ÍNDICE
I. Una discusión necesaria con nuestros camaradas sindicalistas
II. ¡Otra vez los prejuicios anarcosindicalistas!
III. Comunismo y sindicalismo
IV. Los errores de principio del sindicalismo
V. Monatte cruza el Rubicón
VI. Los errores de los sectores de derecha de la Liga Comunista sobre la cuestión sindical
VII. La cuestión de la unidad sindical
VIII. Los sindicatos en Gran Bretaña
IX. Cartas sobre la situación sindical holandesa
X. Los sindicatos en la era de transición
XI. Entrevista con un organizador de la CIO
XII. Los sindicatos en la era de la decadencia imperialista
PRÓLOGO
La lucha del movimiento marxista por establecer su influencia entre las masas de los trabajadores ha sido una constante en su historia.
El marxismo considera a la clase obrera tal como es, sin dibujar ningún cuadro almibarado ni hacer ningún fetiche idealista.
La clase obrera, por el papel que juega en el proceso productivo del capitalismo –al que aporta el factor decisivo, el factor de la fuerza de trabajo–, es la clase social que dispone de la capacidad material para hacer posible el derrocamiento del propio sistema capitalista. Ninguna otra clase, ninguna casta puede paralizar la producción capitalista y atacar el corazón de la economía de mercado como la clase trabajadora.
De este papel se desprende la fuerza de los trabajadores y la amenaza potencial que representa para los dueños de los medios de producción y del poder político en la sociedad del capital.
Sin embargo, para que la clase obrera transforme esta fuerza potencial en real, necesita de la organización, que le proporciona cohesión política, una táctica y una estrategia.
En este sentido, los trabajadores han elevado constantemente su grado de organización. Primero, desde los sindicatos construidos sobre la lucha cotidiana por mejorar las condiciones salariales, reducir la jornada de trabajo, terminar con la peligrosidad laboral y el trabajo infantil. Fue lo que Marx llamó el primer paso en dotar a los trabajadores de conciencia para sí, asimilando su propia posición en el proceso social de producción.
Sin embargo, la organización sindical, igual que la lucha en la fábrica, mostró pronto sus límites. La emancipación de los trabajadores no puede realizarse fábrica a fábrica, empresa a empresa. Es necesario que la clase obrera expropie no sólo económica y socialmente a la burguesía, también necesita hacerse con el poder político para organizar la sociedad sobre bases totalmente diferentes.
En la lucha por el socialismo, la construcción del factor subjetivo –o lo que es lo mismo, un partido revolucionario de masas– constituye una tarea inaplazable. Marx, Engels, Lenin y Trotsky comprendieron perfectamente esta cuestión: es necesario que exista previamente a la revolución, a las grandes convulsiones sociales inevitables en las crisis capitalistas, un partido que tenga fuertes raíces, influencia, autoridad y capacidad de movilización entre las masas obreras.
Este partido no se puede improvisar, ni puede surgir espontáneamente durante los acontecimientos. Necesita construirse con anterioridad, forjando los cuadros marxistas que, aunque en minoría, puedan ganar a la mayoría trabajadora cuando las condiciones objetivas sean favorables. En este proceso el trabajo en los sindicatos obreros es decisivo para aumentar la influencia y el apoyo a las ideas del marxismo revolucionario. Trabajar, militar, construir los sindicatos es una obligación para cualquier marxista.
No obstante, igual que hace 70 años, el movimiento de los trabajadores tiene que soportar la bancarrota política de las direcciones reformistas de los sindicatos, con sus prácticas de pacto social, colaboración de clases y desmovilización. Como reacción a esta política, sectores de activistas abogan por la salida de los sindicatos y la construcción de otros nuevos. Para el marxismo, este fenómeno, aunque comprensible, es un camino equivocado y falso que aísla a los mejores luchadores del conjunto del movimiento obrero.
Lenin escribió ampliamente a este respecto, combatiendo las tendencias ultraizquierdistas que abundaban en las filas de los jóvenes partidos comunistas en los años 20 y que planteaban la salida de los sindicatos reformistas. En su obra La enfermedad infantil del 'izquierdismo' en el comunismo señala: "La lucha contra los jefes oportunistas y social-chovinistas la sostenemos para ganarnos a la clase obrera. Sería necio olvidar esta verdad elementalísima y más que evidente. Y tal es, precisamente, la necedad que cometen los comunistas alemanes 'de izquierda', los cuales deducen del carácter reaccionario y contrarrevolucionario de los cabecillas de los sindicatos la conclusión de que es preciso... ¡¡salir de los sindicatos!! ¡¡Renunciar al trabajo en ellos!! ¡¡crear formas de organización nuevas, inventadas!! Una estupidez tan imperdonable, que equivale al mejor servicio que los comunistas pueden prestar a la burguesía".
Trotsky, que sostenía el mismo punto de vista que Lenin, defendió siempre un trabajo paciente y sistemático en el seno de los sindicatos, lo que no quería decir ocultar las ideas, rebajar el programa o conciliar con los que dentro del movimiento sindical actúan como muletas de la patronal y el gobierno.
El presente libro de Trotsky incluye diferentes textos sobre los sindicatos, escritos en distintos momentos de su vida política. El contexto es diferente pero los análisis del autor siguen siendo plenamente actuales.
Esperamos que sean de utilidad tanto para los activistas sindicales como para la nueva generación de jóvenes que despierta a la lucha política y sindical.