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La crisis entre EEUU y Rusia ha alcanzado un punto de ebullición. Si atendemos a la propaganda de los grandes medios occidentales, que no son más que el eco de las notas de prensa que emite el Departamento de Estado en Washington, Putin estaría preparándose para invadir Ucrania y conducir a sus ejércitos a la conquista de Kiev. Suena a broma, ¿no? Pero en realidad es el guión que se repite machaconamente en una burda campaña de mentiras que nos retrotrae a los momentos más críticos de la guerra fría del pasado siglo XX.

La diplomacia norteamericana nos tiene acostumbrados a este tipo de juego sucio desde hace mucho tiempo. Patrañas como lo fueron en su momento las “armas de destrucción masiva”, o la lucha contra “el imperio del mal”, esconden otros asuntos de gran relevancia. En primer lugar, que su derrota en Afganistán el pasado mes de septiembre fue mucho más que un revés militar: coronó dos décadas de fiascos de envergadura en Oriente Medio, de fracaso contra Irán, de una pérdida decisiva de su influencia en el continente africano, de retrocesos en Asía y América Latina. En este contexto, EEUU no puede de ninguna manera renunciar a mantener su influencia política, económica y militar en el continente europeo frente a los avances de China y Rusia. La escalada militarista en Ucrania y sus pretensiones de extender la OTAN hasta la frontera rusa, la paralización del gaseoducto Nordstream2, o las divisiones que están aflorando en la UE como consecuencia de lo anterior son sus efectos más visibles.

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Tras la derrota de Afganistán y la pérdida paulatina de peso en todos los continentes, EEUU no puede de ninguna manera renunciar a mantener su influencia política, económica y militar en el continente europeo frente a los avances de China y Rusia.

En segundo lugar, esta decadencia prolongada del imperialismo norteamericano es la expresión de la grave crisis económica, social y sanitaria que se ha manifestado dentro de sus fronteras mucho antes incluso de la pandemia. Ahora, con más de 878.888 muertos por la Covid, unas cifras que superan los muertos estadounidenses en la Segunda Guerra Mundial y en Vietnam juntos, EEUU ha perdido el pulso de manera estrepitosa frente a la política Covid cero del régimen chino. La ofensiva en Ucrania tiene mucho que ver con esto. Biden, continuando la política exterior de Trump, busca desviar la atención de los problemas domésticos con este redoble de tambores y, al igual que a su predecesor, las cosas no parecen irle muy bien.

Un nuevo reparto del mundo

Con una situación de estancamiento en la economía global, tal como señalan todas las instrucciones internacionales empezando por el FMI, la desigualdad se extiende agravada por las políticas criminales de los Gobiernos capitalistas frente a la Covid. Pero en este sombrío escenario el musculo económico de China se ha fortalecido en cantidad y calidad. No solo lidera la producción mundial —el gigante asiático concentra un tercio de la producción manufacturera—, también sus avances en tecnología e inteligencia artificial están asombrando al resto de potencias. En diciembre de 2021 sus exportaciones se dispararon un 21% interanual y su superávit comercial alcanzó el récord de 676.000 millones de dólares.

La guerra comercial impulsada por Trump ha fracasado en su intento de herir al régimen de Xi Jinping y erosionar sus puntos fuertes. En realidad, la situación es justamente la contraria. La economía estadounidense ligada a la especulación bursátil y lastrada por las montañas de capital ficticio que se han creado en estos años, depende como nunca antes de que las tasas de crecimiento chinas se mantengan. Y si algo también ha quedado de relieve es su alta vulnerabilidad ante la capacidad de la potencia asiática para condicionar las cadenas de suministros, controlar materias primas estratégicas y dominar las rutas comerciales globales.

La exportación de capital del imperialismo chino a todos los rincones del mundo abruman las estadísticas internacionales. Es el primer inversor en el continente africano, entre los países del Golfo Pérsico y Oriente Medio, y su preponderancia en el mercado asiático es indiscutible. En América Latina está desplazando a EEUU como socio comercial e inversor mayoritario de numerosos países, y en Europa sus progresos han sido colosales.

Si los EEUU tejieron una sólida alianza imperialista en Occidente después de 1945, y esto era el reflejo de unos enormes recursos económicos robustecidos tras una guerra que arrasó las fuerzas productivas de Europa, la URSS y Japón, en estas dos últimas décadas China ha tejido también un bloque de aliados cada vez más sólido, que planta cara al imperialismo estadounidense en todos los terrenos, incluido el militar, como las guerra en Siria, Iraq y Afganistán han dejado claro.

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El musculo económico de China se ha fortalecido en cantidad y calidad. Lidera la producción mundial y sus avances en tecnología e inteligencia artificial están asombrando al resto de potencias. 

Han pasado tres décadas del colapso del estalinismo y el desmembramiento de la URSS. Atendiendo a la lógica formal ese periodo debería haber sido idóneo para que EEUU hubiese solidificado sus alianzas internacionales y su hegemonía mundial. Pero la dialéctica de la historia se ha encargado de jugar una mala pasada a los estrategas de Washington. Sus ideas acerca del “fin de la historia”, y la arrogancia que les llevó a pensar que contaban con margen ilimitado para intervenir militarmente en cualquier lugar del planeta, se han transformado en una cruel pesadilla.

Asistimos a un nuevo reparto del mundo, y está teniendo lugar sin que medie una guerra mundial de dimensiones colosales. Un acontecimiento de esta envergadura histórica tiene a la fuerza que provocar una reacción decidida por parte de la potencia que está siendo desplazada.

Rusia planta cara a EEUU

La propaganda histérica en Occidente culpa a Rusia de la actual situación en Ucrania. Pero no se puede entender lo que está ocurriendo, y la responsabilidad del imperialismo en ello, sin ver los acontecimientos de las últimas décadas.

Tras el colapso del estalinismo y la restauración del capitalismo en 1991, que produjo un hundimiento terrible de la economía y las condiciones de vida de la inmensa mayoría de la población, Rusia quedó fuera de la escena internacional durante casi dos décadas. La primera guerra del Golfo, las guerras en la antigua Yugoslavia o la invasión de Afganistán transcurrieron ante la completa impotencia de Rusia, incapaz de jugar en ellas ningún papel.

La debilidad de Rusia fue aprovechada por otros actores. La OTAN se amplió entre 1999 y 2004 a Hungría, Polonia, Chequia, Eslovaquia, Bulgaria, Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania y Rumanía. Es decir, estos campeones de la “democracia y la paz” de Washington, llevaron sus armas y sus ejércitos hasta las fronteras rusas con las consecuencias que ello supone para la capacidad defensiva del Estado ruso.

En 2008 la OTAN aceptó la solicitud de admisión de Georgia y Ucrania, que habían formado parte durante setenta años de la URSS. Pero en agosto de ese año se produjo un primer punto de inflexión: la intervención rusa para frenar la ocupación georgiana de Osetia y Abjasia, estimulada por el imperialismo a través de Turquía. A partir de este momento la actitud de Moscú sería mucho más activa para hacer frente a la agresividad estadounidense.

En 2013, el régimen de Assad estaba en la cuerda floja en Siria y EEUU preparaba una intervención que podría acabar con él. Pero Putin dejó claro a Obama que no dejaría caer a Assad y que haría todo lo necesario para ello. El imperialismo siguió armando a los yihadistas pero descartó una intervención directa. En 2015, el régimen de Assad volvía a estar contra las cuerdas, incluso después del apoyo de Irán. En septiembre de ese año Rusia lanzó una vasta operación militar con tropas aerotransportadas, aviones de combate y gran cantidad de material cuyo resultado fue la consolidación de Assad y el comienzo de una proyección de fuerza militar en todo el mundo que no ha cesado desde entonces.

Hoy, el avance ruso es indiscutible: después de Siria vino Libia, donde se ha convertido en un actor fundamental. En Oriente Medio es parte decisiva de cualquier escenario y tiene relaciones con todas las potencias regionales. En África está ocupando, mano a mano con China, el hueco que están dejando tanto el imperialismo estadounidense como el francés. El último ejemplo de esto es su intervención en Malí, donde ha sustituido el papel militar de París.

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Putin está a la cabeza de un régimen de capitalismo salvaje con evidentes aspiraciones imperialistas. Pero eso no puede llevar a confusión y equivocar la responsabilidad que tiene el imperialismo estadounidense en la escalada militar en Ucrania. 

Para una parte considerable de la izquierda heredera del estalinismo, Putin es presentado como el continuador de la URSS, y se le pinta como un nacionalista dispuesto a resistir la embestida occidental que merece ser apoyado incondicional y acríticamente. Pero la realidad dista mucho de esta imagen evocadora y reduccionista. El régimen de Putin responde a los intereses de la oligarquía capitalista rusa que, sobre las ruinas de la propiedad nacionalizada, sobre el saqueo del patrimonio histórico de la URSS y del robo al pueblo soviético, se alzó a la cabeza de un sistema de capitalismo salvaje con evidentes aspiraciones imperialistas. Putin no es el amigo inocente de los pueblos del mundo, pero eso no puede llevar a confusión y equivocar la responsabilidad que tiene el imperialismo estadounidense en la escalada militar en Ucrania.

¿Está en juego la independencia de Ucrania?

En 2014 se produjo el otro gran punto de inflexión de la política exterior rusa: su intervención en Crimea y el Donbás. A partir del movimiento del Maidán y la caída de Yanukóvich, el imperialismo americano y europeo se basó en todo tipo de bandas de extrema derecha y neonazis para hacerse con el control del Gobierno, el Estado y el Ejército ucraniano. La intención, obviamente, era disponer de un aliado estratégico en la frontera rusa para utilizar contra la fuerza creciente del régimen de Putin y su alianza con China.

En la región del Donbás estalló un movimiento popular para enfrentar la violencia desatada por esas bandas fascistas, que se consideran continuadoras de los colaboracionistas nazis en la Segunda Guerra Mundial. Las fuerzas rebeldes tomaron el control de parte de las provincias de Donetsk y Lugansk y derrotaron a las milicias de extrema derecha. Pero lo que acabó con el carácter popular del movimiento fue precisamente la intervención militar rusa, que con miles de soldados sin distintivo se hicieron con el control de la situación. Finalmente los Gobiernos de la República Popular de Donetsk y la República Popular de Lugansk, se convirtieron en meros agentes del régimen de Putin.

El presidente del Gobierno ucraniano, Volodímir Zelenski, cuya popularidad ha caído hasta el 24,7%, anunció el pasado mes de febrero su intención de recuperar la península de Crimea, anexionada militar y políticamente por Rusia tras un referéndum en 2014. En cuanto a las repúblicas de Donetsk y de Lugansk, cuya población mayoritariamente habla ruso y se siente más rusa que ucraniana, las autoridades de Kiev no han dejado de boicotear los Acuerdos de Minsk, que sancionaron el autogobierno de esos territorios, y de presionar con constantes incursiones armadas que han provocado miles de muertos. Ahora han ido mucho más allá, y han manifestado su intención de intervenir militarmente para aplastar a las repúblicas rebeldes, en una abierta provocación a Rusia.

La supuesta “independencia” de Ucrania, que pretenden defender la OTAN, EEUU y la UE es una falacia. Tras el colapso del estalinismo, el régimen capitalista ucraniano convirtió el país en un caos para la población y un paraíso para los oligarcas. Desde entonces EEUU no ha tenido otra intención de mantener el país bajo su control, y maniobra constantemente para conseguir este objetivo.

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La supuesta “independencia” de Ucrania, que pretenden defender la OTAN, EEUU y la UE es una falacia. Desde el colapso del estalinismo, EEUU ha maniobrado constantemente para mantener a este país bajo su control.

Desde 2014 el ejército ucraniano está sostenido por la ayuda militar estadounidense que también colabora en el adiestramiento de unas tropas donde campan a sus anchas todo tipo de grupos de extrema derecha y abiertamente nazis, que mantienen incluso sus propias milicias, algo que ha causado polémica en el propio Congreso de EEUU. El exagente del FBI y experto en seguridad Ali Soufan estima que más de 17.000 combatientes extranjeros han venido a Ucrania en los últimos seis años desde 50 países. Un auténtico paraíso para la formación militar de fascistas de todo el mundo, que cada vez se parece más a los monstruos yihadistas creados por el imperialismo en Oriente Medio.

EEUU y la UE: divisiones en el bloque occidental

Lo que se está ventilando en estos momentos no es la “independencia ucraniana”. Lo que está encima de la mesa es, como lo llaman algunos, “la arquitectura de seguridad europea”. Es decir, qué pasa con Europa en el nuevo reparto del mundo, y si Washington logrará mantener su influencia fundamental en el viejo continente.

El papel secundario que está teniendo la Unión Europea en la discusión entre EEUU y Rusia prueba la irrelevancia de la política exterior de la UE y su constante pérdida de peso en los asuntos geopolíticos más decisivos, pero también las profundas contradicciones y divergencias que arrastran los socios ante el conflicto ucraniano.

Siguiendo a trancas y barrancas el guión cocinado por el Departamento de Estado y el mando americano de la OTAN, es un bochorno escuchar al alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell, decir que “Europa está en peligro”. ¿Qué Europa? ¿La de Polonia, Reino Unido y los países bálticos, mucho más cerca de Washington que de Bruselas, o la de Alemania e Italia, cuyas burguesías están muy irritadas con un asunto que puede hacer peligrar sus importantes negocios con el régimen de Putín?

Cada vez son más evidentes las diferencias entre EEUU y países como Francia o Alemania sobre cómo actuar ante Moscú. Biden y su diplomacia de la amenaza se está basando en países que se comportan como protectorados americanos, Polonia y las repúblicas bálticas, a través de los cuales transfiere armas a Ucrania. Pero Francia tiene una experiencia muy concreta con EEUU en los últimos años. Macron afirmó en noviembre de 2019 que “la OTAN está en muerte cerebral” y ha mantenido diferencias serias con la administración norteamericana, incluso participando en bandos opuestos de algunos conflictos, como en Libia. La gota que colmó el vaso en París fue la firma del Aukus —acuerdo entre Australia, Reino Unido y EEUU— el pasado septiembre, cuya consecuencia fue que Francia perdió un contrato para venderle submarinos a Australia por valor de 50.000 millones de dólares.

Por su parte, la principal potencia del continente, Alemania ha mantenido desde hace décadas una política con Moscú que se concreta en gas ruso a cambio de tecnología alemana. Esa política tiene firmes defensores como el excanciller socialdemócrata alemán Gerhard Schröder o la propia Angela Merkel. Y no defensores en abstracto, Schröder es el presidente de la junta de accionistas del consorcio ruso-alemán que opera el gasoducto Nord Stream y también preside el Consejo de Administración de la petrolera estatal rusa Rosneft. Por su parte, Merkel ha sido la portavoz del sector de la burguesía alemana dispuesto a trabajar con Moscú y con China, frente a otros sectores que estarían de acuerdo en profundizar la colaboración… con Rusia para alejarla precisamente de China, su competidor en el mercado mundial.

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Lo que está encima de la mesa no es la independencia de Ucrania, se trata de dilucidar qué pasa con Europa en el nuevo reparto del mundo, y si Washington logrará mantener su influencia fundamental en el viejo continente. 

Aquí es donde se expresa la importancia del gasoducto Nord Stream 2, recién terminado y que suministrará gas ruso a Alemania directamente, sin pasar por Ucrania. Desde el principio Washington lo vio como un arma estratégica en manos de Rusia, pues incrementaría la dependencia de Alemania y de la UE, y se opuso a su puesta en marcha, incluso con sanciones a directivos alemanes. Finalmente, el verano pasado, Biden levantó las sanciones y llegó a un acuerdo con Merkel, algo que señalaba las vacilaciones de EEUU. Ahora dando un nuevo giro exige a Alemania que no lo ponga en marcha.

¿Habrá guerra?

El imperialismo estadounidense está intentando defender su posición en Europa. Después de todos los retrocesos del último periodo, no puede permitirse perder su papel aquí. Pero más allá de la propaganda, no está mostrando precisamente fortaleza. Como en el resto de escenarios de la pugna mundial, no tiene claro qué hacer con Ucrania, qué hacer en Europa, más allá de evitar que Rusia avance. Pero eso es un deseo no una estrategia.

En la crisis ucraniana, desde el primer momento afirmaron que no habría ni un soldado estadounidense sobre el terreno. Han amenazado con “sanciones sin precedentes”, pero sin llegar a concretarlas. Biden balbucea un día sí y otro también advirtiendo de un “ataque ruso inminente” para, a renglón seguido, corregirse y plantear que habría que ponderar el tipo de ataque para pensar en la respuesta adecuada.

El secretario de Estado Blinken advertía con utilizar la “diplomacia implacable”. Pero desde que existe la diplomacia, por diplomacia implacable se entiende poner sobre la mesa un garrote más grande que el de tu enemigo, que es exactamente lo que ha hecho Putin.

Al final, si se elimina el humo de la propaganda de la ecuación, lo que queda es que quien está a la ofensiva en esta situación es Rusia. Tiene una estrategia, tiene cartas en su mano, las está jugando y además cuenta con el respaldo firme de China. Está demostrando ser una potencia confiable, con la que se puede llegar a acuerdos y que lo que dice lo cumple, no como Washington.

No deja de ser significativo lo ocurrido en Kazajistán. En medio de la situación de máxima tensión en Ucrania, estalla la rebelión popular de Kazajistán y después de una represión brutal del Gobierno y el ejército kazajo contra la población, Moscú envía tropas a Almati y otras ciudades, para reforzar al régimen, eliminar a los elementos poco fiables de la camarilla dirigente y ganar una influencia política decisiva. Por supuesto Washington se muestra completamente impotente, y Rusia avanza en un país que formó parte de la URSS pero que tras su independencia se convirtió en una plataforma para la llegada de enormes inversiones occidentales, americanas, holandesas, alemanas... para explotar sus grandes recursos naturales.

¿Qué escenarios pueden abrirse en las próximas semanas? Por un lado, el imperialismo estadounidense ha rebajado algo su vocerío después de la última reunión en Ginebra. Plantean que están “hablando, no negociando”. Han contestado negativamente a las propuestas concretas de Rusia, que exige un repliegue de la OTAN en los países de Europa del Este a los niveles de 1997. ¡Por ahí no pasarán! Pero es evidente que si han respondido por escrito a las consideraciones que Rusia estima imprescindibles para su seguridad integral, después de haberse negado reiteradamente, es porque no tienen nada claro como continuar y necesitan tiempo.

Por su parte, un portavoz del Ministerio de Exteriores ruso ya ha dicho que la respuesta estadounidense no satisface a Moscú, y preparará su réplica tras consultar con sus aliados, entre los que citó a China e India. En pocas horas, el Gobierno de Xi Jinping ha hecho público su rotundo apoyo a Rusia.

Es sintomático que mientras se redactaba la respuesta estadounidense, Francia y Alemania hayan planteado su propia vía de negociación con Moscú, que se estrenará con una conversación de Macron con Putin. También es significativo que a la vez Putin mantuviese una reunión con la gran patronal italiana donde se constató la voluntad de ambas partes de seguir haciendo negocios sin hacer ni una sola mención a Ucrania. Estos hechos demuestran las enormes dificultades para mantener una posición unida entre EEUU y la UE contra Rusia.

¿Qué pasará con el Nord Stream 2? Es un hecho que el Gobierno alemán ha endurecido su posición, al menos en las formas, fruto de las renovadas presiones de EEUU. Pero también es un hecho que Alemania necesita ese gasoducto, en eso hay poca discusión. Washington pone el grito en el cielo por el gasoducto pero ¿qué alternativa ofrece? Gracias al fracking podría exportar gas a Europa. ¿Lo va a hacer? No, de hecho hay presiones en EEUU para recortar la exportación para que los precios bajen más allí, donde el megavatio/hora cuesta en estos momentos 14 euros. Ahora están sacando un conejo de la chistera en forma de gas proveniente de Qatar, que obviamente sería más caro que el ruso.

No está garantizado que el Gobierno alemán, a pesar del apoyo de los Verdes a Biden en esta cuestión, acepte esta imposición de manera definitiva. Lo que se juega es mucho, empezando por los negocios de los grandes monopolios germanos. De momento, Berlín se ha opuesto públicamente a transferir armamento al ejército ucraniano, aunque para recochineo sí ha aceptado enviar 5.000 cascos.

En los últimos días, Washington ha puesto en “alerta máxima” a 8.500 soldados para su posible despliegue en países del Este de Europa. Algo más pensado para aparentar medidas militares enérgicas pero que no jugaría ningún papel en un posible escenario bélico. A la vez está aumentando las armas entregadas a Ucrania, pero en una cantidad y de unas características muy lejos de resultar desequilibrantes frente al despliegue ruso.

Nadie quiere una guerra, lo que se entiende por una guerra. Para Putin, una invasión de Ucrania no resolvería ninguno de sus objetivos y podría transformarse rápidamente en un Vietnam, de consecuencias incalculables, incluso revolucionarias, en la propia Rusia. Otra cosa es fortalecer su posición en el Donbás o hacer retroceder las posiciones ucranianas en ese frente. Putin seguirá jugando sus cartas. Está presionando para que Zelenski cumpla los acuerdos de Minsk, algo que Zelenski no puede hacer, porque cumplir con Minsk significaría su caída.

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Es difícil trazar una perspectiva cerrada, pero una guerra abierta con empleo de grandes cantidades de tropas, armamento pesado, intervención de varias potencias y destrucción masiva no es la más probable. 

El imperialismo puede optar por suministrar armas a Ucrania para mantener una guerra de “baja intensidad” por tiempo indefinido. Es la táctica que ya hemos visto en muchos escenarios en los últimos años: antes que perderlo todo, generar un caos en el que su adversario tampoco salga victorioso. Exactamente lo mismo que han hecho en Siria, en Libia, en Afganistán, en África… Y también es claro el resultado, a medio plazo abandona la escena sin conseguir nada.

Pero hay que decir que una guerra en Europa es una cosa completamente diferente. A pesar del ruido de la propaganda, el imperialismo está dividido y tienen muchas dificultades para encarar un escenario bélico como el que está dibujando en sus declaraciones. Después de las retiradas de Afganistán e Iraq, y con la situación social y política en el viejo continente y en EEUU, no existe una base de apoyo entre la población para sostener un conflicto sangriento que produciría decenas de miles de muertos. Las movilizaciones serían masivas e inmediatas, poniendo a los diferentes Gobiernos que la sostuvieran contra las cuerdas.

Las contradicciones están llegando a un punto serio. La apuesta de Putin es muy alta y necesita resultados tangibles y, por el otro, Washington no puede permitirse retroceder mucho más en Europa. Es difícil trazar una perspectiva cerrada, pero una guerra abierta con empleo de grandes cantidades de tropas, armamento pesado, intervención de varias potencias y destrucción masiva no es la más probable. Pero el escenario señala las contradicciones insolubles que están emergiendo en esta fase de lucha interimperialista por el dominio del mundo.

Nuevas guerras, incluso más brutales que las que hemos visto en estos últimos años son inevitables. Por eso es urgente que el movimiento obrero alce su voz independiente, defendiendo una postura de clase, socialista e internacionalista contra la guerra imperialista, y contra todos aquellos que nos arrastran a la barbarie. En estos momentos decisivos es cuando se prueban a las organizaciones, a todas las organizaciones. Y el lamentable espectáculo de la izquierda reformista y gubernamental europea, actuando de vasallos del imperialismo occidental demuestra que pocas cosas han cambiado, y que si dices A aceptando la lógica del sistema, continúas diciendo B, C y todo el abecedario hasta apoyar las intervenciones militares.

La guerra y el capitalismo son inseparables. Por eso, si queremos la paz hay que luchar por derrocar este orden injusto y criminal.

¡Sí quieres la paz construye una izquierda combativa e internacionalista y lucha por el socialismo!

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