El crecimiento económico experimentado durante los últimos años por diversos países latinoamericanos ha servido a los gurús del capital para hablar de un supuesto milagro económico. Lo cierto es que el crecimiento ha beneficiado casi exclusivamente a las multinacionales imperialistas, la élite capitalista local y a sectores muy limitados de las capas medias; para el resto de la población el tan pregonado milagro, una vez más, se ha quedado en nada.
El abismo creciente entre el lujo del que disfruta un puñado de parásitos y la miseria en que vive sumida la inmensa mayoría de la población está provocando un aumento del malestar social que ha comenzado a expresarse ya en importantes luchas obreras, campesinas y estudiantiles, huelgas generales, el inicio de divisiones en el seno de la clase dominante y el resurgir de una contestación por la izquierda en diferentes organizaciones obreras y populares del continente.
Como en la conocida canción revolucionaria cubana, “se acabó la diversión…”. La lucha de clases ha vuelto a llamar a la puerta y ese espejismo de estabilidad política y beneficios al alza, que los burgueses latinoamericanos soñaban eterno, comienza a romperse en pedazos.
El país clave de América Latina, Brasil, con más de 165 millones de habitantes de los 480 del continente y una economía que representa el 37% del PIB total de la zona, ha vivido una fuga masiva de capitales y se ha visto obligado a devaluar su moneda, el real, un 50%. Esto ha destapado la caja de los truenos. Las exportaciones de Argentina, la otra gran economía sudamericana (15% del PIB latinoamericano), y de los demás países de la zona dependen en gran medida de Brasil y están empezando a caer estrepitosamente, con graves consecuencias para sus economías. En enero de 1999, la fabricación argentina de vehículos representaba la mitad que el año anterior y de los 23.000 obreros del sector 11.000 veían suspendida su actividad. La producción textil ha caído un 30%.
El paquete de 45.000 millones de dólares otorgado a última hora por el FMI ha aplazado unos meses la recesión brasileña pero no podrá evitarla. Chile y Argentina arrojan ya datos de crecimiento negativos y están entrando en recesión.
Una crisis anunciada
Tras la erupción de la crisis asiática y los primeros temblores latinoamericanos, los últimos meses han visto una cierta estabilización temporal en la economía mundial impulsada por el crecimiento estadounidense, pero los economistas burgueses más serios siguen hondamente preocupados: ninguno de los graves problemas que arrastra el sistema y que sembraron el pánico hace unos meses, ha sido atajado.
La verdadera causa de la recesión en Asia y Latinoamérica es la crisis de sobreproducción que padece el capitalismo a nivel mundial. Mientras la capacidad para producir bienes y servicios (impulsada por los deslumbrantes avances tecnológicos de las últimas décadas) es ilimitada, la capacidad de consumo de los trabajadores se ve constantemente reducida por los beneficios capitalistas. El boom de los últimos años se ha basado en todos los países, entre otros factores, en un incremento brutal en los ritmos y la duración de la jornada de trabajo; la precarización laboral y los descensos salariales; así como en la sustitución masiva de mano de obra por las nuevas tecnologías. De este modo lograron reducir los costes de producción y aumentaron su tasa de beneficios, reanimando por un período la inversión.
Pero esto, en lugar de paliarlas, exacerba a medio plazo las contradicciones del sistema. Los descensos salariales y despidos repercuten inevitablemente en el poder adquisitivo y recortan los mercados. Más inversión y tecnología significa, en última instancia, que para reproducir y ampliar el capital invertido los capitalistas necesitan ahora extraer más plusvalía de los obreros y vender un mayor volumen de productos, a fin de realizar sus beneficios, del que los mercados pueden absorber. Cada capitalista individual y cada burguesía nacional, intenta afrontar esta crisis de sobrecapacidad productiva compitiendo por aumentar su cuota de mercado en detrimento de los demás y rebajando costes de producción mediante nuevas reducciones de empleo, recortes salariales, más flexibilidad laboral… El resultado, no hace falta decirlo, es dar nuevas alas a la crisis.
A esto hay que añadir el carácter de la financiación del crecimiento en los llamados países emergentes. Con el objetivo de captar capitales externos, los tipos de interés de la deuda pública se dispararon al igual que el endeudamiento de las empresas privadas con la banca internacional. Cuando la crisis se manifestó con toda su fuerza en una drástica reducción de las exportaciones, esto repercutió en numerosos sectores productivos contrayendo la actividad y generando, por el contrario, una montaña de deudas que lastran la inversión y empujan a despidos masivos.
El año pasado el comercio mundial se redujo un 2%. Bajo la superficie aparentemente idílica del boom, las tensiones comerciales entre los tres grandes bloques comerciales liderados por USA, Alemania y Japón, así como en el interior de cada uno de ellos, están aumentando. La caída de las exportaciones y el descenso de la tasa de beneficios en los tigres asiáticos, resultado precisamente de la sobreproducción existente y la creciente lucha por los mercados, encendió las luces de alarma, desatando una cadena de devaluaciones y ahuyentando a los inversores hacia mercados financieros más seguros. En una economía tan globalizada, la crisis no ha tardado en trasladarse a Latinoamérica, cuyas economías dependen sobremanera de las exportaciones y están siendo golpeadas por la recesión y devaluaciones asiáticas. Asia y Latinoamérica son las primeras víctimas de una crisis de la economía mundial que se viene gestando desde hace tiempo.
Las recetas del FMI (o cómo destrozar una economía)
El papel adjudicado a los países del antiguo mundo colonial en la división internacional del trabajo, impuesta por el imperialismo, sigue siendo el de proveedores de mano de obra y materias primas baratas. Bajo la máscara de la tan manida globalización se esconde una explotación descarnada de los mercados del mundo colonial por parte de las multinacionales imperialistas. Su objetivo no es otro que encontrar nuevos campos de inversión donde colocar su excedente de capital y restaurar su tasa de beneficios mediante la explotación salvaje de las masas. A través del FMI, el Banco Mundial o la Organización Mundial de Comercio (OMC), los imperialistas dictan durísimos planes de ajuste que los respectivos gobiernos y burguesías nacionales deben acatar sin rechistar, so pena de acabar marginados en el reparto de créditos y ayudas de estos organismos y privados de la todopoderosa “confianza de los inversores”.
Los precarios salarios y condiciones laborales resultantes han atraido a numerosas multinacionales, que trasladaron partes de la producción a muchos de estos países buscando abaratar costes y maximizar beneficios. La caída en los precios del petróleo y otras materias primas (exportaciones tradicionales de las que siguen dependiendo en su práctica totalidad las economías latinoamericanas), forzada por el imperialismo, ha sido otro de los factores que ha ayudado a prolongar el boom económico mundial, engordando espectacularmente los beneficios de las multinacionales mientras miles de campesinos y pequeños productores de los países atrasados son abocados a la ruina y la pauperización.
Se ha intensificado así el intercambio desigual de productos elaborados con más valor añadido (y mayor precio) procedentes de Europa, USA y Japón, a cambio de materias primas (con menos valor incorporado) salidas de la región, uno de los mecanismos imperialistas que sangra a las economías latinoamericanas desde hace décadas. Hace algunos años, se calculaba que 50.000 millones de dólares eran expoliados anualmente a los países atrasados por las potencias imperialistas mediante este procedimiento. Hoy, a buen seguro, esta suma será bastante mayor.
La privatización masiva de em-presas estatales ofrece otro jugoso campo de inversiones para las burguesías latinoamericanas e imperialistas. Las empresas rentables son malvendidas y las deficitarias liquidadas. Esta venta masiva genera ingresos extras que han permitido en muchos casos reducir un déficit público e inflación tradicionalmente por las nubes. Sin embargo, a la larga privatizar significa dilapidar los ingresos anuales que proporcionaban las empresas públicas rentables y destruir tejido industrial y puestos de trabajo, más precarización laboral y peores salarios en las empresas privatizadas.
Muchos gobiernos incluso han sustituido los sistemas públicos de pensiones por fondos privados controlados por la gran banca privada internacional: otra fuente de beneficios para estos parásitos y otra pesadilla para los trabajadores. Por si fuera poco, el FMI está obligando a estos países a abrir totalmente sus mercados a la competencia de las potencias imperialistas, eliminando cualquier protección a la producción nacional; ello arrasa sectores enteros de la industria y agricultura locales y favorece la penetración extranjera y la concentración del capital cada vez en menos manos.
Los únicos beneficiados por estas políticas, junto naturalmente a las multinacionales imperialistas, son los sectores más poderosos de las burguesías latinoamericanas, cuyos beneficios dependen cada vez más del mantenimiento de estrechos vínculos políticos y económicos (intercambios comerciales, inversiones conjuntas…) con esas mismas multinacionales. Para las economías latinoamericanas ha supuesto una importante afluencia de capitales que ha permitido crecimientos anuales del PIB entorno al 6 y 7% (incluso más) durante algún tiempo. Pero ningún problema de fondo ha sido resuelto. La deuda externa latinoamericana (700.000 millones de dólares) equivale al valor total de las exportaciones de la región durante dos años y sigue ahogando a estas economías en el atraso y el subdesarrollo.
Con las excepciones de Colombia, Chile , Uruguay y Costa Rica, el ingreso per cápita de los demás países latinoamericanos era en 1994 igual o inferior al de 1980 e incluso los escasos sectores de las capas medias que vieron crecer sus ingresos durante el boom, o los trabajadores que encontraron empleo, sufren ahora los dramáticos efectos de la recesión.
La imposible cuadratura del círculo de la burguesía
El ajuste aplicado, además de repercusiones políticas y sociales, significa que, cuando la economía cambia de un ciclo ascendente a uno recesivo, las sociedades latinoamericanas se hallan más desprotegidas para enfrentarse a la crisis y su grado de dependencia con respecto al imperialismo ha aumentado.
A medida que se privatiza, la principal fuente de ingresos de los últimos años irá secándose. Las empresas estatales, que antes servían de colchón para amortiguar la recesión (manteniendo el empleo o tirando de otros sectores) se hallan ahora desmanteladas. Los bajos salarios reducen tanto el mercado nacional que lo único que puede salvar a muchas empresas es exportar, pero la sobreproducción existente en todo el mundo bloquea cada vez más esa escapatoria.
Los capitales llegados del extranjero huyen tan rápido como han venido. Los terremotos financieros que provocan estos movimientos de capital, buscando acomodo en este o aquel mercado financiero del planeta según ofrezca más o menos beneficios a corto plazo, acaban actuando sobre la economía productiva y pueden activar en cualquier momento la crisis que ya se viene incubando hace tiempo en el seno de ésta. En las recientes crisis asiática y brasileña lo hemos visto.
Para colmo, en el período anterior, muchos gobiernos latinoamericanos precisamente con el objetivo de atraer a los capitalistas ofreciéndoles garantías de estabilidad establecieron cambios fijos con el dólar. Ahora, con la devaluación de las monedas asiáticas y brasileña, la competitividad de sus productos se ve aún más mermada. Algunos capitalistas argentinos ya han pedido la devaluación. Otros ven con temor esta medida y exigen avanzar más en una integración económica continental, bajo clara supremacía estadounidense, que sustituya las distintas divisas nacionales por el dólar.
Hagan lo que hagan significará nuevos retrocesos para los trabajadores. Una devaluación precipitaría la huida de capitales intentando eludir la pérdida de rentabilidad que sufrirían las inversiones en monedas latinoamericanas tras caer el de valor de las mismas frente al dólar. El intento de mantener esos capitales ofreciendo tipos de interés mas altos agravaría la recesión, al encarecer los créditos al consumo y a la inversión en el interior sin frenar tampoco necesariamente la fuga de capitales hacia el exterior (como ocurrió en Brasil).
Por otra parte, la inflación podría volver a dispararse provocando una hecatombe de subidas de precios, aumento de la deuda externa y otros efectos negativos. La devaluación en un país sería seguida probablemente por los demás, intentando cada uno hacer más competitivas sus exportaciones a costa de los vecinos, con lo que ninguno conseguiría resolver de un modo mínimamente duradero y efectivo sus problemas y toda la zona podría acabar hundiéndose en una espiral de tensiones inflacionarias y guerras comerciales.
El debate sobre la ‘dolarización’
Por otra parte, el intento de avanzar más en la integración regional mediante una vinculación aún más estrecha al dólar o la adopción de éste como moneda sería una huida hacia adelante de consecuencias imprevisibles, máxime en un contexto de recesión. En realidad esa es la política que les ha llevado a dónde están. Se basa en la tradicional idea burguesa de que “dando confianza y estabilidad a los inversores”, éstos invertirán. Pero la realidad, tozuda, contradice una y otra vez esa aseveración. Empujados por la sobreproducción mundial y la caída en los beneficios, los capitalistas reducirán la inversión y la producción. Por otra parte, “estabilidad” y “confianza de los inversores” no son sinónimos de progreso económico y mejores condiciones de vida, antes al contrario.
El diario El País, en un extra sobre Latinoamérica (14-7-1994) resumía así estos últimos años de “estabilidad” y “confianza” que ofrecía la convertibilidad de las monedas latinoamericanas al dólar (conseguida, no lo olvidemos, a golpe de ajustes sociales traumáticos): “Los flujos de capital llegan, el ajuste se consolidó pero o bien el crecimiento no llega (…) o bien llega con una desiguladad creciente e intolerable(…): una de las condiciones del ajuste la liberalización comercial se transforma en un escollo aparente para la etapa que sigue: el crecimiento (…). La región se está desindustrializando, cientos de miles de latinoamericanos, si no es que millones, están perdiendo su empleo”.
Las débiles, comparativamente, economías latinoamericanas no pueden competir en un mercado abierto con gigantes como USA, Europa, Japón o incluso con otros países más industrializados. Atadas definitivamente al dólar, sin posibilidad de recurrir a políticas de devaluación, perdida cualquier autonomía económica (los responsables de la Reserva Federal USA ya se han encargado de dejar claro que estas serían las reglas del juego de la dolarización), sólo podrían afrontar una recesión reduciendo aún más los costes de producción e intensificando el ajuste: la pesadilla de privatizaciones, cierres de empresas, recortes salariales, precariedad laboral, bajos precios de las materias primas, continuaría.
La dolarización, convertiría definitivamente a América Latina en la finca privada (o, peor aún, un solar) en manos de Washington. En un determinado momento, la amenaza de una deflación, caída de los precios en un contexto de profunda depresión económica, que algunos economistas burgueses ya han descrito como el peor escenario posible, podría tomar cuerpo.
Varios economistas y burgueses latinoamericanos, conscientes de estos riesgos y deslumbrados por el nacimiento del euro, proponen como camino intermedio una Unión Monetaria Americana (UMA) a lo Maastricht. Su objetivo es hacer converger sus economías (empezando por Mercosur y otras potencias regionales) y forjar una moneda común más estable y fuerte para, entonces sí, buscar la aproximación al dólar en mejores condiciones. Con economías muy diferentes y caracterizadas por su debilidad, esto supone aplicar un ajuste social aún más brutal que los aplicados en Europa o en la propia región en los últimos años.
Pero incluso la unión monetaria europea, con economías bastante más fuertes, muchos más años andados y los vientos favorables del boom soplando en las velas, está preñada de incógnitas y peligros (como ha vuelto a poner de manifiesto la debilidad del euro frente al dólar) sin que pueda descartarse un retroceso e incluso el estallido de todo el proceso (el mismísimo George Soros alertaba en su reciente libro de esta posibilidad). Una tentativa de unificar las economías latinoamericanas, bajo el capitalismo, sólo puede acabar en un aborto monstruoso.
En cualquiera de los casos, el intento capitalista de cargar el peso de la crisis de su sistema sobre las masas obreras y campesinas alimentará un enfrentamiento cada vez mayor entre las clases.
Ecuador insurgente
Un ejemplo de la creciente combatividad popular y de la ausencia una alternativa política que haga cuajar toda esa energía revolucionaria potencial en un programa y organización capaces de conducir a la clase obrera al poder es el reciente estallido social ecuatoriano.
El levantamiento popular que derribó en 1997 al loco Bucaram (un excéntrico burgués que tras llegar al poder con promesas populistas aplicó brutales recortes sociales) ha vuelto a repetirse muy poco tiempo después contra políticas similares del conservador Jamil Mahuad. Siguiendo órdenes de sus amos del FMI, este burgués ha intentado acelerar las privatizaciones y subir un 50% el IVA y un 160% los combustibles y otros productos básicos.
La huelga general de 48 horas en marzo de 1999 (la tercera en siete meses), convocada por el Frente Patriótico, integrado por diferentes sindicatos, movimientos campesinos e indígenas y partidos de izquierdas, demostró que los jóvenes, trabajadores y campesinos ecuatorianos están dispuestos a todo. El gobierno, en un primer momento, respondió decretando el estado de emergencia y sacando el ejército a la calle. Hubo decenas de heridos y se hablaba de un posible golpe, pero los sectores decisivos de la burguesía y los militares vieron que, con los obreros y campesinos masivamente en la calle, esta medida podía resultar prematura y radicalizar aún más a las masas. La huelga general se había convertido, de hecho, en indefinida y el Parlamento amenazó con destituir al Presidente. El plan del gobierno fue retirado temporalmente.
Resulta imprescindible sacar lecciones de éste levantamiento y del anterior movimiento de masas que derribó a Bucaram. No se puede apoyar a ningún candidato burgués porque traicionará cualquier expectativa depositada en él, como ocurrió con Fabián Alarcón (hoy procesado por corrupción), rival burgués de Bucaram que llegó a un compromiso con los dirigentes de la movilización popular del 96 que luego no se ha concretado en mejoras reales para el pueblo.
Las organizaciones de izquierdas deben encabezar decididamente la lucha por llegar al poder con un programa que una al rechazo de las privatizaciones y recortes sociales la nacionalización de los principales sectores económicos (banca, monopolios, latifundios) para planificar la economía en lineas socialistas lo único que permitiría una lucha efectiva contra la pobreza a la que está condenada condenada la población. Un programa así tendría que vincularse a la negativa al pago de una deuda externa cuyos únicos responsables son los capitalistas ecuatorianos y el imperialismo.
Éste es el único camino. El corrupto capitalismo ecuatoriano es incapaz de hacer avanzar las fuerzas productivas. La burguesía nacional y su gobierno, respaldados por el FMI, volverá a intentar asplastar una y otra vez la lucha de los trabajadores. Pero la combatividad de la clase obrera, de la juventud, de los indígenas, lejos de retroceder se fortalece. El pasado 12 de julio Ecuador fue nuevamente paralizado por otra huelga general convocada por el Frente Patriótico, los sindicatos de transporte, los maestros y la Confederación de Nacionalidades Indigenas. No puede ser de otra manera cuando la inflación supera el 50%, la moneda nacional, el sucre, se ha devaluado un 100% y la pobreza extrema según la ONU alcanza al 60% de la población.
Si la clase obrera ecuatoriana no aprovecha su oportunidad los capitalistas antes o después, buscarán el momento adecuado para aplastar la resistencia del pueblo bajo la bota militar.
La clase obrera resurge
Los acontecimientos de Ecuador o Venezuela, resultado de que estos países han entrado antes en recesión y fruto de su debilidad están padeciendo además muy claramente sus efectos, no son excepcionales. Fenómenos parecidos se irán produciendo en otros países a medida que la crisis y su inevitable corolario de ataques y opresión se manifiesten.
El brutal ajuste de los años 80 y 90 solamente fue posible en el contexto generado por las derrotas revolucionarias de los años 70 saldadas, en la mayoría de casos, con el establecimiento de dictaduras que sepultaron bajo ríos de sangre el intento de las masas de cambiar la sociedad. El descarrilamiento de diferentes movimientos populares de masas desarrollados en los años 80 favoreció ese proceso. La lucha contra la dictadura de Pinochet en Chile terminó con el jarro de agua fría de la aceptación por parte de las direcciones de las organizaciones obreras de la Concertación, pacto con partidos burgueses que implicaba la renuncia a una política de independencia de clase y a la lucha por un programa socialista en aras de la estabilización de la “democracia”. En Argentina o Uruguay vimos procesos parecidos.
En Bolivia los mineros marcharon sobre La Paz y protagonizaron varias huelgas generales, pero las vacilaciones y la falta de una política socialista de los dirigentes de la Central Obrera Boliviana (COB) les impidieron tomar el poder y la mayoría de las minas acabaron desmanteladas. En varios países, los gobiernos democráticos o populistas que habían prometido reformas importantes y cosechado apoyos masivos (la victoria del APRA en 1985 en Perú podría ser un ejemplo) acabaron en la mayor de las decepciones, aplicando sin contemplaciones las políticas de ajuste que exigían el imperialismo y la oligarquía.
El amargo desenlace de estos procesos, unido al estancamiento de la lucha guerrillera en muchos países, en un contexto marcado por la caída del estalinismo y la contrarrevolución capitalista en el este de Europa, así como por la derrota sandinista en Nicaragua, desmoralizaron y desorientaron por todo un período a las bases de las organizaciones obreras y populares del continente. Esto se vio agravado por la ausencia de fuertes corrientes marxistas que pudiesen ofrecer una explicación de lo que estaba pasando y un programa y métodos de lucha alternativos. Todo un sector de dirigentes se independizo de la presión de las bases y aceptó la lógica perversa de que el capitalismo era el único sistema posible.
Así las cosas, la respuesta a los ataques capitalistas se ha visto obstaculizada por la desorientación sembrada por muchos dirigentes de la izquierda, cuando no por su colaboración activa en los mismos y, gobiernos de derechas o incluso regímenes dictatoriales (como el de Fujimori, por volver el ejemplo peruano), han podido mantenerse durante varios años, beneficiándose del crecimiento eco-nómico que, con todas las contradicciones comentadas, permitió aplazar los peores efectos del ajuste.
Esta situación ha empezado a cambiar. En los tres colosos de la zona (Brasil, Argentina y México), tras unos años de aparente estabilización y hegemonía de la derecha, crecen los síntomas de un giro social a la izquierda.
Argentina: De las victorias de Menem a la huelga general
La elección de Menem en 1989 reflejaba un voto de castigo a las políticas de ajuste de los gobiernos de la Unión Cívica Radical (UCR) liderados por Alfonsín y la ilusión en que el Partido Justicialista (peronista) aplicaría políticas más justas socialmente. Como en otros casos, la burguesía utilizó a los dirigentes de un movimiento populista con una importante base social (gracias al control de la principal central sindical, la CGT) para aplicar un ajuste sin paliativos. Las empresas estatales de teléfonos, petróleos, aerolíneas, gas, agua y electricidad, que sumaban 131.269 trabajadores, una vez privatizadas no alcanzan a 52.888. Los servicios se han encarecido (las llamadas telefónicas han pasado de 1,99 centavos en 1987 a 5,4 diez años despues) y las condiciones laborales han empeorado mucho (un obrero de pozo de la petrolera estatal YPF cobraba antes 1.600 dólares al mes con jornadas de trabajo de 8 horas y hoy recibe 750 pesos, viéndose obligado a trabajar 12 horas).
La escisión de la CGT, con el surgimiento de la nueva central Congreso de Trabajadores Argentinos (CTA), que lideró las protestas de empleados públicos y maestros, y del Movimiento de Trabajadores Argen-tinos, eran el resultado de la creciente oposición al ajuste. Del mismo modo, grupos de izquierda del peronismo rompieron con la línea derechista de Menem y junto a otros sectores integraron el FREPASO (Frente del País Solidario).
Si estos sectores tuviesen un programa revolucionario y una actuación decidida buscando la unificación y coordinación de las distintas luchas contra el frente reaccionario gobierno-capital-FMI, la clase obrera argentina podría arrinconar a estos contra las cuerdas. La victoria conseguida por los estudiantes argentinos tras varias semanas de lucha contra los recortes educativos del gobierno ponen en evidencia tanto la debilidad de este como el enorme descontento social existente en la sociedad argentina.
La falta de alternativas y vacilaciones de los dirigentes políticos y sindicales de la izquierda combinado al crecimiento económico mundial, han sido los factores determinantes que han permitido a Menem, mantenerse en el poder diez años. Los dirigentes del CTA, aunque han convocado varias huelgas generales y movilizaciones junto al MTA, carecen de una alternativa que rompa con el capitalismo y siguen aceptando la lógica del mercado. Ligan la lucha por mayores salarios al incremento de la productividad ( lo que podría conducir a aceptar medidas antiobreras) o aceptan que la reducción de jornada para repartir el trabajo vaya acompañada de reducción salarial.
La victoria de la Alianza por el Trabajo, la Justicia y la Educación (coalición entre FREPASO y UCR) en diferentes convocatorias electorales es otra expresión del cambio social que se está gestando. El descontento con la crisis y sus efectos sociales facilita la victoria de la Alianza en las próximas elecciones presidenciales y ya ha provocado divisiones en el peronismo oficial entre Duhalde y Menem, con el primero intentando recuperar un lenguaje populista más cercano al peronismo clásico. Por otra parte, la moderación creciente de los dirigentes aliancistas, lejos de ilusionar a los jóvenes y trabajadores, crea cada vez más dudas y podría empujar a sectores a la abstención.
Tanto si, como parece más probable, vence la Alianza, como si finalmente el justicialismo consiguiera recuperarse, el gobierno entrante, aceptando las reglas del mercado para afrontar la crisis, se verá sometido a enormes presiones de clase. La burguesía y el FMI exigiendo más ataques para afrontar la recesión y las masas que no pueden soportar más. Si los sectores políticos y sindicales más a la izquierda tuviesen un programa y táctica revolucionarios su apoyo crecería rápidamente.
México y Brasil
A pesar de la reelección del Presi-dente Cardoso, la burguesía brasileña está enormemente preocupada por los efectos políticos y sociales de la crisis. Tuvieron que poner toda la carne en el asador para ganar las elecciones (campaña brutal de los medios de comunicación contra el candidato de la izquierda, Lula; apoyo activo del imperialismo a Cardoso durante las elecciones con el anuncio de nuevos créditos, etc.). Finalmente Cardoso conseguía un 53,6 % y Lula el 31,7 %, una diferencia superior de lo que anunciaban las encuestas. Posible-mente si las elecciones se hubiesen celebrado más tarde (la crisis económica empezaba tan sólo a mostrar sus efectos) el Partido de los Trabajadores (PT) habría crecido más.
De hecho, en la segunda vuelta la coalición gubernamental perdía el control de varios estados y los votos del PT aumentaban. Es significativo lo ocurrido en el Estado de Río Grande do Sul, dónde el PT está dirigido por su ala izquierda y presenta una imagen más radical. Su victoria en las elecciones al gobierno del estado ha sido inapelable.
El PT, surgido al calor de las radicalizadas luchas de los metalúrgicos de Sao Paulo durante los años 70, se basa totalmente en la CUT, los sindicatos brasileños. Aunque en los últimos años la mayoría de sus dirigentes se han derechizado, abandonando cada vez más las consignas y reivindicaciones de clase que caracterizaron durante años al partido como uno de los principales puntos de referencia de la izquierda latinoamericana; los burgueses saben que la llegada al poder de un partido basado en la clase obrera organizada, con las tradiciones revolucionarias del PT y en un contexto de recesión profunda, sería una pesadilla para ellos. La victoria electoral de Allende en Chile en 1970 (aunque evidentemente hay importantes diferencias con la situación actual), que animó enormemente la lucha revolucionaria, sigue siendo un precedente a tener muy en cuenta.
La ocupación masiva de tierras y las marchas y manifestaciones de campesinos, parados y pobres urbanos organizadas por el Movimiento de los Sin Tierra (MST), o el ímpetu con el que está resurgiendo el movimiento huelguístico entre los trabajadores, anuncian lo que espera a la burguesía brasileña cuando intente cargar todo el peso de la crisis sobre los obreros y campesinos. La entrada en escena de la poderosa clase obrera brasileña, sacudiéndose la inercia de derrotas anteriores y la desmovilización fomentada por muchos dirigentes de la CUT y el PT, cambiará bruscamente el panorama. Brasil es el país más industrializado de Latinoamérica y el movimiento obrero, hoy mas que nunca, tiene la llave de un cambio en la situación.
Otro tanto ocurre en México. Las impresionantes movilizaciones estudiantiles de los últimos meses están poniendo de manifiesto el enorme material explosivo que se está acumulando en la sociedad y que sólo precisa una chispa para estallar. El férreo control del PRI durante 70 años a través del caciquismo, la compra de votos y el amordazamiento burocrático de los sindicatos se está erosionando muy rápidamente. El 1º de Mayo de 1999 medio millón de trabajadores se manifestaban convocados por los sindicatos independientes y las corrientes democráticas que luchan contra la burocracia sindical. Como reflejo del cambio en la situación la Confederación de Trabajadores Mexicanos (CTM), controlada por los charros, burócratas sindicales ligados al gobierno priísta, ha sufrido la escisión de la Unión Nacional de Trabajadores (UNT), que agrupa a más de dos millones de trabajadores y presenta un programa más combativo.
El crecimiento electoral del Par-tido de la Revolución Democrática (PRD), con victorias en México DF y varios estados, expresa políticamente esa misma aspiración de cambio. El PRI, ante la amenaza de perder el poder, está recorrido por profundas divisiones entre la facción más afín al imperialismo (los tecnócratas) y el llamado sector duro o dinosaurios, algunos de cuyos dirigentes han empezado a utilizar un lenguaje nacionalista y populista, criticando al gobierno Zedillo y al FMI.
En estos momentos, muchos dirigentes del PRD están defendiendo una alianza con el PAN (partido burgués de derechas) para derrotar al PRI con el argumento de que es la única posibilidad de ganar. Pero, pese a esta apariencia de unanimidad, las divisiones internas que ya han provocado serias tensiones en la dirección del partido van a intensificarse a medida que la proximidad del poder y la presión de la burguesía para que renuncien a cualquier propuesta transformadora crezcan.
El problema de fondo es que en el PRD se expresan los sectores decisivos de la clase obrera y la juventud frente a una dirección en la que conviven líneas políticas que reflejan, con mayor o menor claridad, opciones ideológicas y presiones de clase diferentes, incluído un sector que transmite las presiones de la burguesía para evitar que el partido se convierta en un referente revolucionario para los trabajadores y campesinos mexicanos. La alianza con los burgueses del PAN es un caramelo envenenado que los sectores más a la izquierda del partido deben rechazar tajantemente. El PRD sería utilizado como cobertura de izquierdas para aplicar las recetas capitalistas de siempre.
Adiós a la estabilidad ‘democrática’
En los próximos años, los capitalistas latinoamericanos, enfrentados a una intensificación de la lucha de clases, no dudarán en recurrir a todas las medidas a su alcance para salvar el orden político y social del que emanan sus privilegios.
Durante el período anterior, el imperialismo USA y sectores de las burguesías nacionales se apoyaron en el crecimiento económico y, sobre todo, en la derechización de los dirigentes obreros, para crear la ilusión de estabilidad democrática, promoviendo la sustitución de las otrora omnipresentes dictaduras militares y presidencialistas, cuyo coste económico y social era excesivo (falta de control sobre los diferentes caudillos, riesgo de que cualquier movimiento popular de lucha por las libertades se radicalizase rápidamente transformándose en revolución) por regímenes formalmente democráticos.
Pero un régimen de democracia burguesa exige un mínimo desarrollo económico que permita ofrecer ciertas concesiones a las masas y garantizar a los dirigentes sindicales y políticos reformistas una base para sus políticas de paz social. En sociedades arrasadas por el paro, en las que la crisis se va a cebar con especial virulencia, el margen para estas políticas es cada vez menor.
Las divisiones en el seno de la burguesía están creciendo, anunciando el período turbulento que se avecina. Un detonante de la crisis brasileña fue el enfrentamiento entre el Presidente Cardoso y el gobernador del estado de Minas Gerais, Itamar Franco, anterior presidente del go-bierno (Cardoso fue su ministro de Hacienda). Franco aplazó unilateralmente el pago de la deuda de su estado, aduciendo que tenía que hacer frente a las necesidades de su población, y denunció a Cardoso por plegarse a las exigencias del FMI y olvidarse del pueblo.
En Paraguay vemos como disputas entre facciones burguesas por cuotas de poder y divergencias estratégicas, en un contexto de crisis económica y descontento popular, han desencadenado una movilización de masas que ha hecho temblar a las burguesías vecinas ante el riesgo de guerra civil. La burguesía brasileña tenía preparado a su ejército en la frontera y Cardoso y Clinton “convencieron” al sector del gubernamental Partido Colorado encabezado por el Presidente Cubas y el general golpista Oviedo, de emprender la retirada para, según el corresponsal de El País,(31-3-99) “evitar un baño de sangre”.
El factor decisivo que ha impedido por el momento un golpe militar ha sido la movilización heroica de jóvenes y trabajadores en Asunción, que tras décadas de dictadura del fascista Stroessner (de 1954 a 1989), dejaron muy claro a los militares que preferían arriesgarse a morir en la calle bajo las balas de los francotiradores a permitir una nueva dictadura. La formación, de hecho, de un Gobierno de unidad nacional en el que participan desde el ala stroessnista del Partido Colorado hasta, por primera vez en 45 años, partidos de oposición da una idea de hasta que punto los conflictos no han hecho más que comenzar y van a ir creciendo en el próximo periodo.
A menudo en la historia, los primeros indicios de que una época de revolución y contrarrevolución ha comenzado son las divisiones por arriba. Sectores de la burguesía sienten temblar la tierra bajo sus pies y se ponen nerviosos, unos buscan la solución hacia un lado y otros hacia el contrario. En ello se combinan ambiciones personales, carreras políticas, incluso cuentas personales pendientes…
Por supuesto, estas divisiones no reflejan intereses fundamentalmente diferentes sino sólo el miedo a una explosión social por abajo y las diferencias sobre cómo evitarla o como colocarse a la cabeza de la misma de modo que no cuestione lo fundamental: la existencia del capitalismo. Para los luchadores obreros, campesinos y estudiantiles es vital comprender el sentido de estas divisiones para evitar caer en errores que algunas organizaciones de izquierdas cometieron en el pasado: fomentando ilusiones entre las masas hacia algunos de estos dirigentes burgueses, identificándolos como la burguesía progresista, que luego pagaron muy caro: con golpes de Estado, dictaduras y represión.
Si algo podemos descartar tajantemente es que el período de aparente estabilidad democrática de los últimos tiempos pueda prolongarse de forma duradera. La clase obrera tendrá numerosas oportunidades de ponerse al frente de todos los explotados y transformar la sociedad, pero allí dónde no sea capaz de encontrar el camino de la victoria nuevas dictaduras bonapartistas burguesas intentarán establecerse sobre su sangre y sufrimiento.
En determinadas situaciones, como está ocurriendo en Venezuela, surgirán nuevos movimientos y regímenes populistas burgueses y pequeñoburgueses como los desarrollados en el pasado en diversos países del continente. El nacimiento y evolución de estos movimientos está estrechamente relacionado con las condiciones de dependencia económica y debilidad de la burguesía en el mundo colonial.
El populismo y sus limitaciones
Trotsky explicaba así en su artículo La administración obrera en la industria nacionalizada las raíces del populismo burgués que entonces comenzaba a extenderse por varios países del continente: “En los países industrialmente atrasados, el capital extranjero juega un rol decisivo. De aquí la debilidad relativa de la burguesía nacional respecto del proletariado nacional. Esto da origen a condiciones especiales de poder estatal. El gobierno oscila entre el capital extranjero y el doméstico, entre la débil burguesía nacional y el proletariado relativamente poderoso. Esto confiere al gobierno un carácter bonapartista sui generis, un carácter distintivo. Se eleva, por así decir, por encima de las clases. En realidad, puede gobernar ya convirtiéndose en instrumento del capital extranjero y aherrojando al proletariado con las cadenas de una dictadura policial o bien maniobrando con el proletariado y hasta llegando a hacerle concesiones, obteniendo así la posibilidad de cierta independencia respecto de los capitalistas extranjeros” (Sobre la liberación nacional, pág. 61, Ed. Pluma).
Los movimientos populistas son por su propia naturaleza de clase extremadamente contradictorios, oscilando a derecha e izquierda bajo la presión de las masas por un lado y la del imperialismo y los sectores decisivos de la burguesía nacional por otro. En las últimas décadas, caracterizadas por una estabilización temporal bajo control del imperialismo, la debilidad y dependencia del imperialismo de las burguesías nacionales se ha incrementado y los movimientos y regímenes populistas han brillado por su ausencia (incluso hemos visto a sectores que en su día encabezaron estas propuestas participar en primera línea en las privatizaciones, ajustes, etc). Sin embargo, en sociedades en crisis, en las que la clase dominante ha evidenciado repetidamente su incapacidad para desarrollar las fuerzas productivas, enfrentarse seriamente a la expoliación imperialista y donde la clase obrera ha mostrado su potencial revolucionario pero, por falta de dirección, no ha conseguido transformar la sociedad, ciertos sectores minoritarios burgueses y sobre todo de la pequeña burguesía (intelectuales, técnicos y ciertos sectores del ejército o la burocracia estatal), pueden ver amenazada la unidad y existencia misma de la nación y, con ello, su propia posición. En un momento dado a través del control del poder estatal estas clases pueden pretender elevarse sobre las clases y conciliar a éstas, exorcizando el demonio de la revolución socialista con la bandera de una revolución “popular” en defensa de los intereses de “toda la nación” y la promesa de medidas que saquen a “la patria” de la postración en que se encuentra.
Dada la inestabilidad social, incluso descomposición de la que suelen surgir, el carácter de estos regímenes no está determinado de antemano, influyendo en su evolución política y características concretas múltiples factores que actúan entre sí y se condicionan dialécticamente. Los elementos decisivos son la profundidad del deterioro económico y la correlación de fuerzas entre las clases a nivel nacional e internacional. La actuación subjetiva del imperialismo y los distintos sectores de las burguesías nacionales, así como de las organizaciones obreras, pueden condicionar igualmente de forma importante su desarrollo. Por último, el origen social (burgués o pequeñoburgués), los antecedentes ideológicos y hasta las características individuales de los dirigentes populistas pueden acabar, en determinadas circunstancias, teniendo cierta influencia.
Algunos regímenes populistas en el pasado, sin llegar a romper con el capitalismo, tomaron medidas proteccionistas y de intervención estatal en la economía que ocasionaron choques con la oligarquía nacional y el imperialismo (a veces incluso enfrentamientos abiertos), haciendo ciertas concesiones económicas y sociales a las masas bajo la presión popular, pero sin conseguir en ningún caso resolver sus problemas y acabar con el atraso y la miseria. Los procesos revolucionarios bajo Arbenz en Guatemala en los años 50, con el peruano Velasco Alvarado en los 60 o durante la revolución de 1952, así como posteriormente en la etapa del general Torres en Bolivia, son algunos ejemplos. En la gran mayoría de casos, no obstante, la retórica populista inicial y ciertas concesiones sociales dejaron paso a regímenes de bonapartismo burgués fuertemente autoritarios y represivos contra los trabajadores.
Independientemente de sus intenciones, el populismo nacionalista precisamente a causa de su origen de clase burgués o pequeñoburgués ha mostrado repetidamente su impotencia para llevar hasta el final una lucha antiimperialista seria y sacar a estas sociedades del atraso. Antes o después, el movimiento ha sido traicionado por sus propios líderes o ha caído, víctima de su propia parálisis, indefinición y contradicciones, aplastado por los núcleos decisivos del capital nacional y por las potencias imperialistas.
El chavismo
La victoria de Hugo Chávez en Venezuela ante la oposición de los sectores decisivos de la burguesía, los medios de comunicación y el imperialismo, con un programa que prometía más inversión pública, protección para la industria nacional, lucha contra la corrupción y la sustitución del actual Parlamento (con mayoría de los desprestigiados partidos tradicionales) por una Asamblea Constituyente que redacte una nueva constitución, es otro ejemplo de los vientos de inestabilidad que soplan en América Latina y los cambios bruscos y repentinos que sacudirán la zona en los próximos años.
Unos meses antes la burguesía venezolana parecía tener todo bajo control y podía reírse de que las encuestas situasen como favorita para llegar a la presidencia, con el 52% de intención de voto, a una ex miss Universo. En pocas semanas, el enorme movimiento de apoyo a Chávez les cambió la cara. La victoria apabullante de este antiguo militar golpista apoyado por la izquierda provocó la histeria de los capitalistas. El Polo Patriótico que encabezaba Chávez, un heterogéneo frente de fuerzas políticas y sociales en el que participan desde el Movimiento V República, creado por él mismo y otros militares que le acompañaron en su intentona golpista del 92, hasta el Partido Comunista o el MAS (Movimiento al Socialismo) cosechó un 56% de apoyo.
De momento, Chávez ha intentado tranquilizar a los inversores manteniendo a los ministros económicos del anterior gobierno y anunciando recortes en los gastos del Estado y otras medidas similares con el objetivo de reducir la deuda externa y atraer inversiones. Reflejando las presiones de clase a las que está sometido por abajo y por arriba, pide sacrificios y paciencia para sacar adelante a la nación y promete vender, para dar ejemplo, el Palacio Presidencial y trasladarse a una vivienda menos lujosa; al tiempo, aplica las medidas de su programa que menos repercusiones directas tienen sobre los beneficios capitalistas, como la convocatoria de la Constituyente o la creación de organismos anticorrupción.
Pero la crítica situación económica venezolana choca frontalmente con el objetivo proclamado por el dirigente populista: una economía de mercado con justicia social. El comandante va a tener que elegir: o intentar cumplir su programa electoral enfrentándose a los capitalistas y las multinacionales USA, lo que le obligaría a ir más lejos (animando así a los sectores más radicalizados de su base social, que pedirían más y en los que tendría que apoyarse frente a la derecha); o retroceder y aplicar nuevas medidas antisociales de ajuste, presionado por la clase dominante que tras fracasar en impedir su victoria, busca ahora domesticarlo.
Las primeras medidas adoptadas parecerían apuntar en esta dirección pero sigue habiendo otras evoluciones posibles. Las esperanzas generadas por el ex teniente coronel son enormes y le otorgan un crédito importante entre las masas y cierto margen de maniobra, pero éste no es infinito y todo podría cambiar bruscamente. La evolución de Chávez y el movimiento que le apoya va a depender de la interrelación entre esas diferentes presiones de clase a que está sometido, y no sólo a nivel nacional: el desarrollo de los procesos sociales en el resto de América y del mundo también influirá decisivamente.
Chávez ha pedido poderes especiales e intenta controlar el ejército (muchos de cuyos mandos le eran hostiles antes de su victoria) y el resto del aparato estatal, designando a sus camaradas de armas para puestos clave. En un determinado momento podría intentar elevarse de forma bonapartista por encima de las clases, intentando aparecer como el representante de los “intereses nacionales” y el salvador del caos. En el contexto anterior a la caída del estalinismo seguramente esto ya le hubiese empujado a nacionalizar sectores decisivos de la economía e incluso a instaurar un régimen bonapartista proletario de economía planificada, tomando como ejemplo Cuba o la URSS. En el contexto actual, esta evolución es mucho más difícil e improbable.
Que los burgueses y el imperialismo puedan absorberlo totalmente y conseguir que aplique las medidas draconianas que necesitan tampoco parece la opción más factible. Su pasado, sus vínculos con el movimiento popular, las presiones que recibe de abajo, no lo hacen fiable para ellos. Probablemente, durante algún tiempo, Chávez intentará oscilar entre las clases y contentar a todos; algo que en la situación del capitalismo venezolano será imposible y conducirá a una inestabilidad y polarización social cada vez mayores que le obligarán a ir definiéndose claramente.
La clase obrera frente al populismo
En Venezuela llueve sobre mojado y los jóvenes y trabajadores responderán a nuevas medidas en su contra, vengan de donde vengan. La victoria en los años 80 de Carlos Andrés Pérez (hoy desprestigiado por sus políticas antiobreras y su corrupción) con un programa socialdemócrata que despertó ilusiones en sectores amplios de la población, culminó en el caracazo de 1989, una explosión social violentamente reprimida. Mas recientemente, hemos visto al pueblo venezolano intentar modificar varias veces su situación a través del voto a opciones de izquierda y, sobre todo, con impresionantes luchas de masas. La más reciente la huelga general convocada por la Confederación de Trabajadores Venezolanos (CTV) el 6 de agosto de 1998.
El giro a la derecha de los ministros ex guerrilleros del MAS en el gobierno Caldera, que tras prometer medidas de gasto público e intervención estatal apoyaron las privatizaciones, ya provocó una fuerte oposición interna concretada en el mandato de su Congreso nacional para apoyar a Chávez. El debate sobre las privatizaciones también fracturó en dos al grupo parlamentario del movimiento Causa R. Estas divisiones son un pálido anuncio de lo que veremos próximamente. Antes o después, el Polo Patriótico se romperá en líneas de clase.
No es en absoluto descartable que en un determinado momento, fundamentalmente en un contexto de crisis económica aguda y ascenso de la movilización de las masas a nivel nacional e internacional (y en particular en otros países latinoamericanos), el propio Chávez o sectores que hoy le apoyan puedan verse empujados a ponerse al frente y girar bruscamente a la izquierda y esto sería un peldaño más hacia un enfrentamiento decisivo entre las clases.
Si las ilusiones en Chávez se ven defraudadas y los partidos de izquierda no saben ofrecer una alternativa que entusiasme a los trabajadores, la burguesía probablemente apoyándose en la cúpula militar intentará en cuanto pueda, por las buenas o por las malas, poner al timón a alguien de total confianza. La experiencia del gobierno reformista del escritor Rómulo Gallegos a finales de los años 40, tan admirado por Chávez, es ilustrativa. La oligarquía esperó su momento y, cuando vio que el apoyo social disminuía, dio el hachazo e implantó una brutal dictadura.
Una cosa está clara: un período duradero de estabilidad democrática o pacto nacional está descartado y Venezuela va a ser el escenario de choques durísimos entre las clases . Los trabajadores tendrán nuevas oportunidades para cambiar la sociedad y la burguesía intentará evitarlo con todos los medios a su alcance.
En el periodo de revolución y contrarrevolución que se abre, y debido a la falta de una política marxista por parte de las organizaciones obreras de masas, existen condiciones en todo el continente para el desarrollo de nuevos movimientospoulistas con un discurso nacionalista y radical que puede conectar con el sentimiento antiimperialista y revolucionario de la población.
Los revolucionarios deben participar en la lucha de masas contra el imperialismo pero hacerlo sin abandonar en ningún momento una política de independencia de clase, oponiendo a las vacilaciones y bandazos interclasistas de los líderes populistas un programa inequívoco de lucha por el socialismo y unidad de los trabajadores para extender la revolución a toda Latinoamérica y a nivel mundial (y muy especialmente a los países avanzados, claves para la transición a una sociedad genuinamente socialista).
‘Las venas abiertas de América Latina’
Con este expresivo título resumió el periodista y escritor uruguayo Eduardo Galeano el proceso de expoliación imperialista que desangró a las economías latinoamericanas y las ha condenado a un atraso y miseria de siglos.
El saqueo por parte de las metrópolis frenó el desarrollo de las áreas coloniales ya que el excedente producido en el interior de ellas no se transformaba en capital, sino que fluía al exterior. El resultado fue una estructura socioeconómica caracterizada por un bajo desarrollo de las fuerzas productivas. A medida que el capitalismo se extendía mundialmente y penetraba en América Latina tuvo lugar un desarrollo desigual y combinado que entrelazaba las relaciones de producción capitalistas más avanzadas con relaciones feudales o semifeudales y fundía los intereses de las nacientes burguesías latinoamericanas con los de los terratenientes y el imperialismo.
“En 1870 empiezan a aparecer los primeros bancos, todos ellos extranjeros (…).Los grandes socios de los capitalistas internacionales fueron los dueños de esclavos: los terratenientes, la burocracia clerical o estatal (…). El capital internacional lejos de basarse en combatir las relaciones semifeudales, las sostiene. Esto por un lado lleva a un proceso de industrialización en zonas muy específicas de las costas, que no inciden de manera global al conjunto de los países. Además profundiza la explotación ya que se combinan formas ancestrales de explotación como la esclavitud y la servidumbre con los métodos más modernos de la sociedad capitalista. Políticamente sólo es viable para el sostenimiento de este estado de cosas un tipo de estado que fusione estos intereses conservadores e imperialistas, un estado oligárquico, dictatorial con los pueblos pero dócil ante los socios extranjeros” (A. Márquez, ‘El atraso de América Latina’, Militante número 66, periódico de la corriente marxista del PRD mexicano).
Esta fusión de intereses entre los capitalistas autóctonos y los imperialistas explica la incapacidad de las burguesías latinoamericanas a lo largo de todo este siglo para desarrollar las fuerzas productivas rompiendo con el atraso y la expoliación así como el hecho de que, pese a todas las proclamas democráticas, haya tenido que recurrir una y otra vez a la represión y las dictaduras para mantener su dominación.
El crecimiento industrial por sustitución de importaciones, una de las ideas clave defendidas por sectores nacionalistas burgueses y reformistas durante los años 50 y 60, ejemplifica las limitaciones que lastran cualquier propuesta económica que no lleve aparejado un cambio revolucionario en el modo de producción. Consistía en estimular a través de la intervención estatal la producción por parte de la industria nacional de bienes de consumo hasta entonces importados, intentando fomentar la industria y mercado internos y desarrollar un capitalismo nacional.
Como explica el historiador uruguayo Nelson Martínez Díaz, “El fenómeno (…) demuestra la frustración de las llamadas burguesías nacionales o por lo menos, lo efímero de su supuesto papel liberador en el marco industrial. La empresa nacional (…) no logró impedir que, en los períodos de expansión local, muchos empresarios recurrieran al apoyo del capital extranjero (…). El resultado fue la penetración de la empresa multinacional en una economía ya preparada para la oferta industrial o tecnológica y la posición del empresario nacional quedó reducida a un papel secundario” (Las multinacionales en Latinoa-mérica, Cuadernos de Historia 16).
El capitalismo es un sistema mundial en el que todas las economías están relacionadas entre sí y dependen unas de otras pero esa dependencia significa que las burguesías más fuertes dictan su ley a las más débiles. Los beneficios de las burguesías nacionales dependen cada vez más del mantenimiento y estabilidad de un sistema capitalista global en el que están plenamente integradas como actores secundarios por lo que obviamente no tienen ningún interés en encabezar una lucha en la que nada tienen que ganar y sí mucho que perder.
La burguesía progresista que jamás existió
En un determinado momento, intentando responder a la agudización de la crisis económica, podremos ver en algunos países, seguramente de la mano de gobiernos reformistas o populistas, un giro hacia una mayor intervención estatal en la economía y algo más de protección a la industria nacional. Ello supondría inicialmente un avance con respecto a la locura actual de abrir los mercados al saqueo imperialista y obedecer sumisamente sus dictados pero, manteniéndose dentro del marco capitalista, tendría efectos efímeros degenerando nuevamente en un aumento de la deuda externa y la inflación y en el colapso económico.
Cualquier gobierno que intente aplicar reformas significativas dentro del capitalismo se verá cercado inmediatamente por presiones de clase insoportables. Por un lado el control de la economía por las burguesías nacionales y, sobre todo, el imperialismo; por otro las demandas revolucionarias del proletariado a la cabeza del ejército de los oprimidos. Con multinacionales cuyo capital supera las reservas de divisas de varios países juntos, estos regímenes se verían rápidamente desestabilizados por huelgas de inversiones, fugas de capitales y otros fenómenos parecidos. En una situación de deterioro económico y movilización popular masiva, las clases obreras latinoamericanas no limitarán sus reivindicaciones al horizonte fijado por sus dirigentes reformistas o por los líderes populistas de la pequeña burguesía; plantearán reivindicaciones de clase (derechos políticos y sociales, salarios, condiciones laborales…) que, como ya ocurriera durante la revolución boliviana o bajo el gobierno peronista de 1972-73, culminarán en un enfrentamiento decisivo entre las clases.
En momentos de auge capitalista y desarrollo de las fuerzas productivas, algunos regímenes populistas burgueses pudieron estabilizarse algún tiempo y hacer ciertas concesiones sociales, forjándose incluso ayudados por los errores y ausencia de alternativas revolucionarias de las organizaciones de clase, una base social entre sectores del proletariado y las masas urbanas subempleadas, especialmente entre los sectores más nuevos que, sin experiencia política ni tradiciones, llegaban del campo. En la actualidad el capitalismo vive un período de crisis orgánica, de decadencia de las fuerzas productivas y tasas de paro sin precedentes, que reduce el margen para situaciones parecidas.
Dentro de este período general descendente siguen produciéndose ciclos de boom y recesión, pero uno de los síntomas de que el sistema está en crisis es que en cada boom los efectos sobre los niveles de vida de la población mundial son menores y en cada recesión la destrucción de puestos de trabajo y fuerzas productivas más profundas. “Las estadísticas de todos los organismos multilaterales confirman que, en los últimos 25 años, (…) independientemente de variaciones cíclicas o puntuales, y con excepción del Este asiático, India y China, la tendencia económica mundial fue de declive constante de las tasas de inversión, crecimiento y empleo” (José Luis Fiori, profesor titular de economía de la Universidad Federal de Río de Janeiro, artículo para Folha).
Los obreros del continente, en general, tienen hoy más experiencia que en el pasado y esta confrontación (incluso después de la precarización de los últimos años) será aún más dura. Cuando las burguesías latinoamericanas incluídos los sectores nacionalistas sientan el aliento de la revolución en la nuca no dudarán en buscar las faldas de sus amos imperialistas para esconderse, colaborando en cualquier medida contrarrevolucionaria que prometa perpetuar sus rentas y privilegios.
Los objetivos de la revolución democrática (reforma agraria que proporcione tierra y trabajo a los campesinos, democratización real de la sociedad, lucha contra toda opresión étnica, nacional o cultural sobre los pueblos indígenas, desarrollo económico que combata la expoliación imperialista y construya una economía avanzada) sólo son realizables uniéndolos a medidas socialistas que nacionalicen las principales palancas económicas (la banca, la tierra y los monopolios imperialistas) La única clase que por su papel colectivo en la producción, su homogeneidad y organización puede hacer realidad este programa es la clase obrera al frente de los campesinos y los pobres de las ciudades.
Insurrección campesina y lucha de guerrillas
En el período reciente hemos visto un retroceso general de la lucha guerrillera. Pero esto también puede cambiar muy rápidamente. La lucha de guerrillas hunde sus raíces directamente en la opresión, miseria y discriminación a que son condenados los campesinos y comunidades indígenas por el capitalismo.
En los años 50 y 60, activistas revolucionarios estudiantiles, intelectuales e incluso algunos luchadores obreros, hartos de no ver una lucha revolucionaria seria por parte de los dirigentes comunistas y socialistas, paralizados por las políticas de alianza con las supuestas burguesías progresistas, decidieron tomar las armas y dirigirse a las zonas rurales intentando estimular la insurrección campesina a través de su enfrentamiento directo con el Estado.
En algunos casos (Cuba, Nicara-gua) la guerrilla se encontró con condiciones favorables excepcionales que permitieron su victoria: descomposición y crisis extrema del capitalismo que minaba cualquier base social a la burguesía y la dividía, descontento generalizado de las capas medias, insurrección campesina y en los casos cubano y nicaragüense luchas obreras muy radicales que, aúnque sin dirección, debilitaban al estado burgués y allanaban el camino a los guerrilleros. Pero en la inmensa mayoría de los casos la lucha de guerrillas se estancó durante décadas. Los ejércitos regulares burgueses, apoyados con todo tipo de medios por el imperialismo USA, no conseguían acabar con los revolucionarios ya que las miserables condiciones sociales renovaban su apoyo; pero los guerrilleros veían también cada vez más lejana la posibilidad de una victoria militar que les diese el poder.
Como explicaban Marx y Engels, la insurrección campesina y la lucha de guerrillas en países con un considerable porcentaje de población rural pueden ser vitales para conquistar un cambio revolucionario de sociedad. Pero esta lucha sólo puede culminar en un régimen de democracia obrera que conduzca al socialismo si coincide con el movimiento revolucionario de la clase obrera en las ciudades y se halla dirigida por éste. Un grupo guerrillero, por muy abnegado y combativo que sea, no puede sustituir la lucha de las masas, su proceso de aprendizaje y toma de conciencia a través de victorias y derrotas, luchas por pequeñas mejores inmediatas, creación de sindicatos, comités de huelga…
Los trabajadores no pueden participar en la lucha guerrillera en la selva o las montañas más que abandonando su posición de clase. Muchos jóvenes y obreros radicalizados, en lugar de luchar con constancia por arrancar a las masas obreras de manos de los dirigentes reformistas oponiendo un programa revolucionario en los sindicatos, las asambleas, las huelgas y manifestaciones de masas, buscaban un atajo hacia la revolución, lo que les aislaba del grueso de la clase obrera. Por otra parte los trabajadores limitados a simpatizantes pasivos o piezas auxiliares de la lucha de los guerrilleros, seguía bajo la influencia de líderes reformistas que la condenaban a nuevas derrotas.
La industrialización de la gran mayoría de países latinoamericanos durante la segunda mitad de siglo y la emigración hacia las ciudades tienden a limitar las posibilidades del guerrillerismo, cuyo terreno más favorable es el de las pequeñas comunidades rurales, la selva y las montañas. Por otra parte, el imperialismo ha aplicado una estrategia que combina la represión más brutal con medidas de beneficencia de cara a algunos sectores campesinos que, aunque no solucionan nada, persiguen quebrar el apoyo a la guerrilla, apoyándose tanto en los prejuicios de las capas campesinas más atrasadas como en el propio cansancio sembrado por años de guerra civil.
Guerrilleros en la encrucijada
El estancamiento de la lucha durante años, incluso décadas, permitió que el hastío penetrase en sectores de la propia guerrilla. Una capa de dirigentes comenzó a reflejar este hecho, pero no para sacar conclusiones revolucionarias, corregir errores, buscar en las ideas marxistas la única táctica capaz de combinar exitosamente la insurrección en el campo con el trabajo revolucionario paciente y sistemático en el movimiento obrero de las ciudades. La caída del estalinismo favoreció el giro hacia la aceptación del capitalismo y la adopción de un programa reformista. Sectores importantes de las burguesías latinoamericanas, animados por el imperialismo, ofrecieron a algunos grupos guerrilleros la posibilidad de legalizarse como partidos y, en algún caso, de integrar incluso a parte de la guerrilla en el aparato estatal. Hemos visto hechos de esta naturaleza en los acuerdos de paz en El Salvador, Guatemala, con el M-19 colombiano o en Nicaragua tras la derrota de la revolución sandinista.
Esto, como es natural después de años de guerra civil, de muertes y penalidades, despertó inicialmente ilusión y esperanza entre amplios sectores de la guerrilla y de los trabajadores y campesinos. Pero, una vez más, el parasitismo de las burguesías latinoamericanas y las multinacionales está echando por tierra cualquier esperanza que pudiesen albergar los trabajadores. La reforma agraria sigue siendo inaceptable para los latifundistas. Pero también para los burgueses “demócratas”, cuyas inversiones e intereses siguen estrechamente vinculados a los de aquellos, aúnque de cara a la galería critiquen sus excesos ultraderechistas. La democracia es una ficción y la miseria y la explotación siguen tan extendidas como en la más negra noche de las dictaduras.
A pesar de la timidez y moderación con que están formulados, los informes de la URNG sobre el cumplimiento de los Acuerdos de Paz en Guatemala no pueden por menos que constatar que dichos Acuerdos no están suponiendo mejoras reales para los más humildes. Las políticas económicas y sociales que se están aplicando “hacen caso omiso o contravienen abiertamente los compromisos contenidos y firmados en los Acuerdos de Paz” (Informe acerca del cumplimiento de los Acuerdos de Paz, período mayo-agosto 97, 2ª edición, pág. 37 URNG).
Actualmente asistimos a un nuevo proceso de negociación en Colombia y se habla de una reapertura del diálogo EZLN-gobierno en Chiapas. En ambos casos, los factores que empujan hacia un acuerdo son los mismos que ya hemos analizado en los casos citados, pero las dificultades también son las mismas o mayores.
¿Paz en Colombia?
Tras agotadoras décadas de lucha , y ausente una alternativa revolucionaria que acabe con el actual impasse, no es descartable que gobierno y guerrilla (o al menos un sector de ella ) suscriban algún tipo de acuerdo parecido a los alcanzados en otras zonas del continente. Pero, bajo el capitalismo débil y atrasado de estos países, no puede haber ninguna solución a los problemas de los campesinos y trabajadores, ni siquiera garantías políticas y económicas de reinserción para los guerrilleros.
Como analizaba Antonio Caba-llero, articulista de la publicación colombiana Semana: "No es que no quieran hacer la paz(…) la harían si sólo les costase unos taxis para los reinsertados y una Constituyente más (…) pero si significa renunciar a seguir haciendo del país su exclusivo botín político y económico, entonces, a eso no están dispuestos" (Citado en El País, 11/2/99). Este es el factor fundamental que determinará a fin de cuentas los procesos en todo el continente. Aunque a corto plazo alcanzasen algún acuerdo o decidiesen seguir manteniendo vivas las negociaciones para evitar una ruptura, la tendencia en Colombia y en el resto de Latinoamérica será a una mayor inestabilidad y polarización social lo que implica, tarde o temprano, un resurgimiento guerrillero.
Pero incluso antes de que ese rebrote guerrillero tenga lugar hay importantes diferencias entre el proceso de negociación colombiano y otros anteriores. La primera, que las FARC tienen una posición incomparablemente más fuerte que otros grupos en el momento de abandonar las armas: dominan gran parte del país e incluso han amenazado varias veces el control de la capital. Esa es la razón de que EEUU esté intentando implicar a los países vecinos (Bolivia, Perú…) en una intervención imperialista encubierta de cerco a la guerrilla. Según como evolucionen las cosas en estos países vecinos en los próximos años ( en especial si se radicalizase el chavismo en Venezuela) la guerrilla colombiana podría verse incluso más reforzada.
Por contra, el Estado burgués colombiano está en una situación de debilidad y descomposición muy acusada que la crisis económica está profundizando, aumentando las divisiones en el seno de la burguesía. La creciente oposición de la cúpula militar al proceso de negociación representa una espada de Damocles no sólo sobre la propia negociación sino sobre la estabilidad de la democracia burguesa en Colombia. La existencia de los paramilitares fascistas es otro escollo importante en el camino hacia el acuerdo. Financiados y organizados por el imperialismo USA y la burguesía y vinculados a la oligarquía latifundista, los jefes paramilitares tienen intereses propios (ligados al narcotráfico y a la prolongación de la guerra civil) que los enfrenta al "proceso de paz" y los empuja a exigir su parte en el pastel de la negociación.
A todo ello se une que las FARC ya vivieron durante los años 80 (tras un cese de actividad temporal y el abandono definitivo de las armas por el M-19) la brutal guerra sucia que masacró a manos del ejército y los fascistas a miles de militantes de ambos grupos guerrilleros y de organizaciones políticas legales como la Unión Patriótica (frente impulsado por las propias FARC). Muchos dirigentes guerrilleros podrían poner en una balanza lo que tienen actualmente y lo que pueden ofrecerles el imperialismo y la burguesía en este contexto (así como la experiencia de otros "procesos de paz") y concluir que dejar las armas es demasiado arriesgado.
Una ruptura de las negociaciones provocaría una agudización del conflicto que podría acabar en guerra abierta. En esa situación sería posible que las FARC pudiesen llegar al poder aunque, desgraciadamente, el principal obstáculo a que esto ocurra es su falta de una política marxista consecuente, que limita su programa al marco del capitalismo y a la formación de un gobierno pluripartidista “auténticamente democrático” renunciando incluso a acometer en las zonas que controlan las medidas de colectivización y revolución agraria que cimentaron las victorias de otras guerrillas.
Con todo, el imperialismo USA ve este riesgo de triunfo guerrillero y por eso, al tiempo que ha apoyado -sin demasiada convicción- las negociaciones, está interviniendo cada vez más directamente en la zona (con dinero, armas, "asesores", presiones a los gobiernos vecinos para que se impliquen…) bajo el disfraz de la "cooperación en la lucha antidroga". Si la guerra se radicaliza, intervendrán aún más directamente. Ya ha habido filtraciones sobre planes para el envío de tropas y posibles ataques aéreos. Lo más probable es que, debido a los efectos radicalizadores que tendría en toda Latinoamérica, y al menos mientras puedan elegir, intenten basarse en el ejército colombiano con apoyo "logístico" de otros gobiernos "amigos" y del propio imperialismo, pero la dinámica de la guerra los puede empujar a un callejón sin salida y poner en jaque su control de todo el continente.
El volcán centroamericano
La transformación de grupos guerrilleros como la URNG guatemalteca o el FMLN salvadoreño en partidos políticos de masas ha tenido el efecto positivo de convertirlos en organizaciones que encuadran no sólo campesinos sino también a capas decisivas del movimiento estudiantil y de la clase obrera. En Nicaragua el Frente Sandinista dirige el principal sindicato, la Federación Nacional de Trabajadores (FNT), la federación estudiantil y el movimiento campesino. Desgraciadamente, la otra cara es que el grueso de dirigentes ha adoptado un programa reformista circunscrito en el mejor de los casos a la consolidación de la democracia, el aumento del gasto público y el desarrollo de un capitalismo nacional. En algún caso, aceptan incluso veladamente las privatizaciones y otras medidas similares.
Este giro a la derecha ha sido la causa principal de la derrota sandinista en las últimas elecciones o de la reciente debacle del FMLN en las elecciones salvadoreñas. La imagen moderada cultivada por Daniel Ortega o Facundo Guardado, sus guiños a los empresarios y la Iglesia, no aportaron ningún voto y desconcertaron y enfriaron a la base social obrera y campesina del sandinismo y del Frente Farabundo Martí. Pero esta situación no puede prolongarse mucho ya que choca con la realidad cotidiana que viven los jóvenes y trabajadores de cuyo apoyo se nutren estas organizaciones.
Como reacción a la orientación derechista, tanto en el sandinismo como en el FMLN o la URNG está desarrollándose un descontento por la izquierda que empieza a tomar forma en corrientes de oposición. El malestar social en todos estos países es enorme y se ha expresado ya en duras luchas estudiantiles y obreras, como las convocadas recientemente en Nicaragua, huelgas generales o en el apoyo electoral que llevó al FMLN a la alcaldía de San Salvador. Sólo la desorientación que siembran los dirigentes impide, por el momento, que se transforme en un movimiento revolucionario triunfante.
La enorme pobreza generada por la incapacidad del capitalismo en estos países, agravada aún mas por las secuelas del huracán Mitch, puede provocar como alertaba el gobierno dominicano una explosión social en cualquier momento. En esta república las multinacionales fruteras, tras la pérdida de la cosecha de este año, anunciaron el cierre inmediato de sus factorías y la eliminación de miles de puestos de trabajo; el resultado ha sido la convocatoria de una huelga general duramente reprimida. En USA varios políticos burgueses ya han exigido la repatriación de miles de inmigrantes centroamericanos llegados huyendo del Mitch y su estela de destrucción, algo que, de ejecutarse, significaría una bomba de relojería para las débiles economías de la zona.
Si el movimiento de masas de la clase obrera al frente de las capas populares oprimidas no transforma la sociedad, veremos en estos y otros países del continente más pronto que tarde un resurgir de la lucha de guerrillas. Los campesinos, y especialmente los indígenas, sometidos a una miseria atroz, no pueden seguir esperando y el grito de rabia de la guerra campesina no tardará en volver hacerse escuchar.
¿Nuevos regímenes de bonapartismo proletario?
En la situación de crisis extrema que hemos comentado, y sobre todo cuando la descomposición del capitalismo sea especialmente evidente, no se puede descartar que nuevos grupos guerrilleros que surjan (o incluso algunos de los que hoy parecen debilitados) llegasen al poder, aunque los obstáculos en contra son incluso superiores al pasado. Podría ocurrir también que determinados gobiernos reformistas o populistas, bajo la presión de la lucha de clases, puedan verse empujados mucho más allá de sus intenciones iniciales. En el pasado, guerrilleros de procedencia ideológica democrático-revolucionaria en Cuba o militares e intelectuales nacionalistas de sociedades asiáticas y africanas especialmente atrasadas y casi en descomposición (como Afganistán, Siria, Etiopía, Birmania…) evolucionaron hacia la adopción de un discurso socialista e, incluso, hasta el establecimiento de economías nacionalizadas y planificadas.
La existencia del referente mundial representado por los países estalinistas fue un factor determinante en esta evolución, pero no el único. Junto a ello tuvieron una incidencia decisiva la presión revolucionaria desde abajo de las masas y otros factores internos y externos ya comentados anteriormente: especialmente la incapacidad del capitalismo para desarrollar las fuerzas productivas y, vinculado a ello, el giro hacia la estatalización de la economía (crecimiento del sector público, gastos sociales, mayor intervencionismo) producido en todo el mundo entre finales de los años 40 y la crisis mundial del 73-74. La incapacidad de la economía de mercado para desarrollar estas sociedades y la evidencia de que incluso los países capitalistas más avanzados debían recurrir a elementos de intervención y planificación estatal mostraron el camino a estos regímenes revolucionarios. Los avances cosechados, frente a la ley de la jungla impuesta por las multinacionales, animaron a profundizar en las nacionalizaciones y romper definitivamente con el capitalismo.
Por eso, sin ser lo más probable a corto plazo, sigue habiendo posibilidades para el surgimiento de regímenes de economía planificada a partir del triunfo de movimientos guerrilleros e incluso de sectores nacional-populistas radicalizados. Esta posibilidad, indudablemente, se vería muy beneficiada por un giro hacia la economía planificada en la URSS, aunque no sólo en ese caso. Un giro hacia una mayor intervención estatal en un contexto de crisis económica y social aguda también podría favorecerlo.
Lo que está claro es que estos regímenes de economía planificada que no han surgido de la participación consciente y masiva de los trabajadores en la toma del poder, aunque suponen un paso adelante enorme que los marxistas apoyamos sin reservas contra cualquier ataque capitalista e imperialista, no pueden sustituir nunca a la revolución socialista dirigida por la clase obrera al frente de los campesinos y pobres urbanos. En todos los casos en que se han dado, al no existir consejos o comités (soviets) de trabajadores, campesinos y soldados -elegibles y revocables democráticamente, surgidos de un movimiento revolucionario de las masas-, la dirección estatal de la economía se ha organizado burocráticamente por parte del aparato militar guerrillero o los oficiales revolucionarios, en colaboración con técnicos e intelectuales. Este tipo de régimenes no son ni serán nunca auténticas democracias obreras.
En el pasado el resultado fue el establecimiento de Estados Obreros pero deformados burocráticamente a imagen de la URSS. Estos regímenes de bonapartismo proletario, por su propia naturaleza, acaban entrando inevitablemente en crisis ya que una sociedad genuinamente socialista sólo se puede construir con la extensión mundial de la revolución (especialmente a los países con economías más avanzadas) y mediante el control y la planificación democrática de la economía, que exige la participación de las masas en la toma de las decisiones. Cualquier intento de hacerlo de otro modo acaba conduciendo, antes o después, al colapso económico y el desencanto social.
Una alternativa marxista para Latinoamérica
En toda Latinoamérica, la contradicción entre el impulso de lucha que emerge de las fábricas y barrios y las vacilaciones de las direcciones políticas y sindicales del movimiento obrero no puede prolongarse indefinidamente. El rasgo más importante de la situación es que el péndulo ha empezado a desplazarse hacia la izquierda y el proletariado, a pesar de la enorme precarización de los últimos años, está recuperando la iniciativa. Un ejemplo: como resultado del ajuste, el 61,2 % de los obreros argentinos o está desocupado (20,1% de la población activa) o trabaja en la economía sumergida (22, 1%) o se encuentra subempleado. Esta desestructuración tiene el efecto a corto plazo de atomizar y desorganizra a la clase pero no puede evitar su lucha masiva. Tras un tiempo, la niebla inicial de confusión y frustración se disipa y el brutal ajuste aplicado empuja inevitablemente a los trabajadores a movilizaciones masivas y muy radicales. En ultima instancia lo que da conciencia revolucionaria a los trabajadores de sus tareas son sus condiciones materiales de existencia.
Las luchas de Cutral-Có en Ar-gentina, son un buen ejemplo de cómo parados, pobres urbanos y jóvenes están siendo empujados a abandonar la postración a que condena el paro y echarse a la calle en las puebladas (auténticas intifadas a nivel de barrio, pueblo o comarca). Con pasos adelante y atrás, esta tendencia va a ir creciendo en el futuro. Si en 1996 el grito de rabia de Cutral-Có era una excepción que anunciaba tiempos futuros, al año siguiente cuando volvieron a ocupar las calles ya no estaban sólos: otros muchos pueblos, otros jornaleros, parados, trabajadores y estudiantes tomaban las calles. Los estudiantes universitarios se movilizaban por la educación pública, los maestros protagonizaban una lucha ejemplar y otros sectores comenzaban a seguir su ejemplo. En los dos o tres últimos años hemos visto huelgas generales y durísimas luchas sectoriales en Argentina, Ecuador, Venezuela, Uru-guay, Perú, México, Brasil, Colom-bia, Nicaragua…
Los jóvenes, trabajadores y campesinos no pueden soportar indefinidamente la miseria y opresión y se han puesto en marcha. En muchos casos no tienen todavía claro lo que quieren: por qué programa luchar, qué táctica seguir; pero sí tienen muy claro lo que no quieren. Esto es natural, máxime viniendo de un período marcado por la falta de alternativas y la desorientación. Las masas sólo aprenden a través de la experiencia. Precisamente la tarea de las organizaciones debe ser la de, partiendo de esa experiencia, ofrecer alternativas que eleven el nivel de conciencia y conduzcan al movimiento obrero a la victoria.
Este proceso desembocará antes o después en la cristalización de una vanguardia (formada por los sectores de jóvenes, trabajadores y campesinos más combativos y conscientes) que irá viendo que junto a la lucha en la calle es necesaria una batalla ideológica por dotar a las organizaciones sindicales y políticas del continente de un programa socialista.
La oposición al giro de Ortega hacia los empresarios en el último congreso sandinista encabezada por varios dirigentes históricos es un síntoma de que algo se mueve. Estos sectores están lejos de haber sacado todas las conclusiones de las derrotas sandinistas y de luchar por un programa socialista pero reflejan la búsqueda de propuestas programáticas más a la izquierda. En Uruguay, la última convención del Frente Amplio (coalición de 22 organizaciones de izquierdas que amenaza la hegemonía política de los dos partidos burgueses), según informaba el periódico Resu-men Latinoamericano, ha visto un crecimiento importante del ala izquierdista: la llamada Corriente de Izquierdas tuvo 5.000 votos y los Tupamaros y otros sectores también subieron.
Sin embargo, los sectores más a la izquierda de las diferentes organizaciones obreras y populares del continente sólo podrán hacer frente con éxito a las presiones burguesas y a la derechización de los dirigentes reformistas con análisis y alternativas genuinamente marxistas.
Como defienden los marxistas mexicanos del PRD, agrupados en torno al periódico Militante, es imprescindible dotarse de una política de independencia de clase (rechazando cualquier pacto o ilusión en sectores de la burguesía) y un programa socialista que una la lucha por las reivindicaciones democráticas, como la reforma agraria, con medidas socialistas que nacionalicen las principales palancas económicas (la tierra, los bancos, las principales industrias y los monopolios multinacionales) poniéndolas bajo el control democrático de los trabajadores y los sectores oprimidos de la socieadad. Este es el único programa que puede ilusionar y unir en la lucha a obreros y campesinos y mejorar sus vidas acabando con la barbarie capitalista y el dominio imperialista.
El surgimiento de movimientos campesinos de masas que combinan métodos tradicionales del movimiento obrero como las asambleas o las manifestaciones masivas con la ocupación de tierras o la desobediencia civil, y en los que predomina una orientación izquierdista y transformadora (el principal ejemplo es el MST brasileño pero podemos encontrar movimientos parecidos en Ecuador, Paraguay o México), además de otro síntoma de la nueva etapa que se ha abierto en la lucha de clases, es una confirmación de que esto es posible. La existencia de un movimiento campesino dirigido por la izquierda e influido por los métodos clásicos del proletariado representa una ventaja cualitativa, respecto a otros momentos históricos, para la clase obrera en su lucha contra la burguesía y el imperialismo y facilita la tarea de atraer a los campesinos a la pelea por un cambio revolucionario de sociedad.
Pero el factor decisivo para el éxito de la revolución latinoamericana sigue siendo la poderosa clase obrera y su dirección. La revolución sólo triunfará si existe una organización revolucionaria, forjada durante años en las ideas, métodos y táctica marxistas a través del debate y la intervención en la lucha de clases, que gane a la mayoría del movimiento obrero. Una organización arraigada firmemente en los partidos y sindicatos de clase y, que con la bandera de Marx, Engels, Lenin y Trotsky, agrupe por encima de cualquier división nacional, racial o cultural a los jóvenes, trabajadores y campesinos que luchan por la transformación socialista de la sociedad en América Latina y en todo el mundo.