Para entender esta marcha atrás hay que recordar el carácter chovinista y procapitalista del régimen de Milosevic; un régimen bonapartista preocupado de mantener el control de la sociedad en manos de la camarilla que le rodea. Con esta política difícilmente se puede hacer frente al imperialismo en la actual situación mundial.
La única baza para derrotar al imperialismo era una política basada en ganarse a la clase obrera de los países agresores, que era quien con sus movilizaciones podía frenar los bombardeos. Para que el pueblo yugoslavo resistiese la posibilidad de una invasión y la continuación de los bombardeos tenía que ser por una causa y un programa que mereciese la pena. Aunque los bombardeos unificasen en un primer momento a la población en torno a Milosevic, otra cosa distinta es estar dispuesto a dar la vida por mantener una política de represión sobre la población albanesa de Kosovo, en nombre de la defensa de la Gran Serbia y en beneficio de una camarilla mafiosa. Ese discurso pudo valer hace diez años, pero tras la derrota en dos guerras y el empeoramiento de la situación económica parece difícil ilusionar a nadie con un programa nacionalista.
Claro que al imperialismo se le puede derrotar, ¿acaso no lo hicieron los partisanos en los años cuarenta, o los trabajadores y campesinos vietnamitas en los sesenta o la Rusia aislada de Lenin y Trotsky en 1917-1920? Pero para ello hay que adoptar una política revolucionaria, que haga explotar las contradicciones interimperialistas, algo absolutamente alejado de los intereses de Milosevic que, ante el riesgo de perder su poltrona (su principal preocupación), y presionado por Yeltsin, que le hizo ver que en caso de invasión no le apoyaría, cedió en lo fundamental.
El papel de Rusia
En este comportamiento Rusia jugó un papel decisivo. La situación en este país está llena de contradicciones. Tras el fracaso rotundo y palpable de las reformas procapitalistas, la situación está llegando a un punto límite. Pasar de ser una superpotencia a un país dependiente de los préstamos del FMI y tragarse sapos como los bombardeos USA en Irak, la ampliación de la OTAN en el este de Europa…, están provocando un gran malestar en el ejército y la sociedad.
Desde el inicio del conflicto asistimos a una oposición de más del 90% de la población a los bombardeos. A Yeltsin no le quedó más remedio que aparecer formalmente enfrentado a Occidente.
Más allá de gestos para la galería y para el consumo interno (declarar que los misiles rusos apuntaban países de la OTAN…) lo que movió al gobierno procapitalista ruso fue el intento de acabar lo más rápidamente posible con una guerra que, en función de su evolución, podía costarle el puesto a Yeltsin e incluso un golpe de Estado.
El gobierno ruso se ha movido en la contradicción de tener que oponerse formalmente a la OTAN, a la vez que su futuro político dependía de las limosnas del FMI. Finalmente esta última consideración pesó mucho. No es casualidad que el encargado de las negociaciones fue-se Cherdomirdin, máximo exponente del sector promercado y hombre de confianza de Yeltsin.
Rusia presionó duramente a Milosevic para que aceptase las condiciones discutidas en el G-8. Éstas le permitían salvar la cara en el parlamento yugoslavo. Formalmente mantiene la soberanía sobre Ko-sovo, el apartado de que las tropas OTAN puedan pasar por toda Yugoslavia desaparece, se habla de desmilitarización del ELK y la intervención será bajo bandera de la ONU. Sin embargo la realidad es que la mayoría abrumadora del contingente es de países de la OTAN que tendrá el mando de las operaciones, y sobre Kosovo se impone un protectorado del imperialismo. Lo que éste buscaba.
Inmediatamente después del acuerdo se produjo un hecho que señala claramente las contradicciones en las que se mueve Rusia y es un claro aviso para el futuro.
Ante la negativa de la OTAN de dar una zona de Kosovo a Rusia, el ejército ruso desplegado en Bosnia entró inmediatamente en Pristina. Lo cierto es que esta acción entraba en contradicción con las afirmaciones del Gobierno ruso de aceptar el plan de paz presentado por la OTAN y era una señal inequívoca de la debilidad de su posición interna. El incidente en sí refleja la inestabilidad de la situación y cómo un cambio de gobierno en Rusia podría modificar la correlación de fuerzas a escala mundial.
Finalmente en la última cumbre del G-8 y a cambio de promesas sobre su deuda externa, Rusia accedió a no tener una zona bajo su control y apenas enviará 3.000 soldados, aunque continúa el tira y afloja sobre el papel de Rusia en la administración del protectorado.
La posguerra en Kosovo: de la sartén al fuego
Más allá del humo y de las mentiras de la propaganda burguesa el imperialismo no ha resuelto nada en los Balcanes. Bien es cierto que profundiza su presencia militar en la zona y que se hace con el control de Kosovo, pero eso sólo es un parche temporal, que anticipa futuros conflictos.
Uno de los primeros problemas se les puede presentar en la propia Kosovo. Los albaneses de allí no han ganado nada en esta guerra. Los bombardeos y la guerra sólo han traído más odio entre ellos y el pueblo serbio, sólo sirvieron para provocar un éxodo inmenso y han arrasado cualquier asomo de civilización. Muchos desplazados no volverán nunca a sus antiguos hogares y lo que se están encontrando es una tierra dominada por 50.000 soldados extranjeros que ridiculiza cualquier aspiración de libertad nacional. De hecho la nueva moneda oficial es ¡el marco alemán! En realidad es una dictadura del imperialismo, que ya anticipaba el virrey de Bosnia Carlos Westendorp en una entrevista a El País el 9 de mayo: “En Bosnia no controlamos ni a los jueces, ni a la policía, ni al Ejército. En Kosovo no podemos cometer este error; habría que tenerlo todo controlado y la única manera es creando un protectorado internacional de verdad”. Más valdría que este cínico representante de los intereses imperialistas explicase el informe aparecido en agosto pasado, que acusa a los líderes bosnios de su protectorado de robar 160.000 millones de pesetas de los fondos de ayuda.
Kosovo hoy no es más libre. Ha cambiado la opresión del nacionalismo reaccionario serbio por un protectorado imperialista que nos devuelve al siglo XIX. ¡Qué inconsecuentes suenan ya aquellas consignas de “la solución, la autodeterminación”. No basta con defender el derecho de autodeterminación en abstracto; esto, sin más, en plena guerra de la OTAN por el control de Yugoslavia, es hacerle el juego a los imperialistas.
Ese derecho sólo podía ser ejercido consecuentemente en Kosovo luchando por las condiciones políticas que lo hicieran posible en la práctica. Luchando contra la dominación imperialista, de una forma unida, serbios y albaneses, llamando a la vez a derrocar a Milosevic y a defender una sociedad genuinamente socialista, donde cada pueblo decida libremente sus vínculos con los demás. Sólo vinculando la liberación nacional con la lucha por la liberación social la primera tiene algún sentido en los Balcanes. Todo lo demás son gritos y consignas vacías. Ya hemos visto lo que pueden dar de sí las soluciones realistas basadas en la ONU: una nueva y salvaje limpieza étnica, amparada por la OTAN y la ONU contra la minoría serbokosovar; más de 170.000 serbokosovares (de una población total de 200.000) obligados a abandonar sus hogares en el lapso de un mes ante la complacencia occidental. ¿Dónde está hoy la ayuda humanitaria a estas gentes, dónde están las ONGs? Es la vieja historia, un pueblo oprimido, apoyándose en el imperialismo, puede convertirse rápidamente en un pueblo opresor.
Los intereses mezquinos de la mafia del ELK, interesada en purificar étnicamente Kosovo, para saquear, robar e imponer su control, han sido amparados por la OTAN. Los atentados y el terror contra la población serbia se han multiplicado; algunos de sus jefes tenían experiencia. Agim Ceku, líder militar del ELK, estuvo presente en la limpieza de Krajina de 1995. Por este camino jamás el pueblo albanés conseguirá su liberación nacional.
Hoy a los imperialistas no les interesa hablar de modificar fronteras. En un primer momento jugarán con las ilusiones de la gente, y podrán ir controlando la situación. Los “independentistas” del ELK se iran intengrando en la Administración y la policía de la región, corrompidos por cargos que les permitirán enriquecerse. Sin embargo las ilusiones irán desapareciendo con el tiempo y contradicciones entre la población albanesa y sus teóricos liberadores son probables. El 4 de septiembre pasado se hacía público que la mitad de los fármacos enviados allí por la ayuda humanitaria son inservibles, con cosas así las ilusiones desaparecerán pronto.
Perspectivas: nuevos conflictos inevitables
No hay posibilidad de estabilización de los Balcanes bajo el capitalismo. La guerra ha traído más complicaciones económicas a los países de la cuenca del Danubio; Ahora los imperialistas anuncian demagógicamente planes Marshall, que no se pueden permitir. Lo único que habrá será suculentos negocios para unas cuantas multinacionales.
En la explosiva Macedonia han generado más inestabilidad. Durante la guerra las tensiones entre eslavos y albaneses fueron muy fuertes. Hoy, con la llegada de miles de refugiados de Kosovo que se han instalado allí, y una situación de colapso económico, los recelos están aumentando. Caldo de cultivo para más propaganda chovinista.
En Yugoslavia, el imperialismo ha debilitado a Milosevic, pero no ha terminado con él. Su estrategia ahora es apoyar a la oposición –dividida y con programas a cual más reaccionario– con la promesa de futuras ayudas, pero no está claro que ésta pueda acabar con Milosevic.
El imperialismo juega con fuego. Montenegro tiene 650.000 habitantes; un 9% es serbio, pero muchos montenegrinos se consideran también serbios. Un 20% son albaneses y eslavos musulmanes. El Gobierno de Djukanovic ha apoyado a la OTAN, buscando apoyos económicos, pero no ha reflejado el sentir de la población. Djukanovic ha propuesto transformar la Federación yugoslava en una Comunidad de Estados Independientes, donde Montenegro tendría una moneda propia vinculada al marco, y ha anunciado que si Milosevic no acepta convocará un referéndum para la independencia. De momento el imperialismo no parece jugar esta baza por miedo a las repercusiones y trata de evitarlo, levantando en Montenegro el em-bargo que pesa sobre Serbia. Con la división actual en Montenegro ese referéndum sería un crimen como el de Bosnia, no tendría nada que ver con la autodeterminación de los pueblos.
La respuesta de Milosevic ha sido bloquear Montenegro y no permitir el paso a ciertas mercancías procedentes de Serbia. No sería descartable que, si Milosevic se ve muy presionado por la oposición interna, buscase una huida hacia adelante en forma de conflicto con Montenegro.
La evolución de este conflicto, así como el futuro estatuto de Kosovo o un posible nuevo cambio de fronteras, va a estar muy vinculado a lo que suceda en Belgrado, a si el imperialismo USA logra controlar la única ficha que todavía se le resiste.
Capitalismo es guerra. Socialismo o barbarie
Capitalismo significa guerra, no es ninguna casualidad que en menos de un año la maquinaria de destrucción americana haya bombardeado Sudán, Afganistán, Irak y Yugos-lavia. El 26 de febrero Bill Clinton afirmaba: “es fácil decir que no nos preocupemos de quién vive en tal o cual valle de Bosnia, es propietario de tal parque de la selva en el cuerno de África o de una parcela árida de tierra en las riberas del Jordán. Pero lo que cuenta para nosotros no es que esos países estén alejados, o sean minúsculos, o su nombre parezca difícil de pronunciar. La cuestión que debemos plantearnos es la de conocer las consecuencias que pueden tener para nuestra seguridad el hecho de dejar que los conflictos se envenenen o se propaguen. No podemos, no debemos, hacer todo y en todas partes. Pero cuando están en juego nuestros valores e intereses, y cuando podemos actuar, debemos estar preparados para ello”.
Es la vuelta a la diplomacia de las cañoneras, al intervencionismo militar directo para dominar el mundo. En realidad esto les genera nuevas contradicciones. Su papel les obliga a actuar como único gendarme mundial para reforzar a un decadente economía capitalista. El resultado es un despilfarro financiero y nuevas contradicciones. No hay salida bajo el capitalismo. A pesar de todo su poder militar, el imperialismo USA no es capaz de dar solución estable a ningún problema. Estamos inevitablemente abocados a nuevas contradicciones interimperialistas y a nuevos conflictos bélicos. Ésta es la esencia del nuevo orden mundial. Ningún trabajador, ningún oprimido en todo el planeta gana algo con él.
La experiencia de la última década en Yugoslavia ha puesto a cada uno en su sitio. El imperialismo quitándose su máscara democrática, la socialdemocracia cubriéndole el flanco izquierdo, los reformistas de izquierda sollozando impotentes so-luciones negociadas, los estalinistas yugoslavos reconvirtiéndose en mafiosos y nacionalistas, los grupúsculos autoproclamados marxistas buscando apoyar a un bando u otro, con la cantinela de la “autodeterminación” separada del resto del programa revolucionario.
Algunos, por tener una cátedra y fácil acceso a los medios de comunicación, se han creído con derecho a pontificar sobre la situación acusándonos a los marxistas de ser poco realistas. En su reciente libro Para entender el conflicto de Koso-va el profesor Carlos Taibo, después de afirmar sin pudor: “atribuir a la comunidad internacional, o a alguno de sus miembros, un papel de relieve en la gestación de los contenciosos yugoslavos parece excesivo” (pág. 80), se permite el lujo de acusar ”...a esa larga serie de imbéciles que han sostenido impertérritos que en los conflictos yugoslavos todos son iguales”.
Pues sí, los marxistas nos consideramos orgullosos de ser de ese tipo de imbéciles que nos posicionamos no en función de elementos secundarios del tipo de quién disparó primero, sino en función de los intereses de clase y conflictos en juego. Por eso denunciamos el carácter monstruosamente reaccionario del desmembramiento de la Federación Yugoslava y sostenemos que no hay ni un átomo de contenido progresista en todo este proceso y en ninguno de los bandos. Nos sentimos orgullosos de haber mantenido una postura de independencia de clase, teniendo claro que los trabajadores y oprimidos de toda Yugoslavia son todos iguales y que ellos tienen la llave para acabar con la pesadilla. Nos sentimos orgullosos de decir bien alto, sin sonrojarnos, que hoy como hace cien años no hay solución al problema nacional con la creación de nuevos estados capitalistas en los Balcanes, que hemos defendido en estos diez años lo mismo que los socialistas balcánicos que votaron contra los créditos de guerra en 1914, y que decían que era necesaria una Federación Democrática de Pueblos Balcánicos. Hoy añadimos que sólo una genuina y democrática Federación Socialista de los Balca-nes puede acabar con esta pesadilla. Es decir, la unión voluntaria de los pueblos de la zona y la planificación democrática de los recursos económicos, arrebatándoselos a los capitalistas, mafiosos e imperialistas que los controlan. Sólo vinculando la lucha de liberación nacional con la lucha por la liberación social, aquella puede tener sentido.
En estos diez años han faltado las fuerzas del genuino marxismo en Yugoslavia. Confiamos en la clase obrera, en sus magníficas tradiciones, tantas veces demostradas, y luchamos aquí en el Estado español para la creación de una fuerza revolucionaria marxista de masas.
Algunos nos llamarán utópicos. Las salidas realistas ya han sido experimentadas en estos diez años y decimos a vuestro realismo ¡no, gracias!