La teoría de la revolución permanente representa una de las aportaciones más trascendentales del pensamiento marxista. Sin ella resulta imposible comprender la primera revolución obrera triunfante de la historia, la rusa de 1917, y los procesos revolucionarios posteriores en los países coloniales y de desarrollo capitalista tardío.
La reedición de esta obra de Trotsky no podría llegar en un tiempo político más oportuno. La lucha de clases que recorre Latinoamérica, o la Primavera Árabe y su continuidad en los levantamientos de Argelia y Sudán, evidencian que es imposible resolver las tareas de la revolución democrático-nacional si la clase obrera, a la cabeza de todos los oprimidos, no toma el poder en sus manos comenzando la transformación socialista de la sociedad.
Tal como explica Trotsky, una auténtica reforma agraria, el desarrollo de una industria diversificada y moderna, con salarios y condiciones laborales dignas, poner fin a los regímenes autoritarios y conquistar los derechos democráticos, o acabar con la subordinación económica y política al imperialismo sólo es posible mediante una estrategia socialista que expropie la banca, la tierra y los monopolios. Sólo así se podrá establecer un Estado obrero de transición bajo la administración directa de los trabajadores y los oprimidos. Esto es, en esencia, la teoría de la revolución permanente.