La victoria revolucionaria es una tarea estratégica, como el propio Trotsky señaló acertadamente. El partido revolucionario no se puede improvisar, necesita de una selección paciente de cuadros, de pruebas decisivas de la lucha de clases en las que su dirección madure y sea reconocida como tal. Pero sobre todo, la construcción del partido revolucionario exige de una política justa, de tácticas adecuadas y de una comprensión científica de la dinámica de la lucha de clases y el proceso de toma de conciencia de los trabajadores. Para alcanzar tal experiencia, el estudio de las lecciones de la revolución mundial, de la que la revolución española de 1930-1939 forma parte, es una tarea que requiere la mayor aplicación.