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Lenin escribió este texto el 10 de abril de 1917 en Petrogrado. Al volver a leerlo hoy es evidente que no ha perdido un ápice de profundidad. En medio de una nueva guerra imperialista en Europa y de una crisis económica espantosa que prepara una escalada en la lucha de clases, las ideas de Lenin interpelan a los revolucionarios sobre el camino a tomar.

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El momento histórico que vive Rusia se caracteriza por los siguientes rasgos principales.

El carácter de clase de la revolución realizada

1. El viejo poder zarista, que representaba solo a un puñado de terratenientes feudales dueños de toda la maquinaria estatal (ejército, policía, burocracia), ha sido derrocado y desplazado, pero no se ha destruido completamente. La monarquía no está formalmente abolida, la camarilla de los Románov continúa urdiendo intrigas monárquicas, las gigantescas posesiones de los terratenientes feudales no han sido liquidadas.

2. El poder del Estado ha pasado a manos de una nueva clase: la burguesía y los terratenientes convertidos en burgueses. En este sentido, la revolución democrático-burguesa en Rusia está terminada.

Una vez en el poder, la burguesía ha formado un bloque (una alianza) con elementos manifiestamente monárquicos, que destacaron de 1906 a 1914 por su ardiente apoyo a Nicolás el Sanguinario y a Stolypin el Verdugo (Guchkov y otros políticos más derechistas que los demócratas constitucionalistas). El nuevo Gobierno burgués de Lvov y compañía ha intentado y ha comenzado a negociar con los Románov para restaurar la monarquía en Rusia. Encubriéndose con una fraseología revolucionaria, este Gobierno está designando a los partidarios del antiguo régimen para puestos claves. Se esfuerza por reformar lo menos posible toda la maquinaria del Estado (ejército, policía y burocracia), y se la ha entregado a la burguesía. El nuevo Gobierno ya ha empezado a obstaculizar por todos los medios la iniciativa revolucionaria de las masas y la toma del poder por el pueblo desde abajo, única garantía del éxito real de la revolución.

Hasta ahora, este Gobierno no ha fijado la fecha de convocatoria de la Asamblea Constituyente. Ha dejado intacta la propiedad terrateniente, base material del zarismo feudal. Este Gobierno no contempla investigar ni hacer públicas o controlar las actividades de los organismos financieros monopolistas, de los grandes bancos, de los consorcios y cárteles capitalistas, etc.

Las puestos clave, las carteras ministeriales decisivas del nuevo Gobierno (Ministerio del Interior y Ministerio de Guerra, es decir, el mando del ejército, la policía y la burocracia, de todo el aparato destinado a oprimir al pueblo) se hallan en manos de monárquicos declarados y partidarios de la gran propiedad terrateniente. A los demócratas constitucionalistas, esos republicanos de última hora, republicanos contra su voluntad, se les han asignado puestos secundarios, sin relación directa ni con el mando del pueblo ni con el aparato de poder del Estado. Alexandr Kérenski, trudovique y «aspirante a socialista», no desempeña más papel que el de adormecer con frases grandilocuentes la vigilancia y la atención del pueblo.

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Las mujeres de algunas empresas textiles del barrio de Viborg decidieron declararse en huelga, ese fue el detonante de la Revolución rusa de febrero de 1917. 

Por todas estas razones, el nuevo Gobierno burgués ni siquiera en la política interior merece la confianza del proletariado, y es inadmisible que le preste el menor apoyo.

La política exterior del nuevo Gobierno

3. En la política exterior, que las circunstancias objetivas han colocado en primer plano, el nuevo Gobierno es el de la continuación de la guerra imperialista, una guerra que se libra en alianza con las potencias imperialistas, con Gran Bretaña, Francia, etc., por el reparto del botín capitalista y para subyugar a las naciones pequeñas y débiles.

Pese a los deseos expresados de manera inequívoca por el Sóviet de diputados obreros y soldados en nombre de la mayoría indudable de los pueblos de Rusia, el nuevo Gobierno —subordinado a los intereses del capitalismo ruso y de su poderoso amo y protector, el capital imperialista anglo-francés, el más rico del mundo— no ha dado ningún paso efectivo para poner fin a esa matanza de pueblos, organizada en interés de los capitalistas. Ni siquiera ha publicado los tratados secretos, evidentemente expoliadores (partición de Persia, saqueo de China, de Turquía, reparto de Austria, anexión de Prusia Oriental y de las colonias alemanas...), que encadenan a Rusia con el rapaz capital imperialista anglo-francés. Ha refrendado esos tratados concertados por el zarismo, que durante siglos despojó y oprimió a más naciones que otros déspotas y tiranos. Y no solo oprimía al pueblo gran ruso, sino que lo deshonraba y corrompía, convirtiéndolo en verdugo de otras naciones.

El nuevo Gobierno, que ha refrendado esos tratados vergonzosos y expoliadores, no ha propuesto un armisticio inmediato a todas las naciones beligerantes, a pesar de la exigencia claramente expresada por la mayoría de los pueblos de Rusia a través de los sóviets de diputados obreros y soldados. El Gobierno ha eludido el tema con simples declaraciones y frases solemnes y pomposas, pero absolutamente vacías, que en boca de los diplomáticos burgueses han servido y sirven siempre para engañar a las masas ingenuas y crédulas del pueblo oprimido.

4. Por tanto, el nuevo Gobierno no solo es indigno de la más mínima confianza en su política exterior, sino que seguir exigiéndole que proclame el deseo de paz de los pueblos de Rusia, que renuncie a las anexiones... significa, en la práctica, engañar al pueblo, hacerle concebir falsas esperanzas y retrasar el esclarecimiento de su conciencia. Significa contribuir indirectamente a conciliar al pueblo con la continuación de la guerra, cuyo verdadero carácter social está determinado no por las buenas intenciones, sino por el carácter de clase del Gobierno que la hace, por los vínculos que ligan a la clase representada por este Gobierno con el capital financiero imperialista de Rusia, Gran Bretaña, Francia, etc., por la política real y efectiva que esa clase sigue.

El carácter peculiar del doble poder y su significado de clase

5. La rasgo principal de nuestra revolución, el que requiere mayor reflexión, es el doble poder surgido en los primeros días que siguieron al triunfo de la revolución.

Esta dualidad de poderes se manifiesta en la existencia de dos Gobiernos: el principal, real y actual de la burguesía, el «Gobierno Provisional» de Lvov y compañía, que tiene en sus manos todos los órganos de poder; y el otro, un Gobierno complementario, paralelo y «controlador», encarnado en el Sóviet de diputados obreros y soldados de Petrogrado, que no dispone de los órganos de poder estatal, pero que se basa directamente en el apoyo de una indiscutible mayoría del pueblo, en los obreros y soldados armados.

El origen y el significado de clase de este doble poder reside en que la Revolución rusa de febrero-marzo de 1917, además de barrer toda la monarquía zarista y entregar todo el poder a la burguesía, se acercó de lleno a la dictadura democrático-revolucionaria del proletariado y los campesinos. El Sóviet de Petrogrado y los sóviets locales de diputados obreros y soldados constituyen precisamente esa dictadura (es decir, un poder que no descansa en la ley, sino directamente en la fuerza de las masas armadas), una dictadura de las clases antes mencionadas.

6. El segundo rasgo importante de la revolución rusa es que el Sóviet de diputados obreros y soldados de Petrogrado —que, según todos los indicios, goza de la confianza de la mayoría de los sóviets locales— ha entregado voluntariamente el poder estatal a la burguesía y a su Gobierno Provisional, ha cedido voluntariamente la supremacía, suscribiendo un compromiso de apoyarlo, y se contenta con el papel de observador, de supervisor de la convocatoria de la Asamblea Constituyente (cuya fecha aún no ha anunciado el Gobierno Provisional).

Esta circunstancia extraordinariamente original, sin paralelo en la historia bajo semejante forma, ha entrelazado dos dictaduras: la de la burguesía (el Gobierno de Lvov y compañía es una dictadura, es decir, un poder que no se apoya en la ley ni en la voluntad previamente expresada del pueblo, sino que ha sido tomado por la fuerza por una clase determinada, la burguesía) y la del proletariado y los campesinos (el Sóviet de diputados obreros y soldados).

No cabe la menor duda de que ese «entrelazamiento» no puede durar mucho tiempo. En un Estado no pueden existir dos poderes. Uno de ellos está destinado a morir; y toda la burguesía rusa trabaja ya en todos los lugares y con todos sus medios, para eliminar, debilitar y reducir a la nada a los sóviets de diputados obreros y soldados, para establecer el poder único de la burguesía.

El doble poder expresa simplemente una fase de transición en el desarrollo de la revolución, el momento en que ha rebasado ya los cauces de la revolución democrático-burguesa corriente, pero aún no ha llegado a una dictadura del proletariado y los campesinos «pura».

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Fotografía del Gobierno Privisional salido de la Revolución rusa de febrero de 1917. 

El significado de clase (y la explicación de clase) de esta situación transitoria e inestable consiste en que nuestra revolución, como todas las revoluciones, ha requerido el mayor heroísmo y abnegación por parte del pueblo para luchar contra el zarismo y también ha arrastrado al movimiento, de golpe, a un número inmenso de ciudadanos corrientes.

Desde el punto de vista científico y político-práctico, uno de los principales síntomas de toda verdadera revolución es el aumento inusualmente rápido, repentino y brusco del número de «ciudadanos corrientes» que empiezan a tomar parte activa, independiente y efectiva en la vida política y en la organización del Estado.

Esto es lo que está ocurriendo también en Rusia. Está en ebullición. Millones y decenas de millones de personas, políticamente aletargadas y aplastadas durante diez años por la terrible opresión del zarismo y el trabajo inhumano al servicio de terratenientes y capitalistas, han despertado y se han incorporado con entusiasmo a la vida política. ¿Quiénes son esos millones y decenas de millones? En su mayoría, son pequeños propietarios, pequeñoburgueses, personas que ocupan un lugar intermedio entre los capitalistas y los trabajadores asalariados. Rusia es el país más pequeñoburgués de toda Europa.

Una gigantesca ola pequeñoburguesa lo ha inundado todo y ha arrollado al proletariado con conciencia de clase no solo por la fuerza numérica, sino ideológicamente; es decir, ha contagiado e imbuido con sus concepciones pequeñoburguesas a amplios sectores de la clase obrera.

En la vida real, la pequeña burguesía depende de la burguesía. Vive como el propietario, no como el proletario (por el lugar que ocupa en la producción social), y en su forma de pensar sigue a la burguesía.

Una confianza irracional en los capitalistas —los peores enemigos de la paz y el socialismo— caracteriza la política actual de las masas populares en Rusia. Ese es el fruto que ha brotado con rapidez revolucionaria en el terreno social y económico del país más pequeñoburgués de Europa. Tal es el cimiento de clase sobre el que descansa el «acuerdo» entre el Gobierno Provisional y el Sóviet de diputados obreros y soldados (insisto en que no me refiero tanto al acuerdo formal como al apoyo efectivo, al acuerdo tácito, a la entrega del poder basada en una confianza irracional). Un acuerdo que ha proporcionado a los Guchkov una buena tajada —el verdadero poder—, mientras que al sóviet no le ha dado más que promesas y honores (por el momento), halagos, frases, garantías y reverencias por parte de los Kérenski.

Por otro lado tenemos la debilidad numérica del proletariado en Rusia y su insuficiente conciencia de clase y organización.

Todos los partidos populistas[1], incluyendo a los eseristas, han sido siempre pequeñoburgueses. Lo mismo es cierto para el partido del Comité de Organización (Chjeídze, Tsereteli, etc.), y los revolucionarios sin partido (Steklov y otros) también se han dejado arrastrar por la corriente, o no han podido hacerle frente, no han tenido tiempo de imponerse.

La naturaleza peculiar de las tácticas derivadas de lo expuesto

7. Para un marxista, que debe tener en cuenta los hechos objetivos, las masas y las clases, y no los individuos, etc., el carácter original de la situación descrita más arriba debe determinar la naturaleza peculiar de las tácticas del momento presente.

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Pleno del sóviet de obreros y soldados de Petrogrado en marzo de 1917. 

Esta situación exige, en primer lugar, «echar vinagre y bilis en el dulce jarabe de la fraseología democrático-revolucionaria» (para expresarlo con tanto acierto como lo hizo mi camarada del Comité Central Teodoróvich, en la sesión de ayer del Congreso de ferroviarios de toda Rusia en Petrogrado). Nuestra labor debe ser de crítica y de esclarecimiento de los errores de los partidos pequeñoburgueses —eserista y socialdemócrata—, una labor de preparación y cohesión de los elementos del partido proletario consciente, del Partido Comunista, una labor de liberación del proletariado de la intoxicación pequeñoburguesa «general».

Aparentemente, esto «no es más» que una labor de mera propaganda. Pero, en realidad, es un trabajo revolucionario muy práctico, porque es imposible hacer avanzar una revolución estancada, que se ahoga entre frases y que se dedica a «marcar el paso» no por obstáculos externos, no por la violencia que ejerce la burguesía (por el momento, Guchkov solo amenaza con emplear la violencia contra la masa de soldados), sino por la confianza irracional del pueblo.

Solo superando esa confianza irracional (podemos, y debemos, superarla solo ideológicamente, mediante la persuasión, señalando las lecciones de la experiencia) podremos desembarazarnos del desenfreno de fraseología revolucionaria imperante e impulsar de verdad la conciencia, tanto del proletariado como de las masas en general, así como su iniciativa audaz y resuelta en las localidades y fomentar la realización, desarrollo y consolidación, por iniciativa propia, de las libertades, la democracia y el principio de propiedad colectiva de toda la tierra.

8. La experiencia de los Gobiernos burgueses y terratenientes del mundo entero ha creado dos métodos para mantener la esclavitud del pueblo. El primero es la violencia. Nicolás Románov I el Garrote y Nicolás II el Sanguinario enseñaron al pueblo ruso el máximo de lo que es posible hacer con este método de verdugos. Pero hay otro método, que han elaborado mejor que nadie las burguesías británica y francesa, «aleccionadas» por una serie de grandes revoluciones y movimientos revolucionarios de masas. Es el método del engaño, de la adulación, de las frases bonitas, de las promesas sinfín, de las míseras limosnas y de las concesiones insignificantes para conservar lo esencial.

La peculiaridad de la situación actual en Rusia estriba en la transición vertiginosa del primer método al segundo, de la opresión violenta al método de la adulación y el engaño del pueblo con promesas. Como el gato de la fábula[2], Miliukov y Guchkov están en el poder y protegen las ganancias de los capitalistas, libran una guerra imperialista en interés del capital ruso y anglo-francés, y se limitan a contestar con promesas, oratoria y declaraciones grandilocuentes los discursos de «cocineros» como Chjeídze, Tsereteli y Steklov, que amenazan, apelan a la conciencia, conjuran, imploran, exigen, proclaman… El gato escucha, pero sigue comiendo.

Pero cada día que pase, la inconsciencia y la confianza irracional se irán desmoronando, sobre todo entre los proletarios y los campesinos pobres, a quienes la experiencia (por su posición social y económica) les está enseñando a desconfiar de los capitalistas.

Los dirigentes de la pequeña burguesía «tienen» que enseñar al pueblo a confiar en la burguesía. Los proletarios tienen que enseñarle a desconfiar de ella.

El defensismo revolucionario y su significado de clase

9. El fenómeno más importante y destacado de la ola pequeñoburguesa que lo ha inundado «casi todo» es el defensismo revolucionario. Es el peor enemigo del desarrollo y el éxito de la revolución rusa.

Quien haya cedido en este punto y no haya sabido sobreponerse está perdido para la revolución. Pero las masas ceden de manera diferente a los dirigentes, y se sobreponen de otro modo, por medios diferentes.

El defensismo revolucionario es, por un lado, el resultado del engaño de las masas por la burguesía, fruto de la confianza irracional de los campesinos y de una parte de los trabajadores y, por otro lado, es la expresión de los intereses y el punto de vista del pequeño propietario, interesado hasta cierto punto en las anexiones y ganancias bancarias y que conserva «religiosamente» las tradiciones del zarismo, que convirtió a los gran rusos en verdugos de otros pueblos.

La burguesía engaña al pueblo explotando su noble orgullo en la revolución y presenta las cosas como si el carácter social y político de la guerra, por lo que a Rusia se refiere, hubiese cambiado a consecuencia de esta etapa de la revolución, a causa de la sustitución de la monarquía de los zares por la casi república de Guchkov y Miliukov. Y durante un tiempo, el pueblo lo ha creído gracias, en gran parte, a los prejuicios ancestrales que le hacen considerar a los demás pueblos de Rusia, es decir, a los que no son gran rusos, como una especie de propiedad o feudo de los gran rusos. Esta infame corrupción del pueblo gran ruso por el zarismo, que lo acostumbró a considerar a los demás pueblos como inferiores, algo que pertenecía «por derecho» a la Gran Rusia, no puede borrarse de golpe.

Debemos saber explicar a las masas que el carácter social y político de la guerra no está determinado por la «buena voluntad» de los individuos o grupos, ni siquiera de las naciones, sino por la clase que dirige la guerra; por la política de clase, de la cual la guerra es una continuación; por los vínculos del capital, que es la fuerza económica dominante de la sociedad moderna; por el carácter imperialista del capital internacional; por la dependencia financiera, bancaria y diplomática de Rusia respecto a Gran Bretaña, Francia, etc. No es fácil explicar hábilmente todo esto para que lo entiendan las masas. Ninguno de nosotros sería capaz de hacerlo de buenas a primeras sin cometer errores.

Sin embargo, el objetivo, o mejor dicho, el contenido de nuestra propaganda tiene que ser este y solo este. La más mínima concesión al defensismo revolucionario es una traición al socialismo, una renuncia total al internacionalismo, por muy bellas que sean las frases y muy «prácticas» las razones con que se justifique.

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Soldados rusos en las trincheras. Primera Guerra Mundial. 

La consigna «¡Abajo la guerra!» es, naturalmente, correcta. Pero no tiene en cuenta la naturaleza específica de las tareas del momento ni la necesidad de acercarse a las amplias masas de otra manera. Me recuerda la consigna «¡Abajo el zar!», con que los inexpertos agitadores de los «buenos viejos tiempos» se lanzaban al campo sin pararse a pensar, para volver... cargados de golpes. La mayoría de partidarios del defensismo revolucionario obra de buena fe no en un sentido personal, sino en un sentido clasista, es decir, pertenece a unas clases (obreros y campesinos pobres) que realmente no tienen nada que ganar con las anexiones ni con el sometimiento de otros pueblos. Cosa muy distinta ocurre con los burgueses e «intelectuales», quienes saben muy bien que es imposible renunciar a las anexiones sin renunciar al dominio del capital, y que engañan sin escrúpulos al pueblo con bellas frases, promesas gratuitas y garantías infinitas.

La mayoría de partidarios del defensismo ve las cosas de un modo simple, con la sencillez del hombre corriente: «Yo no quiero anexiones, pero los alemanes “arremeten” contra mí y, por eso, defiendo una causa justa y no unos intereses imperialistas». A personas así hay que explicarles sin cesar que no se trata de sus deseos personales, sino de las relaciones y condiciones políticas, de masas, de clase, de la conexión de la guerra con los intereses del capital y la red internacional de bancos, etc. Ese es el único modo serio de luchar contra el defensismo, el único que garantiza el éxito, lento tal vez, pero real y duradero.

¿Cómo se puede poner fin a la guerra? 

10. A la guerra no se le puede poner fin por «deseo propio». No puede terminar por la decisión de una sola de las partes. No se le puede poner fin «clavando la bayoneta en el suelo», como dijo un soldado defensista.

La guerra no puede terminar mediante un «acuerdo» entre los socialistas de los diferentes países, por medio de una «acción» de los proletarios de todos los países, por la «voluntad» de los pueblos, etc. Todas las frases de este tipo, que colman los artículos de los periódicos defensistas, semidefensistas y semiinternacionalistas, así como los innumerables llamamientos, proclamas, manifiestos y las resoluciones del Sóviet de diputados obreros y soldados, no son más que vanos, inocentes y piadosos deseos de la pequeña burguesía. No hay nada más nocivo que frases como «expresar la voluntad de paz de los pueblos», como la secuencia de acciones revolucionarias del proletariado (después del proletariado ruso, le «toca» al alemán), etc. Todo eso es louisblancismo, sueños melifluos, jugar a las «campañas políticas». Es, en realidad, repetir la fábula del gato.

La guerra no es producto de la mala voluntad de los bandidos capitalistas, aunque es indudable que se libra solo en su interés y solo ellos se enriquecen. La guerra es el producto de medio siglo de desarrollo del capitalismo mundial y de sus miles de millones de hilos y conexiones. Es imposible salir de la guerra imperialista y lograr una paz democrática, una paz no coercitiva, sin derrocar el poder del capital y sin que el poder del Estado pase a manos de otra clase, del proletariado.

Con la Revolución rusa de febrero-marzo de 1917 la guerra imperialista comenzó a transformarse en guerra civil. Esta revolución ha dado el primer paso hacia el fin de la guerra; pero se requiere un segundo paso para asegurar ese final: el paso del poder del Estado a manos del proletariado. Ese será el comienzo de una «ruptura» en todo el mundo, una ruptura en el frente de los intereses capitalistas, y solo rompiendo ese frente

puede el proletariado salvar a la humanidad de los horrores de la guerra y ofrecer los beneficios de una paz duradera.

Al crear los sóviets de diputados obreros, la revolución ha llevado ya al proletariado de Rusia hasta el umbral de esa «ruptura» en el frente del capitalismo.

El nuevo tipo de Estado que emerge en nuestra revolución

11. Los sóviets de diputados obreros, soldados, campesinos, etc., no son entendidos no solo en el sentido de que su significado de clase, su papel en la revolución rusa, no está claro para la mayoría; tampoco se comprende que constituyen una nueva forma, o más exactamente, un nuevo tipo de Estado.

El tipo de Estado burgués más perfecto y avanzado es la república democrática parlamentaria. El poder pertenece al Parlamento. La máquina del Estado, el aparato y los órganos de gobierno son los usuales: el ejército permanente, la policía y una burocracia que, en la práctica, es insustituible, privilegiada y está situada por encima del pueblo.

Sin embargo, desde finales del siglo XIX, las épocas revolucionarias han hecho surgir un tipo superior de Estado democrático, un Estado que, en ciertos aspectos, deja de ser un Estado. Como dijo Engels: «no era ya un Estado en el verdadero sentido de la palabra»[3]. Nos referimos al Estado del tipo de la Comuna de París, en el que se sustituye el ejército permanente y la policía separados del pueblo por el armamento directo del pueblo. En esto reside la esencia de la Comuna, tan tergiversada y calumniada por los escritores burgueses, y a la que se le ha atribuido erróneamente, entre otras cosas, la intención de «implantar» inmediatamente el socialismo.

Este es el tipo de Estado que la revolución rusa comenzó a crear en 1905 y en 1917. La república de los sóviets de diputados obreros, soldados, campesinos... unidos en una Asamblea Constituyente de los representantes del pueblo de toda Rusia, o en un Consejo de los sóviets, etc. Esto es lo que se está realizando ahora en nuestro país, por iniciativa de millones y millones de personas que están creando una democracia sin previa autorización, a su manera, sin esperar a que los profesores demócratas constitucionalistas elaboren sus proyectos de ley para establecer una república parlamentaria burguesa, y sin esperar tampoco a que los pedantes y rutinarios «socialdemócratas» pequeñoburgueses, como los señores Plejánov o Kautsky, dejen de tergiversar la teoría marxista del Estado.

El marxismo se distingue del anarquismo en que reconoce la necesidad del Estado y del poder estatal durante el periodo revolucionario, en general, y en la fase de transición del capitalismo al socialismo, en particular.

El marxismo se distingue del «socialdemócrata» pequeñoburgués y oportunista, de los Plejánov, Kautsky y compañía, en que el Estado que considera necesario para esos periodos no es un Estado del tipo republicano burgués parlamentario habitual, sino un Estado del tipo de la Comuna de París.

Las principales diferencias entre este tipo de Estado y el viejo son las siguientes.

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Obreros de París en las barricadas defendiendo la Comuna de la contrarrevolución. 

De la república burguesa parlamentaria es bastante fácil volver a la monarquía (la historia lo demuestra), ya que queda intacta toda la maquinaria de opresión: el ejército, la policía y la burocracia. La Comuna y el Sóviet destruyen y eliminan esa maquinaria.

La república burguesa parlamentaria obstaculiza y asfixia la vida política independiente de las masas, su participación directa, desde abajo, en la organización democrática de todo el Estado. Los sóviets hacen lo contrario.

Los sóviets reproducen el tipo de Estado que estaba creando la Comuna de París, y que Marx describió como «la forma política al fin descubierta para llevar a cabo dentro de ella la emancipación económica del trabajo»[4].

Suele objetarse que el pueblo ruso aún no está preparado para «implantar» la Comuna. Es el mismo argumento que empleaban los defensores del régimen de la servidumbre, cuando afirmaban que los campesinos no estaban preparados para la emancipación. La Comuna, es decir, los sóviets, no «implanta», no pretende «implantar» ni debe implantar ninguna reforma que no esté plenamente madura, tanto en la realidad económica como en la conciencia de la inmensa mayoría del pueblo. Cuanto más profundos son el colapso económico y la crisis engendrada por la guerra, más apremiante es la necesidad de una forma política lo más perfecta posible, que facilite la curación de las terribles heridas infligidas por la guerra a la humanidad. Y cuanto menor sea la experiencia organizativa del pueblo ruso, más resueltamente debemos emprender la labor de organización por parte del propio pueblo y no exclusivamente de los políticos burgueses y burócratas «bien colocados».

Cuanto antes nos deshagamos de los viejos prejuicios del seudomarxismo, un marxismo falsificado por Plejánov, Kautsky y compañía, cuanto más activamente ayudemos al pueblo a organizar sóviets de diputados obreros y campesinos en todas partes y de inmediato, a que estos se hagan cargo de toda la vida pública, y cuanto más retrasen los señores Lvov y compañía la convocatoria de la Asamblea Constituyente, más fácil le resultará al pueblo pronunciarse a favor de la república de los sóviets de diputados obreros y campesinos (por medio de la Asamblea Constituyente o sin ella, si Lvov tarda mucho en convocarla). En esta nueva tarea de organización por parte del pueblo serán inevitables al principio ciertos errores; pero es mejor equivocarse y avanzar que esperar a que los profesores de derecho convocados por el señor Lvov redacten sus leyes para la convocatoria de la Asamblea Constituyente, para la perpetuación de la república burguesa parlamentaria y para ahogar a los sóviets de diputados obreros y campesinos.

Si nos organizamos y hacemos con habilidad nuestra propaganda, conseguiremos que no solo los proletarios, sino las nueve décimas partes de los campesinos estén contra la restauración de la policía, contra la burocracia inamovible y privilegiada, y contra el ejército separado del pueblo. Y en eso radica el nuevo tipo de Estado.

12. La sustitución de la policía por una milicia popular es una reforma que se desprende de todo el curso de la revolución y que se está realizando actualmente en la mayor parte de Rusia. Debemos explicar al pueblo que en la mayoría de las revoluciones burguesas habituales esta reforma fue siempre muy efímera, y que la burguesía —incluso la más democrática y republicana— restableció la vieja policía de tipo zarista, separada del pueblo, bajo las órdenes de la burguesía y capaz de oprimir al pueblo por todos los medios.

Solo hay una manera de impedir la restauración de la policía: crear una milicia popular y fusionarla con el ejército (sustitución del ejército permanente por el armamento de todo el pueblo). El servicio en esta milicia deberá extenderse a todos los ciudadanos de ambos sexos sin excepción, desde los quince hasta los sesenta y cinco años, edades que establecemos para indicar la participación de adolescentes y ancianos. Los capitalistas deberán pagar a sus trabajadores, criados... por los días dedicados al servicio público en la milicia. Sin incorporar a la mujer a la participación independiente, tanto en la vida política en general como en el servicio público cotidiano y universal, es inútil hablar de una democracia plena y estable, y mucho menos de socialismo. Las funciones de «policía» como el cuidado de los enfermos y los niños sin hogar, la inspección de alimentos, etc., nunca se cumplirán satisfactoriamente hasta que las mujeres estén en pie de igualdad con los hombres en la realidad, no solo sobre el papel.

Impedir el restablecimiento de la policía e incorporar las fuerzas organizativas de todo el pueblo a la creación de una milicia popular son las tareas que el proletariado ha de llevar a las masas para proteger, consolidar y desarrollar la revolución.

El programa agrario y el programa nacional

13. En el momento actual no podemos saber con precisión si se desarrollará una poderosa revolución agraria en el campo ruso en un futuro próximo. No podemos saber con exactitud lo profunda que es la diferenciación de clase entre los campesinos, acentuada indudablemente en los últimos tiempos, y que los divide en braceros, jornaleros y campesinos pobres («semiproletarios»), de un lado, y campesinos ricos y medios (capitalistas y pequeños capitalistas), de otro. Solo la experiencia puede dar, y dará, respuestas a estos interrogantes.

Pero siendo el partido del proletariado, tenemos el deber absoluto no solo de presentar sin dilación un programa agrario (de la tierra), sino también abogar por medidas prácticas que puedan realizarse de inmediato, en interés de la revolución agraria campesina en Rusia.

Debemos exigir la nacionalización de toda la tierra, es decir, que todas las tierras existentes en el país pasen a ser propiedad del poder central del Estado. Este poder deberá fijar el tamaño, etc., del fondo de tierras destinado a asentamientos, promulgar leyes para la protección forestal, para el mejoramiento del suelo, etc., y prohibir terminantemente cualquier intermediario entre el propietario de la tierra, es decir, el Estado, y el arrendatario, o sea, el agricultor (prohibir todo subarriendo de la tierra). Mas el derecho a disponer de la tierra y a determinar las condiciones locales para su posesión y usufructo no deben estar en ningún caso en manos de burócratas ni funcionarios, sino plena y exclusivamente en manos de los sóviets de diputados campesinos regionales y locales.

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El partido del proletariado, tenemos el deber de presentar sin dilación un programa agrario y abogar por medidas prácticas que puedan realizarse de inmediato, en interés de la revolución agraria campesina en Rusia. 

Para mejorar las técnicas de producción de cereales e incrementarla, para desarrollar de forma racional las haciendas agrícolas a gran escala y bajo control social, debemos trabajar en los comités de campesinos para asegurar la transformación de cada latifundio confiscado en una gran hacienda modelo bajo el control de los sóviets de diputados jornaleros.

En contraposición a la palabrería pequeñoburguesa y a la política imperantes entre los eseristas, en particular acerca de las normas de «consumo» o de «trabajo», de la «socialización de la tierra», etc., el partido del proletariado debe explicar que el sistema de agricultura a pequeña escala bajo la producción mercantil no está en condiciones de liberar a la humanidad de la miseria ni de la opresión.

Sin escindir inmediata y obligatoriamente los sóviets de diputados campesinos, el partido del proletariado debe explicar la necesidad de organizar sóviets de diputados jornales y sóviets de diputados campesinos pobres (semiproletarios) separados del resto, o, al menos, celebrar de forma periódica conferencias específicas de los diputados de estos sectores de clase, como grupos y partidos separados dentro de los sóviets generales de diputados campesinos. De lo contrario, todo el dulce discurso pequeñoburgués de los populistas sobre los campesinos en general servirá para encubrir el engaño de las masas sin propiedad por parte de los campesinos ricos, que no son más que una variedad de capitalistas.

Frente a las prédicas liberal-burguesas o puramente burocráticas de muchos socialistas revolucionarios y de diversos sóviets de diputados obreros y soldados, que aconsejan a los campesinos no tomar las tierras ni iniciar la reforma agraria hasta que se reúna la Asamblea Constituyente, el partido del proletariado debe exhortar a los campesinos a efectuar la reforma agraria y la confiscación de la tierra sin tardanza ni previa autorización, por decisión de los diputados campesinos en cada localidad.

Al mismo tiempo, es de suma importancia insistir en la necesidad de aumentar la producción de alimentos para los soldados del frente y para las ciudades, y que es absolutamente intolerable causar cualquier daño o perjuicio al ganado, aperos, máquinas, edificios, etc.

14. En la cuestión nacional, el partido del proletariado debe defender, ante todo, la proclamación y realización inmediata de la plena libertad de separarse de Rusia para todas las naciones y pueblos oprimidos por el zarismo, o que han sido incorporadas o retenidas a la fuerza dentro de las fronteras del Estado, es decir, anexionadas.

Todas las declaraciones, manifiestos y proclamas renunciando a las anexiones que no lleven aparejada la realización efectiva del derecho de separación no son más que engaños burgueses al pueblo, o ingenuos deseos pequeñoburgueses.

El partido del proletariado aspira a crear un Estado lo más grande posible, porque eso beneficia a los trabajadores; aspira al acercamiento y futura fusión de las naciones, pero no quiere alcanzar ese objetivo por la violencia, sino solo por medio de una unión libre y fraternal de los obreros y las masas trabajadoras de todas las naciones.

Cuanto más democrática sea la república rusa, cuanto mejor consiga organizarse como república de los sóviets de diputados obreros y campesinos, tanto más poderosa será la fuerza de atracción voluntaria hacia esta república para los trabajadores de todas las naciones.

Completa libertad de separación, la más amplia autonomía local (y nacional), elaboración en detalle de garantías para los derechos de las minorías nacionales. Este es el programa del proletariado revolucionario.

Nacionalización de los bancos y de los consorcios capitalistas

15. El partido del proletariado no puede, bajo ninguna circunstancia, proponerse «implantar» el socialismo en un país de pequeños campesinos mientras la inmensa mayoría de la población no haya tomado conciencia de la necesidad de la revolución socialista.

Pero solo los sofistas burgueses —que se esconden tras tópicos «casi-marxistas»—pueden deducir de este axioma una justificación de la política que aplaza la aplicación inmediata de medidas revolucionarias, plenamente maduras desde el punto de vista práctico; medidas a las que han recurrido durante la guerra varios Estados burgueses, y que son indispensables para combatir el hambre y la inminente desorganización económica que nos amenazan.

Medidas como la nacionalización de la tierra, de los bancos y consorcios capitalistas o, por lo menos, el establecimiento urgente del control de los mismos por los sóviets de diputados obreros..., que de ningún modo constituyen la «implantación» del socialismo, deben ser defendidas y, siempre que sea posible, llevarse a cabo de forma revolucionaria. Sin estas medidas, que no son más que pasos hacia el socialismo perfectamente factibles desde el punto de vista económico, será imposible curar las heridas causadas por la guerra y evitar el inminente colapso. El partido del proletariado revolucionario jamás vacilará en coger los fabulosos beneficios de los capitalistas y banqueros, que se están enriqueciendo con la guerra de un modo particularmente escandaloso.

La situación en la Internacional Socialista

16. Las obligaciones internacionales de la clase obrera de Rusia se sitúan ahora en primer plano y cobran especial relieve.

En estos días, solo los perezosos no juran profesar el internacionalismo. Incluso los defensistas chovinistas, los señores Plejánov y Potrésov, hasta Kérenski, se autodenominan internacionalistas. Por eso urge que el partido proletario, cumpliendo con su deber, contraponga con toda claridad y precisión el internacionalismo de hecho al internacionalismo de palabra.

Los simples llamamientos a los trabajadores de todos los países; las vanas afirmaciones de fidelidad al internacionalismo; los intentos de establecer, directa o indirectamente, un «turno» en las acciones del proletariado revolucionario de los diversos países beligerantes; los laboriosos esfuerzos por llegar a un «acuerdo» entre los socialistas de los países beligerantes respecto a la lucha revolucionaria; el ajetreo en torno a la organización de congresos socialistas para desarrollar una campaña en pro de la paz…; todo eso, objetivamente, por muy sinceros que sean los autores de tales ideas, intentos y planes, no es más que palabrería y, en el mejor de los casos, la expresión de deseos inocentes y piadosos que solo sirven para encubrir el engaño del que los chovinistas hacen víctima al pueblo. Los socialchovinistas franceses los más avezados y hábiles en maniobras parlamentarias— hace tiempo que batieron el récord de frases pacifistas e

internacionalistas increíblemente pomposas, acompañando la traición más descarada al socialismo y a la Internacional, la aceptación de puesto en Gobiernos que conducen a la guerra imperialista, la votación de créditos o empréstitos (como lo han hecho recientemente Chjeídze, Skóbelev, Tsereteli y Steklov en Rusia), la oposición a la lucha revolucionaria dentro de su propio país, etc.

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Karl Kautsky, el representante más acreditado de la corriente centrista de la II Internacional. 

La gente bondadosa olvida a menudo el duro y cruel escenario de la guerra imperialista mundial. Este escenario no admite frases, y se burla de los deseos inocentes y piadosos.

Hay un internacionalismo real, y solo uno, que consiste en trabajar de todo corazón por el desarrollo del movimiento revolucionario y la lucha revolucionaria dentro del propio país y apoyar (por medio de propaganda, ayuda moral y material) esta lucha, esta línea de actuación, y solo esta, en todos los países sin excepción.

Todo lo demás es engaño y manilovismo[5].

Durante más de dos años de guerra el movimiento obrero y socialista internacional en todos los países ha desarrollado tres corrientes. Quien ignore esta realidad y se niegue a reconocer la existencia de estas tres tendencias, a analizarlas, a luchar de forma consecuente por la que es verdaderamente internacionalista, está condenado a la impotencia, a la incapacidad y a los errores.

Estas corrientes son:

1) Los socialchovinistas, es decir, los socialistas de palabra y chovinistas de hecho. Aquellos que apoyan la «defensa de la patria» en la guerra imperialista (y sobre todo en la guerra imperialista actual).

Estos elementos son nuestros enemigos de clase. Se han pasado a la burguesía.

En este grupo figura la mayoría de los principales dirigentes de la socialdemocracia oficial de todos los países. Los señores Plejánov y compañía en Rusia; los Scheidemann en Alemania; Renaudel, Guesde y Sembat en Francia; Bissolati y compañía en Italia; Hyndman, los fabianos y los dirigentes laboristas en Gran Bretaña; Branting y compañía en Suecia; Troelstra y su partido en Holanda; Stauning y su partido en Dinamarca; Victor Berger y otros «defensores de la patria» en Estados Unidos, etc.

2) La segunda corriente, conocida como el «centro», está formada por los que oscilan entre los socialchovinistas y los verdaderos internacionalistas.

Todos los «centristas» juran y declaran que son marxistas e internacionalistas, que están a favor de la paz, de «presionar» por todos los medios a los Gobiernos, de «exigir» de mil maneras a su propio Gobierno que «consulte al pueblo para que exprese su voluntad de paz», que están a favor de toda suerte de campañas por la paz, de una paz sin anexiones, etc., y que son partidarios de sellar la paz con los socialchovinistas. El «centro» quiere la «unidad»; el centro se opone a la escisión.

El «centro» es el reino de las melosas frases pequeñoburguesas, del internacionalismo de palabra y del oportunismo cobarde y complaciente ante los socialchovinistas de hecho.

El quid de la cuestión reside en que el «centro» no está convencido de la necesidad de una revolución contra sus propios Gobiernos. No predica esa necesidad, no sostiene una lucha revolucionaria abnegada, sino que recurre siempre a las más vulgares excusas —que suenan muy «marxistas»— para no hacerlo.

Los socialchovinistas son nuestros enemigos de clase, son burgueses dentro del movimiento obrero. Representan a una capa, a grupos y sectores de la clase obrera objetivamente sobornados por la burguesía (con mejores salarios, cargos honoríficos, etc.) y que ayudan a la burguesía de su país a saquear y oprimir a los pueblos pequeños y débiles y a luchar por el reparto del botín capitalista.

El «centro» está formado por los adoradores de la rutina, corroídos por la podrida legalidad, corrompidos por la atmósfera parlamentaria, etc. Son burócratas acostumbrados a cargos confortables y al trabajo «tranquilo». Considerados histórica y económicamente, no representan a ninguna capa social específica, representan solo la transición de una fase pasada del movimiento obrero, de 1871 a 1914 —que aportó no pocas cosas de valor, sobre todo en el indispensable arte del trabajo organizativo paciente, consecuente y sistemático a gran escala—, a un nuevo periodo objetivamente necesario desde que estalló la guerra imperialista mundial, inaugurando la era de la revolución social.

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Gregori Plejanov. Se convirtió en un socialchovinista incorregible. Socialista de palabra y chovinista de hecho. 

El dirigente y portavoz principal del «centro» es Karl Kautsky, la autoridad más destacada de la Segunda Internacional (1889-1914), y desde agosto de 1914 un ejemplo de la más completa bancarrota como marxista, de la encarnación de una insensatez sin precedentes y de las más miserables vacilaciones y traiciones. Esta corriente del «centro» está representada por Kautsky, Haase, Ledebour, la llamada Liga Obrera o del Trabajo[6] en el Reichstag; en Francia son Longuet, Pressemane y todos los llamados «minoritarios[7]» (mencheviques) en general; en Gran Bretaña, Philip Snowden, Ramsay MacDonald y muchos otros líderes del Partido Laborista Independiente[8] y algunos del Partido Socialista Británico[9]; en los Estados Unidos, Morris Hillquit y muchos otros; en Italia, Turati, Treves, Modigliani, etc.; en Suiza, Robert Grimm y otros; en Austria, Victor Adler y compañía; en Rusia, el partido del Comité de Organización, Axelrod, Mártov, Chjeídze, Tsereteli, etc.

Naturalmente, a veces los individuos pasan sin advertirlo de la posición socialchovinista a la del «centro», y viceversa. Todo marxista sabe que las clases están definidas, aunque los individuos puedan moverse libremente de una clase a otra. Del mismo modo, las corrientes en la vida política son distintas, a pesar de que los individuos puedan cambiar libremente de una a otra, y a pesar de todos los intentos y esfuerzos por amalgamar esas tendencias.

3) La tercera corriente es la que representa a los internacionalistas de hecho, cuya expresión más fiel la constituye la Izquierda de Zimmerwald. (En el apéndice insertamos su manifiesto de septiembre de 1915 para que el lector pueda conocer de primera mano el origen de esta tendencia).

Su rasgo distintivo es la ruptura total con el socialchovinismo y con el «centro», su abnegada lucha revolucionaria contra su propio Gobierno imperialista y su propia burguesía imperialista. Su principio es: «Nuestro enemigo principal está en casa». Lucha sin cuartel contra las melifluas frases socialpacifistas —socialistas de palabra y pacifistas burguesas de hecho, que sueñan con una paz eterna sin derrocar el yugo ni el dominio del capital— y contra todos los subterfugios usados para negar la posibilidad, la oportunidad o la conveniencia de la lucha revolucionaria proletaria y de la revolución socialista, en relación con la guerra actual.

Karl Liebknecht, miembro del grupo Espartaco o grupo La Internacional[10], es el representante más destacado en Alemania de esta corriente, y de la nueva y genuina internacional proletaria.

Karl Liebknecht llamó a los obreros y soldados de Alemania a volver las armas contra su propio Gobierno. Y lanzó este llamamiento abiertamente desde la tribuna del Parlamento (Reichstag). Luego, llevando consigo folletos impresos clandestinamente, se encaminó a la plaza de Potsdam, una de las mayores de Berlín, para participar en una manifestación bajo la consigna de «¡Abajo el Gobierno!». Fue detenido y condenado a trabajos forzados. Ahora cumple condena en una prisión alemana, al igual que cientos o, quizá, miles de verdaderos socialistas alemanes encarcelados por sus actividades contra la guerra.

Karl Liebknecht en sus discursos y cartas atacó sin piedad no solo a los Plejánov y los Potrésov de su propio país (Scheidemann, Legien, David y compañía), sino también a los «centristas» alemanes, a sus propios Chjeídze y Tsereteli (Kautsky, Haase, Ledebour y demás).

Karl Liebknecht y su amigo Otto Rühle fueron los dos únicos diputados, entre ciento diez, que rompieron de disciplina, echaron por tierra la «unidad» con el «centro» y con los chovinistas y se enfrentaron a todos. Liebknecht es el único que representa el socialismo, la causa del proletariado, la revolución proletaria. El resto de la socialdemocracia alemana no es más que, para decirlo con las acertadas palabras de Rosa Luxemburgo (también dirigente del grupo Espartaco), «un cadáver maloliente».

Otro grupo de internacionalistas de hecho es el que se ha formado en Alemania en torno al periódico Arbeiterpolitik (Política Obrera) de Bremen.

En Francia, los elementos más cercanos a los verdaderos internacionalistas son Loriot y sus amigos (Bourderon y Merrheim se han deslizado al socialpacifismo), así como Henri Guilbeaux, que publica en Ginebra la revista Demain[11]; en Gran Bretaña, el periódico The Trade Unionist[12] y una parte de los miembros del Partido Socialista Británico y del Partido Laborista Independiente (por ejemplo, Russell Williams, que ha llamado abiertamente a romper con los líderes traidores al socialismo), el maestro de escuela y socialista escocés Maclean, condenado a presidio por el Gobierno burgués de Gran Bretaña por su lucha revolucionaria contra la guerra, como cientos de socialistas británicos que están en las cárceles por el mismo delito. Ellos, y solo ellos, son internacionalistas de hecho.

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Karl Liebknecht llamó a los obreros y soldados de Alemania a volver las armas contra su propio Gobierno. 

En los Estados Unidos, el Partido Laborista Socialista de América[13] y aquellos dentro del oportunista Partido Socialista[14] que han empezado a publicar el periódico The Internationalist; en Holanda, el partido de los «tribunistas»[15], que publican el periódico De Tribune (Pannekoek, Herman Gorter, Wijnkoop, Henriette Roland Holst, quien aunque en Zimmerwald estaba con el centro, ahora se ha pasado a nuestro campo); en Suecia, el partido de los jóvenes o de los izquierdistas[16], dirigido por Lindhagen, Ture Nerman, Karlsson, Ström y Z. Höglund, quien participó personalmente en la fundación de la Izquierda de Zimmerwald y hoy se halla en prisión por su lucha revolucionaria contra la guerra; en Dinamarca, Trier y sus amigos, que han abandonado el ahora puramente burgués Partido «Socialdemócrata» danés, encabezado por el ministro Stauning; en Bulgaria, los «tesniaki»[17]; en Italia, los más cercanos son Constantino Lazzari, secretario del Partido Socialista, y Serrati, redactor de Avanti, su órgano central; en Polonia, Rádek, Hanecki y otros dirigentes de la socialdemocracia agrupados en el «Ejecutivo regional», y Rosa Luxemburgo, Tyzska[18] y otros líderes de la socialdemocracia unidos en el «Ejecutivo central»[19]; en Suiza, los izquierdistas que, en enero de 1917, fundamentaron la celebración de un «referéndum» para combatir a los socialchovinistas y al «centro» en su propio país y que en el Congreso socialista del cantón de Zúrich, celebrado en Töss el 11 de febrero de 1917, presentaron una resolución consecuentemente revolucionaria contra la guerra; en Austria, los jóvenes izquierdistas amigos de Friedrich Adler, que tenían, en parte, su centro de acción en el Club Karl Marx de Viena, clausurado ahora por el reaccionario Gobierno austríaco, que se ensaña con Adler por su heroico —aunque imprudente— disparo contra un ministro, etc.

No es una cuestión de matices, que existen también entre los izquierdistas. Se trata de tendencias. No es fácil ser internacionalista de hecho en estos tiempos de espantosa guerra imperialista. Tales personas no abundan, pero solo de ellas depende el futuro del socialismo, solo ellas son los dirigentes del pueblo y no sus corruptores.

Era objetivamente forzoso que la guerra imperialista cambiara el aspecto de las diferencias entre reformistas y revolucionarios en el seno de la socialdemocracia y de los socialistas en general. Quienes se limitan a «exigir» a los Gobiernos burgueses que concluyan la paz o que «consulten a los pueblos para que puedan expresen su voluntad de paz», etc., en realidad, se deslizan al campo de las reformas. Porque, objetivamente, el problema de la guerra solo puede resolverse de modo revolucionario.

Para acabar con la guerra, para conseguir una paz democrática y no una paz impuesta por la violencia, para liberar a los pueblos de la carga que suponen los miles de millones pagados en intereses a los capitalistas, enriquecidos por la guerra, no hay más salida que la revolución del proletariado.

Se puede y se debe exigir a los Gobiernos burgueses las más diversas reformas; lo que no se puede, sin caer en un espejismo y en el reformismo, es exigir a estas personas y a estas clases enredadas por los miles de hilos del capital imperialista, que rompan esa maraña. Y si esa maraña no se rompe, todo cuanto pueda decirse sobre una guerra contra la guerra no será más que charlatanería ociosa y engañosa.

Los «kautskianos» y el «centro» son revolucionarios de palabra y reformistas de hecho; son internacionalistas de palabra y cómplices de los socialchovinistas de hecho.

Bancarrota de la Internacional de Zimmerwald. Necesidad de fundar la Tercera Internacional

17. La Internacional de Zimmerwald adoptó desde el principio una actitud vacilante, «kautskiana», «centrista», lo que obligó de inmediato a la Izquierda de Zimmerwald a desvincularse, independizarse y lanzar su propio manifiesto (publicado en Suiza en ruso, alemán y francés).

El principal defecto de la Internacional de Zimmerwald, y la causa de su bancarrota (en la que ya está política e ideológicamente), ha sido su vacilación e indecisión en un tema de una trascendencia práctica crucial, un asunto como el de la ruptura completa con el socialchovinismo y la antigua internacional socialchovinista, encabezada en La Haya (Holanda) por Vandervelde, Huysmans y algunos más.

En Rusia todavía se ignora que la mayoría de Zimmerwald está formada por kautskianos. Y este es un hecho fundamental, que es necesario tener en cuenta y que es conocido en general en los países de Europa occidental. Incluso el extremo chovinista alemán Heilmann, editor de la ultrachovinista Chemnitzer Volksstimme[20] y colaborador de la también ultrachovinista Die Glocke[21] de Parvus (un «socialdemócrata», por supuesto, y un ferviente partidario de la «unidad» de la socialdemocracia), tuvo que reconocer en la prensa que el «centro», o sea, los «kautskianos», y la mayoría Zimmerwald eran una y la misma cosa.

Esto hecho quedó definitivamente confirmado entre finales de 1916 y principios de 1917. Aunque el Manifiesto de Kienthal[22] condenaba el socialpacifismo, toda la derecha zimmerwaldiana, toda la mayoría zimmerwaldiana, se ha hundido en el socialpacifismo: Kautsky y compañía en una serie de declaraciones hechas en enero y febrero de 1917; Bourderon y Merrheim, en Francia, al votar junto con los socialchovinistas a favor de las resoluciones pacifistas del Partido Socialista (diciembre de 1916) y de la Confederación General del Trabajo (organización nacional de los sindicatos franceses, también en diciembre de 1916); en Italia, donde todo el partido asumió una posición socialpacifista, y el propio Turati, en su discurso del 17 de diciembre de 1916, tuvo el «desliz» (no por casualidad, naturalmente) de pronunciar una retahíla de frases nacionalistas que blanqueaban la guerra imperialista.

En enero de 1917, el presidente de las conferencias de Zimmerwald y Kienthal, Robert Grimm, estableció una alianza con los socialchovinistas de su propio partido (Greulich, Pflüger, Gustav Müller y otros) contra los internacionalistas de hecho.

En dos reuniones de zimmerwaldianos de distintos países, celebradas en enero y febrero de 1917, esa ambigüedad e hipocresía de la mayoría zimmerwaldiana fue señalada formalmente por los internacionalistas de izquierda en varios países: por Münzenberg, secretario de la Organización Internacional de la Juventud y editor de la excelente publicación internacionalista titulada Die Jugendinternationale[23]; por Zinóviev, representante del Comité Central de nuestro partido; por K. Rádek, del Partido Socialdemócrata Polaco («Ejecutivo regional»), y Hartstein, socialdemócrata alemán, afiliado al grupo Espartaco.

Al proletariado ruso se le ha dado mucho; en ninguna parte del mundo la clase obrera ha conseguido desplegar una energía revolucionaria comparable a la desplegada en Rusia. Pero a quien mucho se le ha dado, mucho se le exige[24].

No se puede tolerar más tiempo la charca de Zimmerwald. No podemos permitir que por culpa de los «kautskianos» de Zimmerwald sigamos, en parte, aliados con la internacional chovinista de los Plejánov y los Scheidemann. Hay que romper inmediatamente con esta internacional, y permanecer en Zimmerwald solo con fines informativos.

Somos nosotros quienes debemos fundar, y ahora mismo, sin pérdida de tiempo, una nueva internacional revolucionaria, proletaria. Mejor dicho, debemos reconocer abiertamente y sin temor que esa internacional ya está constituida y funcionando.

Esa internacional es la que forman los «internacionalistas de hecho» que he enumerado más arriba. Ellos, y solo ellos, son los representantes de las masas revolucionarias e internacionalistas, y no sus corruptores.

Y si son pocos tales socialistas, que cada obrero ruso se pregunte si había en Rusia muchos revolucionarios con verdadera conciencia de clase en vísperas de la Revolución de Febrero de 1917.

No se trata del número, sino de expresar correctamente las ideas y la política del proletariado de verdad revolucionario. No se trata de «proclamar» el internacionalismo, sino de ser internacionalista de hecho, incluso en los momentos más difíciles.

No nos hagamos ilusiones sobre acuerdos y congresos internacionales. Mientras dure la guerra imperialista pesará sobre las relaciones internacionales el puño férreo de la dictadura militar de la burguesía imperialista. Si incluso el «republicano» Miliukov, que se ve obligado a tolerar el Gobierno paralelo del Sóviet de diputados obreros, denegó a Fritz Platten —socialista suizo, secretario del partido, internacionalista y delegado a las conferencias de Zimmerwald y Kienthal— el permiso para entrar en Rusia en abril de 1917, a pesar de estar casado con una rusa, cuya familia venía a visitar, y a pesar de haber participado en la Revolución de 1905 en Riga, por lo que fue encarcelado y tuvo que pagar una fianza al Gobierno zarista para su liberación, fianza que ahora deseaba recuperar. Si el «republicano» Miliukov pudo hacer tal cosa en Rusia en abril de 1917, uno puede juzgar qué valor podrán tener las promesas y garantías, las frases y declaraciones de la burguesía acerca de la paz sin anexiones y rápida.

¿Y la detención de Trotsky por el Gobierno británico? ¿Y la negativa a que Mártov abandone Suiza y el intento de atraerlo a Gran Bretaña, donde le espera el destino de Trotsky?

No nos hagamos ilusiones. Nada de engañarnos a nosotros mismos.

«Esperar» congresos o conferencias internacionales sería simplemente traicionar al internacionalismo, estando probado —como lo está— que ni siquiera desde Estocolmo permiten que venga ningún socialista de cuantos se han mantenido fieles al internacionalismo, ni siquiera sus cartas, pese a que es posible y aunque existe una feroz censura militar.

Nuestro partido no debe «esperar», sino que debe fundar inmediatamente la Tercera Internacional. Cientos de socialistas encarcelados en Alemania y Gran Bretaña respirarán con alivio, miles y miles de obreros alemanes que hoy organizan huelgas y manifestaciones con gran horror para Guillermo II, ese miserable ladrón, se enterarán por los folletos clandestinos de nuestra decisión, de nuestra confianza fraternal en Karl Liebknecht, y solo en él, de nuestra resolución de luchar contra el «defensismo revolucionario» incluso ahora. Leerán esto, se fortalecerán en su internacionalismo revolucionario.

A quien mucho se le ha dado, mucho se le exige. Ningún otro país del mundo es tan libre como lo es Rusia actualmente. Aprovechemos esta libertad no para predicar el apoyo a la burguesía o al «defensismo revolucionario» burgués, sino de un modo audaz, honesto, proletario, digno de Liebknecht, para fundar la Tercera Internacional, una internacional intransigentemente hostil tanto con los socialchovinistas traidores como con los «centristas» vacilantes.

18. Después de todo lo dicho, considero innecesario desperdiciar muchas palabras explicando que la unificación de los socialdemócratas en Rusia está fuera de lugar.

Antes quedarnos solos, como Liebknecht, y eso significa permanecer con el proletariado revolucionario, que abrigar ni por un instante cualquier idea de fusión con el partido del Comité de Organización, con Chjeídze y Tsereteli, quienes toleran un bloque con Potrésov en la Rabóchaia Gazeta, votaron en el Comité Ejecutivo del Sóviet de diputados obreros a favor del empréstito[25] y se han hundido en el «defensismo».

Que los muertos entierren a sus muertos.

Quien quiera ayudar a los vacilantes, debe comenzar por dejar de serlo.

¿Qué nombre debe tener nuestro partido para que sea correcto científicamente y contribuya a aclarar políticamente la conciencia del proletariado?

19. Paso al punto final, el nombre de nuestro partido. Debemos llamarnos Partido Comunista, como se llamaban Marx y Engels.

Debemos repetir que somos marxistas y que nos basamos en el Manifiesto Comunista[26], que ha sido distorsionado y traicionado por la socialdemocracia en sus dos puntos principales. 1) Los obreros no tienen patria, la «defensa de la patria» en la guerra imperialista es una traición al socialismo. 2) La teoría marxista del Estado ha sido tergiversada por la Segunda Internacional.

El nombre de «socialdemocracia» es científicamente incorrecto, como señaló Marx con frecuencia, en particular, en Crítica del Programa de Gotha[27] en 1875, y como reafirmó Engels, en un lenguaje más popular en 1894. La humanidad solo puede pasar del capitalismo directamente al socialismo, es decir, a la propiedad social de los medios de producción y a la distribución de los productos según la cantidad de trabajo realizado por cada individuo. Nuestro partido va más allá. Afirma que el socialismo debe evolucionar inevitable y gradualmente hacia el comunismo, en cuya bandera está inscrito el lema: «De cada cual según su capacidad, a cada cual según sus necesidades».

He ahí mi primer argumento.

Y aquí, el segundo. La parte del nombre de nuestro partido (socialdemócrata) tampoco es correcta desde el punto de vista científico. La democracia es una forma del Estado, y los marxistas nos oponemos a todo tipo de Estado.

Los dirigentes de la Segunda Internacional (1889-1914), Plejánov, Kautsky y otros han vulgarizado y tergiversado el marxismo.

El marxismo se diferencia del anarquismo en que reconoce la necesidad de un Estado para la transición al socialismo, pero (y en esto discrepamos de Kautsky y compañía) no un Estado del tipo de la república democrático-burguesa parlamentaria corriente, sino un Estado como la Comuna de París de 1871 y los sóviets de diputados obreros de 1905 y 1917.

Mi tercer argumento es que la realidad viva, la revolución, ya ha creado de hecho en nuestro país, aunque de forma débil y embrionaria, ese nuevo «Estado», que no es un Estado en el sentido estricto de la palabra.

Esto ya es un asunto de la acción práctica de las masas y no solo una teoría de los dirigentes.

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Las política del Partido Bolchevique, inspirada por Lenin, se basó en el inagotable impulso revolucionario de las masas.  

El Estado, en el sentido estricto de la palabra, es el dominación sobre el pueblo ejercida por destacamentos de hombres armados, separados de él.

Nuestro nuevo Estado naciente también es un Estado, porque nosotros también necesitamos destacamentos de hombres armados, también necesitamos del orden más estricto, y debemos aplastar por la fuerza y sin piedad todos los intentos de una contrarrevolución zarista o burguesa, a la manera de Guchkov.

Pero nuestro nuevo Estado naciente ya no es un Estado en el sentido estricto de la palabra, pues en varios lugares de Rusia estos destacamentos de hombres armados están integrados por las propias masas, por todo el pueblo, y no por algunos privilegiados colocados por encima y separados de él, inamovibles en la práctica.

Hay que mirar hacia delante y no hacia atrás, no hacia el tipo de democracia burguesa habitual, que afianzó el dominio de la burguesía con ayuda de los viejos órganos monárquicos de la administración, la policía, el ejército y la burocracia.

Hay que mirar adelante, hacia la nueva democracia naciente que ya está dejando de ser una democracia, porque democracia significa la dominación del pueblo, y el pueblo armado no puede ejercer la dominación sobre sí mismo.

El término «democracia» aplicado al Partido Comunista no solo es científicamente incorrecto, sino que después de marzo de 1917 se ha convertido en una anteojera puesta al pueblo revolucionario que le impide emprender con audacia, libertad y de forma independiente la construcción de lo nuevo: los sóviets de diputados obreros, campesinos, etc., como el único poder dentro del «Estado» y precursor de la «extinción» del Estado en todas sus formas.

Mi cuarto argumento consiste en que debemos tener en cuenta la situación real en que se encuentra el socialismo a nivel internacional.

No es la misma que en el periodo transcurrido entre 1871 y 1914, cuando Marx y Engels se resignaron a admitir conscientemente el término incorrecto y oportunista de «socialdemocracia». Porque entonces, después de derrotada la Comuna de París, la historia puso en el orden del día como tarea central el lento trabajo organizativo y de formación. No había otra posibilidad. Los anarquistas estaban equivocados (como lo están ahora) no solo en el plano teórico, sino también desde el punto de vista económico y político. Los anarquistas apreciaban mal el carácter de la época, sin comprender la situación internacional: el trabajador británico corrompido por las ganancias imperialistas, la Comuna de París derrotada, el triunfo reciente (1871) del movimiento nacionalista-burgués en Alemania, el letargo secular de la Rusia semifeudal.

Marx y Engels valoraron con precisión el momento, comprendieron la situación internacional y que había que aproximarse lentamente al inicio de la revolución social.

Nosotros también debemos comprender las características y tareas específicas de la nueva época. No imitemos a esos desgraciados marxistas de quienes Marx dijo: «Sembré dientes de dragón y coseché pulgas»[28].

El desarrollo objetivo del capitalismo, que se convirtió en imperialismo, ha provocado la guerra imperialista. Esta guerra ha llevado a la humanidad al borde del abismo, de la destrucción de la civilización, del embrutecimiento y a la muerte de millones, de un sinfín de seres humanos.

No hay más salida que la revolución proletaria.

En el momento en que tal revolución comienza, cuando da sus primeros pasos inseguros y a tientas, pasos que traicionan la confianza en la burguesía, la mayoría (esta es la verdad, es un hecho) de los dirigentes, parlamentarios y periódicos «socialdemócratas» —órganos creados precisamente para influir en las masas— traicionan al socialismo y desertan al campo de «su» burguesía nacional.

Esos dirigentes han confundido a las masas, las han desorientado y engañado.

¡Y se pretende que nosotros fomentemos ahora ese engaño, que lo facilitemos, aferrándonos al viejo y caduco nombre del partido, tan podrido ya como la Segunda Internacional!

No importa que «muchos» obreros interpreten honestamente el nombre de socialdemocracia. Pero ya es hora de aprender a distinguir lo subjetivo de lo objetivo.

Subjetivamente, esos trabajadores socialdemócratas son los dirigentes más leales de los proletarios.

Objetivamente, sin embargo, la situación internacional es tal que la vieja denominación de nuestro partido facilita engañar al pueblo e impide avanzar. A cada paso, en cada periódico, en cada grupo parlamentario, la masa ve dirigentes, es decir, personas cuya voz tiene más trascendencia y cuyas acciones son más visibles, y observa que todos ellos son «aspirantes a socialdemócratas», que todos abogan «por la unidad» con los traidores al socialismo, con los socialchovinistas, y que todos presentan al cobro los viejos billetes emitidos por la «socialdemocracia»...

¿Y cuáles son los argumentos en contra? «Nos confundirán con los anarco-comunistas», dicen ellos...

¿Y por qué no tememos que nos confundan con los social-nacionalistas, los social-liberales o los radicales socialistas, el principal partido burgués y el más hábil en el engaño burgués al pueblo en la de la República Francesa? Se nos dice: «El pueblo está acostumbrado, los obreros “se han encariñado” con su Partido Socialdemócrata».

Este es el único argumento que se invoca. Pero es un argumento que rechaza la ciencia del marxismo, las tareas futuras en la revolución, la situación objetiva del socialismo mundial, la vergonzosa bancarrota de la Segunda Internacional y el daño causado a la tarea práctica por la multitud de «aspirantes a socialdemócratas» que rodean a los proletarios.

Es un argumento rutinario, estancado e inerte.

Pero nosotros queremos transformar el mundo. Queremos poner fin a la guerra imperialista mundial, a la que han sido arrastrados cientos de millones de personas y en la que están en juego los intereses de cientos de miles de millones de capital; una guerra que no puede terminar con una paz verdaderamente democrática sin llevar a cabo la mayor revolución proletaria de la historia de la humanidad.

Sin embargo, tenemos miedo de nosotros mismos. No nos decidimos a quitarnos la «vieja y querida» camisa sucia...

Pero ha llegado la hora de quitarse la camisa sucia y ponerse ropa limpia.

Petrogrado, 10 de abril de 1917.

Epílogo

Mi folleto ha quedado obsoleto debido a la desorganización económica general y a la incapacidad de las imprentas de Petrogrado. Fue escrito el 10 de abril de 1917, hoy es 28 de mayo, ¡y aún no ha salido!

Escribí este folleto como un proyecto de plataforma para difundir mis puntos de vista antes de la Conferencia de toda Rusia de nuestro partido, el Partido Obrero Socialdemócrata (bolchevique) de Rusia. Se hicieron varias copias mecanografiadas y se entregaron a los miembros del partido antes y durante la Conferencia, de modo que, en parte, cumplió su cometido. Pero la Conferencia se celebró del 24 al 29 de abril de 1917, sus resoluciones se publicaron hace tiempo (ver el anexo al número 13 de Soldátskaya Pravda[29]), y el lector atento habrá notado que mi folleto sirvió, en muchos casos, como borrador original de esas resoluciones.

Me queda expresar la esperanza de que, a pesar de todo, el folleto tenga aún algún valor al explicar esas resoluciones, y también quiero detenerme en dos puntos.

En la página 27 [del folleto original] sugerí continuar en Zimmerwald solo con fines informativos. La Conferencia no estuvo de acuerdo conmigo en este punto, y tuve que votar contra la resolución sobre la Internacional. Ahora se hace evidente que la Conferencia cometió un error y que el curso de los acontecimientos pronto lo corregirá. Permaneciendo en Zimmerwald (aunque sea contra nuestra voluntad) estamos ayudando a retrasar la creación de la Tercera Internacional, estamos obstaculizando indirectamente su fundación, enredados por el peso muerto de la Internacional de Zimmerwald, ideológica y políticamente muerta.

Ante los ojos de los partidos obreros de todo el mundo, la posición de nuestro partido es ahora tal que tenemos el deber de fundar una Tercera Internacional sin demora. Si no somos nosotros, nadie lo hará, y los aplazamientos solo pueden ser perjudiciales. Si permanecemos en Zimmerwald solo con fines informativos, tendremos las manos libres para fundar la nueva Internacional (y, al mismo tiempo, utilizar Zimmerwald si las circunstancias lo hicieran posible).

Ahora, en cambio, a causa del error cometido por la Conferencia, nos vemos obligados a esperar pasivamente al menos hasta el 5 de julio de 1917 (fecha para la Conferencia de Zimmerwald, ¡siempre que no se aplace de nuevo! Ya ha ocurrido una vez).

Pero el acuerdo adoptado por unanimidad por el Comité Central de nuestro partido después de la Conferencia y publicado el 12 de mayo, en el número 55 de Pravda, ha corregido a medias el error. Se ha resuelto salir de la Internacional de Zimmerwald si decide entrevistarse con los ministros. Me permito expresar la esperanza de que la otra mitad del error será subsanada rápidamente, en cuanto convoquemos la primera conferencia internacional de «la izquierda» (la «tercera corriente», los «internacionalistas de hecho»; véase más arriba, págs. 23-25 [del folleto original]).

El segundo punto en que debo detenerme es en la formación del «Gobierno de coalición» el 6 de mayo de 1917[30]. En este punto, el folleto parece particularmente anticuado.

En realidad, precisamente en este punto no ha envejecido en absoluto. Se basa por entero en el análisis de clase, algo que aterroriza a mencheviques y populistas, quienes han proporcionado seis ministros como rehenes a los diez ministros capitalistas. Y es precisamente porque el folleto se basa en un análisis de clase por lo que no ha envejecido. La entrada de Tsereteli, Chernov y compañía al Gobierno solo ha modificado, en grado insignificante, la forma del acuerdo del Sóviet de Petrogrado con el Gobierno de los capitalistas, y deliberadamente subrayé en la página 8 de mi folleto que «no me refiero tanto al acuerdo formal como al apoyo efectivo».

Cada día que pasa se vuelve más claro que Tsereteli, Chernov y compañía son meros rehenes de los capitalistas y que el Gobierno «renovado» no está dispuesto ni es capaz de cumplir con ninguna de sus abundantes promesas en política exterior o interior. Chernov, Tsereteli y compañía se han suicidado políticamente al convertirse en ayudantes de los capitalistas, que en la práctica estrangulan la revolución. Kérenski ha llegado tan bajo como para emplear la violencia contra las masas (comparar con la página 9 del folleto: «por el momento, Guchkov solo amenaza con emplear la violencia contra las masas», pero Kérenski ha tenido que cumplir estas amenazas)[31]. Chernov, Tsereteli y compañía han matado políticamente a sus partidos, el menchevique y el socialista revolucionario. El pueblo se dará cuenta de ello con mayor claridad cada día.

El Gobierno de coalición no es más que un momento de transición en el desarrollo de las contradicciones de clase fundamentales de nuestra revolución, brevemente analizadas en mi folleto. Esta situación no puede durar mucho. O retroceder, hacia la contrarrevolución con todas las consecuencias, o avanzar, hacia el paso del poder estatal a manos de otras clases. En tiempos de revolución, en plena guerra imperialista mundial, no podemos permanecer quietos.

Petrogrado, 28 de mayo de 1917.

 Notas:

[1]       El término populista se usa aquí para señalar a los socialistas revolucionarios (eseristas), trudoviques y socialistas populares.

[2]       Se alude a la fábula El gato y el cocinero, de Krylov, donde un cocinero reprende a un gato que se come un pastel. Pero el gato le escucha sin perder bocado.

[3]       Carta a August Bebel, 18-28 de marzo de 1875, F. Engels (en El cielo por asalto. La Comuna de París).

[4]       La guerra civil en Francia. Manifiesto del Consejo General de la AIT, K. Marx.

[5]       Alusión al terrateniente Manílov, personaje de Almas muertas, obra de Nikolái Gógol. Se utiliza como sinónimo de soñador ocioso y voluntad débil.

[6]       Ver nota 67.

[7]       Denominados también «longuetistas», eran minoría en el Partido Socialista Francés formado en 1915. En el Congreso de Tours (diciembre de 1920), donde se constituyó el Partido Comunista Francés, los longuetistas abandonaron el partido y se adhirieron la Internacional Segunda y Media.  ||  Longuet, Jean (1876-1938): nieto de Marx. Diputado de la SFIO en 1914. Dirigente de la tendencia de “centro” durante la guerra (mantuvo una postura pacifista, pero votó a favor de todos los créditos de guerra).

[8]       Partido reformista británico fundado en 1893, en un clima de reanimación de las huelgas e intensificación del movimiento por la independencia de la clase obrera respecto a los partidos burgueses. Ingresaron en el ILP miembros de los sindicatos, así como intelectuales y pequeñoburgueses influidos por los fabianos. Participó en la fundación del Partido Laborista. En 1914 la mayoría de sus bases mantuvo una postura pacifista. En 1920 abandonó la Segunda Internacional y una parte de sus militantes ingresó en el Partido Comunista de Gran Bretaña (CPGB).

[9]       El British Socialist Party (BSP) fue fundado en 1911 por la unificación de la Federación Socialdemócrata con otros grupos socialistas. Fue calificado por Lenin como un partido «no oportunista, verdaderamente independiente de los liberales». Sin embargo, el escaso número de militantes y sus débiles vínculos con las masas le imprimieron un carácter algo sectario. Durante la Primera Guerra Mundial se entabló en su seno una dura lucha entre la corriente internacionalista (W. Gallacher, A. Inkpin, J. Maclean, T. Rotshtein y otros) y la socialchovinista, encabezada por Henry Hyndman. Entre los primeros había elementos inconsecuentes que mantenían posiciones centristas. En febrero de 1916, un grupo de dirigentes del BSP fundó el periódico The Call (El Llamamiento), que desempeñó un importante papel en la cohesión de los internacionalistas. La conferencia anual del BSP celebrada en abril de 1916 rechazó la postura socialchovinista de Hyndman y sus seguidores, que abandonaron el partido. El BSP apoyó la Revolución de Octubre y sus militantes desempeñaron un gran papel en el movimiento en defensa de la Rusia soviética frente a la intervención imperialista. En 1919, la mayoría de las organizaciones del partido (98 contra 4) se pronunciaron a favor del ingreso en la Internacional Comunista. Junto con el Grupo Comunista de Unidad, el BSP desempeñó el papel principal en la fundación del CPGB. En el I Congreso (de unificación), en 1920, la inmensa mayoría de las organizaciones locales del BSP se integraron en el CPGB.

[10]     Ver nota 71.

[11]     Demain (Mañana): revista mensual literaria y política, fundada por el escritor y periodista Guilbeaux. Se publicó de enero de 1916 hasta 1919, primero en Ginebra y luego en Moscú. Combatía el chovinismo y difundía el programa de Zimmerwald. Publicó artículos y discursos de Lenin. Desde septiembre de 1919 apareció como órgano del grupo de comunistas franceses residentes en Moscú.

[12]     Periódico sindical inglés, publicado en Londres de noviembre de 1915 a noviembre de 1916.

[13]     Fundado en 1876 como resultado de la fusión de las secciones norteamericanas de la Primera Internacional y otras organizaciones socialistas, en el Congreso de unificación de Filadelfia. El Congreso transcurrió bajo la dirección de F. A. Sorge, compañero de lucha de Marx y Engels. La inmensa mayoría de sus miembros eran inmigrantes y estaban débilmente unidos a los trabajadores nativos. Algunos dirigentes del partido consideraban central la labor parlamentaria y menospreciaban la dirección de la lucha económica de las masas; otros, en cambio, caían en el tradeunionismo y el anarquismo. En 1890 llegó a la dirección su ala izquierda, encabezada por Daniel de León. Durante la Primera Guerra Mundial se inclinó hacia el internacionalismo. Bajo la influencia de Octubre, el sector revolucionario participó activamente en la creación del Partido Comunista de los EEUU.

[14]     Fundado en 1901, como resultado del agrupamiento de grupos escindidos del Partido Laborista Socialista y del Partido Socialdemócrata. Uno de sus organizadores fue Eugene Debs, conocido dirigente del movimiento obrero estadounidense. Era un partido heterogéneo: obreros norteamericanos, obreros inmigrantes, pequeños granjeros y elementos de la pequeña burguesía. Sus dirigentes reformistas y centristas negaban la necesidad de la revolución socialista y rechazaban los métodos revolucionarios de lucha, circunscribiendo la actividad al terreno electoral. La izquierda del partido, encabezada por Charles Ruthenberg, William Foster, Bill Haywood, James P. Cannon y otros, apoyándose en los elementos proletarios, luchó por la organización de sindicatos de industria basados en los principios de la lucha de clases. Finalmente, se escindió en 1919 y dio lugar al PC de los EEUU.

[15]     Fracción de izquierdas del SDAP holandés (Partido Obrero Socialdemócrata), cuyo órgano era el diario De Tribune. En 1909 fueron expulsados y formaron un partido independiente, el Partido Socialdemócrata holandés (SDP). Los tribunistas representaban el ala izquierda del movimiento obrero holandés y durante la Primera Guerra Mundial adoptaron una postura internacionalista. En noviembre de 1918 se convirtió en el Partido Comunista de Holanda. Lenin criticó sus políticas ultraizquierdistas en La enfermedad infantil del «izquierdismo» en el comunismo (existe edición de la Fundación Federico Engels).

[16]     Lenin se refiere a la corriente de izquierda de la socialdemocracia sueca. Durante la Primera Guerra Mundial adoptaron el internacionalismo y se adhirieron a la Izquierda de Zimmerwald. En mayo de 1917 formaron el Partido Socialdemócrata de Izquierda, y en su Congreso de 1919 decidieron unirse a la Internacional Comunista. El ala revolucionaria del partido fundó el Partido Comunista de Suecia en 1921.

[17]     Partido Socialdemócrata Obrero Revolucionario de Bulgaria, fundado en 1903 tras la escisión del Partido Socialdemócrata. Su fundador fue D. Blagoev y entre los dirigentes posteriores se encuentran G. Dimitrov y V. Kolárov. Internacionalistas durante la guerra imperialista. En 1919 se unieron a la Internacional Comunista y formaron el Partido Comunista de Bulgaria.

[18]     Pseudónimo del dirigente internacionalista Leo Jogiches.

[19]     Con «Ejecutivo regional y central» se refiere a los órganos de dirección del Partido Socialdemócrata del Reino de Polonia y Lituania.

[20]     Volksstimme (La Voz del Pueblo): periódico del SPD, publicado en Chemnitz desde enero de 1891 hasta febrero de 1933.

[21]     Die Glocke (La Campana): revista quincenal publicada en Múnich y posteriormente en Berlín, entre 1915 y 1925, por Parvus (A. L. Guélfand), miembro del SPD alemán.

[22]     Se refiere al llamamiento ¡A los pueblos condenados a la ruina y la muerte!, adoptado en la II Conferencia Socialista Internacional, celebrada en Kienthal del 24 al 30 de abril de 1916 (ver nota 85).

[23]     Die Jugendinternationale (La Internacional de la Juventud): periódico de la Unión Internacional de Organizaciones de la Juventud Socialista, adherida a la Izquierda de Zimmerwald. Se editó en Zúrich desde septiembre de 1915 hasta mayo de 1918.

[24]     Versículo de la Biblia, «Lucas 12, 48».

[25]     El 7 de abril de 1917, el Comité Ejecutivo del Sóviet de Petrogrado, por 21 votos contra 14, aprobó el llamado «Empréstito de la libertad», emitido por el Gobierno Provisional para financiar la continuación de la guerra. Los bolcheviques del Comité Ejecutivo se opusieron y presentaron otra resolución, a favor de la que votaron también algunos miembros del CE que no pertenecían al grupo bolchevique. La cuestión se planteó en una reunión plenaria del Sóviet tras discutirla previamente en cada grupo.

[26]     Existe edición de la Fundación Federico Engels.

[27]     Existe edición de la Fundación Federico Engels.

[28]     Según testimonio de Marx y Engels, esta expresión pertenece al poeta alemán Heinrich Heine, ellos la usaron por primera vez en su obra La ideología alemana.

[29]     Soldátskaya Pravda (La Verdad del Soldado): diario bolchevique, comenzó a aparecer el 15 (28) de abril de 1917 como portavoz de la Organización Militar adjunta al Comité de Petrogrado del POSD(b)R y a partir del 19 de mayo (1 de junio) pasó a ser el órgano de la Organización Militar de su Comité Central. Tenía una tirada de entre 50.000 y 75.000 ejemplares, la mitad se enviaba al frente, y publicó más de 60 artículos de Lenin. Durante las Jornadas de Julio de 1917 fue clausurado; de julio a octubre de 1917 salió reapareció como Rabochi i Soldat (El Obrero y el Soldado) y Soldat (El Soldado). Tras la Revolución de Octubre, volvió a publicarse con su antiguo nombre hasta marzo de 1918.

[30]     El Gobierno de coalición se formó como resultado de la crisis provocada por una nota que el ministro de Asuntos Exteriores (Miliukov) envió a los Gobiernos Aliados el 18 de abril de 1917, confirmando la disposición del Gobierno Provisional de respetar los tratados acordados por el zar con Gran Bretaña y Francia, lo que suponía continuar la guerra. Estallaron espontáneas y masivas manifestaciones de obreros y soldados, que alcanzaron su punto álgido los días 20 y 21 de abril. El Gobierno Provisional aceptó la renuncia de Miliukov y Guchkov, ministro de Guerra, y propuso al Sóviet de Petrogrado formar un Gobierno de coalición, mientras la guerra continuaba.

El Comité Ejecutivo del Sóviet, contra el acuerdo adoptado en marzo de prohibir a sus miembros participar en el Gobierno Provisional, en una reunión especial celebrada la noche del 1 de mayo, aceptó (44 votos contra 19 y 2 abstenciones) la propuesta. Los bolcheviques fueron los únicos que se pronunciaron en contra. Se incorporaron al Gobierno seis ministros «socialistas»: Kérenski, ministro de Guerra y Marina; Skóbelev, de Trabajo; Chernov, de Agricultura; Peshejónov, de Abastecimiento; Tsereteli, de Correos y Telégrafos; Perevérzev, de Justicia. Este Gobierno de coalición sustituyó a la antigua Comisión de Enlace (ver nota 27).

[31]     Se refiere a la orden del ministro de Guerra, Kérenski, del 11 de mayo de 1917, que contenía la «Declaración de los derechos del soldado». Se autorizaba a los oficiales superiores, en condiciones de campaña, a usar la fuerza militar en casos de insubordinación. Este punto estaba dirigido contra los soldados y oficiales que se negaron a participar en la ofensiva. Al tiempo, Kérenski comenzó a disolver regimientos y a procesar a oficiales y soldados por «incitar a la insubordinación». 

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