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La crisis de la economía capitalista ha destapado la Caja de Pandora en la lucha entablada entre las principales potencias por los mercados mundiales aumentando exponencialmente las tensiones interimperialistas. Una muestra tangible de ello es la tendencia irresistible hacia el proteccionismo económico, en forma de devaluaciones competitivas, que se manifiesta con fuerza al calor de la escalada recesiva: “Japón, Suiza, Estados Unidos, Corea del Sur, Reino Unido y Brasil han aplicado recientemente medidas —con intervenciones directas o de forma más sibilina— que ponen de manifiesto que esos países ven las monedas como una forma menos dolorosa de resolver sus problemas económicos. El dólar, por ejemplo, se ha infravalorado más de un 15% con respecto al euro desde junio del 2010, especialmente después de que la Reserva Federal —el banco central norteamericano— avanzara nuevas medidas extraordinarias. La rebaja de tipos combinada con nuevos fondos para comprar deuda pública en Japón para detener la escalada del yuan han desatado definitivamente las hostilidades”. “¡Es la guerra! La pugna entre países por mantener baja la cotización de sus divisas amenaza con retrasar la recuperación de la economía mundial”.  Este era el titular de portada del especial Negocios del diario El País del domingo diez de octubre del 2010.


Cambios de fondo en las relaciones internacionales

 

La clase dominante que dijo haber aprendido de manera definitiva las lecciones del crack de 1929 y que no cometería los mismos errores se está comportando de una manera similar a como lo hizo entonces, protegiendo cada cual su economía y su mercado interno a través de diferentes formas de proteccionismo. Las tremendas medidas de estímulo económico y ayudas a la banca y las grandes empresas que han consumido en apenas unos años la cuarta parte del PIB mundial, han resultado insuficientes para frenar la crisis de sobreproducción. Ha bastado la amenaza de una nueva marea recesiva para que se haya instalado en la economía capitalista el lema “sálvese el que pueda”: “Todos contra todos. Ricos contra pobres. EEUU y la UE elevan sus presiones sobre China. Pobres contra ricos: China no se da por aludida y el resto de emergentes elevan la escala de su intervención a pesar de las amenazas. Ricos contra ricos: Alemania se queja de que EEUU sigue inundando de liquidez su economía y acaba haciendo lo mismo que tanto critica, devaluar. Y pobres contra pobres: los países emergentes, asiáticos y latinoamericanos se ven obligados a competir en los mercados para ir más allá en ese carrera por devaluar, por ganar de esa manera, fuertes dosis de competitividad, por imponer controles de capital . Hasta ahora se trata de escarceos, apenas de las primeras hostilidades...” (Ibíd., pag. 5. Claudi Pérez). En esta pugna de todos contra todos, los auténticos pesos pesados, EEUU, Japón, Alemania o China, luchan de una forma cada vez más descarnada por hacer prevalecer sus intereses al resto. El fracaso de las cumbres del G-20 son una expresión de ello.
La crisis orgánica del capitalismo se está revelando claramente en el relativo declive de las grandes potencias. En este sentido es patente la pérdida de influencia y peso de  la Unión Europea en la medida que el centro mundial lleva desplazándose hacia el Pacífico desde hace décadas y cuyos países más fuertes que conforman el eje decisivo y dominante, Alemania principalmente y Francia a la zaga, tratan de mantener su influencia en el escenario mundial rodeándose del resto de países que hoy conforman la UE de los 27. La Unión de 27 estados muestra el intento de superar esta debilidad, no su fortaleza. Por otro lado, la desintegración del estalinismo ha balcanizado Europa todavía más, configurando uno de los escenarios del planeta donde se expresan de manera más acusada las tensiones entre las potencias. La lucha por los recursos naturales del Cáucaso, la guerra y división  de Yugoslavia, las tensiones en Georgia, en Chechenia, son elocuentes. Asistimos igualmente al ocaso lento y convulso del imperialismo americano que, liderando al mundo capitalista en todos los terrenos, está acumulando ingentes desequilibrios que ponen en riesgo su posición hegemónica. La pérdida de las guerras de Iraq y Afganistán, sus dificultades en Oriente Medio —una zona estratégica de primer orden—, la creciente pugna por los mercados mundiales con China y Alemania, la revolución desatada en Latinoamérica, han puesto a prueba las debilidades actuales del imperialismo estadounidense. Igualmente vemos el declive de Japón con un estancamiento económico que se prolonga por más de dos décadas.  
Lo que algunos ven como la configuración de un mundo multipolar “más equilibrado” con la formación de nuevos bloques de poder como el conformado por China, Rusia, India y Brasil (BRIC) no es sino el reflejo de la crisis, la decadencia del capitalismo y la agudización de los antagonismos nacionales, sociales y bélicos en el mundo. Las grandes potencias van a luchar con determinación por su puesto en el escenario mundial y eso va a ser una fuente creciente de conflictos, tensiones y ruptura de todos los equilibrios internacionales. El aumento de la carrera armamentística, hasta alcanzar los niveles más álgidos de la guerra fría, dan fe de ello. Los gastos globales de defensa en 2009 fueron de 1 billón 563.000 millones de dólares en comparación con el billón 50.000 millones del año 2000, es un aumento cercano al 50%. Por primera vez esa cifra ha sobrepasado el billón 550.000 millones de dólares que gastó todo el mundo en plena Guerra Fría, en 1988, cuando los ejércitos regulares de docenas de países se integraban en los campos de la URSS o de EEUU.
La lista de enfrentamientos es larga y se ampliará en el próximo periodo. El imperialismo americano ha lanzado una fuerte campaña de presión contra China para que revalúe el yuan, en un intento de tener las manos libres en las zonas donde sus intereses chocan. El antagonismo entre EEUU y China es una muestra de este nuevo escenario, pero no es la única. Entre Europa y EEUU, los viejos aliados, las escaramuzas han sido visibles en las últimas reuniones del G20 sobre decisiones estratégicas en materia económica, las tensiones provocadas por la guerra de Iraq (donde salvando a Gran Bretaña, los europeos no jugaron ningún papel), o más recientemente a causa de la guerra de Afganistán: las exigencias de más tropas europeas de la OTAN por parte estadounidense han chocado con la situación política que viven Alemania o Francia. Oriente Medio es otro foco de enfrentamiento, igual que el mercado del petróleo o la política de cambios de divisas internacionales. La depreciación del dólar y los ataques especulativos contra el euro, son una confirmación de que las contradicciones interimperialistas aumentarán considerablemente en el próximo periodo, provocando más inestabilidad mundial.
Estados Unidos, como potencia capitalista más desarrollada, refleja el declive general del modo de producción capitalista. A lo largo de la historia hemos visto como el mantenimiento de un imperio y sus exigencias (auge del militarismo y gastos derivados del mismo, excesivo endeudamiento) conducía a la crisis y eclipse del mismo. Existen varios ejemplos. El apogeo de la influencia y poder militar del imperio español en los siglos XVI y XVII (guerra contra Inglaterra, Flandes,…) coincidió con sucesivas bancarrotas del estado y marcó el definitivo declive del feudalismo español. Ello condujo a desajuste fiscal, déficit, inflación, y una lenta decadencia bizantina durante tres siglos, que a su vez lastró el desarrollo industrial y colocó a la otrora potencia mundial en una posición de subordinación frente a Inglaterra o Francia.


Las relaciones interimperialistas tras la segunda guerra mundial

 

Tras la segunda guerra mundial, el fortalecimiento del estalinismo y el ascenso de los movimientos revolucionarios en los países coloniales, obligó a los diferentes poderes imperialistas a subordinar sus intereses al gigante norteamericano, baluarte de la reacción mundial. Los imperialistas tuvieron que disciplinarse y coordinarse política, económica y militarmente para evitar que continentes enteros cayeran en manos del estalinismo. Esta situación marcó las relaciones internacionales. Dos potencias, EEUU y la URSS, se equilibraron entre sí durante décadas. De esa correlación de fuerzas surgieron instituciones internacionales (OTAN, ONU, UE…) que ahora, ante el cambio provocado por la gran recesión mundial, están en crisis.
Con una política bolchevique por parte de la URSS, el capitalismo hubiera tenido sus días contados. Pero la burocracia estalinista buscaba mantener el status quo para asegurar sus privilegios y decidió repartirse durante décadas el mundo con el imperialismo norteamericano. Los estalinistas (coaligados con la socialdemocracia) no querían la revolución socialista pero, reiteradamente, la acción de las masas desbarataba sus planes y en muchas ocasiones les obligaba a ponerse al frente del movimiento. Donde las circunstancias les eran propicias, los estalinistas no dudaban en sabotear la lucha llevándola a la derrota. Cuando las condiciones eran adversas porque el impulso revolucionario ya había llegado demasiado lejos, la burocracia estalinista presionaba para que no se estableciese un Estado obrero sano, sino un régimen de bonapartismo proletario a su imagen y semejanza. Ese fue el caso de la revolución en el mundo colonial (China, Cuba, Mozambique, Angola…).y el modo en que se manifestó la teoría de la revolución permanente, como analizó en profundidad el marxista británico Ted Grant siguiendo los planteamientos elaborados por León Trotsky.
La existencia de la URSS, y sobre todo, la presión de las masas buscando una vía hacia la revolución socialista, con una situación objetiva enormemente favorable, distorsionaron las relaciones interimperialistas. Aunque la lucha imperialista por los mercados mundiales se ha mantenido ininterrumpidamente, la amenaza del estalinismo y el ascenso revolucionario en el mundo colonial produjo una mayor coordinación de las políticas para impulsar el comercio mundial entre las tres grandes potencias capitalistas (EEUU, Alemania y Japón) comandadas por EEUU. Como subproducto, la burguesía europea que había vivido con pavor el estallido de la revolución socialista en los años de posguerra, una revolución que sólo pudo ser derrotada gracias a la política de colaboración de los Partidos Comunistas (Francia, Italia, Grecia…), también emprendió el camino de las reformas. La creación del llamado estado del bienestar, aprovechándose del auge de posguerra, perseguía contrarrestar la amenaza de la URSS y el peligro de revolución. Ese proceso dio lugar a la formación de la CEE y posteriormente de la UE, cuyos pasos más decisivos se produjeron a finales de los años ochenta, tras el colapso de la URSS, y la fuerte competencia del bloque americano (impulsado por el imperialismo estadounidense con los Tratados de Libre Comercio), y el bloque asiático, liderado por Japón y China.
La caída estrepitosa del estalinismo rompió el equilibrio de 40 años, dejando a EEUU como única superpotencia. La clase dominante norteamericana se emborrachó de éxito, creyendo que su poder era irresistible. Intervinieron en los Balcanes, Afganistán, Iraq, Somalia,…Las guerras de Iraq y Afganistán fueron consecuencia de esa sobreestimación de su poder por parte del imperialismo norteamericano. En otra época, intervenir militarmente en Oriente Medio hubiera provocado un enfrentamiento con la Unión Soviética. De hecho cuando intentaron ir demasiado lejos en el patio trasero de Rusia provocaron la guerra en Georgia, invadida por las tropas rusas para frenar la penetración estadounidense en el Cáucaso, históricamente su área de influencia. Moscú dijo basta, aplastando en pocos días al ejército georgiano armado por la OTAN.
El declive económico estadounidense, como vimos históricamente con otras potencias, viene acompañado de un auge de su militarismo y agresividad. Sin duda, asistiremos a una larga época de decadencia del imperialismo norteamericano. Lo que no podrán resolver mediante su potencia económica intentarán resolverlo con su potencia militar, creando nuevos y más profundos desequilibrios. Obama, pese a la demagogia que muestra convocando foros internacionales para el desarme nuclear, aprobó este año el presupuesto militar más grande de la historia estadounidense. No se preparan para un futuro de paz, sino de guerras.
Volvemos a una época más “tradicional” del imperialismo. Un periodo donde diferentes potencias luchan por el mercado mundial a través de guerras regionales, en las que pequeñas naciones son manejadas como marionetas de los intereses imperialistas. Una época que estará caracterizada también por la lucha entre las viejas potencias imperialistas en decadencia, que tratarán por todos los medios de mantener su posición dominante, contra las potencias capitalistas emergentes que buscan más presencia en el mercado mundial. Bandidos grandes y pequeños poniéndose de acuerdo para saquear el mundo y al mismo tiempo luchando entre sí por repartírselo nuevamente, tal como planteaba Lenin en su trabajo El Imperialismo fase superior del capitalismo.
Este nuevo intento de redistribuirse el mundo en esferas de influencia se da, como hemos explicado, en una época de declive general del sistema. Las contradicciones imperialistas antes de la primera guerra mundial, el choque entre el desarrollo de las fuerzas productivas y la camisa de fuerza del estado nacional y la propiedad privada de los medios de producción, estallaron brutalmente en la guerra imperialista. Hoy es imposible un enfrentamiento directo entre las grandes potencias, pero sí a través de terceros. El mundo multipolar del que hablan los reformistas no es sino la expresión del auge de nuevas potencias imperialistas igual de depredadoras que Estados Unidos. Es en este contexto cuando las disputas entre China, como una nueva potencia imperialista en desarrollo, y los EEUU adquieren su auténtico relieve. Pero las contradicciones se extienden a más países. China está frenando las condenas impulsadas por EEUU en el consejo de seguridad de la ONU contra Irán. Irán entra en contradicción con el imperialismo estadounidense por sus intereses como potencia regional pero al tiempo colabora con éste para repartirse el control de Iraq. Brasil se opone a la política del imperialismo norteamericano en Honduras, las bases estadounidenses en Colombia o a la intervención norteamericana en Haití, no por amor a la independencia nacional o la unidad latinoamericana, sino porque tiene sus propios objetivos hegemónicos en el continente. Rusia se opone frontalmente a las maniobras militaristas de los EEUU en su frontera occidental…
No obstante hay que ser cuidadosos a la hora de abordar esta discusión. Es un error afirmar, como se hace en determinados análisis, que la supremacía política y económica estadounidense está amenazada a corto plazo. Ciertamente, EEUU ha pasado de primer acreedor mundial a primer deudor, lo que refleja su decadencia, pero sigue conservando un músculo económico y militar que ninguna otra potencia puede, por el momento, desafiar frontalmente. Lo que resulta evidente es que la situación objetiva del imperialismo estadounidense es radicalmente diferente a la de hace sesenta años. En 1945 salía victorioso de una guerra devastadora controlando el 60% de la producción industrial mundial, un 32,4% del comercio mundial, más del 80% de las reservas de oro y con una perspectiva de desarrollo extraordinario de sus fuerzas productivas. Hoy el escenario es de depresión y declive.


El caso de wikileaks y las contradicciones en el interior de la clase dominante norteamericana

 

Las revelaciones de wikileaks, aunque parciales y sesgadas, han puesto al descubierto una parte importante de las maniobras del imperialismo norteamericano, así como la podredumbre general, la corrupción y la doble moral de la política burguesa en todo el mundo. La primera revelación en octubre de 2010 destapó la olla podrida de la guerra de Iraq, donde documentos oficiales mostraban los datos de la masacre imperialista y desvelaban las atrocidades cometidas por las tropas norteamericanas. Las segundas revelaciones en noviembre, desvelaban parte del entramado diplomático norteamericano. Difícil es creer que el tamaño de estas revelaciones sea consecuencia de que un soldado aislado (Manning) destinado en Iraq y contrariado con la guerra y sus mandos, se confabulara con otro individuo (Assange), hakeara computadoras y obtuviera tal tamaño de información que compromete públicamente la política del gobierno norteamericano. Esto parece más un cuento para consumo de inocentes, papilla del agrado de la opinión pública burguesa y pequeño burguesa, incluidos ciertos sectores de la izquierda.
¿A quién benefician estas revelaciones? La primera revelación de octubre de 2010 golpea directamente al Pentágono y al partido de la guerra en EEUU mientras que las segundas lo hacen a la diplomacia norteamericana, al intento de un sector de la burguesía norteamericana de recomponer el equilibrio diplomático de la época anterior.  El carácter de estas revelaciones refleja más que un triunfo de la libertad de expresión, la lucha soterrada de estos dos sectores que utilizan estos documentos como arma interna. Esta lucha expresa las divisiones internas de la burguesía norteamericana sobre cómo mantener su dominio sobre el mundo y cómo resolver la profunda crisis del capitalismo norteamericano. Los cables de Wikileaks son un barómetro de la crisis de la clase dominante norteamericana, enfrentada a un futuro que no esperaba. Como numerosos informes señalan, Obama y el departamento de Estado no controlan buena parte de los servicios secretos heredados de Bush que siguen bajo la tutela de sus antiguos amos. Estos últimos  apuestan, en América Latina, Asia u Oriente Medio por el uso abierto y creciente del poderío militar norteamericano para mantenerse como potencia dominante. Esa división de la clase dominante se puso de manifiesto claramente durante el golpe de estado en Honduras, donde el departamento de Estado y la embajada no tenían idea de lo que el Pentágono y la CIA estaban organizando junto al ejército hondureño —controlado y adiestrado por estos últimos— en sus preparativos para el derrocamiento de Zelaya.
No es la primera vez que secretos de Estado se hacen públicos y se utilizan como arma política interna en los Estados Unidos. El caso Watergate es el ejemplo más claro. La clase dominante publicitó parte de su corruptela interna para deshacerse de un personaje que, como Nixon, había escapado a su control. Los republicanos, que ya han ganado la mayoría en el Congreso de EEUU, ganarán de nuevo la presidencia e intentarán volver a los tiempos de Reagan con una política exterior agresiva. Las declaraciones en la prensa en junio de 2010 del General McChrystal comandante en jefe en Afganistan, con sus críticas y su público desprecio a Obama y Biden reflejan lo que piensa buena parte del sector más derechista del imperialismo. Estas divisiones en la clase dominante norteamericana, mientras el movimiento obrero no entre en la escena política, jugarán cada vez un papel más importante en la política tanto interna como externa de los Estados Unidos y por tanto en las relaciones internacionales.


El eje del mundo se desplaza hacia el Pacífico

 

Tal como planteó Trotsky en los años treinta del siglo pasado, el eje del mundo se está desplazando del Atlántico al Pacífico. Recientemente China superó a Alemania como primer exportador mundial. Pero la película no ha terminado: la burguesía norteamericana y las burguesías europeas pelearán con todos los medios para impedir que China les arrebate su supremacía económica. La naciente burguesía china, que se funde con la burocracia, necesita para desarrollarse del mercado mundial. Las crecientes inversiones chinas en África, Asia y Latinoamérica son muestra de esto.
La escalada entre China y EEUU se ha recrudecido, aunque ambos son económicamente interdependientes (buena parte de la deuda norteamericana está en manos chinas). La guerra de aranceles para productos como el pollo, neumáticos, tubos para la industria petrolera, acero, etc.; muestra en potencia la guerra comercial soterrada que se está librando entre ambos. Las provocaciones estadounidenses vendiendo armas a Taiwán y recibiendo con honores de jefe de Estado al Dalai Lama son una advertencia a los chinos de que la burguesía norteamericana no aceptará que se cuestione su papel dominante. Pero estas manifestaciones son sólo la punta del iceberg.
El  recrudecimiento del conflicto en la península de Corea es parte importante de la lucha entre EEUU y China. Corea del Norte es un país que depende económicamente de China, sin cuyo apoyo no se podría mantener dos días. El 90 por ciento de la energía y el 40 por ciento de los alimentos que consume el país provienen del gigante asiático. China está utilizando el régimen estalinista de Pyongyang para  mantener en jaque a los imperialistas norteamericanos en el mar de China, y frenar las maniobras en su contra. Este es el sentido de los recientes enfrentamientos entre las dos Coreas. Por encima de la propaganda de la diplomacica, con la que los norteamericanos llaman cínicamente a China a “mediar” en los enfrentamientos, ambos utilizan el conflicto coreano para sus intereses particulares en la zona. La burguesía china advierte que si los norteamericanos continúan con su política en la zona utilizarán a Corea del norte para golpear a uno de los principales aliados estadounidenses, Corea del Sur, y crearles problemas, si fuera necesario, incluso con una guerra. En cualquier caso, esta escalada del enfrentamiento chino-estadounidense, con el recrudecimiento del conflicto coreano como telón de fondo, confirma los cambios decisivos que se están produciendo en las relaciones internacionales. Estamos ante una lucha prolongada por el dominio de sectores estratégicos del mercado mundial que tendrá consecuencias políticas de primer orden. Confirma también la idea de que un enfrentamiento militar directo entre potencias imperialistas está descartado de momento, pero la posibilidad de guerras a través de terceros países como marionetas de las grandes potencias, está cada vez más a la orden del día.


La ruptura del equilibrio capitalista y sus consecuencias sociales, políticas y diplomáticas

 

“El equilibrio capitalista es un fenómeno complicado, el régimen capitalista construye ese equilibrio, lo rompe, lo reconstruye y lo rompe otra vez, ensanchando de paso, los límites de su dominio. En la esfera económica, las crisis y las recuperaciones de la actividad constituyen las rupturas y restablecimientos del equilibrio. En el dominio de las relaciones entre las clases, la ruptura del equilibrio consiste en huelgas, cierres patronales, en la lucha revolucionaria. En el dominio de las relaciones entre estados, la ruptura del equilibrio generalmente es la guerra, o bien, más solapadamente, la guerra de tarifas aduaneras, la guerra o bloqueo económico. El capitalismo tiene, pues un equilibrio inestable que, de vez en cuando, se rompe y se compone. Al mismo tiempo, semejante equilibrio tiene una gran fuerza de resistencia, la mejor prueba de ello es que aún existe el mundo capitalista”
León Trotsky

 

La política es la expresión concentrada de la economía. La ruptura de todo tipo de equilibrios en el terreno de la economía mundial y la acción consciente de la burguesía por restablecerlos nuevamente, provoca la ruptura de equilibrios en el terreno social, en el político, diplomático, militar, en la cuestión nacional. De esta manera, el conjunto de las relaciones internacionales se ven sometidas a una creciente inestabilidad donde los distintos factores interactúan unos con otros.  La economía no lo es todo, los conflictos sociales, las guerras, incluso las catástrofes naturales influyen en la economía; sin embargo es necesario analizar lo más detenidamente posible los cambios que se producen en la economía para entender sus consecuencias en las mutaciones que tienen lugar en las relaciones internacionales.
La crisis orgánica del capitalismo es una crisis de sobreproducción de mercancías, de capitales y de mano de obra excedente, de paro orgánico. La caída de la tasa de ganancia producto del incremento de la composición orgánica del capital fue compensada en el periodo anterior, entre otros factores, a través del aumento de la explotación del trabajo, esto es, de la plusvalía absoluta y relativa extraída de clase obrera. Con la caída del estalinismo se incorporaron grandes territorios al mercado mundial e igualmente creció la competencia entre los obreros al doblarse prácticamente la mano de obra disponible, mediante fenómenos como la deslocalización o la amenaza de deslocalización que fue utilizada para presionar a la baja los salarios y las condiciones de vida de la clase trabajadora en los países más avanzados del mundo. Los impresionantes excedentes obtenidos por la burguesía en países centrales del capitalismo durante el periodo de boom, que no se han reinvertido en el aparato productivo debido a la saturación de los distintos mercados, ha ido hinchando la bolsa del capital especulativo.  
Parte de dicho capital es capital ficticio que ha sido inyectado durante décadas por las políticas monetarias de diferentes estados, principalmente del imperialismo americano a través de la inyección de dólares sin respaldo real. EEUU tras la segunda guerra mundial poseía las 2/3 partes del oro del mundo imponiendo el cambio del patrón oro por el patrón dólar. La tremenda cantidad de dólares emitidos sin control provocaron que el dólar abandonase la conversión en oro por 35 dólares la onza en los años 70. A pesar de ello, desde entonces el dólar continúa siendo la moneda indiscutida en los intercambios comerciales y financieros otorgando un arma poderosísima al imperialismo americano en sus relaciones con el resto de países. La creación del Euro trató de ofrecer una alternativa al dólar, y supuso un auténtico reto hacia los Estados Unidos de las potencias imperialistas europeas y un intento de frenar su progresiva pérdida de influencia intentando luchar de igual a igual en el mercado mundial, pero Europa no es un Estado, carece de una política única, su fragmentación en distintos estados nacionales es una desventaja objetiva y particularmente en época de crisis aguda. El imperialismo alemán ha sacado la conclusión de que la actual crisis es una oportunidad histórica para emerger públicamente como la única potencia capaz de nuclear a Europa debilitando y sometiendo al resto de países de la Unión en su propio beneficio. Fuera o dentro de la UE, los distintos gobiernos se enfrentan a un escenario como el que vivió latinoamérica durante los años 80 y 90 con la crisis de la deuda y los recortes promovidos por el FMI. Este es un escenario de pesadilla para Francia en primer lugar y también para los países del sur de Europa.
Los ataques especulativos al euro son consecuencia del intento de preservar el poder de la clase dominante norteamericana  mediante la enorme ventaja de la primacía del dólar. China, Rusia y otras potencias que han invertido en dólares parte de sus recursos y que están siendo por tanto perjudicados por la utilización irresponsable del dólar por parte de la Reserva Federal, han llegado a plantear la creación de una nueva moneda para las transacciones internacionales. Sin el concurso de la burguesía americana no es factible que esto ocurra. Boicotearán cualquier intento como de hecho está ocurriendo con el euro. Otros países como Alemania, que sufrieron la hiperinflacción en el período de entreguerras temen que en algún momento estalle una espiral inflaccionaria incontrolable que dé al traste con el ya muy vapuleado y precario equilibrio financiero internacional.  Si mirar atrás no ofrece ninguna solución, el futuro tal y como se está desarrollando bajo el capitalismo es igualmente desolador.
Como consecuencia de una distribución de la riqueza cada vez más desigual se han creado las bases materiales para una polarización creciente entre las clases. El auge de la lucha de masas se está dando con más fuerza que en ninguna otra parte del mundo en América Latina, con Venezuela al frente. Las explosiones sociales en todo el continente, desde Argentina hasta México, ilustran los procesos que, con sus particularidades, veremos en otras áreas y regiones enteras del globo como Europa, Asia, etc. A su vez la lucha de clases, las guerras y las revoluciones provocan cambios bruscos, profundos y duraderos en las relaciones internacionales. La revolución rusa influyó en éstas a lo largo de todo el siglo XX de forma decisiva. Igualmente la revolución venezolana y las guerras de Iraq y Afganistán  están provocando importantes cambios a escala mundial en cuanto a las relaciones entre las distintas potencias se refiere.
La agudización de la lucha de clases y el aumento de la inestabilidad política, social y económica en cada país, conlleva que cada burguesía nacional tienda a resolver sus contradicciones internas en el exterior por diversos medios. Factores que en la época anterior sirvieron para impulsar la economía mundial han desaparecido o se han trasformado en su contrario. Por ejemplo los flujos de inversión de capital hacia el tercer mundo que fueron un factor de crecimiento económico ahora también se han reducido: de 850.000 millones de euros en 2007, pasaron a 505.000 millones de euros en 2008 y 200.000 millones de euros en 2009. No hay precedente de una caída similar. Pero el drama no acaba aquí: las remesas de dinero de los trabajadores del Tercer Mundo en los países “ricos” van por el mismo camino: han caído un 15% a mediados de 2009, lo que supone 6.000 millones de euros provinentes de Europa, 30.000 millones de euros de los EEUU y 7.000 millones de euros del resto del mundo.
América Latina había recuperado en 2005 los niveles de pobreza de 1980 (¡triste logro!). Ahora, la zona ha perdido 4 millones de puestos de trabajo tan sólo en 2009. El presidente del Banco Mundial señalaba que, en 2009, las cifras de pobres a escala mundial se habían incrementado en 46 millones de personas, a sumar a los 138 millones de pobres más que aumentaron en 2008. Otros 100 millones de personas marchan hacia la pobreza, según datos de la ONU y del Banco Mundial, a sumar a los 1.500 millones de personas por debajo de la línea de pobreza en la actualidad. El número de desnutridos es de casi 1.000 millones de personas, un 15% de la población del planeta.
Pero la ruptura del equilibrio también se expresa en otros planos. La burguesía estableció el Estado nacional burgués acabando con el particularismo feudal lo cual fue extraordinariamente progresista para el desarrollo de las fuerzas productivas. En la actualidad sin embargo, el Estado nacional es un obstáculo objetivo para el avance de las fuerzas productivas, una camisa de fuerza que impide su desarrollo armónico y exige la destrucción de una parte de las mismas en épocas de crisis. De la misma manera que las fronteras nacionales se han transformado en una rémora reaccionaria, las instituciones supranacionales creadas por el imperialismo están agrietándose martilleadas por los acontecimientos. No es ninguna casualidad que todas las instituciones establecidas por la burguesía tras la Segunda Guerra Mundial estén ahora en crisis o siendo sometidas a profundos cambios en su configuración: la OTAN, la ONU, el GAT, el G-20... La crisis de la  ONU es hoy particularmente evidente. La socialdemocracia aspiraba a presentarla como el gobierno mundial que velaría por el bienestar de los distintos pueblos mediando en los conflictos y resolviéndolos mediante la aplicación de un derecho internacional global inexistente. Pero la realidad se ha encargado de arruinar estas vanas ilusiones. La ONU se ha mostrado impotente a la hora de resolver ningún conflicto de envergadura, y en la práctica ha actuado como ariete de los planes intervencionistas del imperialismo norteamericano, como la guerra de Iraq y Afganistán han demostrado en los últimos años, introduciendo una mayor inestabilidad y nuevos conflictos en las relaciones internacionales.


Afganistán, trampa para el imperialismo

 

Tras siete años de ocupación militar, el imperialismo norteamericano ha sido incapaz de crear un gobierno estable en Afganistán que sirva a sus intereses y objetivos. En 2009 y 2010 hubo más ataques y muertos de tropas invasoras que en todos los años anteriores. Karzai sólo gobierna Kabul escoltado por su guardia pretoriana de soldados y mercenarios imperialistas; en Kandahar, segunda ciudad del país, el poder está en la práctica bajo control talibán. Estos años de ocupación han supuesto una sangría económica para el imperialismo norteamericano. La guerra en Iraq y Afganistán ha costado a EEUU tres billones de dólares y mantener un soldado en la zona anualmente cuesta cerca de un millón de dólares.
Las divisiones en el seno de la clase dominante norteamericana respecto a cómo mantener el dominio imperialista se han manifestado con fuerza durante la guerra de Afganistán. La destitución del comandante en jefe de las fuerzas de la OTAN Stanley McChrystal, cuando expresó públicamente sus desavenencias con la administración Obama al mismo tiempo que las diferencias entre el Pentágono y el Departamento de Estado respecto al futuro de Karzai, revelan que los imperialistas no saben cómo salir del atolladero de Afganistán. Por si fuera poco, la intervención ha tenido el efecto de desestabilizar Pakistán, trasladando la guerra afgana a las regiones fronterizas y agudizando los conflictos étnicos y religiosos en toda la región.
Afganistán ocupa una región montañosa donde todas las potencias, desde Gran Bretaña hasta la burocracia estalinista de la URSS, fracasaron en sus intentos de someter al país militarmente. Lo más probable es que los ejércitos imperialistas de Obama sigan el mismo camino que sus antecesores. Están manteniendo parte del país controlado pero a un enorme costo y con una gran inestabilidad. La receta imperialista para Afganistán es más tropas, guerra y sufrimiento para las masas. Obama intenta salir dejando un gobierno títere, pero antes tiene que meter más tropas para estabilizar ese gobierno y construir un aparato estatal. El imperialismo se encuentra entre la espada y la pared.

 

La guerra de Iraq. El papel de EEUU e Irán

 

El imperialismo ha conseguido un equilibrio precario en Iraq que puede romperse en cualquier momento e incluso podría provocar una guerra civil. Aplicando la vieja política de “divide y vencerás” estimularon los enfrentamientos religiosos para romper la oposición masiva a la ocupación. Apoyándose en la mayoría de líderes chiítas anteriormente opuestos a Saddam, disciplinaron o eliminaron a los chiítas más díscolos y reprimieron abiertamente a los suníes. Bajo la dictadura de Saddam (suní) fueron reprimidos levantamientos chiítas y kurdos. No obstante, los conflictos en líneas religiosas nunca habían llegado tan lejos como ahora.
Por sí solas, las maniobras estadounidenses serían insuficientes sin la colaboración de la potencia imperialista regional tradicionalmente rival de Iraq: Irán. Al mismo tiempo que tienen un juego diplomático de amenazas mutuas, Irán y EEUU mantienen un acuerdo tácito para controlar Iraq. Las fuerzas militares norteamericanas junto a los 30.000 mercenarios a sueldo del Departamento de Estado, y las fuerzas paramilitares iraníes, garantizan un mantenimiento precario el orden mediante la división en líneas religiosas del país.
Mostrando su cinismo e hipocresía respecto a los derechos democráticos, los imperialistas han levantado un nuevo aparato estatal basándose en los dirigentes chiíes (y con la colaboración del propio régimen iraní) que la población suní ve como una imposición. Para las últimas elecciones prohibieron 500 candidaturas suníes acusándolas de lazos con el partido Bath de Saddam Hussein. El padrón electoral se elaboró basándose en la cartilla de aprovisionamiento que reparte el Ministerio de Comercio y 2,4 millones de desplazados del país no pudieron participar. Aún así, ganó la candidatura en líneas no religiosas de Alawi por un reducido número de votos. Esto muestra por un lado el instinto de las masas, contrario a la división religiosa. Con todas las limitaciones y trabas que tenía la población para expresarse, apoyó mayoritariamente la candidatura que aparecía más vinculada a la defensa de la unidad nacional iraquí. Por otro lado, esto también evidencia la presión del imperialismo estadounidense. Tras apoyarse en los chiítas y el régimen iraní para estabilizar Iraq, temen su creciente influencia e intentan reequilibrar fuerzas. La dificultad para formar gobierno en todo el 2010 es una muestra de la inestabilidad de la situación en Iraq.
EEUU e Irán tienen intereses contrapuestos en la región y al mismo tiempo se ven obligados a entenderse en toda una serie de cuestiones. Con el programa nuclear, Irán pretende disuadir a los imperialistas e Israel de una agresión y enviarles un mensaje de fuerza. Por otro lado, también busca desviar la atención de las masas de los problemas domésticos y jugar con sus sentimientos antiimperialistas. No obstante, el estallido del movimiento revolucionario de las masas iranís significa que la paciencia de la mayoría de la población, sometida a la dictadura de los mulás, ha llegado a su límite.
La retirada parcial en agosto de este año de las tropas norteamericanas muestra que la política del imperialismo (de exacerbar el conflicto nacional en Iraq y desviar la lucha contra la ocupación hacia una guerra civil sangrienta) obtuvo ciertos resultados. Sin embargo, la situación de inestabilidad en Iraq hace necesaria la presencia de más de 50.000 soldados norteamericanos que vigilan y tutelan el gobierno del país con la promesa de una próxima retirada. El problema nacional también juega un papel central en el futuro del país. Como ha pasado durante la ocupación norteamericana, la cuestión nacional tratará de ser utilizada por las diferentes potencias de la zona para defender sus intereses. En el futuro, nuevos enfrentamientos en líneas nacionales están implícitos en la situación. Una escalada de enfrentamientos entre chiítas y suníes, así como las ambiciones secesionistas de los líderes kurdos, contagiaría a otros países. Los dirigentes burgueses kurdos, que colaboran con el imperialismo con los ojos puestos en los campos petrolíferos de Kirkuk y Mosul, no tienen la capacidad para liderar la lucha por la liberación nacional y social de su pueblo. De hecho, se han mostrado completamente impotentes cuando en varias ocasiones los tanques y aviones del ejército turco han invadido su territorio en incursiones represivas contra las fuerzas del PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán). El Kurdistán fue dividido cruelmente por el imperialismo entre varias potencias regionales (Iraq, Irán, Turquía,..). Como marxistas revolucionarios, defendemos el derecho del pueblo kurdo a tener su propia patria pero eso sólo será posible a través del derrocamiento revolucionario del capitalismo en los países citados. Una separación de los kurdos iraquíes estimularía movimientos similares en los países vecinos y podría llevar a una nueva incursión del ejército turco en el norte desestabilizando aún más la región. Otro riesgo si los imperialistas salen de Iraq es que el actual gobierno de Bagdad gire aún más hacia Teherán. Como Afganistán, Iraq se ha convertido en un campo minado para el imperialismo.
La capacidad de los ejércitos imperialistas para invadir y someter naciones como Iraq está limitada por su moral combatiente y la de los pueblos oprimidos. Ambas a su vez están interrelacionadas. Si el imperialismo pudo ocupar Iraq rápidamente y el régimen de Saddam colapsó fue porque nadie estaba dispuesto a dar su vida para defenderlo. El declive del capitalismo ha recortado en EEUU la base social de apoyo al militarismo, que también pudo intervenir en Iraq y Afganistán gracias al shock de los atentados del 11 de septiembre. Actualmente menos del 30% de la población norteamericana apoya la guerra en Afganistán.
La experiencia de estos años de guerra imperialista cruel ha puesto sobre la mesa, una vez más, que la esperanza de los pueblos oprimidos de Oriente Medio para vencer al imperialismo está en un programa de lucha revolucionario e internacionalista que agrupe a las masas por encima de divisiones religiosas o étnicas, dándoles una perspectiva de que un cambio radical en sus condiciones de vida es posible. Palestina es un ejemplo dramático de qué ocurre si falta ese programa.


La cuestión palestina

 

La cuestión Palestina, pese a las múltiples promesas y planes imperialistas de los últimos años, sigue completamente enquistada y en un callejón sin salida. La debilidad de los regímenes árabes, resultado de la incapacidad y parasitismo de sus burguesías y la ausencia de una alternativa revolucionaria de masas, permite a Israel diseñar su propia hoja de ruta, ampliando los asentamientos de colonos judíos y convirtiendo la llamada Autoridad Nacional Palestina (ANP) en una ficción. La traición de los dirigentes de la ANP, sometiéndose al imperialismo estadounidense, lejos de mejorar un ápice la suerte de los palestinos animó a la burguesía sionista a lanzar la guerra de 2009 sobre Gaza (donde el descontento con la ANP había llevado a los fundamentalistas de Hamás al gobierno) y desarrollar desde entonces una especie de genocidio a cámara lenta contra los palestinos.
La burguesía sionista, apoyada por sectores del propio imperialismo estadounidense, está echando un pulso a Obama. El mismo día que el vicepresidente Biden visitaba Palestina, o cuando Obama demandaba el fin de los asentamientos y prometía un “Estado palestino” (realmente una nueva estafa al pueblo palestino), el presidente israelí, Netanyahu, ordenaba más asentamientos y ataques militares, incumpliendo por enésima vez las resoluciones de la ONU. Como en el caso del golpe en Honduras, esto además de mostrar las contradicciones internas del imperialismo confirma los límites de las promesas de cambio de Obama. También muestra la imposibilidad de resolver el problema palestino sin un programa marxista.
Las ideas reaccionarias y fundamentalistas de Hamás, su programa capitalista y sus métodos, refuerzan las barreras y prejuicios religiosos impidiendo levantar un movimiento de masas que contagie no sólo a la población de los países árabes vecinos sino a la propia clase obrera israelí. Sobre bases nacionales o religiosas, sobre el sectarismo, como ya hemos explicado, no hay solución para los palestinos ni para ningún otro pueblo. Sólo una alternativa de clase y revolucionaria que vincule la lucha por la liberación nacional y social de los palestinos con la movilización de la clase trabajadora israelí por cambiar la sociedad, acabando con la burguesía sionista y los demás regímenes capitalistas de la zona y avanzando hacia una Federación Socialista de Oriente Medio, puede resolver el problema palestino.
Mientras la situación en Oriente Medio no se resuelva en líneas socialistas, el escenario para nuevos conflictos militares e inestabilidad generalizada está servido. La amenaza más grave proviene de un conflicto entre Irán e Israel, que constituye el brazo del imperialismo norteamericano en la zona. El desarrollo, con ayuda rusa, del programa nuclear iraní es visto por sectores de la clase dominante israelí como una amenaza de primer orden para su supervivencia. Al mismo tiempo, en la última década Irán se ha transformado en una potencia económica en la zona, equilibrándose entre el imperialismo nortemericano, China y Rusia. Sirva de ejemplo el enorme desarrollo de la industria automovilística, la mayor de Oriente Medio, con un millón cuatrocientos mil vehículos producidos anualmente. Irán es un poderoso contrincante comercial para la burguesía israelí o de Arabia Saudí,  por ello la idea de un ataque contra Irán va más allá de lo nuclear: consiste sobre todo en debilitar económicamente al régimen de los mulás para neutralizar su papel cada vez más dominante en la zona.
Por estas razones nuevos conflictos y enfrentamientos armados estarán a la orden del día. Por ahora los intentos de la administración de Obama han sido apaciguar a los israelíes e intentar resolver el enfrentamiento diplomáticamente. Pero estos movimientos diplomáticos no son más que un interludio para una nueva escalada de las hostilidades entre Irán, Siria y Hezbolá frente a Israel y Estados Unidos. La salida de Obama y la llegada de una administración republicana con una línea más abiertamente militarista podría dar el pistoletazo de salida para un enfrentamiento de envergadura. Pero también en este caso, los planes del imperialismo y de los regimenes reaccionarios integristas están condicionados por los acontecimientos de la lucha de clases. Los movimientos revolucionarios de las masas en Irán durante 2009 y el estallido social en el Sahara Occidental en diciembre de 2010 y en Túnez y Argelia en enero de 2011, marcan una dinámica muy clara: la revolución social golpea el mundo árabe con fuerza, y su desarrollo puede dar un giro dramático a los acontecimientos acelerando la crisis del integrismo y obstaculizando los planes imperialistas. En cualquier caso, el movimiento de las masas árabes, espoleado por la crisis general del capitalismo y la bancarrota de los regimenes burgueses que gobiernan estas naciones, busca expresarse en líneas de clase y socialistas, dejando en claro que la oleada de apoyo al integrismo islámico está remitiendo después de que su programa reaccionario haya sido puesto a prueba.


Revolución en Irán

 

Las movilizaciones masivas contra el fraude electoral del verano de 2009 marcaron un punto de inflexión en Irán. Y aunque el régimen iraní a través de la represión, y por la falta de una dirección marxista del movimiento de las masas, consiguió detener la protesta, la profundidad del movimiento ha dejado una profunda huella en la sociedad iraní marcando el inicio de una oleada revolucionaria ascendente de gran alcance para todo Oriente Medio y el mundo árabe, después de años de derrotas, guerras y auge del fundamentalismo islámico.
La entrada en acción de las masas, que expresa el malestar acumulado, desestabilizó el régimen. La denuncia de fraude de Mousavi desató el movimiento. Éste empezó con los estudiantes y la clase media, y con sectores de los trabajadores participando diluidos en este movimiento. En un primer momento las consignas fueron a favor de la democracia, libertad de expresión, etc. pero en el fondo reflejan los antagonismos sociales dentro de la sociedad iraní y tenderán a plantearse en líneas de clase.
Hay varios rasgos que definen una revolución: la entrada de las masas en la arena política, dispuestas a ir hasta el final; divisiones en la clase dominante, incluido el aparato estatal; virajes a izquierda de sectores de clase media o cuando menos su neutralidad política; y, por último, la existencia de un partido revolucionario. Todos estos puntos se dan en Irán, excepto el fundamental: el partido. El carácter revolucionario del movimiento explicó la cautela que ha mostrado el imperialismo a la hora de apoyarlo, consciente del potencial que abrigaba en su seno.
Durante los meses de lucha callejera y manifestaciones se produjo un cambio fundamental en la psicología de las masas. Ése es el factor determinante de la situación: perdieron el miedo a la represión. El régimen islámico está condenado porque ha perdido su justificación histórica ante los ojos de millones de personas. Cada arbitrariedad, cada crimen, en vez de fortalecerlo lo sepulta un poco más. Las masas no sólo perdieron el miedo, en su rabia se volvieron temerarias. Durante las movilizaciones de la Asura, el 27 de diciembre de 2009, apresaban a policías en los altercados. Demostrando un fino instinto, ante la prohibición de manifestarse contra el fraude utilizaron las fiestas religiosas para mostrar su descontento.
En una revolución las masas no se incorporan a la lucha sincronizadamente. Nuevos sectores se suman y otros, cansados o defraudados, abandonan la escena. La tarea de un partido revolucionario consiste en trabajar previamente organizando a la vanguardia obrera en sus filas, y movilizando unificadamente al proletariado (el sector más homogéneo de las masas) arrastrando tras él a los sectores más heterogéneos de la pequeña burguesía y del resto de los oprimidos. De no hacerlo habrá tentativas desordenadas y parciales que serán derrotadas por la clase dominante. Para recuperar el control la burguesía recurrirá tanto a la represión como al engaño, especialmente utilizando a los dirigentes reformistas.
No es casual que la clase trabajadora y sectores de su vanguardia en Irán fueran  tomados por sorpresa por este movimiento. Los trabajadores desarrollaron en los últimos años numerosas huelgas y movilizaciones donde fueron golpeados especialmente por la represión. La ausencia de una organización nacional que les unifique y dé una perspectiva de lucha por el socialismo facilitó la labor de los mulás. Sin un partido revolucionario que sepa ganarse su confianza y muestre el camino hacia la revolución socialista, las masas tenderán a nuclearse en torno a los dirigentes del régimen que aparezcan oponiéndose a Ahmanideyad.
Todo tipo de maniobras a espaldas de las masas tendrán lugar para frenarlas. Ante la ausencia por ahora del papel dirigente de la clase trabajadora, la revolución iraní se alargará meses, incluso años, y tomará un carácter contradictorio, con alzas y bajas como vemos en la actualidad. Sin embargo, la represión no ha hecho más que recrudecer y ampliar el odio de la población hacia el régimen fundamentalista, con lo que cualquier accidente puede volver a poner de nuevo a las masas en acción.  Toda una serie de factores internacionales (la crisis económica mundial, la ocupación imperialista de Iraq y Afganistán, nuevos estallidos revolucionarios en la región…) condicionarán el ritmo y forma de los acontecimientos.


Del derrocamiento de de la dictadura a la transformación socialista de Irán

 

¿Cuáles son las tareas del movimiento revolucionario? ¿Qué programa de lucha puede acabar con la dictadura de los mulás? Desde la CMR defendemos todas las demandas democráticas contra la tiranía: elecciones democráticas, libertad de expresión, libertad de reunión, libertad de organización para la clase trabajadora y la juventud, partidos obreros y sindicatos libres. De esta manera los marxistas nos vinculamos con las demandas por las que luchan millones de personas, sin sectarismos. Pero no constreñimos el potencial del movimiento revolucionario planteando como su único objetivo la consecución  de estas demandas, por importantes que sean, como hacen los estalinistas y todos los defensores de la revolución por etapas.
Los marxistas señalamos con claridad al pueblo de Irán, y especialmente a los trabajadores avanzados y la juventud revolucionaria, que la democracia burguesa no puede resolver los problemas esenciales de los oprimidos. Si queremos salarios dignos, empleo para todos, una sanidad y una educación pública de calidad, luchar contra el atraso en el campo, resolver el problema de la vivienda y lograr un techo para toda la población, suprimir las grandes bolsas de pobreza, acabar con el problema nacional… es necesario que la clase trabajadora luche por la transformación socialista de la sociedad. Las conquistas democráticas se encontrarán permanentemente amenazadas por la burguesía, y sólo se pueden consolidar plenamente ligándolas a la lucha por la expropiación general de los capitalistas y el derrocamiento del Estado burgués e integrista de los mulás. Los marxistas no defendemos la revolución por etapas: primero una fase de democracia burguesa y en el futuro indeterminado el socialismo. Esta posición es una trampa mortal para las masas iranís, un programa envenenado que demostró sus consecuencias funestas en la revolución de 1979, traicionada por los reformistas y usurpada por los integristas.
Advertimos a los trabajadores y al pueblo iraní que el régimen utilizará todo tipo de estrategias para mantener su poder. No tan sólo el fraude electoral y la represión; llegado un momento —si no pueden frenar a los trabajadores y el pueblo— se basarán en los líderes reformistas para frenarles ofreciendo algunas migajas. Tratarán de desviar la lucha al terreno electoral. Ofrecerán promesas de reformas. Intentarán convocar elecciones para maquillar el régimen, aparentarán que todo ha cambiado mientras los mismos empresarios, militares y clérigos burgueses mantienen el poder político y económico.
Los trabajadores y jóvenes iraníes sólo pueden confiar en sus fuerzas. Para derrocar a la dictadura integrista es necesario que los sectores más avanzados del proletariado prepararen una huelga general insurreccional: una acción del conjunto de la clase obrera con todos los oprimidos para paralizar el país y derribar la dictadura capitalista de los mulás. Esa huelga general debería unificar todas las reivindicaciones progresistas de las masas: mejoras salariales, vivienda, empleo, etc.; plenas libertades democráticas, libertad de expresión y asociación; de tal modo que logre agrupar a todos los oprimidos. Para que esta acción sea victoriosa es necesario la organización de comités de lucha en todas las fábricas, entre el conjunto de las clase trabajadora, en los barrios de las grandes ciudades, entre los estudiantes, y también en el seno del ejército para ganar su base y que no sea utilizado contra los trabajadores. Comités que se deben coordinar a escala local y nacional, y fortalecerse como órganos de poder de los trabajadores y oprimidos, preparando de esta manera la lucha por la transformación socialista de Irán.
Los marxistas somos conscientes de que amplios sectores de  las masas en Irán tienen ilusiones democráticas. La lucha por las demandas democráticas se puede utilizar como una magnifica palanca para derrocar el régimen integrista siempre que se liguen a la lucha por el socialismo; La  democracia plena sólo será posible si se tumba el poder del aparato del estado burgués  y se expropia a los capitalistas. Defendemos una Asamblea Constituyente Revolucionaria, organizada desde la base por esos mismos comités de trabajadores y oprimidos, no para mantener la legislación capitalista y reaccionaria, la propiedad privada de los grandes monopolios y la banca, el control de los capitalistas sobre el petróleo, o la propiedad terrateniente de la tierra. Luchamos por una Asamblea Constituyente Revolucionaria que adopte medidas decisivas en defensa de la mayoría de la población, y eso significa movilizar a todos los oprimidos contra la burguesía y su fuente de poder: el Estado capitalista y la propiedad asfixiante que ejercen sobre las grandes riquezas del país, la banca y la gran industria, que deben pasar inmediatamente al control y a la gestión democrática de la clase trabajadora. Sólo desalojando del poder económico y político a la burguesía iraní y sustituyendo la dictadura tiránica de los mulás por una democracia obrera que abra el camino al socialismo, se podrán resolver definitivamente los problemas de las masas trabajadoras y los oprimidos de Irán.
Una revolución socialista victoriosa en Irán tendría un efecto multiplicador en todo el mundo árabe: no sólo significaría liquidar políticamente el integrismo, también barrería a los Estados árabes capitalistas que hoy no son más que marionetas corrompidas del imperialismo estadounidense. El triunfo de  la revolución socialista en Irán cambiaría la historia del mundo.


La cuestión nacional y colonial en la época de decadencia del capitalismo

 

Como hemos explicado, las dos contradicciones fundamentales del sistema capitalista que impiden el desarrollo armónico de las fuerzas productivas y producen crisis de sobreproducción son la propiedad privada de los medios de producción y las fronteras del estado nacional. El boom posterior a la segunda guerra mundial permitió superar parcialmente ambas mediante la intervención estatal en la economía y el desarrollo del comercio mundial. La división internacional del trabajo y la integración a escala mundial de las distintas economías nacionales alcanzó un punto nunca visto. La otra cara de este proceso es que las clases trabajadoras de todos los países y los países coloniales y semi-coloniales son exprimidas por un puñado de grandes multinacionales imperialistas.
La decadencia orgánica del capitalismo se refleja en la cuestión nacional. La crisis económica alimenta tendencias centrífugas entre las diferentes naciones, rompe equilibrios exteriores y también resquebraja la unidad interna del estado nacional burgués. Las divisiones en la clase dominante son una característica de esta época. En un período de decadencia capitalista la cuestión nacional emerge con mucha más crueldad y virulencia que en ningún otro, amenazando con hundir la civilización humana en la ciénaga de la barbarie. Las atrocidades en Ruanda son una muestra.
Lenin desarrolló ampliamente la postura de los marxistas frente a la cuestión nacional. Todo conflicto nacional encierra un contenido de clase. Para los marxistas, la demanda del derecho a la autodeterminación y la resolución de la cuestión nacional están vinculadas inexorablemente a la lucha de clases y a las perspectivas de la revolución proletaria, y supeditados a ella. Como señalaba Lenin, defendemos el derecho de autodeterminación “en negativo”: denunciamos y combatimos la opresión de la clase dominante sobre cualquier nacionalidad al reprimir su lengua, cultura y derechos democráticos y mantenerla sojuzgada contra su voluntad dentro de unas fronteras. Al mismo tiempo explicamos que sólo es posible acabar con esta opresión nacional erradicando el capitalismo mediante la acción unificada del proletariado al frente de todos los explotados superando las fronteras y divisiones que fomenta la burguesía. Las políticas y consignas concretas en cada momento para conseguir estos objetivos dependen de la lucha de clases. Nunca fue un fin absoluto para los marxistas apoyar todos los movimientos nacionalistas exigiendo autodeterminación o incluso autonomía.  Depende de las circunstancias concretas.
La cuestión nacional es un arma de doble filo. Por un lado, es un problema que la clase dominante no puede resolver. Como demostró la política leninista en la revolución rusa, correctamente planteada, vinculando la enorme energía que genera el rechazo a la opresión de las naciones oprimidas con la lucha de la clase trabajadora por acabar con el capitalismo y el imperialismo, es un potente motor en la lucha por transformar la sociedad y construir una Federación Socialista mundial.
Por otro lado, la burguesía y el imperialismo intentan utilizar los conflictos nacionales en su beneficio, azuzando las rivalidades entre naciones, etnias o religiones cuando eso les permite dividir a las masas, descarrilar procesos revolucionarios, extender sus zonas de dominio e influencia,…Incluso son capaces de ondear la bandera de la independencia y el derecho de autodeterminación si les beneficia. El dominio colonial por parte del imperialismo se consumó muchas veces mediante la balcanización de distintos pueblos. América central atomizada, América del sur fragmentada, la división con tiralíneas de África y Asia, la partición de la India, la ruptura de Irlanda, la dispersión del pueblo kurdo, etc.


La desintegración de Yugoslavia y la URSS

 

La actual pesadilla de colapso económico, guerras y conflictos étnicos y sectarios que viven muchos antiguos países estalinistas es, por un lado, la herencia envenenada de décadas de dominio totalitario de la burocracia y por otro, del intento de las potencias imperialistas y mafias capitalistas locales por desviar la atención de las masas mediante prejuicios y rivalidades nacionalistas. Sin embargo el capitalismo no ofrece salida a ninguno de estos pueblos. La independencia formal bajo el capitalismo ha supuesto romper los lazos que les conectaban a un plan común de producción y ha provocado la ruina económica para amplios sectores de la población.
Los nacionalistas burgueses de diferentes nacionalidades saludaron la desintegración de la URSS y Yugoslavia. Algunos autodenominados marxistas se sumaron al coro. Fue un crimen. La partición de Yugoslavia fue promovida por el imperialismo alemán desarrollando su vieja política de expansión hacia el este. Tras alcanzar la independencia de la mano del imperialismo, Kosovo es un protectorado del imperialismo estadounidense sin capacidad de desarrollo o decisión propia. EEUU y sus aliados, para ampliar la OTAN a las mismas fronteras rusas, alentaron los conflictos en Georgia y otras repúblicas ex soviéticas. Querían hacerse con su petróleo, instalar grandes gasoductos y bases militares permanentes así como enviar un mensaje de fuerza a Putin y el renaciente imperialismo ruso.
Todo esto reafirma que mientras exista el capitalismo ninguna nacionalidad oprimida podrá conseguir su liberación. La clase trabajadora, sobre cuyas espaldas hacen caer todo el peso de la crisis las distintas burguesías nacionales, busca instintivamente la unión y es la única que puede resolver el problema nacional. En las movilizaciones contra la guerra imperialista en Iraq participaron, en más de 20 países, alrededor de 150 millones de personas. Sin embargo, para dar forma y cuerpo a esa unión son necesarios el programa y el partido revolucionario. Esa es la tarea de la Internacional marxista. Será imposible unir orgánicamente el cuerpo vivo del proletariado sin una postura escrupulosamente correcta sobre la cuestión nacional.


Recrudecimiento de los conflictos nacionales

 

Como ya analizamos, el boom se basó en la sobreexplotación de las masas trabajadoras y de los mal llamados países en vías de desarrollo: apertura de fronteras a las multinacionales destrozando su escasa capacidad industrial y hundiendo sus economías, planes de ajuste dictados por el FMI, OMC, etc. que aumentaban la pobreza y violaban su soberanía, recorte drástico de derechos democráticos, aumento del militarismo e intervencionismo,…Dice muy poco de la fortaleza del boom de los últimos años, el aumento de tendencias centrífugas en prácticamente todo el planeta, incluidos países desarrollados donde este problema parecía resuelto. Los antagonismos entre griegos y turcos en Chipre, que han provocado enfrentamientos violentos e incluso guerras en el pasado, siguen enquistados e introducen otro factor potencialmente desestabilizador entre dos países miembros de la OTAN. En Bélgica la tensión entre flamencos y valones, en Gran Bretaña con el conflicto irlandés, sin posibilidad de resolución bajo el capitalismo. Los recientes atentados por parte de escisiones del IRA revelan que el problema sigue latente, al tiempo que la política antiobrera del gobierno de colaboración Sinn Feinn-Unionistas evidencia el fracaso de los acuerdos de Stortmont. Además, reflejando el declive del capitalismo británico el problema nacional se ha agudizado en Escocia y Gales. En Canadá también tenemos la cuestión de Quebec..
Durante los últimos años de boom, el problema nacional en Catalunya, Galiza y sobre todo Euskal Herria, ha sido un elemento central en la creciente polarización política que ha vivido el Estado español. En un período de crisis y mayor polarización veremos recrudecerse esta cuestión. La política de acoso a la izquierda abertzale, el rechazo popular a los ataques a los derechos democráticos del pueblo vasco, la celebración de referendos por la independencia con el beneplácito de la burguesía catalana, son algunos ejemplos. Los ataques del PP a la lengua gallega, que han provocado movilizaciones masivas y una huelga general en la enseñanza convocadas por toda la izquierda, confirman tanto esta perspectiva como el potencial que existe para, si se uniesen las reivindicaciones democrático-nacionales a un programa de clase, utilizar la cuestión nacional contra la burguesía. En otros casos, sectores de la propia burguesía fomentan divisiones y prejuicios chovinistas allí donde no existían, como en Italia con la Liga Norte, inventándose la idea de “la Padania” y estimulando prejuicios chovinistas en el norte, la zona más rica, contra el sur.
A todos estos conflictos se une la carga explosiva de nuevos problemas como la discriminación contra los inmigrantes o las minorías raciales (negros, latinos,…) en los países avanzados. Incluso en Latinoamérica, intentando quebrar el avance revolucionario, la burguesía ha fabricado artificialmente un problema nacional en Santa Cruz (Bolivia), sacándose de la manga dos supuestas etnias diferenciadas, amenazando con la secesión y promoviendo movimientos fascistas y racistas como la Unión de Juventudes Cruceñas. Con bastante menos éxito, también están fomentando sentimientos regionalistas y consignas autonomistas en Zulia (Venezuela) y Guayas (Ecuador). Como en Bolivia, la oligarquía ecuatoriana también ha intentado utilizar la cuestión nacional para dividir al movimiento obrero y popular y tumbar a Correa. Además de utilizar demagógicamente la cuestón indígena, han intentado desarrollar —con la excusa de la autonomía— un movimiento regionalista en el departamento de Guayas y en particular en la capital del mismo: Guayaquil, segunda ciudad del país y donde se concentra el mayor desarrollo económico e industrial. Sin embargo, hasta el momento estos planes no han tenido éxito. Los primeros movimientos en ese sentido fueron contestados por Correa (que curiosamente es originario de Guayaquil) convocando una gigantesca marcha de masas en esta ciudad en apoyo a la revolución. Esto fue determinante para frenar, al menos temporalmente, el entusiasmo movilizador de los contrarrevolucionarios. Reflejando la correlación de fuerzas favorable para la clase obrera, todos estos intentos han sido derrotados hasta ahora por las masas pero son una advertencia para el futuro si la revolución no triunfa definitivamente.
Si la cuestión nacional se ha recrudecido en el seno de naciones que han tenido un desarrollo económico mayor, en África las tensiones y conflictos se traducen en auténtica barbarie: guerras feroces en Ruanda, Congo, Somalia, etc.; instigadas por los diferentes poderes imperialistas. También vemos una agudización de las tensiones étnicas y religiosas en toda Asia. En definitiva, en esta nueva era de crisis orgánica del capitalismo mundial, la solución al problema nacional, a la opresión imperialista, sólo puede encontrar un cauce positivo en el programa del marxismo revolucionario y el internacionalismo proletario. A lo largo de los últimos ciento cincuenta años, el nacionalismo burgués ha considerado a la nación burguesa como un todo absoluto, ante la cual deben inclinarse los intereses de todas las clases, al margen de los antagonismos que las enfrentan. El marxismo revolucionario opone a este razonamiento una idea central: los intereses de clase de los trabajadores están por encima de cualquier frontera nacional, por eso la lucha de la clase obrera es internacionalista. A la proclamación del principio de “unidad nacional” de las clases, que en todo movimiento nacional enarbola la burguesía nacionalista, el marxismo responde con la lucha de clases y considera el problema de las naciones oprimidas como un aspecto de esta lucha.
El movimiento marxista siempre ha combatido cualquier manifestación de opresión, sea de clase, nacionalidad, raza o género. Si la clase obrera quiere ganar al conjunto de los oprimidos a su causa, incluyendo a las masas de la pequeña burguesía y del campesinado de una nacionalidad oprimida, debe ser especialmente sensible con el problema nacional y apoyar aquellas demandas progresistas que sirvan para demostrar, con hechos, que no tiene ningún interés en mantener la opresión nacional. Defender y luchar de forma consecuente a favor de una reivindicación democrática como es el derecho de autodeterminación, pasa por señalar que la opresión nacional es una consecuencia directa de la existencia de la sociedad de clases y que, por tanto, sólo puede resolverse de forma efectiva a través del derrocamiento del capitalismo y su sustitución por un régimen de democracia obrera. Sólo una Federación Socialista Mundial puede hacer realidad el derecho de autodeterminación y la auténtica libertad de las naciones inscribiendo en su bandera las palabras de Lenin: “¡Ningún privilegio para ninguna nación, ningún privilegio para ninguna lengua, ninguna opresión, ninguna injusticia hacia la minoría nacional! He aquí el principio de la democracia obrera”.

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