El rechazo a la criminal intervención imperialista que vemos en Libia desde hace meses es un deber irrenunciable para cualquier revolucionario. Al mismo tiempo, supone un grave error sacar de esa premisa la conclusión de que debemos apoyar a Gadafi y que su derrocamiento significa un fortalecimiento del imperialismo y un paso atrás para la lucha antiimperialista en todo el mundo. Esta posición (que defienden algunos sectores de la izquierda internacional, incluidos los gobiernos de Cuba, Venezuela y Bolivia) no permite comprender qué ocurre realmente en Libia (y sobre todo qué puede ocurrir) ni cuáles son las tareas para los revolucionarios. Además, sobrevalora el poder de los imperialistas, transmitiendo la idea de que estos tienen la capacidad de intervenir en cualquier lugar del mundo según su voluntad.
1. El poder del imperialismo tiene límites: el más importante es la movilización revolucionaria y la confianza de las masas
La cuestión no es si al imperialismo le gustaría intervenir contra la revolución en Venezuela y otros países. En realidad llevan años interviniendo: golpes de Estado, sabotaje económico, terrorismo mediático, financiamiento de la oposición contrarrevolucionaria, amenazas militares más o menos veladas…, La cuestión decisiva es si la correlación de fuerzas entre las clases les permite hacerlo con garantías de éxito o no. Para ello el factor determinante es qué política aplica la dirección revolucionaria para fortalecer el apoyo a la revolución tanto dentro del país como a escala internacional.
El poder de los imperialistas tiene serias y enormes limitaciones, máxime en un contexto de crisis internacional de su sistema, agudización de todas sus contradicciones internas e incremento de la lucha de clases. La más importante de estas limitaciones es la movilización obrera y popular. El propio presidente Chávez hace algunos años lo planteó muy correctamente cuando explicó que el arma más poderosa que tienen los pueblos para enfrentar al imperialismo es la acción revolucionaria de las masas: “Eso tiene la fuerza de una bomba atómica pero en positivo. Es el poder del pueblo en acción, la verdadera democracia” (cita tomada de El poder popular. Extractos de discursos presidenciales, Hugo Chávez Frías, Ediciones del MINCI). Y en otra parte del mismo folleto: “El poder popular es un poder infinito, no tiene límites. Cuando se despierta, cuando se organiza, cuando se desata, no tiene límites, puede mover montañas, puede hacer milagros, el poder popular despierto, en movimiento, organizado”.
El ejemplo de la revolución venezolana es claro en ese sentido ¿Qué fue el golpe de abril de 2002 sino una intervención imperialista apoyándose en la propia oligarquía venezolana?. O el paro patronal. ¿Y qué decir de la guarimba, el cierre de empresas o el sabotaje mediante el desabastecimiento durante la campaña de la reforma constitucional? O actualmente con la infrautilización de la capacidad productiva por parte de los empresarios y las presiones para desregular y subir los precios.
¿Qué representan los planes para utilizar a la burguesía colombiana como ariete contra la revolución venezolana que han sido ensayados en diferentes momentos a lo largo de este proceso revolucionario y que —por más que Santos en este momento se vista de seda— siguen engavetados a la espera de un momento propicio para ser puestos en práctica? ¿Y quien derrotó todas esas tentativas contrarrevolucionarias sino el instinto y confianza en sus propias fuerzas y en la revolución de las masas y la simpatía y solidaridad de millones de trabajadores en todo el mundo?
2. Sólo una política consecuentemente revolucionaria puede movilizar a las masas y derrotar las maniobras imperialistas
Si algo demuestra todo el desarrollo de la revolución venezolana hasta el momento, y el de otras revoluciones anteriores como la rusa o la cubana, es que las armas de destrucción masiva que acumulan en sus arsenales los imperialistas son impotentes cuando esa arma de construcción masiva que es la acción revolucionaria de los trabajadores, los campesinos y el resto de los explotados se pone en marcha. Pero para que ésta acción revolucionaria se desarrolle plenamente y puede paralizar y/o derrotar al imperialismo es imprescindible una condición: que esas masas se sientan dueñas del poder y ejerzan el control y la gestión directa del Estado y la economía, que su confianza y apoyo a la revolución y al gobierno revolucionario se vean fortalecidos cada día por la aplicación por parte de éste de las políticas revolucionarias que esas masas necesitan.
La derrota de Gadafi no es producto de la voluntad o fortaleza del imperialismo sino del hecho de que tras décadas de represión, corrupción, y pactos con distintos poderes imperialistas para repartirse las riquezas del país —mientras se incrementaban las desigualdades sociales— en el seno de las masas se ha acumulado un rechazo masivo hacia su régimen. A diferencia de Chávez que ha nacionalizado varias empresas, frenado las privatizaciones y llamado a los trabajadores a impulsar la lucha por el control obrero, el gobierno libio ha privatizado empresas y reprimido cualquier intento de los trabajadores y el pueblo de organizar sindicatos, movilizarse de manera independiente, etc. El mismo día que se iniciaba la insurrección contra Gadafi (15 de febrero de 2011) el FMI emitía un informe elogiando las reformas de mercado y privatizaciones de empresas del gobierno libio.
La familia Gadafi comparte negocios y propiedades con los imperialistas italianos. Aunque la renta per cápita de Libia gracias al petróleo es la más alta de África y mayor que la de Brasil, por ejemplo, el 30% de la población está desempleado y las desigualdades sociales son enormes, con un 35% viviendo por debajo del umbral de la pobreza tras más de 40 años de gobierno de Gadafi. Mientras los hijos de Gadafi se paseaban por las capitales europeas en carros último modelo y protagonizando escándalos en suites privadas de los hoteles más lujosos cada año miles de jóvenes libios que no encuentran empleo se ven obligados a emigrar ilegalmente*.
3. Gadafi no es ningún revolucionario; sus políticas —capitalistas, burocráticas y represivas— le valieron el rechazo masivo de la población
La primera pregunta que debemos hacernos es: ¿por qué las masas en prácticamente todas las ciudades de Libia han celebrado la caída de Gadafi? ¿Por qué incluso allí donde este afirmaba contar con centenares de miles de partidarios dispuestos a morir por él como Trípoli no hemos visto a esas masas defendiendo el régimen? Todo lo más, sectores del ejército y de las tropas de élite que controla Gadafi se ha enfrentado a las milicias rebeldes. En la capital libia, las masas han permanecido en unos casos como espectadores pasivos (mostrando alivio por el fin de la guerra y de la represión de Gadafi); y en otros han recibido a los rebeldes con vítores.
La causa de esto no es el poder del imperialismo, ni la manipulación de los medios de comunicación. El propio régimen gadafista cortó en distintos momentos el acceso a Internet y es quien controlaba todos los medios de comunicación. De hecho el líder libio y sus hijos utilizaron ese poder mediático para intentar calumniar y desprestigiar las protestas en su contra. Primero, intentando ocultarlas o minimizarlas. Posteriormente —cuando dada la masividad de las mismas esto ya no era posible—, tachándolas de conflictos tribales; a lo que contestaron las propias masas en lucha portando pancartas como “Un solo pueblo, una sola lucha” o “Toda Libia somos la misma tribu”. Y más tarde atribuyendo la organización de la insurrección ¡ojo!, no a los imperialistas sino a Al Qaeda, al tiempo que ofrecían a los imperialistas una vez más su colaboración para luchar contra esa organización fundamentalista y contra la inmigración hacia la Unión Europea.
En ese momento Gadafi todavía esperaba poder convencer a los imperialistas o al menos a un sector de estos de llegar a un acuerdo, como propuso su hijo Seif-el-Islam y cómo defendían también algunos connotados imperialistas como el ex presidente ultraderechista del Estado español, José María Aznar, quien se refirió a Gadafi como “un amigo excéntrico” con el que había que seguir colaborando.
Como explicamos los marxistas de la CMR —no ahora, ni siquiera cuando empezó la insurrección en Libia, sino antes: cuando Gadafi apoyó públicamente la represión de dictadores proimperialistas como Mubarak o Ben Alí en Egipto y Túnez contra sus pueblos—, Gadafi no es ningún revolucionario. No cuenta con el apoyo de los explotados ni tiene un estrecho vínculo con éstos como sí ocurre con Chávez. Aunque llegó al poder mediante un golpe de Estado en 1969 proclamándose revolucionario y antiimperialista, el régimen libio degeneró rápidamente y se convirtió en algo muy diferente a lo que el pueblo esperaba y el propio Gadafi había prometido.
A lo largo de los años 60 y 70 en distintos países del mundo árabe (Egipto, Siria, la propia Libia y otros) se dieron procesos similares pero en todos los casos la revolución no culminó en el establecimiento de un Estado bajo el control de los trabajadores y el pueblo sino que se quedó a medias y finalmente fue abortada o controlada por la cúpula militar, unida a sectores de la burocracia del Estado y en algunos casos de la burguesía nacional.
En Egipto en la última etapa de Nasser ya se había producido un giro a la derecha y un incremento de la represión contra la izquierda. Tras la muerte de éste los sectores decisivos de la burocracia estatal y una burguesía emergente que se habían enriquecido entorno a las empresas del Estado o las cooperativas agrarias, se agruparon primero tras Anwar El-Sadat y luego tras el tristemente famoso Mubarak para llevar a cabo una auténtica contrarrevolución. Mientras (al menos al principio) mantenían las imágenes de Nasser y repetían algunos de sus discursos pactaban con la burguesía sionista y con el imperialismo estadounidense. En Siria, aunque la economía fue nacionalizada en su casi totalidad y planificada, el resultado fue un régimen burocrático a imagen y semejanza de la URSS y dirigido por Hafez el Assad y otro oficiales del ejército. Tras el colapso del estalinismo y la muerte de Assad padre este régimen, como en otros países ex estalinistas, ha abordabdo un proceso de privatizaciones y reformas de mercado que han incrementado las desigualdades sociales y empeorado las condiciones de vida de los sectores más pobres sin resolver los problemas que crea el exceso de burocracia.
Libia, bajo Gadafi, permaneció en una posición intermedia. Aunque según la Constitución se declaraba socialista y se hablaba de poder popular, asambleas populares, etc. y en teoría Gadafi no ocupaba ninguna posición oficial de poder, en realidad se desarrolló hasta extremos increíbles el culto a la personalidad y la arbitrariedad del líder libio y entorno a la familia Gadafi se consolidó un régimen bonapartista muy represivo.
En realidad, el gobierno de Gadafi no se parece en nada al de Chávez sino a lo que podría darse en Venezuela si la quinta columna burocratica que juega al chavismo sin Chávez lograse imponerse a las masas revolucionarias. La Constitución libia habla de socialismo y de asambleas populares, la cúpula del régimen ha utilizado durante años esta retórica (aunque ya en los últimos tiempos prefería el discurso nacionalista e islámico) Pero en realidad el Estado está controlado por una burocracia formada por la oficialidad del ejército, los miembros del clan Gadafi y un puñado de líderes tribales. Estos jefes, que han visto como su poder tiende a erosionarse gracias a la industrialización y al crecimiento de la población urbana (como demuestra el alto grado de unidad mostrado por las masas durante la insurrección), actúan en realidad como lobbies entre los cuales ha oscilado Gadafi durante décadas para conservar el poder.
La cúpula del Estado libio forjada entorno a la familia Gadafi (y a la cual pertenecían hasta hace escasos meses varios de los actuales dirigentes del Consejo Nacional de Transición como su principal líder Abdul Yalil) controlaba la mayoría de las empresas del país en colaboración las multinacionales imperialistas. Durante los últimos años, Gadafi —que tuvo serios choques con los imperialistas en el pasado— renunció incluso a sus discursos radicales y excesos verbales y se convirtió en uno de los mejores aliados de los imperialistas en la región. Como hemos denunciado en anteriores artículos —y como explican en detalle numerosos activistas antiimperialistas en Rebelión y otros sitios web—, Gadafi traicionó la lucha del Frente Polisario por la independencia del Sahara para llegar a un acuerdo de colaboración con la monarquía marroquí, expulsó a miles de palestinos y en los últimos años entregó listas de activistas perseguidos por EEUU. También se ha convertido en el principal obstáculo para miles de inmigrantes africanos que intentan llegar a la Unión Europea huyendo de la guerra, el hambre o la pobreza al llegar a un acuerdo con los imperialistas europeos para hacer de gendarme contra la inmigración ilegal.
4. En Libia no ha habido un movimiento teledirigido por la CIA, sino una revolución que por falta de dirección consecuente ha sido, por ahora, desviada de sus objetivos
El error teórico en la caracterización del régimen libio como revolucionario, antiimperialista o socialista lleva a cometer graves errores prácticos a la hora de comprender porqué ha caído, analizar la correlación de fuerzas entre las clases a escala internacional y determinar la orientación a seguir respecto a Libia y la revolución en el mundo árabe en cada momento.
Los sectores que caracterizan a Gadafi como revolucionario atribuyen todo lo ocurrido en Libia desde el pasado 15 de febrero (cuando estalló la insurrección de las masas en Bengasi —segunda ciudad Libia, con un millón de habitantes— y en pocos días se extendió a prácticamente todo el país) a un guión cuidadosamente elaborado por la CIA y el Pentágono.
Por supuesto, los imperialistas llevan años interviniendo en Libia. Pero durante los últimos años esta intervención se ha hecho mediante una alianza con la familia Gadafi. Una vez que estalló la insurrección de las masas en Libia y estas se hacían con el control de las ciudades e incluso amenazaban con cortar el suministro de petróleo a Occidente si seguía apoyando a Gadafi, en todos los estados mayores del imperialismo se prendieron las luces de alarma y las distintas potencias pusieron en marcha un cambio de estrategia para intentar controlar y descarrilar la revolución en marcha e intentar aprovechar esa situación para mantener Libia bajo su control e incluso —si pueden— incrementar sus negocios e influencia en el país. Pero esto es algo muy diferente a la conclusión de que fue el imperialismo quien creó el malestar contra Gadafi y organizó las movilizaciones, como si las masas fuesen una arcilla que cualquiera puede manipular.
Lo que ocurrió en Libia entre el 15 de febrero y principios de marzo no fue un movimiento organizado por los imperialistas, sino una insurrección popular revolucionaria de masas contra esas políticas de acaparamiento, corrupción, represión y aumento de las diferencias sociales que sufría el pueblo libio. Las protestas de miles de personas desarmadas en Bengasi, Trípoli y otras ciudades fueron contestadas por Gadafi y sus hijos (que, al estilo de cualquier monarquía, dirigían los servicios de inteligencia y las tropas de elite) con disparos del ejército que causaron varios muertos. Pero la represión esta vez no atemorizó a las masas sino que incrementó su ira y las hizo más audaces. Las primeras proclamas revolucionarias de los rebeldes amenazaban directamente a los imperialistas de la UE (que apoyaban a Gadafi hasta ese momento) con cortar el suministro de petróleo (pueden consultarse noticias acerca del gobierno de las ciudades por los comités en Al Yazeera, Rebelión o la agencia de noticias revolucionaria John Reed, agenciadenoticasjohnreed.blogspot.com/2011/02/libia-comites-populares-toman-el.html).
5. Las masas libias tomaron el control de varias ciudades y las dirigieron mediante asambleas y comités populares, pero carecían de una dirección y un programa socialista
¿Desde cuándo el imperialismo organiza comités y asambleas populares para que las propias masas sean quienes dirijan la vida social, como ocurría en Bengasi, Tobruk y muchas otras ciudades y pueblos de Libia? En estas ciudades las masas tomaron el control y empezaron a organizar mediante asambleas y comités populares el abastecimiento de la población, la seguridad, etc. Durante estos días de revolución nadie, ni siquiera Gadafi y sus partidarios, pudieron presentar un solo caso de violación de los derechos humanos, ajusticiamientos, etc. El poder y entusiasmo de las masas en revolución se contagiaba de una ciudad a otra y se extendía a la propia base del ejército que se pasaba en masa a las filas de la revolución.
Si los dirigentes de los comités populares hubiesen planteado un programa para tomar el poder, construir un Estado revolucionario y que los trabajadores y el pueblo dirigiesen la economía y la sociedad de Libia, la revolución habría triunfado en todo el país, incluidas Trípoli y Sirte (ciudad natal de Gadafi y donde este mantiene mejor organizadas sus redes clientelares y de poder). En Trípoli miles de personas se echaban a la calle mostrando su apoyo a la revolución, que avanzaba por la zona oriental y llegaba ya a ciudades del occidente del país como Misurata.
Desde el primer momento el imperialismo no sólo no controlaba ni dirigía el movimiento, sino que se veía completamente desbordado por la marcha de los acontecimientos. El plan inicial de los imperialistas fue buscar un acuerdo entre Gadafi y algunos sectores de la oposición burguesa en el exilio. Varios dirigentes opositores se manifestaron en ese sentido. Algunos de los hijos de Gadafi también mostraron su disposición. El propio Berlusconi —hasta entonces íntimo amigo del líder libio— llamó a este insistentemente intentando impulsar dicho plan. Fue la movilización de las masas (y la propia decisión de Gadafi de intentar aferrarse al poder a toda costa y reprimir el movimiento) la que echó por tierra estos planes. En ese contexto, Obama —con su táctica de intentar montarse sobre la ola de la revolución árabe para intentar desviarla y descarrilarla— exigió públicamente la salida de Gadafi. El imperialismo francés con intereses en toda la región del Magreb —y que en los últimos años había ido perdiendo influencia en la zona— intentaba recuperar posiciones y presionó a las demás potencias de la UE y a EEUU y en parte los puso ante el hecho consumado de la intervención al apoyar esta públicamente y reconocer a los dirigentes del Consejo Nacional Libio de Transición (CNT).
Las masas, como demuestran varios reportes, entrevistas y vídeos de esos días en The Real News y otras páginas antiimperialistas independientes, seguían oponiéndose a una intervención imperialista y comprendían instintivamente que las únicas que podían liberar su país eran ellas mismas.
También se oponían a que los dirigentes de los comités populares que habían creado en la lucha se aliasen o entrasen en un gobierno de coalición junto a la oposición burguesa o a diferentes ex ministros de Gadafi y autoridades del régimen, que ante el rápido avance de la revolución durante las primeras semanas se habían pasado a la oposición y buscaban el reconocimiento de los imperialistas. No obstante, como ha ocurrido en otras muchas revoluciones el papel de la dirección del movimiento, qué programa e ideas políticas adoptase ésta, era determinante para el futuro de la revolución.
6. Sólo la traición de los dirigentes burgueses y pequeñoburgueses del CNT permitió a los imperialistas retomar temporalmente el control
Desde la CMR alertamos de que la revolución libia aún no había vencido definitivamente y podía ser traicionada (tal y como luego hemos visto), no con la sabiduría de quienes comentan los acontecimientos una vez que han pasado, sino en aquellos mismos momentos de avance revolucionario en los que todo el mundo daba por inevitable la victoria insurgente y la derrota de Gadafi. La cita es larga pero a pesar de estar escrita antes explica con singular claridad el papel que han desempeñado los dirigentes del CNT:
“El surgimiento de los comités populares es un ejemplo de la rapidez con que están sacando conclusiones las masas. Representa en potencia una estructura soviética, el embrión de un Estado revolucionario que sólo puede desarrollarse destruyendo y sustituyendo la estructura del Estado burgués, que es la que el imperialismo intentará por todos los medios recomponer. Cualquier intervención imperialista si se produce tendrá como objetivo no el de impedir el caos o un desastre humanitario como dicen Hilary Clinton y otros imperialistas, sino recuperar el poder burgués en Libia acabando con la movilización independiente de las masas cuya principal expresión hasta el momento son los comités.
“Si la lucha por unificar los comités no va unida a este plan de acción (para crear un Estado socialista y expropiar a la burguesía y las multinacionales imperialistas, nota nuestra), el imperialismo puede intentar apoyarse en los propios dirigentes actuales de los comités para vaciar a estos de contenido revolucionario y utilizarlos como base para recomponer el Estado burgués. (…) La experiencia de la historia es clara al respecto: la revolución alemana de 1919 fue derrotada por que al frente de los Consejos se situaron los líderes socialdemócratas de derechas, que colaboraron activamente con la burguesía para dinamitarlos desde dentro (…)
“…Es evidente que en el lado de los insurrectos hay diferencias políticas y estratégicas. Las masas ansían la libertad, los derechos democráticos y barrer a la dictadura. Todas estas demandas sólo pueden ser satisfechas a través de una lucha sin cuartel contra la camarilla de Gadafi, y los imperialistas, con el fin de transformar la sociedad de arriba abajo en líneas socialistas. Pero también, el movimiento revolucionario ha atraído a todo tipo de arribistas y oportunistas que tienen sus propios planes, incluso a sectores desgajados de la cúpula política de la dictadura, como el ministro de Justicia de Gadafi, que no luchan por el poder del pueblo, sino por convertirse en los nuevos dirigentes de una Libia liberada de Gadafi, pero que siga conservando el carácter burgués de su Estado y los negocios con las multinacionales y corporaciones imperialistas. Estos sectores se aprovechan del arrojo revolucionario de las masas, pero quieren que la lucha se mantenga en límites aceptables para las grandes potencias. No quieren que el poder de los comités se extienda, se coordine y pueda alumbrar un Estado socialista revolucionario en Libia” (www.elmilitantevenezuela.org/content/view/6942/174/).
Poco después la declaración de la CMR Internacional desarrollaba esta misma idea: “La naturaleza aborrece el vacío. En ausencia de un partido formado por cuadros y activistas que se hayan ganado en el periodo previo el derecho a ser reconocidos por las masas como su dirección, estas en un primer momento tienden a mirar hacia ‘los que saben’, ‘los que hablan bien’. En muchas revoluciones hemos visto como en un primer momento, y especialmente en ausencia de una organización marxista de masas, la insurrección y el surgimiento de comités populares puede llevar al frente de estos a muchos elementos accidentales: sectores de la pequeña burguesía (abogados, ingenieros, médicos…), incluso a figuras vinculadas al régimen anterior, arribistas y aventureros que intentan hacer carrera y subirse a la ola de la revolución. La Comuna de París, la propia revolución de febrero de 1917 o la revolución española de los años 30 son ejemplos claros, pero esto ha ocurrido en mayor o menor medida en prácticamente todas las revoluciones. (…)
“En todos esos procesos revolucionarios a medida que la revolución avanza y debe enfrentar la resistencia de los contrarrevolucionarios, la acción del imperialismo, etc., tiende a desarrollarse una lucha dentro de los propios consejos y comités entre las masas que quieren seguir avanzando y llevar la revolución hasta el final y esos sectores de la dirección que tienden a caer bajo la influencia de la burguesía y el imperialismo y reflejar su presión. Eso es lo que vemos hoy en Libia” (www.elmilitantevenezuela.org-/content/view/6943/174/). Dicha declaración continuaba explicando que la promesa de ayuda militar del imperialismo sería precisamente como un caballo de Troya de la contrarrevolución. Si los dirigentes de origen pequeñoburgués e incluso burgués frenaban la revolución y buscaban algún tipo de pacto o acuerdo con el imperialismo con el argumento de que las masas no eran suficientemente fuertes la situación revolucionaria en marcha podía transformase en su contrario.
Como explicaba León Trotsky en los años 30 en su artículo Una vez más, ¿adónde va Francia?: “El pensamiento marxista es dialéctico: considera todos los fenómenos en su desarrollo, en su paso de un estado a otro. El pensamiento del pequeñoburgués conservador es metafísico: sus concepciones son inmóviles e inmutables; entre los fenómenos hay tabiques impermeables. La oposición absoluta entre una situación revolucionaria y una situación no revolucionaria es un ejemplo clásico de pensamiento metafísico (…) En el proceso histórico, se encuentran situaciones estables, absolutamente no revolucionarias. Se encuentran también situaciones notoriamente revolucionarias Hay también situaciones contrarrevolucionarias (¡no hay que olvidarlo!) Pero lo que existe, sobre todo, en nuestra época de capitalismo en putrefacción son situaciones intermedias, transitorias: entre una situación no revolucionaria y una situación prerrevolucionaria, entre una situación prerrevolucionaria y una situación revolucionaria... o contrarrevolucionaria. Son precisamente estos estados transitorios los que tienen una importancia decisiva desde el punto de vista de la estrategia política. (…)
“Una situación revolucionaria se forma por la acción recíproca de factores objetivos y subjetivos. Si el partido del proletariado se muestra incapaz de analizar a tiempo las tendencias de la situación prerrevolucionaria y de intervenir activamente en su desarrollo, en lugar de una situación revolucionaria surgirá inevitablemente una situación contrarrevolucionaria (…)”.
La aceptación, por parte de los dirigentes que inicialmente fueron aupados por el movimiento de masas a la dirección de los comités populares, de un pacto amplio para conformar el CNT, junto a sectores burgueses de oposición proimperialistas y a ministros de Gadafi que acababan de cambiar de bando hacía pocos días o semanas significó el primer paso en el descarrilamiento de la revolución. El segundo fue buscar la colaboración del imperialismo, lo que en la práctica significaba someterse a su dominio.
7. Las reivindicaciones que desataron la insurrección contra Gadafi siguen vigentes y no pueden ser satisfechas bajo el capitalismo
El resultado de la política proimperialista de los dirigentes del CNT ha sido convertir lo que era una revolución triunfante en una cruenta guerra civil de más de seis meses que ha costado miles de vidas. Desde este momento, el avance de las tropas rebeldes, ya no tenía como protagonista la acción revolucionaria de las propias masas.
Aunque el sufrimiento de las masas bajo el gobierno de Gadafi era tal que en varios barrios de la capital que sufrieron duramente la represión gubernamental durante los días de la insurrección las tropas rebeldes han sido recibidas con muestras de júbilo, a juzgar por los distintos informes que llegan de la capital libia (incluidos los de colectivos y corresponsales que han mostrado su simpatía por los rebeldes) no parece que la iniciativa y el control de la ciudad esté en manos de las masas, como sí ocurría en los días en que los comités y asambleas populares gobernaban Bengasi y Tobruk, impartían justicia y vigilaban las fronteras.
La conclusión de esto es precisamente la opuesta a lo que plantean todos aquellos que desconfían del instinto, conciencia y capacidad de las masas. Mientras estas tuvieron la dirección de la lucha contra Gadafi, nadie pudo citar casos de ajustes de cuentas, etc. Las asambleas y los comités populares mantenían un orden revolucionario.
En estos momentos en Trípoli parece predominar todavía la confusión. La ciudad estaba al borde de quedarse sin agua. Mientras muchos sectores celebran la caída de Gadafi, la mayoría lucha por sobrevivir y espera que el final de la guerra traiga mejoras significativas en sus condiciones de vida. Por su parte, en Bengasi, Misurata y otras ciudades millones de personas celebran con entusiasmo la caída de un gobierno que varias veces les bombardeó y sometió a asedio y llegó a amenazar con “perseguirles casa por casa como a animales”. Sirte, cuna y centro del poder de Gadafi, se encuentra rodeada por las tropas rebeldes, la cuales han dado un plazo para rendirse hasta el próximo sábado.
8. Los anhelos de las masas chocarán con las políticas capitalistas y proimperialistas de los dirigentes del CNT y con las potencias imperialistas
En estos momentos la densa niebla de la guerra todavía distorsiona la lucha de clases pero en cuanto ésta se disipe las masas en toda Libia tenderán a ir sacando conclusiones muy similares. Todas las contradicciones que hicieron estallar la insurrección contra Gadafi siguen ahí y más pronto que tarde pasarán a primer plano. El imperialismo intenta formar un gobierno provisional con el CNT y les gustaría poder basarse en éste para estabilizar el país e intentar convertir a Libia, en una especie de baluarte o fortaleza en su lucha por frenar y descarrilar la revolución en todo el mundo árabe. Saben que es un país petrolero de apenas 4 millones de habitantes y creen que si logran establecer un acuerdo para repartirse el botín como buenos bandidos será más fácil de estabilizar que Afganistán o Iraq. Y demás podrán hacer jugosos negocios.
Esa es la razón de que hayan invitado a los imperialistas chinos, rusos o iraníes a la reunión del grupo de “Amigos de Libia” y de que estos, cínicamente, después de condenar con la boca pequeña la intervención, hayan acudido rápidamente (por supuesto como observadores) a pedir su parte en el botín a cambio de colaborar en la estabilización del capitalismo en Libia.
Mientras sectores de la izquierda (e incluso algunos autodenominados marxistas), increíblemente, llegaron a elogiar la postura de China o Rusia como antiimperialista cuando estas potencias —que tenían derecho a veto en el Consejo de la ONU— lo que hicieron fue abstenerse al mejor estilo Poncio Pilatos, desde la CMR denunciamos cómo los imperialistas chinos, rusos e iraníes criticaban con la boca pequeña la intervención pero se mantenían cínicamente al margen, esperando a ver de qué lado se decantaba la guerra para, en cuanto pudiesen, jugar sus cartas y reclamar su parte en el saqueo del pueblo libio.
Ahora la subasta ha comenzado y todos los bandidos imperialistas pujan por llevarse el mejor trozo posible y llegar a un acuerdo entre “caballeros” para utilizar a Libia como muro de contención contra la extensión de la revolución árabe. Pero una cosa son sus planes y objetivos, y otra lo que la lucha de clases y la situación de inestabilidad y ruptura del equilibrio capitalista mundial determinen.
Los revolucionarios debemos seguir atentamente los acontecimientos en Libia durante los próximos meses y hacer todo lo posible para que, frente a los intentos imperialistas de estabilizar una Libia capitalista bajo su control, los sectores más avanzados y combativos de las masas recuperen la iniciativa.
El primer paso es reivindicar el magnífico ejemplo de la insurrección que se desarrolló en el país africano entre finales de febrero y los primeros días de marzo de este año. Frente a la montaña de ocultamientos, tergiversaciones y basura mediática con la que tanto Gadafi y sus compinches, como los imperialistas, los reformistas y hasta los propios dirigentes del Consejo Nacional de Transición (CNT) libio intentan borrar esta experiencia revolucionaria de la conciencia de las masas, es un deber para cualquier revolucionario socialista rescatar y explicar la maravillosa experiencia revolucionaria de los comités populares dirigiendo la vida en Bengasi y otras ciudades.
Los problemas y anhelos que originaron la revolución contra Gadafi volverán a plantearse una y otra vez: el elevadísimo desempleo juvenil, las desigualdades sociales, el derecho a una vida digna…, y vinculado inseparablemente a todo ello las demandas democráticas de libertad de expresión y manifestación, derecho a formar sindicatos y organizaciones políticas independientes, etc. Los dirigentes burgueses y pequeñoburgueses del CNT, agarrados a las faldas de los imperialistas, no darán solución a estas reivindicaciones. En su seno hay ya una lucha a muerte entre distintos grupos y clanes por ver quién se hace con el control del poder, como demuestra el asesinato durante este verano de Abdel Fatah Yunis, jefe del Estado Mayor del ejército rebelde (y ministro de Interior de Gadafi en el momento de estallar la insurrección) a manos de una facción rival del mismo ejército rebelde.
Una vez en el poder estas luchas y contradicciones internas se recrudecerán. Lo mismo es válido para las distintas potencias imperialistas, tanto las que lideraron la intervención como las que se opusieron de boquilla a la misma. En un contexto mundial de lucha por cada porción del mercado mundial, lo más probable es que —independientemente de su voluntad— las tensiones y contradicciones por controlar los recursos del pueblo libio y apoyarse en cada una de las mafias, clanes y grupos que integran la clase dominante local para aumentar su poder e influencia en la región tiendan a agudizarse y se conviertan en otro factor más de tensión y desestabilización cuyas consecuencias pagarán fundamentalmente las masas.
9. Sólo un programa socialista que una las demandas económicas y democráticas de las masas y luche por restablecer el poder de los comités populares resolverá los problemas del pueblo libio
El resultado más probable de todo este complejo escenario de intereses capitalistas e imperialistas cruzados, será que, más pronto que tarde, el malestar de las masas pueda volver a expresarse. La lucha contra Gadafi ha servido hasta ahora a los dirigentes del CNT de excusa para ganar tiempo, no ofrecer soluciones concretas a las demandas populares y justificar su alianza con los imperialistas. Con la desaparición de esa excusa el verdadero carácter de clase de estos dirigentes y la incapacidad del capitalismo para ofrecer condiciones de vida dignas a las masas se hará cada vez más evidente.
Así las cosas, los dirigentes burgueses libios y los imperialistas intentarán todo tipo de maniobras para desviar la atención de las masas. La primera ya está en marcha: la formación de un gobierno de unidad acompañado probablemente con la promesa de convocar elecciones “democráticas” en un plazo de tiempo que les permita intentar preparar y controlar el desarrollo de dichas elecciones. Sin embargo, como explicamos desde el principio, cualquier promesa de construir una democracia en Libia —como en el resto de la región— sin poner los gigantescos recursos petroleros del país bajo el control y la gestión democrática de la sociedad —empleando los mismos para garantizar empleo, salud, educación, vivienda y condiciones de vida dignas para toda la población— será una farsa.
Las demandas democráticas en Libia sólo pueden ser conquistadas si van de la mano de la lucha por la transformación socialista de la sociedad. La principal tarea de los revolucionarios tanto en la propia Libia como internacionalmente es insistir una y otra vez en esta idea. Ni de la mano de los imperialistas ni bajo Gadafi o sus colaboradores hay solución alguna a los problemas del país. Es imprescindible defender un programa de consignas transicionales que vincule la lucha por la paz y la reconstrucción del país tras la guerra, por empleo digno y para todos, agua, vivienda y servicios sociales, a la necesidad de expropiar las industrias petroleras y demás riquezas del país. Hasta ahora estas riquezas estaban en manos de la camarilla de Gadafi, la cúpula militar y un puñado de familias que las explotaban en colaboración con distintas multinacionales imperialistas. Ahora intentarán controlarlas los principales dirigentes proimperialistas de la oposición a Gadafi. Pero esta enorme riqueza sólo servirá para resolver los problemas de Libia si es gestionada democráticamente por el conjunto de la población mediante asambleas y comités formados por delegados elegibles y revocables.
Pero esto no lo harán los dirigentes que entregaron la revolución al imperialismo. Unido a ese programa hay que defender, frente al intento imperialista de formar cualquier parlamento o asamblea nacional (incluida en un determinado momento la posibilidad de lanzar una asamblea constituyente si lo necesitasen para intentar paralizar y engañar a las masas) que actúe como títere de los planes imperialistas, la reorganización desde abajo de los comités populares y su unificación en una asamblea revolucionaria de delegados de estos comités elegibles y revocables en todo momento que dirija el país. La experiencia de las masas, autogobernándose durante varias semanas en Bengasi y otras ciudades, no caerá en saco roto. Las masas experimentaron su poder y su fuerza, vieron no en teoría sino en la práctica que podían dirigir la vida social sin necesidad de los imperialistas o los capitalistas.
10. Para derrotar los planes contrarrevolucionarios del imperialismo en Venezuela y otros países, debemos instaurar una economía nacionalizada y planificada y un Estado revolucionario dirigidos por los trabajadores y el pueblo, y extender la revolución internacionalmente
Como decíamos al inicio de este artículo, el empeño de un sector de la izquierda en seguir caracterizando a Gadafi como socialista y revolucionario y lo ocurrido en Libia como una conspiración exitosa organizada por el imperialismo (pese a todos los datos objetivos en contra de esta visión que ya hemos comentados) lleva directamente a aceptar que nuevas conspiraciones como ésta están en marcha en todo el mundo y pueden ser exitosas.
Esta idea es enormemente peligrosa para la revolución, ya que sobrevalora el poder de los imperialistas y desprecia el poder de resistencia de las masas, al considerar a éstas como una especie de papel en blanco sobre el que cualquiera puede escribir. Pero si algo demuestra nuestra revolución es precisamente lo contrario. Durante 12 años los imperialistas han hecho todo lo posible por torcer la voluntad popular, derrocar a Chávez y acabar con la revolución y los trabajadores y el pueblo venezolano hemos ratificado al comandante en más de 11 convocatorias electorales y cuando éste llamó a construir el socialismo alcanzó precisamente el mayor apoyo a lo largo de todo este proceso revolucionario: más de 7 millones de votos, un 63% de los sufragios.
Esta situación sólo ha empezado a variar peligrosamente por causa de la actuación contrarrevolucionaria y saboteadora de la quinta columna burocrática. Este es hoy el peor enemigo de la revolución. Mientras la derecha proimperialista, criminal y vendepatria de la MUD pese a toda su demagogia sigue desprestigiada y desenmascarada ante amplios sectores de la población venezolana esta “quinta columna” que se disfraza de rojo y repite los discursos sobre el socialismo ataca y despide a trabajadores, participa en pequeñas y grandes corruptelas, etc. Con ello golpe la línea de flotación de la revolución, nuestro capital más importante: la moral de las masas, su confianza en que la revolución seguirá avanzando. Ello ha provocado que, por primera vez a lo largo de este proceso revolucionario, el apoyo electoral a la revolución descienda y la distancia respecto a la contrarrevolución se recorte peligrosamente. Pero también hace que, entre las bases más militantes de la revolución, esté creciendo la inquietud y descontento contra la burocracia y la búsqueda de un camino para defender la revolución y hacer definitiva su victoria acabando con el capitalismo y el burocratismo.
No es casualidad que muchos representantes de esta burocracia reformista repitan entusiasmados las ideas acerca de que lo ocurrido en Libia responde a un plan imperialista. Esta idea les viene como anillo al dedo para justificar en casa el desoír, estigmatizar o criminalizar cualquier protesta en su contra y atribuirla como Gadafi en Libia a la manipulación de fuerzas oscuras, la contrarrevolución, etc.
El único modo de defender la revolución —como explicamos al inicio de este artículo— es mantener a las masas obreras y campesinas movilizadas y vigilantes y fortalecer el apoyo social a la revolución, y la confianza de las masas en la misma. Pero eso sólo se puede hacer resolviendo sus problemas, acabando con el poder de los capitalistas y la burocracia estatal y construyendo un genuino Estado revolucionario dirigido por los trabajadores y el pueblo, desarrollando de verdad el control obrero y la planificación democrática y socialista de la economía…
Si las políticas del gobierno revolucionario avanzan en la resolución de los problemas de las masas y fortalecen la confianza de la clase obrera y el resto de los explotados venezolanos en la revolución, ninguna potencia imperialista por mucha fuerza militar que tenga tendrá nada fácil atacarnos y si lo hace esa intervención se volverá en su contra. Por el contrario, si no son resueltos los problemas que sufre el pueblo (inflación de los precios, desigualdades, tercerización, inseguridad, déficit habitacional…), si se moderase la marcha de la revolución, si en lugar de basarse en las masas para llevar esta hasta el final se hacen concesiones a los capitalistas, o se permite que los burócratas enquistados en muchas instituciones del Estado (cada vez más rechazados por las masas) sigan en sus puestos, esto podría debilitar esa confianza y moral y facilitar un escenario mucho más propicio para que los contrarrevolucionarios e imperialistas puedan poner en marcha sus planes.
Esto mismo es cierto respecto a la política exterior. Defender a aliados del tipo de Gadafi, confiar en ellos o en otros gobiernos burgueses enfrentados por sus propios motivos e intereses al imperialismo, sólo puede debilitarnos y mermar al apoyo internacional a nuestra revolución. Venezuela sigue siendo el punto más avanzado de la revolución mundial. Pero ello significa que la dirección de la revolución venezolana tiene una enorme responsabilidad ante los acontecimientos de la lucha de clases en todo el mundo. Si se hubiese adoptado una política de apoyo revolucionario a la insurrección de masas en Libia, ofreciendo todo el apoyo político a los comités y llamando a las masas a desconfiar de los dirigentes que planteasen cualquier acercamiento, por mínimo que fuese, la revolución en Libia y el mundo árabe estaría hoy en una situación más favorable, y la simpatía y apoyo a la revolución venezolana se habría fortalecido no sólo en el mundo árabe sino en todas partes. El apoyo a Gadafi (al igual que el que se brinda a Assad o Ahmadineyad) crea enormes dudas y desconcierto entre decenas de miles de activistas en todo el mundo, y es utilizado por los imperialistas para intentar aislarnos e identificar a Chávez y a la revolución venezolana con estos regímenes que no son en absoluto revolucionarios.
Es necesario un cambio en la política exterior. Sólo aplicando las políticas antes comentadas para llevar la revolución hasta la victoria en Venezuela, y llamando al mismo tiempo a los trabajadores y oprimidos de todo el continente y del resto del mundo a acabar con el capitalismo y construir un Estado revolucionario dirigido por los trabajadores y el pueblo en sus países, podremos romper el intento imperialista de cercarnos y hacer realidad el proyecto bolivariano de la Patria Grande liberada, unida y socialista, dentro de un mundo socialista, sin ningún tipo de opresión ni explotación.